La clase parecía extenderse interminablemente. La profesora Esther hablaba de algún tema que, en otro momento, me habría interesado, pero ahora no estaba lo suficientemente concentrada.Intenté enfocarme, mirar la pizarra, tomar notas, pero la tinta de mi bolígrafo no parecía tener sentido. Los garabatos en mi cuaderno eran solo eso: líneas sin estructura, sin propósito. Me sentía fuera de lugar, atrapada entre dos mundos. El aula, con su ambiente impersonal, y el campo de batalla emocional que aún no dejaba de girar en mi mente. Cada vez que mis ojos se deslizaban por el cuaderno, los recuerdos de Lucas volvían a invadir mi espacio. Ese rostro marcado por algo mucho más oscuro de lo que cualquier magulladura podría sugerir.El timbre de la clase resonó como un alivio. Me levanté casi mecánicamente, sin ganas de socializar, solo moviéndome hacia la salida como si mis piernas no tuvieran voluntad propia. El pasillo me recibió con el bullicio habitual, el ir y venir de estudiantes, pero
Carla seguía charlando como si no hubiera dejado caer una bomba hace un segundo. Sonreía, comentando algo sobre las clases que tenían juntos y lo interesante que le parecía las asignaturas compartidas, pero apenas podía seguirle el ritmo. No sé si era porque me costaba creer lo que acababa de escuchar o porque, en el fondo, estaba tratando de averiguar si de verdad iba en serio con ese chico o si todo era otra de sus típicas bromas.La miré un poco más de cerca, buscando alguna señal en su expresión, algún indicio en sus ojos que me dijera que solo estaba jugando, pero no. Todo en su actitud reflejaba sinceridad. Y él... él también parecía un poco desconcertado, aunque trataba de no demostrarlo.—Bueno, si ya se conocen, entonces no tengo que presentarlos —dijo, encogiéndose de hombros y cruzando los brazos con una sonrisa satisfecha, como si hubiera logrado algo importante.Me limité a asentir, todavía sin saber bien qué decir. De repente, la situación se sentía extraña, como si estu
Asistí a las clases siguientes con la misma rutina de siempre, tratando de concentrarme mientras, de reojo, escaneaba el aula, los pasillos, cualquier rincón que pudiera mostrar algo distinto, alguna señal de que el ambiente había cambiado. Sin embargo, la realidad seguía siendo la misma: rostros conocidos, conversaciones triviales y, en general, una normalidad imperturbable que se mantenía intacta.No sabía bien qué esperaba ver. Quizá una pelea que estallara en medio de la multitud, algún murmullo que se tornara en un rumor importante, algo que rompiera con lo predecible. Pero nada, absolutamente nada fuera de lo común se cruzó en mi camino.Así que me refugié en lo único que siempre lograba centrarme: mis estudios.Con el atardecer envolviendo los ventanales de la biblioteca, me adentré en ese lugar como si fuera un santuario. La penumbra teñía el ambiente de un tono cálido y casi místico, y cada paso que daba se deslizaba suavemente en el silencio profundo que reinaba entre las es
—¿Qué pasa? ¿Por qué no hablas? ¿El gato se te comió la lengua? —su voz, mordaz y llena de burla, me sacó de mi parálisis momentánea.Un impulso extraño, como una sensación cálida que deshacía mis propios miedos, me hizo olvidar por completo el peligro que representaba estar allí. Mis dedos, casi sin darme cuenta, se aferraron al borde de mi blusa, y mis pies permanecieron clavados al suelo, como si no pudiera irme, como si algo me mantuviera allí, cerca de él. Me sorprendí a mí misma al darme cuenta de que ya no sentía la presión de la ansiedad en el pecho.Porque ahora que lo veía de cerca, sus heridas estaban mucho más visibles, como huellas de una pelea que no había pasado desapercibida. La hinchazón sobre su ceja, aunque había disminuido, no podía disimular el golpe tan fuerte que había recibido. Sus pómulos, marcados por moratones oscuros, parecían contar una historia que él probablemente no quería compartir, pero que me llamaba a indagar más.Sin pensarlo demasiado, las palabra
Él exhaló lentamente, como si tratara de ganar tiempo mientras formulaba una respuesta. Sus ojos, esos que habían cambiado de color y ahora me miraban con una intensidad afilada, se mantuvieron clavados en los míos. Por un instante, noté cómo su mandíbula se tensaba, y aunque parecía decidido a mantener el control, no pudo ocultar el destello de ansiedad que cruzó su rostro.Finalmente, se inclinó un poco hacia mí, con una sonrisa ladeada que no alcanzó sus ojos. Era una sonrisa de alguien acostumbrado a jugar con secretos, a mantenerlos guardados hasta el último segundo, y me di cuenta de que en ese momento, más que respuestas, lo que realmente buscaba era provocarme, desafiarme a ir un paso más allá.—¿De verdad quieres saberlo? —preguntó en un susurro, con un tono oscuro, casi burlón—. Porque te advierto, no va a ser tan entretenido como crees.Estaba jugando a atraerme justo al lugar donde, por orgullo o curiosidad, sabía que yo no me iba a detener.Me crucé de brazos, sosteniéndo
—¿Qué? ¿Ahora te gusta molestarme? —pregunté, sin poder disimular el tono cortante que salió de mi boca.Mis ojos lo perforaban con la mirada, esperando una respuesta que no me convenciera.Él se recostó en la silla, relajado, como si nada pudiera perturbarlo. La manera en que se movía, tan despreocupado, tan confiado, me sacaba de quicio. Y aunque por dentro sentía ganas de gritarle, mi voz se mantuvo firme, casi fría, como una forma de retarlo a darme una respuesta seria.—No es que me guste, —contestó con una sonrisa traviesa, alzando una ceja— pero parece que no puedo evitarlo cuando veo lo fácil que es hacerlo.Y ahí estaba, como siempre: el tipo que encontraba placer en desbordar los límites, en retarme, en sacarme de mis casillas sin ni siquiera esforzarse.Cuando estaba a punto de decirle algo, una voz femenina nos cortó.Ambos giramos hacia el sonido, y una mujer con gafas estaba en el escritorio de recepción: la bibliotecaria, quien por fin había vuelto. Había tardado tanto
—¿Estupideces? —repitió, dejándose caer en esa palabra como si fuera una provocación intencionada—. Pensé que eso era lo que te mantenía entretenida.Sentí la sangre hervir, y antes de poder controlarlo, mis manos ya se habían cerrado en puños. Mis pies se movieron con una decisión irrefrenable, acortando la distancia entre nosotros, cada paso estaba cargado de la rabia que él se empeñaba en avivar.Lucas no se movió; de hecho, permitió que la cercanía aumentara, manteniendo una expresión de serenidad absoluta, saboreando cada instante de mi enfado.Me planté frente a él, con los ojos fijos en los suyos, sintiendo cómo mi voz salía entre dientes, en un susurro gélido:—¿Crees que estoy bromeando?Sus labios se curvaron apenas, en una sonrisa mínima, pero suficiente para encender todavía más mi ira, y entonces, levantó el libro, manteniéndolo a una altura inalcanzable con aire despreocupado. Era evidente que no tenía intención de devolvérmelo.Él balanceaba el libro de un lado a otro,
Lucas fue el primero en reaccionar. Con una tranquilidad incluso ofensiva, se giró hacia Valeria sin soltar el libro. Su sonrisa permanecía intacta, una que siempre lograba que todo pareciera menos importante de lo que realmente era.—Oh, nada que deba preocuparte, Valeria —respondió con un tono ligero, casi burlón, mientras se inclinaba levemente hacia ella, como si quisiera medir su reacción—. Solo estábamos... poniéndonos al día.Mi cuerpo se tensó al instante. Esa forma de jugar con las palabras, de disfrazar todo con dobles sentidos, solo lograba que la situación fuera más incómoda. Valeria, sin embargo, no se dejó intimidar. Su mirada permanecía fija en mí, como si buscara alguna confesión en mi rostro.—¿Poniéndose al día? —repitió, dejando que las palabras se arrastraran lentamente. Luego, con un movimiento brusco, descruzó los brazos y avanzó un paso hacia nosotros—. No parecía eso desde donde yo estaba.Fruncí el ceño, buscando un punto fijo en su rostro para no dejar que mi