Él exhaló lentamente, como si tratara de ganar tiempo mientras formulaba una respuesta. Sus ojos, esos que habían cambiado de color y ahora me miraban con una intensidad afilada, se mantuvieron clavados en los míos. Por un instante, noté cómo su mandíbula se tensaba, y aunque parecía decidido a mantener el control, no pudo ocultar el destello de ansiedad que cruzó su rostro.Finalmente, se inclinó un poco hacia mí, con una sonrisa ladeada que no alcanzó sus ojos. Era una sonrisa de alguien acostumbrado a jugar con secretos, a mantenerlos guardados hasta el último segundo, y me di cuenta de que en ese momento, más que respuestas, lo que realmente buscaba era provocarme, desafiarme a ir un paso más allá.—¿De verdad quieres saberlo? —preguntó en un susurro, con un tono oscuro, casi burlón—. Porque te advierto, no va a ser tan entretenido como crees.Estaba jugando a atraerme justo al lugar donde, por orgullo o curiosidad, sabía que yo no me iba a detener.Me crucé de brazos, sosteniéndo
—¿Qué? ¿Ahora te gusta molestarme? —pregunté, sin poder disimular el tono cortante que salió de mi boca.Mis ojos lo perforaban con la mirada, esperando una respuesta que no me convenciera.Él se recostó en la silla, relajado, como si nada pudiera perturbarlo. La manera en que se movía, tan despreocupado, tan confiado, me sacaba de quicio. Y aunque por dentro sentía ganas de gritarle, mi voz se mantuvo firme, casi fría, como una forma de retarlo a darme una respuesta seria.—No es que me guste, —contestó con una sonrisa traviesa, alzando una ceja— pero parece que no puedo evitarlo cuando veo lo fácil que es hacerlo.Y ahí estaba, como siempre: el tipo que encontraba placer en desbordar los límites, en retarme, en sacarme de mis casillas sin ni siquiera esforzarse.Cuando estaba a punto de decirle algo, una voz femenina nos cortó.Ambos giramos hacia el sonido, y una mujer con gafas estaba en el escritorio de recepción: la bibliotecaria, quien por fin había vuelto. Había tardado tanto
—¿Estupideces? —repitió, dejándose caer en esa palabra como si fuera una provocación intencionada—. Pensé que eso era lo que te mantenía entretenida.Sentí la sangre hervir, y antes de poder controlarlo, mis manos ya se habían cerrado en puños. Mis pies se movieron con una decisión irrefrenable, acortando la distancia entre nosotros, cada paso estaba cargado de la rabia que él se empeñaba en avivar.Lucas no se movió; de hecho, permitió que la cercanía aumentara, manteniendo una expresión de serenidad absoluta, saboreando cada instante de mi enfado.Me planté frente a él, con los ojos fijos en los suyos, sintiendo cómo mi voz salía entre dientes, en un susurro gélido:—¿Crees que estoy bromeando?Sus labios se curvaron apenas, en una sonrisa mínima, pero suficiente para encender todavía más mi ira, y entonces, levantó el libro, manteniéndolo a una altura inalcanzable con aire despreocupado. Era evidente que no tenía intención de devolvérmelo.Él balanceaba el libro de un lado a otro,
Lucas fue el primero en reaccionar. Con una tranquilidad incluso ofensiva, se giró hacia Valeria sin soltar el libro. Su sonrisa permanecía intacta, una que siempre lograba que todo pareciera menos importante de lo que realmente era.—Oh, nada que deba preocuparte, Valeria —respondió con un tono ligero, casi burlón, mientras se inclinaba levemente hacia ella, como si quisiera medir su reacción—. Solo estábamos... poniéndonos al día.Mi cuerpo se tensó al instante. Esa forma de jugar con las palabras, de disfrazar todo con dobles sentidos, solo lograba que la situación fuera más incómoda. Valeria, sin embargo, no se dejó intimidar. Su mirada permanecía fija en mí, como si buscara alguna confesión en mi rostro.—¿Poniéndose al día? —repitió, dejando que las palabras se arrastraran lentamente. Luego, con un movimiento brusco, descruzó los brazos y avanzó un paso hacia nosotros—. No parecía eso desde donde yo estaba.Fruncí el ceño, buscando un punto fijo en su rostro para no dejar que mi
—¿Entonces tuviste esa mini discusión con Valeria… por un libro? —preguntó Carla, levantando una ceja mientras crujía una papa entre los dientes.El sonido quebró la quietud del lugar, un recordatorio de lo silencioso que estaba el edificio a esas horas.Habíamos terminado en la cocina común, un espacio modesto con mesas pequeñas rodeadas de sillas gastadas por el uso. Aunque solía ser el centro de reuniones al atardecer, ahora el lugar estaba casi desierto. La mayoría de los residentes ya se habían refugiado en sus habitaciones, dejándonos solo a nosotras tres compartiendo el ambiente tranquilo de la noche.—¿Y qué libro era? Parecía muy importante para ti —intervino Sara, inclinándose un poco hacia mí mientras tamborileaba los dedos sobre la mesa.Sus ojos brillaban con esa curiosidad que siempre tenía cuando detectaba que estaba escondiendo algo.Había sido cuidadosa al contarles la historia. Había omitido, a propósito, todo lo relacionado con Lucas y ese instante en el que el tiem
Carla ladeó la cabeza con un gesto breve, casi imperceptible, como si intentara apartar de su mente lo que acababa de escuchar. Sus ojos se estrecharon, reflejando desconcierto.—¿Qué estás diciendo? —inquirió, con escepticismo, y no pudo ocultar el interés que aquello despertaba en ella.Sara dejó escapar un suspiro antes de cruzar los brazos sobre la mesa, apoyando el mentón en una mano.—¿Estás segura? —preguntó en un tono más bajo, casi como si temiera que alguien pudiera escuchar desde algún rincón vacío de la cocina.Asentí, tratando de mantenerme firme.—Lo vi claramente. Era el mismo símbolo que me describiste, grabado en un anillo que Manuel llevaba puesto.—Mmm, asumiendo que ese tal Manuel es el novio de Carla, entonces supongo que realmente deberíamos averiguar qué conexión tiene con todo esto, ¿no es así?La forma en que lo dijo era bastante casual como para parecer despreocupada, pero la chispa en su mirada la delataba. No era solo interés; parecía estar sumamente intrig
El ascenso continuaba, aunque no era tan empinado como para justificar las quejas constantes de Carla.—Yo creí que estábamos subiendo una colina, no el Everest —protestó, resoplando con dramatismo.Sara, manteniendo su paso constante al frente, respondió sin girarse, con un tono calmado pero con un deje de diversión.—De hecho, es la colina más pequeña del campus.Solté una risa breve antes de mirar hacia atrás, donde Carla caminaba con evidente desgano. Su elección de calzado era la primera señal de que esto no iba a ser su actividad favorita.—Tú eres la única a la que se le ocurre hacer senderismo con sandalias —le comenté, alzando una ceja.Carla se detuvo un segundo para ajustar una de las correas de su mochila antes de responder con su característico aire despreocupado.—Escucha, uno puede hacer cualquier tipo de actividad con estilo.No pude evitar soltar una carcajada y negar con la cabeza.—Sí, claro. Porque llevar zapatos deportivos sería un pecado mortal contra la moda —re
—¡Detente, Carla! —le grité, mientras Sara y yo corríamos tras ella.Aceleré, sintiendo el latido de mi corazón en los oídos mientras las ramas bajas me rozaban los brazos. Sara, detrás de mí, mantenía el ritmo, aunque su resoplido dejaba claro que no estaba disfrutando esta persecución nocturna. Las luces de nuestras linternas parpadeaban contra la naturaleza, creando formas inquietas que parecían perseguirla, pero Carla, impulsada por su entusiasmo desbordante, nos llevaba varios pasos de ventaja.—Esto no es normal, ¿cómo tiene tanta energía después de quejarse todo el camino? —comentó Sara, jadeando.Sin dudarlo más, aceleré el paso, forzando a mis piernas a avanzar más rápido de lo que querría después de horas de caminar. Los árboles parecían adelgazarse, dejando que la luz tenue de la luna espiara entre las ramas, mientras el sonido se volvía más claro. No era solo música; era un compás animado que se mezclaba con carcajadas y el murmullo de conversaciones.Finalmente, el camino