Capítulo 23. ¿No se supone que también es tu primer año?

Me resultaba difícil creer que no supiera todo acerca del lugar en el que estudiaba y vivía. Aunque muchas cosas sobre la universidad aún eran un misterio para mí, pensaba que al menos cosas tan básicas como estas debería conocerlas.

—¿No se supone que también es tu primer año? —pregunté, frunciendo el ceño con incredulidad. Carla se irguió, dejando de buscar en su armario y girándose para mirarme.

—Sí, lo es —respondió con una sonrisa traviesa—, pero he hecho algunos amigos de años superiores que me han mostrado todos los rincones secretos. —Hizo una pausa, su mirada se iluminó con entusiasmo—. Además, estos eventos no son tan publicitados. Solo los que están en el círculo correcto lo saben.

—¿Por eso mencionaste algo de una tarjeta? —dije, comenzando a entender—. O sea, ¿que son fiestas... privadas?

Ella asintió, y sus ojos empezaron a brillar con complicidad.

—Exacto. Son exclusivas y muy selectas. No cualquiera puede entrar. Necesitas una invitación o, en este caso, una tarjeta especial. —Sonrió—. Por eso deberías sentirte afortunada de venir conmigo.

—Tampoco te vengas arriba —repliqué—. Hace unos minutos estabas rogándome.

Ella soltó una carcajada y se encogió de hombros, sin dejar que mi comentario afectara su estado de ánimo.

—Sí, sí, lo que digas, de igual manera, será una noche para recordar.

Ambas empezamos a cambiarnos de atuendo. La pelirroja, con su exceso de energía, se movía de un lado a otro mientras se ponía el vestido negro que había elegido. Me sorprendió ver lo rápida que era para prepararse, como si todo el proceso fuera un juego para ella.

Mientras tanto, yo busqué algo que combinara para la ocasión, así que me decidí por unos tacones oscuros que parecían apropiados.

Me acerqué al tocador y empecé con el maquillaje. Opté por un look sutil pero sofisticado. Apliqué una base ligera para igualar el tono de mi piel, seguido de un toque de corrector para ocultar cualquier imperfección. Para mis ojos, elegí una sombra de tonos neutros que realzara el color natural sin ser demasiado llamativa. Delineé mis párpados con un lápiz negro suave, y apliqué varias capas de máscara para darle volumen a mis pestañas, dándoles un efecto más abierto y despierto. Un rubor en un tono suave, casi dorado, completó el maquillaje, añadiendo un resplandor saludable a mis mejillas. Finalmente, elegí un labial nude con un toque de brillo para un acabado fresco y elegante.

En cuanto a mi cabello, lo llevaba suelto, mayormente liso con ondas ligeras, herencia de mi madre. Sin embargo, utilicé una rizadora para darle un poco más de volumen y movimiento. Apliqué un poco de spray para asegurarme de que el peinado se mantuviera en su lugar sin verse rígido.

Me sentí orgullosa del resultado, luego me dirigí hacia el espejo de cuerpo completo que recientemente Carla había comprado. Allí vi cómo mis pechos se tensaban contra el escote bajo, mientras que el dobladillo corto del vestido acentuaba mis piernas ahora tonificadas y mi trasero curvilíneo, producto de pasar suficiente tiempo en el gimnasio.

A mi lado apareció la morena, dándose un vistazo y una expresión de satisfacción se formó en su rostro.

—¡Estamos listas para la fiesta! —exclamó ella, con una gran sonrisa.

Al salir de la residencia, nuestras apariciones llamaron la atención de los pocos estudiantes que aún estaban vagando por el campus. Los edificios a nuestro alrededor estaban en calma, casi desiertos, ya que el toque de queda se acercaba rápidamente. Las luces de los pasillos parpadeaban de forma intermitente, y el aire fresco de la noche nos envolvía mientras nos dirigíamos hacia el lugar del evento.

Me sentí aliviada al pensar que, al tener una especie de “invitación” para uno de los salones exclusivos, podríamos estar exentas de cualquier sanción que normalmente se aplicaría a los estudiantes fuera de horario.

La idea de una noche animada en un entorno exclusivo y sofisticado ofrecía una ventaja inesperada sobre las estrictas normas de la universidad.

En un momento, hicimos una breve parada en la esquina de una majestuosa... ¡¿mansión?! que se erguía imponente frente a nosotras. Esta construcción, claramente, no pertenecía al campus universitario común. Era un alojamiento gigantesco, destinado exclusivamente a quienes podían permitirse un estilo de vida opulento. Con sus columnas imponentes y balcones ornamentados, el lugar parecía una fortaleza de lujo, un contraste marcado con la simplicidad de la residencia estudiantil.

Carla sacó su celular con una expresión de urgencia y comenzó a marcar un número. Mientras esperaba que la llamada se conectara, sus ojos recorrían el entorno con impaciencia. Finalmente, una voz al otro lado de la línea respondió.

—Ya estoy aquí —dijo ella, moviendo una de sus piernas una y otra vez—. Pero sabes que no puedo entrar... Además, tengo prisa. Sal ya.

Después de escuchar una respuesta breve, colgó de inmediato. Su rostro mostraba una mezcla de frustración y ansiedad mientras guardaba el teléfono en su bolso.

Pocos minutos después, el portón de la mansión se comenzó a abrir lentamente y el sonido metálico resonó en el aire. Carla se volvió hacia mí, con una mirada decidida.

—Quédate aquí, no demoro —me dijo, y antes de que pudiera añadir algo, se dirigió hacia la entrada casi corriendo.

Sin embargo, en lugar de caminar directamente hacia el centro del camino, como haría cualquier persona normal, ella se pegó rápidamente al muro. Sus movimientos eran ágiles y discretos, como si intentara evitar ser vista. Se deslizó hacia la puerta principal, donde se encontró con un chico alto de apariencia pálida, probablemente la persona enferma que había mencionado antes. Su figura era delgada y su rostro mostraba signos de agotamiento, lo que confirmaban las sospechas de que no estaba en su mejor momento.

Carla se acercó a él con una mezcla de urgencia y familiaridad, intercambiando unas palabras rápidas y furtivas. En un gesto inesperado, él la tomó de la cintura y le depositó un beso en la mejilla. La conversación fue breve, y el chico asintió antes de que la puerta se cerrara con un suave clic.

Mientras todo esto ocurría, yo aprovechaba para observar con los ojos bien abiertos el lugar. Había varias cámaras de seguridad, y desde mi posición, noté que no podían capturarme, ni tampoco a Carla. Esto sugería que mi compañera de habitación había estado aquí varias veces y ya sabía cuáles eran los puntos ciegos de aquellos aparatos. La situación me intrigaba más de lo que quería admitir, y no podía evitar preguntarme cuántos secretos más guardaba este lugar y estas personas.

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