Hice una mueca, tratando de ocultar mi frustración.
—Lo último que quiero hacer ahora es buscar una prenda para que te vayas de fiesta, Carla.
—Habrá aperitivos, alcohol y muchos chicos sexys. Necesito toda la ayuda que pueda obtener porque estoy super indecisa sobre qué vestidito usar. ¡Vamos, por favor! —imploró, juntando las manos y haciendo un puchero que añadía un toque dramático a su petición.
Ignorando sus alaridos, me dirigí hacia la puerta con firmeza. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, ella apareció frente a mí, bloqueando la salida con un gesto de súplica.
—No me dejes en esto sola —dijo con un tono de desesperación.
La apunté con un dedo, sintiendo cómo la rabia crecía dentro de mí.
—Me estás haciendo enojar, Carla —hablé con dureza, con la esperanza de que entendiera lo seria que era mi advertencia.
De repente, su teléfono vibró. Lo sacó de su bolsillo trasero con un movimiento rápido y, con un suspiro, me dijo que necesitaba atender la llamada. Traté de apartarla de mi camino, tirando de su brazo, pero ella se mantuvo firmemente en su lugar, conversando en voz baja.
Cansada, volteé los ojos, era una chica sumamente caprichosa.
Miré con impaciencia mientras escuchaba fragmentos de su conversación.
—¿Cómo que te enfermaste? M****a —exclamó con molestia.
Luego, con un tono más urgente, preguntó:
—¿Tienes tu tarjeta?
Después de unos cuantos segundos, volvió a platicar con la persona al otro lado del teléfono.
—Ajá, puedo pasar por ella.
Finalmente, me lanzó una mirada decidida y casi triunfante.
—Ya tengo una amiga a quien llevar —dijo, claramente dispuesta a arrastrarme con ella a cualquier sitio que se le ocurriera.
—No, de ninguna manera —respondí con firmeza.
Carla soltó una risa que resonó en la habitación y, sin esperar un comentario más, colgó el teléfono.
—¿Qué te detiene? —insistió, con una sonrisa astuta mientras se acercaba más a mí—. Mañana es sábado, no tienes clase. Podrás descansar después de una buena resaca. Comerás y beberás lo que quieras gratis, habrá buena música y, quizá, si quitas esa cara amargada, acabes enrollándote con algún chico. —Me miró de arriba abajo, como evaluando si podía convencerme.
Fruncí el ceño, aún más irritada por su insistencia.
—No estoy de humor para fiestas.
Ella rodó los ojos, como si mi resistencia fuera simplemente un desafío más que superar.
—Vamos, Elena, una noche de diversión no te matará. Además, necesitas soltarte un poco. —Se cruzó de brazos, esperando mi respuesta.
De cierta manera, tenía razón. No tenía nada mejor que hacer, excepto quedarme en la residencia, enredada en mis pensamientos, carcomiéndome la cabeza una y otra vez. Hacía mucho que no salía a divertirme; me gustaba bailar, pero desde que ingresé a la universidad, todo se había convertido en una rutina de estudio sin fin. Extrañaba la sensación de dejarme llevar por la música, de sentirme libre y despreocupada, aunque solo fuera por unas horas.
Carla, al darse cuenta de que me había quedado callada pensando, se dirigió nuevamente hacia su armario. Rápidamente sacó dos vestidos súper cortos, colgados en ganchos, y me los mostró con una sonrisa victoriosa.
—Entonces, ¿Cuál crees que debería usar esta noche? —preguntó, sosteniendo los vestidos a la altura de su pecho y balanceándolos de un lado a otro.
Alcé los hombros, indiferente.
—Cualquiera te quedaría bien.
Ella rodó los ojos, como si mi respuesta hubiera sido obvia.
—Ya sé —expresó, como si eso fuera un hecho innegable—, pero necesito saber cuál me quedaría mucho mejor.
Hice una pausa, observando con detenimiento las llamativas prendas.
—Quizás el negro —dije finalmente, señalando el atuendo oscuro.
Ella evaluó mi comentario como si fuera una nueva y emocionante opción que acababa de considerar. El tejido negro tenía un brillo sutil bajo la luz, y el corte ajustado prometía resaltar su figura esbelta de manera sofisticada. Carla lo examinó detenidamente, como si estuviera visualizando cómo se vería en la fiesta, antes de devolver su atención a mí con una mirada de aprobación.
—¡Gracias! —exclamó, claramente satisfecha con mi elección. Sus ojos brillaron con una mezcla de entusiasmo y alivio, como si hubiera encontrado justo lo que necesitaba para destacar en la noche.
—¡Ahora tú! —dijo Carla, sin perder el ímpetu.
Suspiré pesadamente, sabiendo que no tenía escapatoria. Me dirigí hacia mi armario y, con un gesto resignado, abrí las puertas para examinar lo que tenía. Pero antes de que pudiera tocar siquiera algo, la pelirroja se acercó rápidamente y empezó a sacar faldas, vestidos y blusas con una energía frenética.
—Vamos, vamos, elige algo —instó, moviendo las prendas a un lado y al otro, como si estuviera organizando una exhibición de moda en mi habitación. Su entusiasmo era muy evidente, y la invasión de su estilo de vida parecía un torbellino en medio de mi propio espacio.
Cuando estaba a punto de optar por un top corto que me parecía cómodo y sencillo, Carla, como de costumbre, intervino. Con un gesto decidido, señaló un pequeño vestido que no era tan ajustado como el suyo, pero que aún así prometía resaltar mis curvas de manera elegante. Era de un verde satinado, con la espalda descubierta, y el tejido caía con una fluidez que acentuaba el movimiento, mientras el color intenso contrastaba maravillosamente con el tono de mi piel. La prenda ofrecía un aire sofisticado y seductor, ideal para destacar sin dejar de ser refinada.
—Este —dijo, su tono no admitía discusión—. ¡Definitivamente es el que debes usar!
Aunque no tenía claro adónde íbamos, parecía que nuestras vestimentas eran una mezcla perfecta entre elegante y relajado, algo que podría funcionar para cualquier tipo de ocasión.
—¿Y no piensas decirme a dónde vamos? —le pregunté, tratando de obtener alguna pista sobre el destino.
Carla, que estaba agachada buscando unos tacones, se incorporó lentamente. Sus ojos brillaron con una mezcla de emoción y misterio.
—Es aquí, en la universidad —dijo, con un tono casual que apenas escondía su entusiasmo.
Fruncí el ceño, confundida.
—¿Cómo que en la universidad? —inquirí, sin comprender del todo.
Ella se estiró y sonrió con confianza.
—Sí, en realidad hay un área en el campus con salones de eventos bastante amplios. Son realmente bonitos y versátiles, perfectos para este tipo de fiesta.
Me resultaba difícil creer que no supiera todo acerca del lugar en el que estudiaba y vivía. Aunque muchas cosas sobre la universidad aún eran un misterio para mí, pensaba que al menos cosas tan básicas como estas debería conocerlas.—¿No se supone que también es tu primer año? —pregunté, frunciendo el ceño con incredulidad. Carla se irguió, dejando de buscar en su armario y girándose para mirarme.—Sí, lo es —respondió con una sonrisa traviesa—, pero he hecho algunos amigos de años superiores que me han mostrado todos los rincones secretos. —Hizo una pausa, su mirada se iluminó con entusiasmo—. Además, estos eventos no son tan publicitados. Solo los que están en el círculo correcto lo saben.—¿Por eso mencionaste algo de una tarjeta? —dije, comenzando a entender—. O sea, ¿que son fiestas... privadas?Ella asintió, y sus ojos empezaron a brillar con complicidad.—Exacto. Son exclusivas y muy selectas. No cualquiera puede entrar. Necesitas una invitación o, en este caso, una tarjeta es
La pelirroja regresó rápidamente a mi lado, y sin decir una palabra, emprendimos nuevamente el camino. Mientras avanzábamos, no pude contener mi curiosidad.—¿Quién era él? —pregunté, tratando de sonar casual.—Uno de los chicos con los que tengo sexo—respondió ella con un tono despreocupado.—Fue muy afectuoso contigo —comenté, recordando el beso en la mejilla y la mano en su cintura.Carla hizo una mueca y rodó los ojos.—Sí, a veces suelen confundirse y se vuelven muy cariñosos, pero ya le he dejado las cosas claras. Ya sabes, para que no se ilusionen —dijo, encogiéndose de hombros con indiferencia.—¿Y por qué no tener una pareja fija? —pregunté, genuinamente curiosa.Carla me miró como si se cansara de repetir lo mismo.—Otra vez con eso... —suspiró—. Soy joven y bonita, tengo que vivir todo lo que pueda —respondió con media sonrisa.La entendía. Estar en una relación amorosa implicaba mucha responsabilidad, especialmente porque podías encontrarte con cualquier tipejo. De cierta
Valeria estaba tan campante, con una sonrisa socarrona, como si no estuviera engañando a su novio. Y no estábamos hablando de cualquier hombre; era Lucas, el capitán del equipo de fútbol, el que manda, el que impone y hace lo que quiere. Y ahora su chica le está siendo infiel frente a toda la universidad, o al menos frente a aquellos con suficiente dinero para estar aquí.Valeria parecía despreocupada, casi orgullosa, mientras jugueteaba con un mechón de su cabello y susurraba algo al oído de su acompañante. El tipo, con una expresión de satisfacción, la abrazó por la cintura, ajeno o indiferente a la magnitud de lo que estaba sucediendo. Sentí una mezcla de incredulidad y fascinación al ver la escena. ¿Cómo podía ser tan descarada?Carla, notando mi asombro, siguió mi mirada y también se dio cuenta de quién era la chica.—Bueno, bueno... parece que alguien se está divirtiendo —comentó, levantando una ceja con interés.—¿Sabes quién es su novio? —le pregunté, aún sorprendida.Ella se r
Ahogué la risa, ¿qué se creía él, un postre que valía millones de dólares para comprarlo sólo una vez en la vida y disfrutarlo un momento? La idea era absurda. En realidad, Lucas era sólo otro niño rico malcriado, acostumbrado a conseguir todo lo que quería sin esforzarse.—Ya te lo he dicho, es un tipo arrogante, con derecho a todo y absolutamente indeseable como pareja romántica.—Bueno, ya sabes lo que dicen sobre las caras bonitas y los cerebros inútiles —dijo Carla con una sonrisa—. Por eso solo debes disfrutar.De repente, el humo surgió de la nada, se elevó por la habitación y cubrió cada superficie con una suave capa similar a una neblina. El aroma era único, ni acre ni agradable, simplemente... de otro mundo.—¿Qué es esto? —pregunté tosiendo, agitando una mano frente a mi rostro para despejar la niebla. Pero la música atronadora, ahora mucho más alta, ahogó cualquier respuesta, obligándome a ahuecar las manos sobre mis oídos para intentar escuchar a Carla.—... olvidé decirte
—¡Cállate! —le espeté, mi paciencia se estaba agotando—. No quiero oír ni una palabra más de tu sucia boca. Eres imposible, ¿lo sabías?Lo miré con enojo, mi ira ardía a fuego lento. ¿Cómo podía una persona estar tan exasperantemente segura de sí misma, acerca de lo que decía? ¿esa era la manera en la que las chicas caían rendidas a sus pies?—Eres incluso más tentadora cuando te enfadas conmigo.Su actitud despreocupada y su comentario impertinente solo aumentaron mi irritabilidad y deseé que se retractara. Pero él simplemente se encogió de hombros, con una sonrisa pícara en sus labios.—Oye, solo estoy afirmando hechos. Tu espíritu fogoso solo aumenta tu atractivo. —Su voz se convirtió en un susurro ronco, haciendo que mi piel se erizara—. Me pregunto cuán intenso sería el sexo entre nosotros...No soportaba seguir escuchándolo, las provocativas imágenes que ya se desplegaban en mi mente eran demasiado incitantes para ignorarlas. Con un gruñido de frustración, giré sobre mis talones
—¿Qué demonios…? —empecé a decir, pero las palabras se me quedaron en la garganta mientras el suelo continuaba su vertiginosa rotación. Los fuertes brazos de Lucas me envolvieron, estabilizando mi cuerpo vacilante mientras yo luchaba por comprender el extraño fenómeno que se desarrollaba ante mis ojos incrédulos. En medio de la turbulenta escena, no pude evitar acercarme más a él, ansiando la estabilidad que solo su toque proporcionaba.Mi mente se apresuraba a encontrarle sentido a aquel inesperado suceso. Me llevé una mano a la frente, intentando despejar la bruma que nublaba mis pensamientos. ¿Estaba borracha? no, seguro que no, no había bebido lo suficiente como para perder el equilibrio de esa manera, sobre todo teniendo en cuenta mi tolerancia. Y, sin embargo, la sensación desorientadora persistía, dejándome mareada y desequilibrada.—¿Es tu primera vez aquí? —la voz de Lucas atravesó el estruendo, sus palabras estaban cargadas de diversión mientras me sujetaba firmemente por la
Su figura musculosa estaba estirada a mi lado, ocupando más espacio del que parecía razonable. Su pecho desnudo subía y bajaba con un ritmo lento y constante, revelando la firmeza de los músculos definidos que, incluso en reposo, parecían estar listos para la acción. Un mechón de su cabello oscuro y desordenado le caía despreocupadamente sobre la frente, contrastando con su piel blanca. Su rostro, relajado en el sueño, tenía una expresión serena, casi vulnerable, pero era su boca lo que más capturó mi interés. Sus labios, ligeramente entreabiertos, esbozaban una pequeña sonrisa, como si incluso dormido, fuera consciente de su efecto en los demás.Mis pensamientos empezaron a correr descontrolados. ¿Cómo había terminado aquí, junto a él? Los recuerdos de la noche anterior se arremolinaban en mi mente, volviendo en fragmentos desordenados: la fiesta, su tacto, el vértigo que experimenté y luego...nada.—Mierda, no, no, no —murmuré en voz baja.Me llevé la mano a la frente como si intenta
Nunca imaginé que mi primer día en la universidad sería tan caótico. Mientras caminaba por el campus con mi mapa arrugado, tratando de encontrar el edificio de ciencias, me di cuenta de que todo esto era mucho más grande de lo que había esperado. Las personas iban de un lado a otro, hablando, riendo, como si ya pertenecieran a este sitio, mientras yo me sentía completamente fuera de lugar.Venir de un pequeño pueblo a una ciudad grande y bulliciosa era abrumador. No conocía a nadie aquí, y estar completamente sola me hacía sentir vulnerable. Todo lo que había conocido estaba a kilómetros de distancia, y aunque había estado emocionada por este nuevo comienzo, ahora solo sentía un nudo en el estómago.Finalmente, encontré el aula 203 y entré justo antes de que el profesor comenzara la clase. Busqué un asiento libre y me senté, tratando de pasar desapercibida. Sin embargo, eso fue imposible cuando una figura alta y oscura se plantó frente a mí.—Ese es mi asiento —dijo con voz grave.Lev