Capítulo 22. ¿Qué te detiene?

Hice una mueca, tratando de ocultar mi frustración.

—Lo último que quiero hacer ahora es buscar una prenda para que te vayas de fiesta, Carla.

—Habrá aperitivos, alcohol y muchos chicos sexys. Necesito toda la ayuda que pueda obtener porque estoy super indecisa sobre qué vestidito usar. ¡Vamos, por favor! —imploró, juntando las manos y haciendo un puchero que añadía un toque dramático a su petición.

Ignorando sus alaridos, me dirigí hacia la puerta con firmeza. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, ella apareció frente a mí, bloqueando la salida con un gesto de súplica.

—No me dejes en esto sola —dijo con un tono de desesperación.

La apunté con un dedo, sintiendo cómo la rabia crecía dentro de mí.

—Me estás haciendo enojar, Carla —hablé con dureza, con la esperanza de que entendiera lo seria que era mi advertencia.

De repente, su teléfono vibró. Lo sacó de su bolsillo trasero con un movimiento rápido y, con un suspiro, me dijo que necesitaba atender la llamada. Traté de apartarla de mi camino, tirando de su brazo, pero ella se mantuvo firmemente en su lugar, conversando en voz baja.

Cansada, volteé los ojos, era una chica sumamente caprichosa.

Miré con impaciencia mientras escuchaba fragmentos de su conversación.

—¿Cómo que te enfermaste? M****a —exclamó con molestia.

Luego, con un tono más urgente, preguntó:

—¿Tienes tu tarjeta?

Después de unos cuantos segundos, volvió a platicar con la persona al otro lado del teléfono.

—Ajá, puedo pasar por ella.

Finalmente, me lanzó una mirada decidida y casi triunfante.

—Ya tengo una amiga a quien llevar —dijo, claramente dispuesta a arrastrarme con ella a cualquier sitio que se le ocurriera.

—No, de ninguna manera —respondí con firmeza.

Carla soltó una risa que resonó en la habitación y, sin esperar un comentario más, colgó el teléfono.

—¿Qué te detiene? —insistió, con una sonrisa astuta mientras se acercaba más a mí—. Mañana es sábado, no tienes clase. Podrás descansar después de una buena resaca. Comerás y beberás lo que quieras gratis, habrá buena música y, quizá, si quitas esa cara amargada, acabes enrollándote con algún chico. —Me miró de arriba abajo, como evaluando si podía convencerme.

Fruncí el ceño, aún más irritada por su insistencia.

—No estoy de humor para fiestas.

Ella rodó los ojos, como si mi resistencia fuera simplemente un desafío más que superar.

—Vamos, Elena, una noche de diversión no te matará. Además, necesitas soltarte un poco. —Se cruzó de brazos, esperando mi respuesta.

De cierta manera, tenía razón. No tenía nada mejor que hacer, excepto quedarme en la residencia, enredada en mis pensamientos, carcomiéndome la cabeza una y otra vez. Hacía mucho que no salía a divertirme; me gustaba bailar, pero desde que ingresé a la universidad, todo se había convertido en una rutina de estudio sin fin. Extrañaba la sensación de dejarme llevar por la música, de sentirme libre y despreocupada, aunque solo fuera por unas horas.

Carla, al darse cuenta de que me había quedado callada pensando, se dirigió nuevamente hacia su armario. Rápidamente sacó dos vestidos súper cortos, colgados en ganchos, y me los mostró con una sonrisa victoriosa.

—Entonces, ¿Cuál crees que debería usar esta noche? —preguntó, sosteniendo los vestidos a la altura de su pecho y balanceándolos de un lado a otro.

Alcé los hombros, indiferente.

—Cualquiera te quedaría bien.

Ella rodó los ojos, como si mi respuesta hubiera sido obvia.

—Ya sé —expresó, como si eso fuera un hecho innegable—, pero necesito saber cuál me quedaría mucho mejor.

Hice una pausa, observando con detenimiento las llamativas prendas.

—Quizás el negro —dije finalmente, señalando el atuendo oscuro.

Ella evaluó mi comentario como si fuera una nueva y emocionante opción que acababa de considerar. El tejido negro tenía un brillo sutil bajo la luz, y el corte ajustado prometía resaltar su figura esbelta de manera sofisticada. Carla lo examinó detenidamente, como si estuviera visualizando cómo se vería en la fiesta, antes de devolver su atención a mí con una mirada de aprobación.

—¡Gracias! —exclamó, claramente satisfecha con mi elección. Sus ojos brillaron con una mezcla de entusiasmo y alivio, como si hubiera encontrado justo lo que necesitaba para destacar en la noche.

—¡Ahora tú! —dijo Carla, sin perder el ímpetu.

Suspiré pesadamente, sabiendo que no tenía escapatoria. Me dirigí hacia mi armario y, con un gesto resignado, abrí las puertas para examinar lo que tenía. Pero antes de que pudiera tocar siquiera algo, la pelirroja se acercó rápidamente y empezó a sacar faldas, vestidos y blusas con una energía frenética.

—Vamos, vamos, elige algo —instó, moviendo las prendas a un lado y al otro, como si estuviera organizando una exhibición de moda en mi habitación. Su entusiasmo era muy evidente, y la invasión de su estilo de vida parecía un torbellino en medio de mi propio espacio.

Cuando estaba a punto de optar por un top corto que me parecía cómodo y sencillo, Carla, como de costumbre, intervino. Con un gesto decidido, señaló un pequeño vestido que no era tan ajustado como el suyo, pero que aún así prometía resaltar mis curvas de manera elegante. Era de un verde satinado, con la espalda descubierta, y el tejido caía con una fluidez que acentuaba el movimiento, mientras el color intenso contrastaba maravillosamente con el tono de mi piel. La prenda ofrecía un aire sofisticado y seductor, ideal para destacar sin dejar de ser refinada.

—Este —dijo, su tono no admitía discusión—. ¡Definitivamente es el que debes usar!

Aunque no tenía claro adónde íbamos, parecía que nuestras vestimentas eran una mezcla perfecta entre elegante y relajado, algo que podría funcionar para cualquier tipo de ocasión.

—¿Y no piensas decirme a dónde vamos? —le pregunté, tratando de obtener alguna pista sobre el destino.

Carla, que estaba agachada buscando unos tacones, se incorporó lentamente. Sus ojos brillaron con una mezcla de emoción y misterio.

—Es aquí, en la universidad —dijo, con un tono casual que apenas escondía su entusiasmo.

Fruncí el ceño, confundida.

—¿Cómo que en la universidad? —inquirí, sin comprender del todo.

Ella se estiró y sonrió con confianza.

—Sí, en realidad hay un área en el campus con salones de eventos bastante amplios. Son realmente bonitos y versátiles, perfectos para este tipo de fiesta.

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