Capítulo 21. Carla

Pero la que se llevó una sorpresa fui yo cuando me di cuenta de que la chica con el labial corrido y la ropa arrugada era Carla. Ella levantó una ceja y abrió los ojos como si estuviera en shock al encontrarme allí. En un instante, su asombro se transformó en molestia.

—¿Qué rayos haces aquí? —preguntó, con un tono lleno de irritación, como si yo fuera la intrusa en esta situación absurda.

—¿Qué rayos hago yo aquí? —respondí, con mi indignación creciendo—. ¡Esta es mi habitación! ¡Aquí duermo!

Carla me miró de arriba abajo, como si evaluara mi presencia.

—¿No deberías estar en clases? —dijo, con fastidio.

—Me cambiaron el horario —contesté, cruzando los brazos—. ¿Y tú? ¿No deberías estar estudiando en lugar de estar casi cogiéndote a un tipo, que probablemente ni siquiera conoces, en un dormitorio compartido?

—No sabía que ibas a estar aquí —respondió, como si eso justificara todo.

Se dio la vuelta, tomando la mano del desconocido, y cerró la puerta tras de sí, dejándome en una mezcla de enojo y desconcierto.

Dos minutos después, la puerta se abrió de nuevo con un golpe. Carla entró, su expresión era de enojo y sus ojos ardían de rabia al mirarme.

—¿Ahora resulta que soy yo la mala? —pregunté, levantando una ceja.

—Lo arruinaste —espetó ella—. Ahora tendré que esperar al menos un mes para volver a estar a solas con él.

La miré, incrédula ante su actitud.

—¿De verdad estás enojada conmigo por eso? —dije, intentando mantener la calma—. Carla, esto es ridículo. Este es mi espacio también, y merezco un poco de respeto.

Ella bufó, cruzando los brazos.

—Bueno, para la próxima avisa si vas a estar aquí, así no tendré que preocuparme por encontrarte.

No pude evitar soltar una risa amarga.

—Avisar si voy a estar en mi propia habitación. Claro, cómo no.

Era una descarada.

—Y, por cierto, estaba guapísimo, Elena. Oportunidades como esa no se presentan todos los días, ¿sabes?

—Me da igual si era el hombre más sexy del mundo —contesté con una frialdad que no dejaba lugar a malentendidos—. Primero, traer a alguien a la residencia es motivo de expulsión. Segundo, estamos aquí para estudiar, no para pasar la mayor parte del tiempo, por no decir todo, con el primer pendejo que se cruce en el camino. Y tercero, yo estoy aquí y prefiero proteger mis ojos de cualquier espectáculo indeseado.

—Ay, por favor, ya te pareces a mi mamá —dijo ella con un tono de burla, saltando a su cama con una actitud como si se desentendiera de todo—. No tiene nada de malo disfrutar de la juventud si eres bonita y carismática, como yo.

La verdad es que era preciosa. Su piel bronceada, de un tono moreno radiante, contrastaba con el liso cabello rojo intenso que caía en una melena perfectamente cuidada. Sus largas pestañas acentuaban el verde vibrante de sus ojos, y su figura esbelta y estilizada no hacía más que resaltar su elegancia innata. Cualquiera caería a sus pies.

—Puedes disfrutar de tu juventud de la puerta hacia afuera, como por ejemplo en los baños —dije con una sonrisa irónica, tratando de mantener mi tono ligero.

Carla frunció el ceño, mirando al suelo antes de levantar la vista para responder.

—Ya lo he intentado, pero es muy incómodo. La gente entra y sale todo el tiempo.

Su respuesta me dejó estupefacta. Mi comentario había sido una broma, pero ella lo tomó en serio. La sorpresa me hizo parpadear varias veces antes de poder articular una respuesta.

—¿Nunca te han pillado? —pregunté, tratando de comprender si estaba escuchando bien.

Ella negó con la cabeza, con una expresión que reflejaba una mezcla de orgullo y resignación.

—Nunca. —Su tono era firme, como si esa fuera la respuesta definitiva.

—Vaya, te gusta tentar a la suerte, ¿no? —dije, todavía atónita por la seriedad de su respuesta.

Carla se encogió de hombros, como si no le importara en lo más mínimo.

—No es eso —dijo, con una mezcla de desdén y sinceridad—. Todos tenemos necesidades, y el sexo es una de ellas. Incluso un autor reconocido como Maslow lo pensaba así, a tal punto de considerarlo en un nivel primario, casi indispensable. No es como si pudiera ignorarlo solo porque estamos en una residencia.

Aunque no solía ser la más aplicada en clase y prefería disfrutar de fiestas y salidas, Carla parecía tener una comprensión sorprendente de ciertos conceptos psicológicos, a veces de manera inesperada.

—Interesante, ¿Entonces esa es tu excusa para comportarte de esta manera? —pregunté, levantando una ceja, aún incrédula.

Carla, visiblemente cansada y con un aire de niña mimada a la que acababan de reprender, se incorporó de su cama con dramatismo. Arrastró las palabras con un tono melancólico y juguetón.

—Bien, mamá, no lo volveré a hacer. —Hizo una pausa con un toque de teatralidad, mirándome con una picardía que no podía ocultar—. Al menos no aquí mientras tú estés.

Rodé los ojos, incapaz de contener un suspiro exasperado.

—Y no en mi cama, querida, no en mi cama.

Ella se dirigió hacia su armario, buscando algo entre sus pertenencias mientras hablaba.

—Por cierto, ¿por qué tenías los ojos vidriosos cuando llegué?

Fruncí el ceño, sorprendida por lo observadora que parecía ser mi compañera. ¿Cómo había notado ese detalle en el pequeño altercado que tuvimos?

Carla se detuvo un momento, volviéndose hacia mí con una mirada inquisitiva.

—¿Estabas drogada o algo así?

—Claro que no —dije inmediatamente.

Ella se llevó un dedo a una de sus mejillas, pensativa, y arrugó la frente con un aire de curiosidad.

—Entonces, debiste haber llorado o eran lágrimas contenidas, ¿no?

Negué con la cabeza, sintiendo que no debía compartir nada personal con alguien que apenas conocía. Aunque los detalles de mi estado emocional no eran asunto suyo, el hecho de que apenas nos conociéramos me hacía aún más reacia a hablar.

—Estaba drogada —dije con un tono seco, esperanzada de que Carla entendiera la indirecta. Quería que se dejara de indagar en mi vida.

—Oh, vamos, soy buena escuchando —dijo ella con un tono juguetón, como si la conversación pudiera continuar indefinidamente.

Yo, por mi parte, ya no quería seguir platicando. Me levanté de la cama, tratando de disimular mi incomodidad mientras me estiraba y daba una sonrisa exagerada, casi forzada.

—¿Sabes qué? Creo que iré a mi clase no programa.

La pelirroja, al parecer, no estaba dispuesta a dejarme ir tan fácilmente. Se posicionó al lado mío con rapidez y me detuvo, poniendo una mano en mi brazo con una expresión de mezcla entre urgencia y travesura.

—No, no, no, espera —dijo con un tono que no permitía discusión—. Necesito que me ayudes a elegir un vestido para esta noche.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo