Pero la que se llevó una sorpresa fui yo cuando me di cuenta de que la chica con el labial corrido y la ropa arrugada era Carla. Ella levantó una ceja y abrió los ojos como si estuviera en shock al encontrarme allí. En un instante, su asombro se transformó en molestia.
—¿Qué rayos haces aquí? —preguntó, con un tono lleno de irritación, como si yo fuera la intrusa en esta situación absurda.
—¿Qué rayos hago yo aquí? —respondí, con mi indignación creciendo—. ¡Esta es mi habitación! ¡Aquí duermo!
Carla me miró de arriba abajo, como si evaluara mi presencia.
—¿No deberías estar en clases? —dijo, con fastidio.
—Me cambiaron el horario —contesté, cruzando los brazos—. ¿Y tú? ¿No deberías estar estudiando en lugar de estar casi cogiéndote a un tipo, que probablemente ni siquiera conoces, en un dormitorio compartido?
—No sabía que ibas a estar aquí —respondió, como si eso justificara todo.
Se dio la vuelta, tomando la mano del desconocido, y cerró la puerta tras de sí, dejándome en una mezcla de enojo y desconcierto.
Dos minutos después, la puerta se abrió de nuevo con un golpe. Carla entró, su expresión era de enojo y sus ojos ardían de rabia al mirarme.
—¿Ahora resulta que soy yo la mala? —pregunté, levantando una ceja.
—Lo arruinaste —espetó ella—. Ahora tendré que esperar al menos un mes para volver a estar a solas con él.
La miré, incrédula ante su actitud.
—¿De verdad estás enojada conmigo por eso? —dije, intentando mantener la calma—. Carla, esto es ridículo. Este es mi espacio también, y merezco un poco de respeto.
Ella bufó, cruzando los brazos.
—Bueno, para la próxima avisa si vas a estar aquí, así no tendré que preocuparme por encontrarte.
No pude evitar soltar una risa amarga.
—Avisar si voy a estar en mi propia habitación. Claro, cómo no.
Era una descarada.
—Y, por cierto, estaba guapísimo, Elena. Oportunidades como esa no se presentan todos los días, ¿sabes?
—Me da igual si era el hombre más sexy del mundo —contesté con una frialdad que no dejaba lugar a malentendidos—. Primero, traer a alguien a la residencia es motivo de expulsión. Segundo, estamos aquí para estudiar, no para pasar la mayor parte del tiempo, por no decir todo, con el primer pendejo que se cruce en el camino. Y tercero, yo estoy aquí y prefiero proteger mis ojos de cualquier espectáculo indeseado.
—Ay, por favor, ya te pareces a mi mamá —dijo ella con un tono de burla, saltando a su cama con una actitud como si se desentendiera de todo—. No tiene nada de malo disfrutar de la juventud si eres bonita y carismática, como yo.
La verdad es que era preciosa. Su piel bronceada, de un tono moreno radiante, contrastaba con el liso cabello rojo intenso que caía en una melena perfectamente cuidada. Sus largas pestañas acentuaban el verde vibrante de sus ojos, y su figura esbelta y estilizada no hacía más que resaltar su elegancia innata. Cualquiera caería a sus pies.
—Puedes disfrutar de tu juventud de la puerta hacia afuera, como por ejemplo en los baños —dije con una sonrisa irónica, tratando de mantener mi tono ligero.
Carla frunció el ceño, mirando al suelo antes de levantar la vista para responder.
—Ya lo he intentado, pero es muy incómodo. La gente entra y sale todo el tiempo.
Su respuesta me dejó estupefacta. Mi comentario había sido una broma, pero ella lo tomó en serio. La sorpresa me hizo parpadear varias veces antes de poder articular una respuesta.
—¿Nunca te han pillado? —pregunté, tratando de comprender si estaba escuchando bien.
Ella negó con la cabeza, con una expresión que reflejaba una mezcla de orgullo y resignación.
—Nunca. —Su tono era firme, como si esa fuera la respuesta definitiva.
—Vaya, te gusta tentar a la suerte, ¿no? —dije, todavía atónita por la seriedad de su respuesta.
Carla se encogió de hombros, como si no le importara en lo más mínimo.
—No es eso —dijo, con una mezcla de desdén y sinceridad—. Todos tenemos necesidades, y el sexo es una de ellas. Incluso un autor reconocido como Maslow lo pensaba así, a tal punto de considerarlo en un nivel primario, casi indispensable. No es como si pudiera ignorarlo solo porque estamos en una residencia.
Aunque no solía ser la más aplicada en clase y prefería disfrutar de fiestas y salidas, Carla parecía tener una comprensión sorprendente de ciertos conceptos psicológicos, a veces de manera inesperada.
—Interesante, ¿Entonces esa es tu excusa para comportarte de esta manera? —pregunté, levantando una ceja, aún incrédula.
Carla, visiblemente cansada y con un aire de niña mimada a la que acababan de reprender, se incorporó de su cama con dramatismo. Arrastró las palabras con un tono melancólico y juguetón.
—Bien, mamá, no lo volveré a hacer. —Hizo una pausa con un toque de teatralidad, mirándome con una picardía que no podía ocultar—. Al menos no aquí mientras tú estés.
Rodé los ojos, incapaz de contener un suspiro exasperado.
—Y no en mi cama, querida, no en mi cama.
Ella se dirigió hacia su armario, buscando algo entre sus pertenencias mientras hablaba.
—Por cierto, ¿por qué tenías los ojos vidriosos cuando llegué?
Fruncí el ceño, sorprendida por lo observadora que parecía ser mi compañera. ¿Cómo había notado ese detalle en el pequeño altercado que tuvimos?
Carla se detuvo un momento, volviéndose hacia mí con una mirada inquisitiva.
—¿Estabas drogada o algo así?
—Claro que no —dije inmediatamente.
Ella se llevó un dedo a una de sus mejillas, pensativa, y arrugó la frente con un aire de curiosidad.
—Entonces, debiste haber llorado o eran lágrimas contenidas, ¿no?
Negué con la cabeza, sintiendo que no debía compartir nada personal con alguien que apenas conocía. Aunque los detalles de mi estado emocional no eran asunto suyo, el hecho de que apenas nos conociéramos me hacía aún más reacia a hablar.
—Estaba drogada —dije con un tono seco, esperanzada de que Carla entendiera la indirecta. Quería que se dejara de indagar en mi vida.
—Oh, vamos, soy buena escuchando —dijo ella con un tono juguetón, como si la conversación pudiera continuar indefinidamente.
Yo, por mi parte, ya no quería seguir platicando. Me levanté de la cama, tratando de disimular mi incomodidad mientras me estiraba y daba una sonrisa exagerada, casi forzada.
—¿Sabes qué? Creo que iré a mi clase no programa.
La pelirroja, al parecer, no estaba dispuesta a dejarme ir tan fácilmente. Se posicionó al lado mío con rapidez y me detuvo, poniendo una mano en mi brazo con una expresión de mezcla entre urgencia y travesura.
—No, no, no, espera —dijo con un tono que no permitía discusión—. Necesito que me ayudes a elegir un vestido para esta noche.
Hice una mueca, tratando de ocultar mi frustración.—Lo último que quiero hacer ahora es buscar una prenda para que te vayas de fiesta, Carla.—Habrá aperitivos, alcohol y muchos chicos sexys. Necesito toda la ayuda que pueda obtener porque estoy super indecisa sobre qué vestidito usar. ¡Vamos, por favor! —imploró, juntando las manos y haciendo un puchero que añadía un toque dramático a su petición.Ignorando sus alaridos, me dirigí hacia la puerta con firmeza. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, ella apareció frente a mí, bloqueando la salida con un gesto de súplica.—No me dejes en esto sola —dijo con un tono de desesperación.La apunté con un dedo, sintiendo cómo la rabia crecía dentro de mí.—Me estás haciendo enojar, Carla —hablé con dureza, con la esperanza de que entendiera lo seria que era mi advertencia.De repente, su teléfono vibró. Lo sacó de su bolsillo trasero con un movimiento rápido y, con un suspiro, me dijo que necesitaba atender la llamada. Traté de apartarla
Me resultaba difícil creer que no supiera todo acerca del lugar en el que estudiaba y vivía. Aunque muchas cosas sobre la universidad aún eran un misterio para mí, pensaba que al menos cosas tan básicas como estas debería conocerlas.—¿No se supone que también es tu primer año? —pregunté, frunciendo el ceño con incredulidad. Carla se irguió, dejando de buscar en su armario y girándose para mirarme.—Sí, lo es —respondió con una sonrisa traviesa—, pero he hecho algunos amigos de años superiores que me han mostrado todos los rincones secretos. —Hizo una pausa, su mirada se iluminó con entusiasmo—. Además, estos eventos no son tan publicitados. Solo los que están en el círculo correcto lo saben.—¿Por eso mencionaste algo de una tarjeta? —dije, comenzando a entender—. O sea, ¿que son fiestas... privadas?Ella asintió, y sus ojos empezaron a brillar con complicidad.—Exacto. Son exclusivas y muy selectas. No cualquiera puede entrar. Necesitas una invitación o, en este caso, una tarjeta es
La pelirroja regresó rápidamente a mi lado, y sin decir una palabra, emprendimos nuevamente el camino. Mientras avanzábamos, no pude contener mi curiosidad.—¿Quién era él? —pregunté, tratando de sonar casual.—Uno de los chicos con los que tengo sexo—respondió ella con un tono despreocupado.—Fue muy afectuoso contigo —comenté, recordando el beso en la mejilla y la mano en su cintura.Carla hizo una mueca y rodó los ojos.—Sí, a veces suelen confundirse y se vuelven muy cariñosos, pero ya le he dejado las cosas claras. Ya sabes, para que no se ilusionen —dijo, encogiéndose de hombros con indiferencia.—¿Y por qué no tener una pareja fija? —pregunté, genuinamente curiosa.Carla me miró como si se cansara de repetir lo mismo.—Otra vez con eso... —suspiró—. Soy joven y bonita, tengo que vivir todo lo que pueda —respondió con media sonrisa.La entendía. Estar en una relación amorosa implicaba mucha responsabilidad, especialmente porque podías encontrarte con cualquier tipejo. De cierta
Valeria estaba tan campante, con una sonrisa socarrona, como si no estuviera engañando a su novio. Y no estábamos hablando de cualquier hombre; era Lucas, el capitán del equipo de fútbol, el que manda, el que impone y hace lo que quiere. Y ahora su chica le está siendo infiel frente a toda la universidad, o al menos frente a aquellos con suficiente dinero para estar aquí.Valeria parecía despreocupada, casi orgullosa, mientras jugueteaba con un mechón de su cabello y susurraba algo al oído de su acompañante. El tipo, con una expresión de satisfacción, la abrazó por la cintura, ajeno o indiferente a la magnitud de lo que estaba sucediendo. Sentí una mezcla de incredulidad y fascinación al ver la escena. ¿Cómo podía ser tan descarada?Carla, notando mi asombro, siguió mi mirada y también se dio cuenta de quién era la chica.—Bueno, bueno... parece que alguien se está divirtiendo —comentó, levantando una ceja con interés.—¿Sabes quién es su novio? —le pregunté, aún sorprendida.Ella se r
Ahogué la risa, ¿qué se creía él, un postre que valía millones de dólares para comprarlo sólo una vez en la vida y disfrutarlo un momento? La idea era absurda. En realidad, Lucas era sólo otro niño rico malcriado, acostumbrado a conseguir todo lo que quería sin esforzarse.—Ya te lo he dicho, es un tipo arrogante, con derecho a todo y absolutamente indeseable como pareja romántica.—Bueno, ya sabes lo que dicen sobre las caras bonitas y los cerebros inútiles —dijo Carla con una sonrisa—. Por eso solo debes disfrutar.De repente, el humo surgió de la nada, se elevó por la habitación y cubrió cada superficie con una suave capa similar a una neblina. El aroma era único, ni acre ni agradable, simplemente... de otro mundo.—¿Qué es esto? —pregunté tosiendo, agitando una mano frente a mi rostro para despejar la niebla. Pero la música atronadora, ahora mucho más alta, ahogó cualquier respuesta, obligándome a ahuecar las manos sobre mis oídos para intentar escuchar a Carla.—... olvidé decirte
—¡Cállate! —le espeté, mi paciencia se estaba agotando—. No quiero oír ni una palabra más de tu sucia boca. Eres imposible, ¿lo sabías?Lo miré con enojo, mi ira ardía a fuego lento. ¿Cómo podía una persona estar tan exasperantemente segura de sí misma, acerca de lo que decía? ¿esa era la manera en la que las chicas caían rendidas a sus pies?—Eres incluso más tentadora cuando te enfadas conmigo.Su actitud despreocupada y su comentario impertinente solo aumentaron mi irritabilidad y deseé que se retractara. Pero él simplemente se encogió de hombros, con una sonrisa pícara en sus labios.—Oye, solo estoy afirmando hechos. Tu espíritu fogoso solo aumenta tu atractivo. —Su voz se convirtió en un susurro ronco, haciendo que mi piel se erizara—. Me pregunto cuán intenso sería el sexo entre nosotros...No soportaba seguir escuchándolo, las provocativas imágenes que ya se desplegaban en mi mente eran demasiado incitantes para ignorarlas. Con un gruñido de frustración, giré sobre mis talones
—¿Qué demonios…? —empecé a decir, pero las palabras se me quedaron en la garganta mientras el suelo continuaba su vertiginosa rotación. Los fuertes brazos de Lucas me envolvieron, estabilizando mi cuerpo vacilante mientras yo luchaba por comprender el extraño fenómeno que se desarrollaba ante mis ojos incrédulos. En medio de la turbulenta escena, no pude evitar acercarme más a él, ansiando la estabilidad que solo su toque proporcionaba.Mi mente se apresuraba a encontrarle sentido a aquel inesperado suceso. Me llevé una mano a la frente, intentando despejar la bruma que nublaba mis pensamientos. ¿Estaba borracha? no, seguro que no, no había bebido lo suficiente como para perder el equilibrio de esa manera, sobre todo teniendo en cuenta mi tolerancia. Y, sin embargo, la sensación desorientadora persistía, dejándome mareada y desequilibrada.—¿Es tu primera vez aquí? —la voz de Lucas atravesó el estruendo, sus palabras estaban cargadas de diversión mientras me sujetaba firmemente por la
Su figura musculosa estaba estirada a mi lado, ocupando más espacio del que parecía razonable. Su pecho desnudo subía y bajaba con un ritmo lento y constante, revelando la firmeza de los músculos definidos que, incluso en reposo, parecían estar listos para la acción. Un mechón de su cabello oscuro y desordenado le caía despreocupadamente sobre la frente, contrastando con su piel blanca. Su rostro, relajado en el sueño, tenía una expresión serena, casi vulnerable, pero era su boca lo que más capturó mi interés. Sus labios, ligeramente entreabiertos, esbozaban una pequeña sonrisa, como si incluso dormido, fuera consciente de su efecto en los demás.Mis pensamientos empezaron a correr descontrolados. ¿Cómo había terminado aquí, junto a él? Los recuerdos de la noche anterior se arremolinaban en mi mente, volviendo en fragmentos desordenados: la fiesta, su tacto, el vértigo que experimenté y luego...nada.—Mierda, no, no, no —murmuré en voz baja.Me llevé la mano a la frente como si intenta