—¿A qué te refieres? —preguntó Sara, frunciendo el ceño.
Me puse las manos en el rostro, sintiendo la presión acumulada en mi cabeza.
—Ya no sé ni lo que digo —murmuré, dejando caer las manos a los lados—. Vayamos por algo de comer. Necesito distraerme un poco.
Nos dirigimos a la cafetería común, un lugar que siempre me había encantado. No solo ofrecía una variedad deliciosa de comida tipo buffet, sino que también la arquitectura era impresionante. Al cruzar las puertas, el aire acondicionado nos envolvió en un fresco abrazo, alejándonos del calor sofocante del exterior.
Las paredes estaban decoradas con paneles de madera oscura, y las mesas de mármol blanco brillaban bajo la luz suave de las lámparas colgantes. Grandes ventanales con cortinas de terciopelo rojo permitían la entrada de luz natural, creando un ambiente cálido y acogedor. Las sillas tapizadas en cuero negro y los detalles dorados en la decoración añadían un toque de sofisticación que hacía que el lugar se sintiera lujoso.
El buffet ofrecía una impresionante selección de platos, desde ensaladas frescas hasta platos principales dignos de un restaurante de alta gama. La estación de postres era una delicia visual, con una variedad de pasteles y tartas que hacían agua la boca, y una fuente de chocolate que burbujeaba tentadoramente en una esquina.
Pero, a pesar de toda esta maravilla, no podía evitar sentir una punzada de tristeza. Este lugar, tan lleno de lujo y encanto, me hacía recordar que no podía compartirlo con mi familia. Pensar en cómo disfrutarían de todo esto, en cómo sus caras se iluminarían ante tanta belleza y buen comer, me hacía sentir una mezcla agridulce de gratitud y anhelo.
—¿Quieres carne? —preguntó Sara, rompiendo el silencio mientras se dirigía hacia la estación de alimentos.
—Claro —respondí.
Con una cuchara de servir en mano, comencé a llenar mi plato con trozos de carne perfectamente dorada. Opté por una suculenta pieza de costilla, cuyo exterior crujiente contrastaba con la ternura de su interior. Además, añadí unas porciones de puré de papas cremoso y unas tiras de verduras asadas, cuyos colores vibrantes eran un deleite para el paladar.
Sara, por su parte, escogió una generosa porción de filete de res y lo acompañó con arroz y una ensalada mixta. Su elección parecía tan apetecible como la mía.
Buscamos una mesa junto a una de las ventanas, donde nos sentamos y empezamos a comer en silencio. Era como si hubiéramos acordado tácitamente no volver a hablar sobre lo que había pasado hace tan solo media hora. La comida, exquisita y bien presentada, ayudaba a desviar nuestra atención de la extraña experiencia que acabábamos de vivir.
Mientras saboreaba cada bocado, no podía evitar reflexionar sobre la situación. La verdad es que, en el fondo, no habíamos hecho nada verdaderamente malo. ¿Pero era normal que los jugadores estuvieran, literalmente, encerrados en la cancha? Pensar en los dos chicos que parecían estar vigilando el lugar añadía un aire de misterio a todo el asunto. ¿Qué se suponía que iban a hacer si descubrían nuestra presencia?
La pregunta seguía rondando en mi mente: ¿era realmente un delito lo que habíamos hecho? O era simplemente una violación de las normas no escritas de un lugar tan exclusivo y restringido. El hecho de que todo pareciera tan secreto y controlado lo hacía aún más desconcertante.
—No puede ser —murmuró Sara en un tono de frustración, mientras cortaba su filete.
Al levantar la vista, vi cómo Lucas y todo su séquito pasaban por las puertas de la cafetería. Ya no llevaba el uniforme de entrenamiento; en lugar de eso, vestía una camiseta casual que resaltaba sus tatuajes y tenía el cabello aún húmedo, como si se hubiera duchado recientemente. Detrás de él, Valeria y las otras dos muchachas que solían estar a su lado, o más bien siendo su sombra, los seguían de cerca, y no podía evitar notar cómo se movían con una elegancia y seguridad que parecía propia de quienes pertenecen a ese entorno.
También estaba el chico de mi amiga, Sebastián, riendo con un hombre joven que hasta el momento no conocía su nombre, compartiendo una conversación animada. El grupo avanzaba con una naturalidad y desinhibición que se diferenciaba de nosotras, que estábamos tensionadas, a tal punto en que se podía sentir en el aire. La presencia de todos ellos en la misma cafetería hacía que la situación se sintiera aún más incómoda.
Se dirigieron hacia una mesa que, ahora que la miraba con más detenimiento, parecía haber sido diseñada especialmente para ellos. Era de un color y un acabado que resaltaban frente al resto de las mesas en el comedor, como si la exclusividad estuviera marcada incluso en el mobiliario.
Cada uno de ellos se sirvió una abundante cantidad de comida, especialmente carne. Los platos estaban repletos de suculentos cortes, desde filetes perfectamente asados hasta jugosas costillas. La cantidad era realmente sorprendente; parecía que estaban preparados para un banquete más que para una simple comida. Se servían con tanta soltura y sin preocuparse por las miradas ajenas, como si estuvieran en su propio festín privado.
Ambas estábamos en una posición estratégica desde donde podíamos observarlos con claridad debido al ángulo en el que se encontraban.
De repente, noté que Lucas estaba involucrado en una conversación con Carolina, quien estaba frente a él. Su expresión era seria y su tono de voz serio. Ella, visiblemente incómoda, levantó los hombros en un gesto que denotaba desdén o resignación. Lucas, claramente frustrado, golpeó la mesa con un impacto que resonó en el comedor. Su rostro mostraba una furia apenas contenida mientras le hacía un gesto a Carolina para que se pusiera de pie. Ella, obedeciendo sin dudar, dejó su almuerzo y salió de la cafetería, espera...¡¿qué?! ¿esta chica estaba acatando una orden como si él fuera a quien le rindiera cuentas?
De la nada, Sara, que estaba al lado mío, se pasó al asiento de enfrente, dándole la espalda a la escena que acababan de montar. La miré con confusión.
—Es un tipo muy agresivo. Tan solo verlo me genera miedo —dijo en voz baja, como si no quisiera que nadie más la oyera.
Era cierto, él no se caracterizaba por su paciencia y amabilidad. Desde el primer momento que lo conocí, su actitud había sido la de alguien que disfrutaba ejerciendo su autoridad. Sus comentarios sarcásticos y burlones eran su forma de comunicación más habitual, siempre buscando la manera de hacer sentir a los demás inferiores o incómodos.Había presenciado cómo usaba su posición para intimidar a quienes se interponían en su camino, y su temperamento explosivo no era ningún secreto entre quienes lo conocían.Carolina no tardó mucho en regresar, esta vez con una carpeta en las manos. Desde mi lugar, logré distinguir que dentro de ella había los mismos papeles con textura peculiar que Valeria nos había tendido, aquellos en los que Sara y yo habíamos puesto nuestras huellas. La conexión entre la carpeta y el enfado de Lucas se hizo más clara en mi mente. Su novia había dicho que Carolina se encargaba de esos documentos, pero ahora parecía que había algo más en juego o quizá no estaba ha
El colchón se amoldó a mi cuerpo, proporcionando un alivio temporal mientras la gravedad de la situación seguía presionando en mi mente.Justo entonces, el sonido familiar de mi teléfono rompió el silencio. Saqué el celular del bolsillo y vi el nombre "Mamá" en la pantalla. Una sonrisa se dibujó en mi rostro de inmediato, iluminando el momento con un rayo de esperanza. Contesté la llamada, sintiendo una calidez reconfortante solo al escuchar su voz.—Hola, mamá —dije, tratando de mantener mi voz lo más normal posible, aunque sabía que ella podría percibir cualquier rastro de inquietud.—Hola, mi niña. Solo quería saber cómo estás —respondió su voz familiar y llena de cariño, la cual siempre lograba calmarme.Aunque tenía 22 años, ella seguía tratándome como si fuera pequeña. La manera en que su tono se suavizaba y se llenaba de ternura, me hacía sentir como si estuviera de nuevo en casa, protegida y querida. Lo entendía; para los padres, sus hijos siempre serían sus bebés a quienes cui
Pero la que se llevó una sorpresa fui yo cuando me di cuenta de que la chica con el labial corrido y la ropa arrugada era Carla. Ella levantó una ceja y abrió los ojos como si estuviera en shock al encontrarme allí. En un instante, su asombro se transformó en molestia.—¿Qué rayos haces aquí? —preguntó, con un tono lleno de irritación, como si yo fuera la intrusa en esta situación absurda.—¿Qué rayos hago yo aquí? —respondí, con mi indignación creciendo—. ¡Esta es mi habitación! ¡Aquí duermo!Carla me miró de arriba abajo, como si evaluara mi presencia.—¿No deberías estar en clases? —dijo, con fastidio.—Me cambiaron el horario —contesté, cruzando los brazos—. ¿Y tú? ¿No deberías estar estudiando en lugar de estar casi cogiéndote a un tipo, que probablemente ni siquiera conoces, en un dormitorio compartido?—No sabía que ibas a estar aquí —respondió, como si eso justificara todo.Se dio la vuelta, tomando la mano del desconocido, y cerró la puerta tras de sí, dejándome en una mezcla
Hice una mueca, tratando de ocultar mi frustración.—Lo último que quiero hacer ahora es buscar una prenda para que te vayas de fiesta, Carla.—Habrá aperitivos, alcohol y muchos chicos sexys. Necesito toda la ayuda que pueda obtener porque estoy super indecisa sobre qué vestidito usar. ¡Vamos, por favor! —imploró, juntando las manos y haciendo un puchero que añadía un toque dramático a su petición.Ignorando sus alaridos, me dirigí hacia la puerta con firmeza. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, ella apareció frente a mí, bloqueando la salida con un gesto de súplica.—No me dejes en esto sola —dijo con un tono de desesperación.La apunté con un dedo, sintiendo cómo la rabia crecía dentro de mí.—Me estás haciendo enojar, Carla —hablé con dureza, con la esperanza de que entendiera lo seria que era mi advertencia.De repente, su teléfono vibró. Lo sacó de su bolsillo trasero con un movimiento rápido y, con un suspiro, me dijo que necesitaba atender la llamada. Traté de apartarla
Me resultaba difícil creer que no supiera todo acerca del lugar en el que estudiaba y vivía. Aunque muchas cosas sobre la universidad aún eran un misterio para mí, pensaba que al menos cosas tan básicas como estas debería conocerlas.—¿No se supone que también es tu primer año? —pregunté, frunciendo el ceño con incredulidad. Carla se irguió, dejando de buscar en su armario y girándose para mirarme.—Sí, lo es —respondió con una sonrisa traviesa—, pero he hecho algunos amigos de años superiores que me han mostrado todos los rincones secretos. —Hizo una pausa, su mirada se iluminó con entusiasmo—. Además, estos eventos no son tan publicitados. Solo los que están en el círculo correcto lo saben.—¿Por eso mencionaste algo de una tarjeta? —dije, comenzando a entender—. O sea, ¿que son fiestas... privadas?Ella asintió, y sus ojos empezaron a brillar con complicidad.—Exacto. Son exclusivas y muy selectas. No cualquiera puede entrar. Necesitas una invitación o, en este caso, una tarjeta es
La pelirroja regresó rápidamente a mi lado, y sin decir una palabra, emprendimos nuevamente el camino. Mientras avanzábamos, no pude contener mi curiosidad.—¿Quién era él? —pregunté, tratando de sonar casual.—Uno de los chicos con los que tengo sexo—respondió ella con un tono despreocupado.—Fue muy afectuoso contigo —comenté, recordando el beso en la mejilla y la mano en su cintura.Carla hizo una mueca y rodó los ojos.—Sí, a veces suelen confundirse y se vuelven muy cariñosos, pero ya le he dejado las cosas claras. Ya sabes, para que no se ilusionen —dijo, encogiéndose de hombros con indiferencia.—¿Y por qué no tener una pareja fija? —pregunté, genuinamente curiosa.Carla me miró como si se cansara de repetir lo mismo.—Otra vez con eso... —suspiró—. Soy joven y bonita, tengo que vivir todo lo que pueda —respondió con media sonrisa.La entendía. Estar en una relación amorosa implicaba mucha responsabilidad, especialmente porque podías encontrarte con cualquier tipejo. De cierta
Valeria estaba tan campante, con una sonrisa socarrona, como si no estuviera engañando a su novio. Y no estábamos hablando de cualquier hombre; era Lucas, el capitán del equipo de fútbol, el que manda, el que impone y hace lo que quiere. Y ahora su chica le está siendo infiel frente a toda la universidad, o al menos frente a aquellos con suficiente dinero para estar aquí.Valeria parecía despreocupada, casi orgullosa, mientras jugueteaba con un mechón de su cabello y susurraba algo al oído de su acompañante. El tipo, con una expresión de satisfacción, la abrazó por la cintura, ajeno o indiferente a la magnitud de lo que estaba sucediendo. Sentí una mezcla de incredulidad y fascinación al ver la escena. ¿Cómo podía ser tan descarada?Carla, notando mi asombro, siguió mi mirada y también se dio cuenta de quién era la chica.—Bueno, bueno... parece que alguien se está divirtiendo —comentó, levantando una ceja con interés.—¿Sabes quién es su novio? —le pregunté, aún sorprendida.Ella se r
Ahogué la risa, ¿qué se creía él, un postre que valía millones de dólares para comprarlo sólo una vez en la vida y disfrutarlo un momento? La idea era absurda. En realidad, Lucas era sólo otro niño rico malcriado, acostumbrado a conseguir todo lo que quería sin esforzarse.—Ya te lo he dicho, es un tipo arrogante, con derecho a todo y absolutamente indeseable como pareja romántica.—Bueno, ya sabes lo que dicen sobre las caras bonitas y los cerebros inútiles —dijo Carla con una sonrisa—. Por eso solo debes disfrutar.De repente, el humo surgió de la nada, se elevó por la habitación y cubrió cada superficie con una suave capa similar a una neblina. El aroma era único, ni acre ni agradable, simplemente... de otro mundo.—¿Qué es esto? —pregunté tosiendo, agitando una mano frente a mi rostro para despejar la niebla. Pero la música atronadora, ahora mucho más alta, ahogó cualquier respuesta, obligándome a ahuecar las manos sobre mis oídos para intentar escuchar a Carla.—... olvidé decirte