Capítulo 18. Un festín

—¿A qué te refieres? —preguntó Sara, frunciendo el ceño.

Me puse las manos en el rostro, sintiendo la presión acumulada en mi cabeza.

—Ya no sé ni lo que digo —murmuré, dejando caer las manos a los lados—. Vayamos por algo de comer. Necesito distraerme un poco.

Nos dirigimos a la cafetería común, un lugar que siempre me había encantado. No solo ofrecía una variedad deliciosa de comida tipo buffet, sino que también la arquitectura era impresionante. Al cruzar las puertas, el aire acondicionado nos envolvió en un fresco abrazo, alejándonos del calor sofocante del exterior.

Las paredes estaban decoradas con paneles de madera oscura, y las mesas de mármol blanco brillaban bajo la luz suave de las lámparas colgantes. Grandes ventanales con cortinas de terciopelo rojo permitían la entrada de luz natural, creando un ambiente cálido y acogedor. Las sillas tapizadas en cuero negro y los detalles dorados en la decoración añadían un toque de sofisticación que hacía que el lugar se sintiera lujoso.

El buffet ofrecía una impresionante selección de platos, desde ensaladas frescas hasta platos principales dignos de un restaurante de alta gama. La estación de postres era una delicia visual, con una variedad de pasteles y tartas que hacían agua la boca, y una fuente de chocolate que burbujeaba tentadoramente en una esquina.

Pero, a pesar de toda esta maravilla, no podía evitar sentir una punzada de tristeza. Este lugar, tan lleno de lujo y encanto, me hacía recordar que no podía compartirlo con mi familia. Pensar en cómo disfrutarían de todo esto, en cómo sus caras se iluminarían ante tanta belleza y buen comer, me hacía sentir una mezcla agridulce de gratitud y anhelo.

—¿Quieres carne? —preguntó Sara, rompiendo el silencio mientras se dirigía hacia la estación de alimentos.

—Claro —respondí.

Con una cuchara de servir en mano, comencé a llenar mi plato con trozos de carne perfectamente dorada. Opté por una suculenta pieza de costilla, cuyo exterior crujiente contrastaba con la ternura de su interior. Además, añadí unas porciones de puré de papas cremoso y unas tiras de verduras asadas, cuyos colores vibrantes eran un deleite para el paladar.

Sara, por su parte, escogió una generosa porción de filete de res y lo acompañó con arroz y una ensalada mixta. Su elección parecía tan apetecible como la mía.

Buscamos una mesa junto a una de las ventanas, donde nos sentamos y empezamos a comer en silencio. Era como si hubiéramos acordado tácitamente no volver a hablar sobre lo que había pasado hace tan solo media hora. La comida, exquisita y bien presentada, ayudaba a desviar nuestra atención de la extraña experiencia que acabábamos de vivir.

Mientras saboreaba cada bocado, no podía evitar reflexionar sobre la situación. La verdad es que, en el fondo, no habíamos hecho nada verdaderamente malo. ¿Pero era normal que los jugadores estuvieran, literalmente, encerrados en la cancha? Pensar en los dos chicos que parecían estar vigilando el lugar añadía un aire de misterio a todo el asunto. ¿Qué se suponía que iban a hacer si descubrían nuestra presencia?

La pregunta seguía rondando en mi mente: ¿era realmente un delito lo que habíamos hecho? O era simplemente una violación de las normas no escritas de un lugar tan exclusivo y restringido. El hecho de que todo pareciera tan secreto y controlado lo hacía aún más desconcertante.

—No puede ser —murmuró Sara en un tono de frustración, mientras cortaba su filete.

Al levantar la vista, vi cómo Lucas y todo su séquito pasaban por las puertas de la cafetería. Ya no llevaba el uniforme de entrenamiento; en lugar de eso, vestía una camiseta casual que resaltaba sus tatuajes y tenía el cabello aún húmedo, como si se hubiera duchado recientemente. Detrás de él, Valeria y las otras dos muchachas que solían estar a su lado, o más bien siendo su sombra, los seguían de cerca, y no podía evitar notar cómo se movían con una elegancia y seguridad que parecía propia de quienes pertenecen a ese entorno.

También estaba el chico de mi amiga, Sebastián, riendo con un hombre joven que hasta el momento no conocía su nombre, compartiendo una conversación animada. El grupo avanzaba con una naturalidad y desinhibición que se diferenciaba de nosotras, que estábamos tensionadas, a tal punto en que se podía sentir en el aire. La presencia de todos ellos en la misma cafetería hacía que la situación se sintiera aún más incómoda.

Se dirigieron hacia una mesa que, ahora que la miraba con más detenimiento, parecía haber sido diseñada especialmente para ellos. Era de un color y un acabado que resaltaban frente al resto de las mesas en el comedor, como si la exclusividad estuviera marcada incluso en el mobiliario.

Cada uno de ellos se sirvió una abundante cantidad de comida, especialmente carne. Los platos estaban repletos de suculentos cortes, desde filetes perfectamente asados hasta jugosas costillas. La cantidad era realmente sorprendente; parecía que estaban preparados para un banquete más que para una simple comida. Se servían con tanta soltura y sin preocuparse por las miradas ajenas, como si estuvieran en su propio festín privado.

Ambas estábamos en una posición estratégica desde donde podíamos observarlos con claridad debido al ángulo en el que se encontraban.

De repente, noté que Lucas estaba involucrado en una conversación con Carolina, quien estaba frente a él. Su expresión era seria y su tono de voz serio. Ella, visiblemente incómoda, levantó los hombros en un gesto que denotaba desdén o resignación. Lucas, claramente frustrado, golpeó la mesa con un impacto que resonó en el comedor. Su rostro mostraba una furia apenas contenida mientras le hacía un gesto a Carolina para que se pusiera de pie. Ella, obedeciendo sin dudar, dejó su almuerzo y salió de la cafetería, espera...¡¿qué?! ¿esta chica estaba acatando una orden como si él fuera a quien le rindiera cuentas?

De la nada, Sara, que estaba al lado mío, se pasó al asiento de enfrente, dándole la espalda a la escena que acababan de montar. La miré con confusión.

—Es un tipo muy agresivo. Tan solo verlo me genera miedo —dijo en voz baja, como si no quisiera que nadie más la oyera.

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