Me di cuenta de por qué Lucas tenía el cuerpo que tenía. Era futbolista, y su físico evidenciaba años de entrenamiento y disciplina. Los músculos en sus piernas y brazos estaban bien definidos, y su agilidad en el campo era impresionante. Cada movimiento, desde los pases hasta las carreras, demostraba una técnica afinada y una dedicación inquebrantable al deporte.
—¿Debería enfocarme solo en Sebastián o tomar fotos de todos los jugadores? —preguntó Sara en voz baja mientras ajustaba la cámara para capturar la dinámica en el campo.
Miré alrededor para evaluar la situación y luego respondí:
—Creo que sería mejor capturar un poco de todo. Las fotos de los entrenamientos en general podrían darle un buen contexto a las imágenes, no solo de Sebastián. Además, él se dará cuenta de que estuviste espiándolo y fotografiándolo.
Ella negó con la cabeza.
—Las fotos publicadas serán anónimas. Solo el staff sabrá quién es quién, así que no habrá problema.
—Bien, entonces como quieras —respondí con una sonrisa, aceptando la explicación y volviendo a observar la escena.
El sudor, el maldito sudor. ¿Cómo podía alguien verse tan bien mientras sudaba? Lucas, con su cuerpo en movimiento, estaba cubierto de gotas brillantes que resbalaban por su frente y sus músculos definidos. Cada vez que se movía, el sol hacía que el sudor en su piel se iluminara, resaltando la intensidad de su esfuerzo y la fuerza de su físico. Sus músculos estaban tensos y marcados bajo la camiseta, que se pegaba ligeramente a su piel por el sudor.
Sus movimientos eran fluidos y controlados; cuando se lanzaba para atrapar el balón o realizaba un pase, el esfuerzo se reflejaba en su rostro, enrojecido por el calor y la concentración.
¿Así será cuando coge? Sacudí la cabeza rápidamente, tratando de disipar esos pensamientos que parecían irrumpir sin control últimamente. No entendía qué estaba pasando con mi mente.
Sara, como si percibiera mi estado, se rio suavemente.
—¿Debo tomarle fotos al chico malo también? —preguntó con un tono juguetón.
—Tú decides —levanté los hombros, intentando sonar indiferente.
—¿Es guapo, no? —preguntó, con una sonrisa curiosa.
Hice una mueca, tratando de ocultar mi verdadera opinión.
—No tanto. He visto chicos mejores —respondí, mintiendo.
—Por supuesto —dijo ella, alargando la palabra de manera irónica, levantando una ceja.
Me rasqué la cabeza, claramente incómoda, lo que provocó una risa de Sara. Sin embargo, ella continuó tomando fotos y el clic de la cámara sonó rítmicamente cada vez que presionaba el botón. Después de unos cuantos minutos la castaña se detuvo, con los ojos muy abiertos.
—¡Oh, por Dios! Mira lo que acabo de capturar —exclamó con sorpresa.
Se acercó a mí y me mostró la pantalla de su cámara. Mi garganta se secó al instante. La imagen era de Lucas, en un momento en que se había levantado la camiseta para secarse el sudor de su frente. Su rostro estaba parcialmente oculto, enfocado hacia abajo, mientras una parte exquisita de cuerpo se destacaba en primer plano, pues su camiseta se había subido lo suficiente para revelar claramente la definición de sus músculos, con el sudor brillando en su piel y resbalando hasta la parte inferior de su torso, justo en donde las gotas se perdían.
Los tatuajes que adornaban su abdomen eran intrincados y detallados, envolviendo sus músculos en un diseño que parecía tanto fuerte como elegante. La imagen era un contraste impactante entre el esfuerzo físico y la estética de la tinta negra, lo cual resaltó su cuerpo con tanta intensidad que me dejó sin aliento.
Era cierto lo que Lucas había mencionado en la biblioteca sobre sus tatuajes, pero nunca imaginé que su descripción fuera tan acertada. Primero, él estaba diciendo la verdad; segundo, el resultado era aún más impresionante de lo que había imaginado; y tercero, lo que más me preocupó fue lo hipnotizada que me sentía al verlo. No podía apartar la vista de la pantalla.
Pero lo que me sacó del trance fue un viento repentino que comenzó a soplar en dirección contraria, levantando el cabello de Sara y el mío, arrastrándolo hacia adelante. La ráfaga de aire desordenó nuestra visión, y justo en ese momento, Lucas levantó la vista y, como si un depredador olfateara a su presa, nos miró directamente. Sus ojos captaron nuestra presencia con una intensidad que me hizo sentir una oleada de pánico.
—¡Rápido! —le susurré a Sara, tirando de ella con fuerza—. ¡Esconde la cámara!
Nos apresuramos a bajar de la escalera, tratando de no hacer ruido, y la colocamos de nuevo en el lugar donde la habíamos encontrado. No podíamos permitirnos dejar alguna evidencia. Primero muertas, que culpables.
Una vez que dejamos el lugar, corrimos en dirección a los dormitorios, con los nervios apoderándose de nosotras. Mientras avanzábamos, no podía evitar preguntarme si él realmente nos había visto o si todo había sido una ilusión causada por el miedo.
—Mierda, m****a, m****a —murmuré para mí misma, tratando de calmar mi respiración.
Al llegar frente a la puerta de su habitación, Sara sacó su tarjeta electrónica para abrir. Mientras lo hacía, me miró con una expresión preocupada.
—¿Crees que habrá alguna sanción? —preguntó con ansiedad, mientras la puerta se abría lentamente.
—Joder, no hagas esas preguntas —le respondí, intentando mantener la calma—. Lo último que necesito ahora son más amonestaciones.
Entramos en la habitación y cerramos la puerta con cuidado y el sonido del cierre resonó en el pequeño espacio. Me dejé caer en la cama, tratando de recuperar el aliento.
—Sara, soy becada. Mi historial de conducta debe ser impecable —dije, sintiendo el peso de la preocupación.
Ella se acostó al lado mío, mirando al techo con un gesto pensativo.
—Bueno, podría asumir la responsabilidad —dijo con tono resignado.
—Claro que no —le respondí de inmediato.
—Elena, después de todo, esto fue idea mía.
—Claro que no —le respondí, con firmeza—. Olvídalo. Probablemente nos estamos preocupando más de lo necesario. Después de todo, estábamos bastante lejos, casi justo encima de esos muros altísimos que rodean la cancha. La gente normal no se queda observando durante tanto tiempo esas partes durante el entrenamiento. Si Lucas giró la cabeza hacia nuestra dirección, podría haber sido solo una coincidencia...¿o quizás no?
—¿A qué te refieres? —preguntó Sara, frunciendo el ceño.Me puse las manos en el rostro, sintiendo la presión acumulada en mi cabeza.—Ya no sé ni lo que digo —murmuré, dejando caer las manos a los lados—. Vayamos por algo de comer. Necesito distraerme un poco.Nos dirigimos a la cafetería común, un lugar que siempre me había encantado. No solo ofrecía una variedad deliciosa de comida tipo buffet, sino que también la arquitectura era impresionante. Al cruzar las puertas, el aire acondicionado nos envolvió en un fresco abrazo, alejándonos del calor sofocante del exterior.Las paredes estaban decoradas con paneles de madera oscura, y las mesas de mármol blanco brillaban bajo la luz suave de las lámparas colgantes. Grandes ventanales con cortinas de terciopelo rojo permitían la entrada de luz natural, creando un ambiente cálido y acogedor. Las sillas tapizadas en cuero negro y los detalles dorados en la decoración añadían un toque de sofisticación que hacía que el lugar se sintiera lujos
Era cierto, él no se caracterizaba por su paciencia y amabilidad. Desde el primer momento que lo conocí, su actitud había sido la de alguien que disfrutaba ejerciendo su autoridad. Sus comentarios sarcásticos y burlones eran su forma de comunicación más habitual, siempre buscando la manera de hacer sentir a los demás inferiores o incómodos.Había presenciado cómo usaba su posición para intimidar a quienes se interponían en su camino, y su temperamento explosivo no era ningún secreto entre quienes lo conocían.Carolina no tardó mucho en regresar, esta vez con una carpeta en las manos. Desde mi lugar, logré distinguir que dentro de ella había los mismos papeles con textura peculiar que Valeria nos había tendido, aquellos en los que Sara y yo habíamos puesto nuestras huellas. La conexión entre la carpeta y el enfado de Lucas se hizo más clara en mi mente. Su novia había dicho que Carolina se encargaba de esos documentos, pero ahora parecía que había algo más en juego o quizá no estaba ha
El colchón se amoldó a mi cuerpo, proporcionando un alivio temporal mientras la gravedad de la situación seguía presionando en mi mente.Justo entonces, el sonido familiar de mi teléfono rompió el silencio. Saqué el celular del bolsillo y vi el nombre "Mamá" en la pantalla. Una sonrisa se dibujó en mi rostro de inmediato, iluminando el momento con un rayo de esperanza. Contesté la llamada, sintiendo una calidez reconfortante solo al escuchar su voz.—Hola, mamá —dije, tratando de mantener mi voz lo más normal posible, aunque sabía que ella podría percibir cualquier rastro de inquietud.—Hola, mi niña. Solo quería saber cómo estás —respondió su voz familiar y llena de cariño, la cual siempre lograba calmarme.Aunque tenía 22 años, ella seguía tratándome como si fuera pequeña. La manera en que su tono se suavizaba y se llenaba de ternura, me hacía sentir como si estuviera de nuevo en casa, protegida y querida. Lo entendía; para los padres, sus hijos siempre serían sus bebés a quienes cui
Pero la que se llevó una sorpresa fui yo cuando me di cuenta de que la chica con el labial corrido y la ropa arrugada era Carla. Ella levantó una ceja y abrió los ojos como si estuviera en shock al encontrarme allí. En un instante, su asombro se transformó en molestia.—¿Qué rayos haces aquí? —preguntó, con un tono lleno de irritación, como si yo fuera la intrusa en esta situación absurda.—¿Qué rayos hago yo aquí? —respondí, con mi indignación creciendo—. ¡Esta es mi habitación! ¡Aquí duermo!Carla me miró de arriba abajo, como si evaluara mi presencia.—¿No deberías estar en clases? —dijo, con fastidio.—Me cambiaron el horario —contesté, cruzando los brazos—. ¿Y tú? ¿No deberías estar estudiando en lugar de estar casi cogiéndote a un tipo, que probablemente ni siquiera conoces, en un dormitorio compartido?—No sabía que ibas a estar aquí —respondió, como si eso justificara todo.Se dio la vuelta, tomando la mano del desconocido, y cerró la puerta tras de sí, dejándome en una mezcla
Hice una mueca, tratando de ocultar mi frustración.—Lo último que quiero hacer ahora es buscar una prenda para que te vayas de fiesta, Carla.—Habrá aperitivos, alcohol y muchos chicos sexys. Necesito toda la ayuda que pueda obtener porque estoy super indecisa sobre qué vestidito usar. ¡Vamos, por favor! —imploró, juntando las manos y haciendo un puchero que añadía un toque dramático a su petición.Ignorando sus alaridos, me dirigí hacia la puerta con firmeza. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, ella apareció frente a mí, bloqueando la salida con un gesto de súplica.—No me dejes en esto sola —dijo con un tono de desesperación.La apunté con un dedo, sintiendo cómo la rabia crecía dentro de mí.—Me estás haciendo enojar, Carla —hablé con dureza, con la esperanza de que entendiera lo seria que era mi advertencia.De repente, su teléfono vibró. Lo sacó de su bolsillo trasero con un movimiento rápido y, con un suspiro, me dijo que necesitaba atender la llamada. Traté de apartarla
Me resultaba difícil creer que no supiera todo acerca del lugar en el que estudiaba y vivía. Aunque muchas cosas sobre la universidad aún eran un misterio para mí, pensaba que al menos cosas tan básicas como estas debería conocerlas.—¿No se supone que también es tu primer año? —pregunté, frunciendo el ceño con incredulidad. Carla se irguió, dejando de buscar en su armario y girándose para mirarme.—Sí, lo es —respondió con una sonrisa traviesa—, pero he hecho algunos amigos de años superiores que me han mostrado todos los rincones secretos. —Hizo una pausa, su mirada se iluminó con entusiasmo—. Además, estos eventos no son tan publicitados. Solo los que están en el círculo correcto lo saben.—¿Por eso mencionaste algo de una tarjeta? —dije, comenzando a entender—. O sea, ¿que son fiestas... privadas?Ella asintió, y sus ojos empezaron a brillar con complicidad.—Exacto. Son exclusivas y muy selectas. No cualquiera puede entrar. Necesitas una invitación o, en este caso, una tarjeta es
La pelirroja regresó rápidamente a mi lado, y sin decir una palabra, emprendimos nuevamente el camino. Mientras avanzábamos, no pude contener mi curiosidad.—¿Quién era él? —pregunté, tratando de sonar casual.—Uno de los chicos con los que tengo sexo—respondió ella con un tono despreocupado.—Fue muy afectuoso contigo —comenté, recordando el beso en la mejilla y la mano en su cintura.Carla hizo una mueca y rodó los ojos.—Sí, a veces suelen confundirse y se vuelven muy cariñosos, pero ya le he dejado las cosas claras. Ya sabes, para que no se ilusionen —dijo, encogiéndose de hombros con indiferencia.—¿Y por qué no tener una pareja fija? —pregunté, genuinamente curiosa.Carla me miró como si se cansara de repetir lo mismo.—Otra vez con eso... —suspiró—. Soy joven y bonita, tengo que vivir todo lo que pueda —respondió con media sonrisa.La entendía. Estar en una relación amorosa implicaba mucha responsabilidad, especialmente porque podías encontrarte con cualquier tipejo. De cierta
Valeria estaba tan campante, con una sonrisa socarrona, como si no estuviera engañando a su novio. Y no estábamos hablando de cualquier hombre; era Lucas, el capitán del equipo de fútbol, el que manda, el que impone y hace lo que quiere. Y ahora su chica le está siendo infiel frente a toda la universidad, o al menos frente a aquellos con suficiente dinero para estar aquí.Valeria parecía despreocupada, casi orgullosa, mientras jugueteaba con un mechón de su cabello y susurraba algo al oído de su acompañante. El tipo, con una expresión de satisfacción, la abrazó por la cintura, ajeno o indiferente a la magnitud de lo que estaba sucediendo. Sentí una mezcla de incredulidad y fascinación al ver la escena. ¿Cómo podía ser tan descarada?Carla, notando mi asombro, siguió mi mirada y también se dio cuenta de quién era la chica.—Bueno, bueno... parece que alguien se está divirtiendo —comentó, levantando una ceja con interés.—¿Sabes quién es su novio? —le pregunté, aún sorprendida.Ella se r