En un primer momento, creí que la rubia era la cabecilla del grupo, pero al parecer me equivoqué, pues ahora veo que es Carolina quien está visiblemente lastimada.
Me pregunto qué pudo haber ocurrido, pero claramente no es mi asunto. Me volví hacia Sara y, con una mezcla de desconcierto y desdén, le susurré:
—¿Estos se creen de la alteza?
A pesar de que ellos estaban a una distancia considerable, Valeria me miró con una expresión fulminante. Fruncí el ceño sin entender; si fue por mi comentario, en todo caso, no podrían haberme escuchado. Sin embargo, ella cambió rápidamente su expresión y optó por levantar la mano y saludarme con una sonrisa.
Valeria continuó su camino, desapareciendo por uno de los pasillos principales. Me giré hacia Sara, aún confundida.
—¿Qué demonios acaba de pasar? —murmuré, esperando que ella tuviera alguna respuesta.
Sara se encogió de hombros.
—No lo sé, pero no le des mucha importancia.
Y así fue, porque el día se pasó en un cerrar de ojos, pero cuando estaba doblando la esquina de un pasillo, vi a una persona salir prácticamente volando hacia los casilleros y deslizar su cuerpo magullado sobre el suelo de baldosas con un ruido sordo
Me agaché a su lado, con la preocupación grabada en mi rostro. El hombre gimió, luchando por sentarse derecho y agarrándose las costillas maltratadas como si intentara contenerse para no desplomarse de nuevo. Su gemido de dolor llena el pasillo estéril, un recordatorio audible del daño infligido por el golpe descuidado de un imbécil.
—¿Qué carajos estás haciendo? —preguntó una voz con fastidio.
Levanté la mirada y vi a Lucas, parado allí con una expresión de desdén e impaciencia. Sus ojos oscuros se clavaron en los míos, su ceño fruncido transmitió una mezcla de irritación y superioridad. Su postura era tensa, con los brazos cruzados sobre su pecho, destacando aún más su figura atlética bajo la chaqueta de cuero negro.
Asumiendo que fue él quien lo hizo, sentí una oleada de ira y me levanté rápidamente, enfrentándolo sin titubear.
—¿Fuiste tú, idiota? —le espeté, señalando al chico herido en el suelo—. ¿Qué te crees, golpeando a la gente así?
Él levantó una ceja, sorprendido por mi confrontación, pero no mostró señales de arrepentimiento. En cambio, una sonrisa fría y burlona apareció en sus labios, como si encontrara entretenido mi arrebato.
—Oh, cariño, realmente no tienes idea de lo que soy…—hizo una pausa, logrando un efecto dramático, dejando que las palabras cuelguen pesadamente en la atmósfera opresiva—. En cuanto a él... simplemente una lección aprendida y cicatrices ganadas. Castigo por cruzarse en mi camino.
Mi furia aumentó ante su actitud despreciativa. Podía sentir el calor subiendo por mi cuello, mi corazón latiendo con fuerza y mis manos temblando de pura indignación. Tomé un respiro profundo, tratando de mantener la calma, pero mis palabras salieron con un tono ácido y cortante.
—Eres patético si crees que eso te hace poderoso. No eres más que un abusador —dije con los dientes apretados.
—¿Y qué vas a hacer al respecto? —preguntó con sarcasmo—. ¿Llamar a la policía? ¿A tus papás? no seas ridícula.
—Te aseguro que esto no se quedará así —respondí.
Él acercó su rostro al mío, con sus ojos brillando de malicia.
—Escúchame bien —dijo en un susurro helado—. No tienes idea de con quién te estás metiendo. Si quieres un consejo, mantente alejada de mí y de mis asuntos, si sabes lo que te conviene.
No retrocedí ni un centímetro, manteniendo mi mirada fija en la suya.
—No me das miedo, Lucas. Y no voy a quedarme callada mientras tú y tus lacayos se pasean por aquí como si fueran los amos del puto mundo. Si tengo que enfrentarte, créeme, lo haré sin pensarlo dos veces.
Él frunció el ceño y su sonrisa se desvaneció por un momento, antes de volver a su expresión arrogante.
—Buena suerte con eso, valiente. Veremos cuánto duras en este juego.
Con esas palabras, se giró bruscamente y se alejó, dejándome completamente sola. Miré a mi alrededor, el pasillo parecía más frío y hostil que nunca. El chico al que había defendido ya no estaba a mi lado, y una sensación de impotencia comenzó a apoderarse de mí. Eso me pasaba por meterme en donde no debía. Así me pagaban. Pero, de cierta forma, lo entendía; si alguien estaba siendo víctima de esta gentuza, la mejor opción sería huir.
No sabía en dónde me había metido. La falta de empatía de mis compañeros era indiscutible, y los maestros, aparentemente, solo existían dentro del aula. Fuera de clase, parecía que no les importara lo que ocurriera en los pasillos. Nadie mostraba verdadera autoridad ni se preocupaba por mantener el orden. Me sentía completamente desamparada en un entorno donde la justicia y el respeto brillaban por su ausencia. Era como si todos estuvieran dispuestos a ignorar lo que pasaba, mientras no les afectara directamente. La indiferencia de los demás hacía que la situación fuera aún más desalentadora y solitaria.
A mí nadie me había intimidado antes y eso no iba a cambiar ahora. Era fuerte, y si tenía que defenderme, lo haría hasta con las uñas de ser necesario. No iba a permitir que un matón arrogante me hiciera retroceder. Había aprendido a luchar por mí misma desde joven, y este no sería el momento en el que dejaría de hacerlo. Si tenía que enfrentarme a todo la m*****a universidad, así sería.
Suspiré y, pese a todo, decidí continuar con mi rutina, rezando para no encontrarme con nadie más que obstaculizara mi camino.
Recorrí los pasillos, ahora familiares, pero esta vez con una curiosidad creciente por explorar más del campus y encontrar un lugar calmado donde poder estar. Giré en una esquina y, para mi sorpresa, descubrí una entrada que conducía a una imponente piscina olímpica. Los enormes ventanales dejaban pasar la luz del sol, iluminando el agua cristalina que parecía invitarme a sumergirme en ella.
La piscina era inmensa, con ocho carriles perfectamente delimitados por boyas de colores. A un lado, había una sección de trampolines y plataformas de diferentes alturas. Las gradas se extendían a lo largo de un costado, ofreciendo un espacio amplio para espectadores. En el otro lado, se encontraba una fila de duchas y vestuarios modernos, todos con acabados impecables en azulejos azulados que combinaban con el tono del agua.
El techo alto y abovedado estaba adornado con luces que imitaban el cielo nocturno, y las paredes estaban decoradas con murales de paisajes marinos, creando una atmósfera casi mágica. El suave sonido del agua filtrándose y el ocasional chapoteo rompían el silencio, dando al lugar una sensación de serenidad y paz. Todo en la piscina parecía diseñado para ofrecer un refugio tranquilo.
De alguna forma, esta vista me hizo recordar los paseos que hacía en compañía de mi familia a distintos ríos.
Cierro los ojos y dejo que los recuerdos me inunden. Puedo vernos a todos, mamá y papá con sus sonrisas relajadas, mi hermano riendo mientras salpica agua en mi dirección. Los días eran más simples entonces, llenos de risas y sin preocupaciones. Solíamos pasar horas nadando, explorando las orillas y disfrutando de la naturaleza. La sensación del agua fría en mi piel y el sonido del río fluyendo tranquilamente siempre lograban calmarme, llenándome de una paz indescriptible.
Abro los ojos de nuevo y la piscina está allí, esperando. Quizás, en este lugar, pueda encontrar un poco de la tranquilidad que tanto necesito.
A la semana siguiente, decidí volver a la piscina. Pero esta vez, el lugar no estaba vacío. Un grupo de nadadores estaba entrenando y sus movimientos coordinados creaban ondas en el agua cristalina. Me acerqué al borde de la piscina, absorta en observarlos y fue allí, cuando estaba tan concentrada en el ritmo de los deportistas que no noté la presencia de alguien hasta que fue demasiado tarde.De repente, sentí un empujón fuerte y desequilibrante en la espalda, y antes de poder reaccionar, me encontré cayendo hacia adelante, sumergiéndome bruscamente en el agua fría.Con suerte, no me topé con uno de los nadadores, aunque el impacto de mi caída provocó un gran chapoteo que perturbó la práctica.La interrupción fue suficiente para llamar la atención del entrenador, un hombre corpulento con una expresión severa, quien se volvió hacia mí con el ceño fruncido y los ojos llenos de irritación.Se acercó al borde de la piscina, señalándome con un dedo acusador mientras su voz resonaba por to
El maestro frunció el ceño al verme. Bajó la mirada hacia su reloj de pulsera, apretando los labios en una línea fina. Luego levantó la vista nuevamente, encontrando mis ojos con una expresión de creciente irritación. El aula entera estaba en silencio, con todos los estudiantes observando la escena con curiosidad y anticipación.—Ha llegado veinte minutos tarde, señorita —dijo, con un tono de voz cortante como un cuchillo.Cada palabra parecía cargada de desaprobación. El profesor se cruzó de brazos, con una postura rígida, reflejando claramente su irritación. Pude sentir el peso de las miradas de mis compañeros, y el calor del rubor volvió a mi rostro, esta vez por la vergüenza de ser el centro de atención por segunda vez en el día.Mis ojos barrieron el aula en busca de culpables y se detuvieron en Lucas, quien estaba sentado al fondo, con una expresión de triunfo mal disimulada. Su sonrisa burlona y el brillo de satisfacción en sus ojos delataban que había sido él quien había alert
Decidida a concentrarme en mis estudios y en mantenerme al margen de cualquier drama, desvié mi atención hacia la clase de Literatura y Teoría Política, donde ya había perdido minutos valiosos. Si bien el tema no me apasionaba, me esforzaría en sacar excelentes notas, como lo había estado haciendo desde el colegio. Así que anoté todo, cada detalle que decía el profesor.A mi lado, Lucas parecía entretenido con su teléfono, sin un atisbo de interés en la asignatura. Sus dedos se movían rápidamente sobre la pantalla de aquel aparato último modelo, y de vez en cuando soltaba una sonrisa burlona, como si estuviera leyendo algo divertido. Su actitud despreocupada me irritaba aún más.¿Cuál era el sentido de estar aquí si se concentraba en cualquier cosa menos en lo que era realmente importante? Cada pieza de su atuendo gritaba opulencia: la camisa de diseñador, perfectamente planchada, los jeans impecablemente ajustados que probablemente costaban más que todo mi guardarropa, y las zapatill
Suspiré aliviada al verlo irse y recogí mis cosas, decidida a enfocarme en la próxima clase. Mientras caminaba por el pasillo, mi mente aún estaba ocupada con la situación absurda que había acabado de vivir. No estaba prestando mucha atención a mi entorno cuando de repente me choqué con alguien, haciendo que todos sus libros y papeles cayeran al suelo.—¡Lo siento mucho! —exclamé, agachándome rápidamente para ayudar a recoger sus cosas.Al tomar un libro y levantar la mirada, mis ojos se encontraron con los del chico al que Lucas había lastimado. Su mirada era intensa, con una mezcla de sorpresa y algo que no pude identificar de inmediato. Tenía un rostro anguloso y serio, con un aire de vulnerabilidad que contrastaba con su expresión dura.—¿Estás bien? —pregunté, intentando romper el hielo mientras le entregaba sus cosas.—Sí, gracias —respondió, tomando sus libros con una sonrisa agradecida, aunque sus ojos todavía mostraban una sombra de algo más profundo.Nos quedamos unos segund
Me sentí mal al ver su desilusión, pero antes de que pudiera decir algo, Sara se adelantó.—Además, ¿a quién quiero engañar? Un chico así nunca se fijaría en mí. Ni en mis mejores sueños. Solo me estaba ilusionando sin motivo —dijo con una sonrisa triste, que apenas ocultaba su decepción.Sus ojos se desviaron hacia el suelo y sus dedos jugaron nerviosamente con el borde de su cuaderno. Trataba de mantener una actitud despreocupada, pero podía ver el dolor en su expresión. A pesar de su esfuerzo por aparentar que no le importaba, su voz temblaba ligeramente, revelando la vulnerabilidad que intentaba esconder. Me dolía verla así, y sentí una punzada de culpa por haber sido tan directa.—Oye, no digas ese tipo de cosas —le dije, tratando de animarla—. Puedes conseguir a quien quieras, Sara. Solo mírate —la señalé de arriba a abajo, deteniéndome en sus bonitos ojos, su sonrisa cálida, y su estilo siempre impecable—. Eres muy linda, y ni hablemos de tu personalidad. Eres divertida, intelig
Seguía mirando a esa estúpida, idiota, engreída... todas las palabras descalificativas que pudieran existir para describir a Carolina cruzaban mi mente, pero no dije nada, porque de repente, el término "pegamento" rebotó en mi cabeza una y otra vez. ¿Sara acababa de decir que el slime se hacía con pegamento? ¡¿Pegamento?!Mi rabia se transformó en una mezcla de incredulidad y preocupación. Recordé cómo esa sustancia se había sentido pesada y pegajosa, y el pensamiento de que contenía pegamento me hizo entrar en pánico. Como dijo ella, si no salíamos de ahí rápidamente, el slime se secaría, y quitarlo sería mucho más difícil.Sentí un nudo en el estómago mientras la realidad de la situación me golpeaba con fuerza.Sara, aún intentando tirarme del brazo, me sacó de mi ensimismamiento. Asentí rápidamente, dándome cuenta de que necesitábamos movernos. No podía dejar que esa rubia maleducada disfrutara más de su pequeña victoria. Con el corazón latiendo a mil por hora y la rabia aún burbuj
Desenredé mi cabello ondulado con los dedos, tratando de eliminar los últimos rastros de caos de mi cabeza, mientras me ponía rápidamente un short y la primera blusa blanca con tiras que encontré.Miré a Sara, quien también se arreglaba con premura, compartiendo mi ansiedad.—Tengo que irme —le dije a ella—. Debo encontrarme con un imbécil.Sara asintió con comprensión, aunque pude ver una chispa de diversión en sus ojos.—Buena suerte —me deseó, con una sonrisa amistosa.Con la urgencia de no perder más tiempo, caminé rápidamente hacia la biblioteca.Por supuesto, estaba perdida. Nunca había ido allí, no porque no quisiera, sino porque asumía que al igual que las áreas deportivas, la biblioteca, la sala de estudio, el auditorio y otros servicios estaban restringidos para "personas del común". Sin embargo, después de preguntar a una de las tantas recepcionistas de la universidad, resultó que sí tenía acceso.Así que aquí estaba, guiándome por los pequeños carteles que indicaban que est
Ante su pregunta atrevida, no se me ocurrió otra cosa más que decir:—No, para nada —respondí, aunque sabía que era una mentira descarada—. No tenía ni idea de que tuvieras tatuajes.—También tengo en el abdomen. ¿Quieres verlos?Su tono sugerente y la sonrisa en sus labios hicieron que volteara mis ojos. Le lancé una mirada fulminante, para callarlo.Abrí mi cuaderno, buscando las notas que había tomado en clase. Las palabras del profesor se desplegaron ante mí: "Análisis de cómo los textos literarios reflejan o desafían las teorías políticas."—Aquí está —dije, señalando y mostrándole las instrucciones escritas con precisión—. Necesitamos centrarnos en esto. ¿Alguna idea de por dónde empezar?Él se recostó en la silla y levantó los hombros con indiferencia.—No sé, busca por allí —dijo, levantando uno de sus dedos hacia las estanterías.¿Que busque por allí? ¿Es en serio lo que me acaba de decir? No sé cómo habrá trabajado con sus demás compañeros, pero que se vaya quitando la idea