Capítulo 4. ¿Qué pasa?

No me apetecía en lo más mínimo. ¿Por qué haría tal cosa? Ni siquiera sabía la finalidad de poner mi huella allí. Miré a Sara, buscando en su expresión alguna pista de lo que debía hacer, pero ella también parecía confundida y un poco inquieta.

—¿Qué es esto exactamente? —pregunté, intentando mantener la calma en mi voz.

Valeria sonrió de nuevo, pero esta vez había algo en su mirada que no me gustó.

—Es solo un registro formal para la universidad —respondió con tono despreocupado—. Todos los estudiantes nuevos tienen que hacerlo.

No estaba convencida. Algo en todo esto me parecía extraño y fuera de lugar.

Pero antes de que pudiera decir algo, Sara puso su dedo índice en el huellero y luego plasmó la tinta en el papel. Me quedé sorprendida. ¿Para mi compañera era tan fácil hacer eso sin siquiera cuestionarse? Aunque, pensándolo bien, quizás solo quería evitarse problemas.

—Tu turno —dijo Valeria, extendiéndome el huellero con una sonrisa que ahora parecía más forzada.

Miré aquel objeto y luego a Sara, que me devolvió la mirada con una mezcla de resignación y nerviosismo. Sentí una presión creciente, pero aún así, no podía ignorar el mal presentimiento que me invadía.

Lucas, con una sonrisa burlona, intervino:

—¿Por qué eres tan desconfiada? —preguntó, con sus ojos brillando de diversión.

—Es un simple trámite, nada de qué preocuparse —afirmó Valeria.

Mi instinto me decía que no debía hacerlo, pero con todos mirándome, la presión aumentaba. ¿Realmente tenía otra opción?

Con una mezcla de dudas y resignación, puse mi dedo sobre el papel grisáceo, esperando que no me arrepintiera de esto más tarde.

—¿Te dolió? —se burló, Lucas.

Me volví hacia él, enojada, y le enseñé el dedo del medio antes de continuar con mi camino y alejarme rápidamente.

Cuando llegamos a la residencia, Sara se dirigió directamente a su habitación y yo me encaminé a la mía, intentando sacudirme la incomodidad que me había dejado aquel encuentro.

La habitación que compartía no era especialmente grande, pero estaba organizada de manera funcional. Había dos camas individuales, una a cada lado, con escritorios correspondientes frente a ellas. Las camas tenían colchas sencillas, y cada una contaba con una pequeña lámpara de noche. La ventana ofrecía una vista modesta del campus, con árboles que casi tocaban el vidrio y dejaban entrar una suave luz natural. Era mucho, teniendo en cuenta mi pequeño cuarto en el pueblo.

Solo había llegado allí para descansar, impidiéndome procesar todo lo extraño que había ocurrido durante el día. Apenas mi cabeza tocó la almohada, quedé profundamente dormida. El cansancio acumulado y las emociones turbulentas se desvanecieron lentamente en la oscuridad reconfortante del sueño.

Horas después, el despertador sonó, rompiendo el silencio de la mañana y sacándome bruscamente del sueño profundo en el que me encontraba. Con un suspiro cansado, extendí la mano para detener el molesto sonido y me senté en la cama, parpadeando para aclimatarme a la luz suave que entraba por la ventana. El recuerdo del día anterior volvió a mí como una ola, trayendo consigo una sensación de confusión y una leve incomodidad.

Me levanté con pesadez y fui al baño. El agua caliente de la ducha despejó mi mente y relajó mis músculos. Tras vestirme con ropa cómoda, me dirigí a la pequeña cocina compartida con el resto de las chicas y preparé una taza de café fuerte, con él en mano, me fui al área común donde Sara, mi ahora compinche, ya estaba sentada hojeando un libro. Me acerqué a ella y me senté a su lado.

Empezamos a conversar sobre cosas triviales, sin embargo, noté que en medio de nuestra charla, ella desvió la mirada y la mantuvo fija en algo a un costado.

—¿Qué pasa? —pregunté, siguiéndole la mirada con curiosidad.

Giré la cabeza para ver qué era lo que captaba tanto su atención y entonces los vi.

Era un grupo de personas, los mismos que me habían estado mirando la otra vez, ingresando por la gigantesca puerta principal de la universidad. La escena se desarrollaba como si estuviera grabada en cámara lenta, con cada uno de ellos caminando con paso firme y seguro, irradiando una confianza absoluta.

Al frente, liderando el grupo, iba Lucas. Su cabello sedoso estaba peinado hacia atrás con un estilo pulcro, aunque algunos mechones rebeldes se le escapaban, agregando un aire de despreocupación a su apariencia. Vestía una chaqueta de cuero negro ajustada que resaltaba sus hombros anchos y su figura atlética. Debajo, llevaba una camiseta gris oscuro que dejaba entrever tatuajes en sus antebrazos. Sus pantalones negros ajustados y unas botas gruesas completaban un conjunto que combinaba rebeldía con un toque de elegancia urbana.

Con cada paso, su mirada intensa y su postura firme emanaban una confianza que podía resultar intimidante para quienes lo rodeaban, reforzando su aura de presencia dominante.

A su lado, caminaba Valeria, con un vestido delicado de color crema que fluía suavemente alrededor de sus piernas. Su cabello castaño estaba recogido en un elegante moño, y llevaba puesto un collar de perlas que contrastaba con su tez bronceada. Aunque su apariencia era serena y elegante, parecía mirar al resto como si ella fuera la reina del campus, sus ojos verdes brillaban con una determinación que no pasaba desapercibida.

Sin embargo, lancé un resoplido de incredulidad al ver a los dos perros falderos detrás de Valeria, quienes resultaron ser la tal Carolina y su amiga, las dos chicas que quisieron intimidarme.

Pero lo que realmente más llamó mi atención fueron los moratones en los brazos de la rubia, además de un corte en su labio.

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