La vida tiene una forma extraña de jugarnos bromas, de ponernos en caminos que nunca imaginamos recorrer y de unir a personas que, en otras circunstancias, jamás se habrían cruzado. Alexandro siempre ha tenido el control. Dueño de una mente aguda para los negocios y de un atractivo innegable, ha vivido bajo sus propias reglas: sin ataduras, sin complicaciones. Heredar la empresa familiar solo reafirma su convicción de que nada puede sacudir su mundo perfectamente estructurado. Vanessa, en cambio, es puro caos envuelto en determinación. Inteligente, apasionada y con un carácter que desafía cualquier autoridad, lo último que esperaba era verse atrapada en una situación que pondría a prueba su paciencia… y su corazón. Cuando el destino decide juntarlos, el choque es inmediato, explosivo y, por qué no decirlo, divertido. Pero lo que comienza como una batalla de voluntades pronto se transforma en algo que ninguno de los dos puede controlar. Entre encuentros inesperados, desafíos laborales y una convivencia forzada, Alex y Nessa aprenderán que el amor y el odio a veces caminan de la mano. ¿Podrán ignorar lo que sienten por más tiempo? ¿O descubrirán que, cuando el destino interviene, resistirse es simplemente una causa perdida?
Leer másEl bar estaba casi vacío a esas horas de la noche. Alexandro bebía su whisky con lentitud, perdido en sus pensamientos, cuando Damián se levantó repentinamente. —Hermano, tengo que irme. Mariana me acaba de escribir y parece que tiene antojo de algo que solo venden en el otro lado de la ciudad. Alexandro bufó con una sonrisa leve. —¿Y qué antojo tan urgente es ese? —Helado de avellanas con papas fritas. —Damián hizo una mueca—. No preguntes. Alexandro soltó una carcajada baja. —Dale, ve. Yo estoy bien. Damián lo estudió por un segundo antes de palmearle el hombro. —Seguro que sí, pero no hagas estupideces. —¿Cuándo las hago? Damián le lanzó una mirada significativa antes de salir del bar. Alexandro suspiró y volvió a concentrarse en su vaso, sin notar la figura que se movía entre las sombras del local, esperando pacientemente la salida de Damián. Lucía se alisó el vestido ajustado y se acercó con elegancia felina a la mesa donde Alex se encontraba. —Qué coincidencia enco
Alexandro llegó a casa con el ceño fruncido y los puños apretados. Después de la conversación con su madre, una tormenta de emociones lo embargaba: confusión, dolor y una creciente desconfianza. Vanessa, al notar su actitud distante, sintió una punzada de preocupación. —Mi amor, ¿vas a decirme qué pasa o vas a seguir con esa cara de funeral? —preguntó Vanessa, cruzando los brazos y tratando de mantener la calma. —Dímelo tú, Vanessa. ¿Desde cuándo tu familia se especializa en robar herencias y engañar a los Montenegro? —espetó Alexandro, su voz cargada de enojo y desilusión. —¿Qué diablos estás diciendo, Alex? —respondió ella, su mirada reflejando incredulidad y dolor. —¡Mi madre me dijo la verdad! —gruñó él, avanzando hacia ella con pasos firmes—. Tu abuela manipuló a mi abuelo, ¿no? Lo sedujo para quedarse con parte de la empresa, ¿o qué? —¿En serio crees eso? ¿Tú, de todas las personas, confías en lo que dice tu madre? —Vanessa sintió cómo la desesperación se apoderaba de ella
En casa de Victoria Montenegro...Victoria estaba sentada frente a la ventana, los dedos entrelazados, la mirada fija en el horizonte. La conversación con Héctor de unos días atrás aún resonaba en su mente. Todo estaba tomando forma, como piezas de un rompecabezas que finalmente encajaban. Uno de los hombres que tenía vigilando a Alexandro y Vanessa había informado sobre una charla con Emilia. Ese detalle, tan aparentemente insignificante, había sido clave.FlashbackHéctor entró a la oficina con cautela, cerrando la puerta detrás de él. A pesar de los años que llevaba al servicio de la familia Montenegro, nunca se acostumbró a estar frente a Victoria. Había algo en su mirada que le transmitía la sensación de estar parado en el borde de un abismo.—¿Me mandó a llamar, señora Montenegro? —preguntó con voz contenida, mientras se mantenía a una distancia prudente.Victoria no le dio tiempo a asentarse. Con movimientos calculados, deslizó un sobre grueso hacia él, sin apartar la mirada.—
La sala estaba en silencio, solo roto por el sonido de las cartas extendidas sobre la mesa. La luz cálida de la lámpara iluminaba las palabras escritas en tinta añeja, mientras Vanessa y Alexandro las contemplaban con rostros tensos. De repente, Nico irrumpió en la escena, corriendo con su pelota en la boca. Su entusiasmo no conocía de momentos cruciales. Se acercó a la mesa y, con un curioso empujón de su hocico, movió algunos de los papeles. Vanessa tomó la primera carta con cuidado y comenzó a leer en voz alta, su voz temblando con la carga de las palabras: —"Mi amada Isabel, Te escribo con el corazón destrozado. No llegué al aeropuerto porque mi padre lo impidió. Me encerraron en la finca familiar y me advirtieron que si intentaba buscarte, harían daño a los Durabrand. No puedo arriesgarme a que sufras por mi culpa..." El aire pareció espesarse. Vanessa levantó la mirada, sus ojos ardían de rabia cuando se clavaron en Alexandro. —¿Te das cuenta? —su voz era un filo de navaja
El sol brillaba alto en el cielo mientras Vanessa y Alex pasaban la tarde en el jardín de su casa.Vanessa estaba sentada en el césped, hojeando un libro de diseño, mientras Alex, con una cerveza en la mano, la observaba con una media sonrisa. Cerca de ellos, Nico corría de un lado a otro, rebosante de energía.De repente, el perro se detuvo bajo el gran roble y empezó a cavar frenéticamente, lanzando tierra en todas direcciones.—¿Qué haces, niño? —preguntó Vanessa, entrecerrando los ojos con sospecha.Alexandro soltó una carcajada.—Debe estar escondiendo uno de tus zapatos otra vez.—No lo dudes… pero espera, está demasiado concentrado.Nico siguió escarbando como si su vida dependiera de ello, removiendo la tierra con un entusiasmo desmedido. Y entonces, algo quedó al descubierto.Un viejo baúl de madera asomó entre el polvo y las raíces.Vanessa se puso de pie de un salto, su corazón latiendo con fuerza.—¿Qué demonios es eso?Alexandro se acercó, frunciendo el ceño.—Parece… una
El día en la oficina pasó con la tensión palpable en el aire, pero el trabajo no podía detenerse. Vanessa se sumergió en sus proyectos, aunque su mente no dejaba de girar en torno a la revelación de Emilia y la angustia en los ojos de Alexandro. Él también parecía concentrado, revisando documentos y tomando llamadas, pero sus gestos delataban su intranquilidad. Cada cierto tiempo, su mirada se posaba en la puerta de su oficina, como si esperara que Vanessa entrara, como si su sola presencia pudiera aliviar el peso que llevaba en los hombros.Sin embargo, Vanessa no entró. Se obligó a mantenerse ocupada, a no buscarlo. Sabía que Alexandro tenía que procesar todo por su cuenta, aunque una parte de ella deseaba ir, tomarle la mano y decirle que no estaba solo.A medida que las horas avanzaban, la puerta de la oficina de Alexandro se mantuvo cerrada. Vanessa aprovechó el momento para tomar un respiro. Se estiró en su silla y justo en ese instante, Mariana entró con una sonrisa traviesa, c
Vanessa bajó del auto casi al mismo tiempo que Alexandro. Apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que él avanzara con paso decidido hacia la gran mansión Montenegro.—¡Alex, espera! —lo llamó, corriendo tras él.Él se detuvo, su espalda rígida y los puños cerrados. Giró solo lo suficiente para mirarla con el ceño fruncido.—Vanessa, no intentes detenerme.—No quiero detenerte —dijo ella, acercándose con cautela—. Quiero que pienses.Alexandro la miró con incredulidad, su pecho subiendo y bajando con la furia contenida.—¿En qué quieres que piense? ¿En cómo mi familia destruyó la vida de la tuya?Vanessa tragó saliva, sintiendo el peso de sus palabras.—En que no podemos confiar en lo que nos dijo Emilia ciegamente.Él apretó la mandíbula con fuerza.—¿Dudas de lo que nos dijo?Vanessa respiró hondo, tratando de mantenerse firme.—No digo que mienta, pero es una historia demasiado grande para aceptarla sin pruebas sólidas. No conocemos toda la verdad. Solo tenemos bocetos, cartas y s
El boceto temblaba en las manos de Vanessa, pero su mirada estaba fija en Alexandro. Él no decía nada. No se movía, no parpadeaba, no respiraba. —Alex… —susurró ella, pero él levantó una mano, pidiéndole silencio. Vanessa cerró la boca. Podía verlo romperse en tiempo real. —No tiene sentido… —murmuró Alex, dando un paso atrás, como si necesitara más distancia de la verdad—. Esto… no puede ser cierto. Emilia suspiró. —Lo es, muchacho. —Mi abuelo… —Alexandro negó con la cabeza, pasándose una mano por el cabello—. Él estuvo casado con mi abuela toda su vida. —Pero amó a Isabel —dijoEmilia con suavidad—. Lo vi con mis propios ojos. Y cuando su familia lo obligó a casarse con otra, le rompieron el alma a ambos. Alexandro soltó una risa incrédula y amarga. —No. No. —Alex… —Vanessa se acercó a él, pero él retrocedió de inmediato, como si ella quemara. Su respiración se volvió errática. —Si esto es verdad… —dijo, con la voz temblorosa—Significa que toda mi vida ha sido una mentir
El viento soplaba con fuerza cuando Vanessa y Alexandro estacionaron frente a una pequeña casa en las afueras de la ciudad. La pintura de la fachada estaba gastada por los años, y las ventanas apenas dejaban entrever luces cálidas en su interior.Habían pasado semanas intentando encontrar a Emilia Duarte. La dirección que les había dado la madre de Vanessa resultó ser incorrecta, y cada pista los había llevado a un callejón sin salida. Pero finalmente, después de mucho insistir, la encontraron. Emilia fue una exmodista de Montenegro Luxe, alguien que había trabajado en la misma época que Isabel, la abuela de Vanessa. Si alguien conocía la verdad sobre lo que ocurrió en aquellos años, era ella.Vanessa respiró hondo y tocó la puerta con firmeza. Su corazón latía con fuerza, cada golpe contra la madera parecía resonar dentro de ella. Si Emilia sabía algo, podría cambiarlo todo.Unos segundos después, la puerta se entreabrió con un crujido. Apareció una mujer de cabellos grises y ojos ca