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Capítulo 6: Convivencia Forzada y Retos Peligrosos

Vanessa despertó al día siguiente con la cabeza embotada y la nariz congestionada, pero mucho mejor que la noche anterior. Lo que no esperaba era encontrarse con una taza de té caliente en la mesita de noche y a Nico, el enorme golden retriever negro de Alexandro, mirándola fijamente desde la puerta con la cabeza ladeada.

—Oh, hola, grandote —murmuró con voz ronca, sentándose con esfuerzo.

Nico movió la cola y trotó hacia ella, subiendo sus patas delanteras a la cama con descaro.

—Así que ya tienes un nuevo mejor amigo —la voz de Alexandro la tomó por sorpresa.

Vanessa giró la cabeza y lo encontró apoyado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y una ceja arqueada.

—No es mi culpa que le caiga bien —respondió ella con una sonrisa cansada, acariciando la cabeza del perro.

Alexandro la miró unos segundos más y luego señaló la taza.

—Bébelo. Es para la fiebre.

Vanessa arrugó la nariz.

—¿Y si está envenenado?

—Sería ilegal envenenar a mi propia socia —respondió él con un tono serio, pero la chispa en sus ojos le decía que estaba bromeando.

Vanessa bufó y tomó un sorbo.

—Está… bueno.

—Obviamente. Lo preparé yo.

Ella puso los ojos en blanco y dejó la taza sobre la mesita.

—Así que, ¿cuál es el plan? ¿Vamos a hacer horarios de convivencia? ¿Poner reglas?

Alexandro la miró con diversión.

—¿Crees que esto es un departamento de universitarios?

—Si vamos a vivir juntos, al menos necesitamos establecer algunos límites.

—Está bien —dijo él, sentándose en un sillón cercano—. Propón tus reglas.

Vanessa se aclaró la garganta.

—Número uno: no entres a mi habitación sin permiso.

—Solo entré porque estabas enferma.

—Número dos: no me hables antes de las siete de la mañana.

—Eso es ridículo.

—Número tres: la comida en la nevera que tenga mi nombre es mía.

Alexandro suspiró.

—¿Terminaste?

—Falta una más —dijo ella con una sonrisa maliciosa—. No vuelvas a mirarme como lo hiciste ayer en la reunión.

Él arqueó una ceja.

—¿Y cómo te miré?

Vanessa se cruzó de brazos.

—Como si estuvieras decidiendo si pelear conmigo o besarme.

Un silencio pesado se instaló entre ellos.

Alexandro inclinó la cabeza, una lenta sonrisa formándose en sus labios.

—Interesante teoría, Durand.

Vanessa sintió calor en las mejillas, pero no se dejó intimidar.

—Solo digo que controles tus miradas.

—¿Y qué pasa si no lo hago?

—Entonces yo tampoco me controlaré.

Alexandro entrecerró los ojos, claramente divertido.

—¿Es un reto?

Vanessa sonrió con suficiencia.

—Tómalo como quieras, Montenegro.

—Tómalo como quieras, Montenegro.

Y con eso, se levantó de la cama y caminó hacia el baño, pero antes de cerrar la puerta, miró a Alexandro sobre su hombro.

—Por cierto, Nico dormirá conmigo esta noche.

Alexandro bufó.

—Ni en sueños, nena.

—Ya veremos.

Cerró la puerta con una sonrisa, dejando a Alexandro con la sensación de que su convivencia iba a ser mucho más complicada… y peligrosa de lo que imaginó.

Porque, por primera vez en mucho tiempo, sentía que estaba jugando un juego que no podía controlar.

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