Alexandro Montenegro no era un hombre que se dejara afectar fácilmente. Había aprendido desde pequeño a controlar sus emociones, a pensar antes de actuar, a no dejar que nada ni nadie lo desestabilizara.Y sin embargo…Ahí estaba.De pie en la puerta de la habitación de Vanessa, mirándola despertar con su perro dormido encima.¿Cómo demonios había llegado a esto?Él, el hombre que controlaba cada aspecto de su vida con precisión quirúrgica, ahora vivía con una mujer que revolvía todo su mundo con solo existir.Y no solo eso.A pesar de que se decía a sí mismo que todo estaba bajo control, que Vanessa no tenía ningún efecto en él, la noche anterior se había sentado frente a ella como un maldito modelo de pasarela, dejándola tocarlo sin oponer resistencia.¿Desde cuándo era tan fácil de manipular?Vanessa se removió en la cama y murmuró algo entre sueños.Alexandro apretó los dientes.Le gustaba verla así.Relajada.Con los labios entreabiertos, con su cabello alborotado y su respiració
La tormenta afuera golpeaba con fuerza contra las ventanas, pero dentro de la casa, la verdadera tormenta estaba en la sala.—¡No, Nico, suéltalo! —Vanessa corrió tras el perro, que había robado una de sus telas y la sacudía como si fuera su juguete favorito.Alexandro, aún con la camisa a medio abrochar tras la sesión de medidas, se apoyó en el marco de la puerta con los brazos cruzados, disfrutando del caos con una sonrisa arrogante.—Bueno, técnicamente, es un modelo en movimiento —comentó, divertido.Vanessa le lanzó una mirada fulminante antes de girarse hacia Nico.—¡Dámelo, bebé, no es para jugar!Nico, lejos de ceder, salió disparado con la tela en la boca, corriendo en círculos como si se tratara de un juego de persecución.—Por Dios… —Vanessa suspiró, agotada.—Déjame intentarlo —dijo Alexandro, avanzando con seguridad. Se agachó frente a Nico, le rascó detrás de las orejas y, con un tono de voz bajo y persuasivo, ordenó—: Suelta, campeón.Para sorpresa de Vanessa, Nico obed
La oficina estaba más ajetreada que nunca. Con la llegada de nuevos empleados y la expansión de proyectos, Montenegro Luxe se sentía como un hervidero de creatividad y competencia.Vanessa caminaba por los pasillos con su tableta en mano, revisando los ajustes finales de su colección. Su atención estaba en los detalles… o al menos, lo intentaba.Porque a unos metros de ella, una nueva diseñadora, Valeria, estaba demasiado cerca de Alexandro.Demasiado cerca para su gusto.—Es un placer trabajar aquí, señor Montenegro —dijo Valeria con una sonrisa brillante, inclinándose apenas para tocar su brazo—. Admiro muchísimo su visión para la moda.Vanessa entornó los ojos.—Visión mi abuela… —murmuró entre dientes.Mariana, que caminaba a su lado, la miró divertida.—Uy, alguien tiene el ceño más fruncido que Alex cuando le bajan el espresso descafeinado.—¿Yo? Para nada. Solo me sorprende que haya gente tan… ¿cómo decirlo? Entusiasta en su primer día.—¿Entusiasta o coqueta?Vanessa resopló y
Al día siguiente... El apartamento de Sofía estaba iluminado con luces cálidas y olía a palomitas de maíz recién hechas. La mesa de centro estaba repleta de snacks, botellas de vino y un par de revistas de moda abiertas al azar. Nico estaba cómodamente echado sobre la alfombra, con la cabeza apoyada en el regazo de Vanessa, mirándola con ojos de súplica cada vez que ella tomaba un trozo de pizza.—No, Nico —dijo, dándole un toquecito en la nariz—. Esta es mía. Vanessa llevó a Nico con sus amigas para no dejarlo solo en casa ya que Alex aún estaba trabajando. —Yo no sé para qué le dices que no —intervino Mariana, riendo—. Sabemos que vas a terminar dándole un pedazo.—No es cierto —protestó Vanessa, pero en cuanto miró esos ojos café llenos de esperanza, suspiró y le dio un trocito de la orilla.Sofía bufó y negó con la cabeza.—Tienes cero autoridad con ese perro.—Ni con el perro ni con cierto jefe en traje caro —añadió Mariana con picardía, dándole un sorbo a su copa de vino.V
El día que Vanessa y Alexandro se cruzaron por primera vez comenzó como cualquier otro. Para él, la rutina estaba perfectamente programada, sin espacio para imprevistos. Para ella, la vida era un torbellino de proyectos, plazos y una agenda que parecía desmoronarse cada día. Aquella tarde, en una elegante cafetería del centro, todo cambió. Alexandro Montenegro estaba allí, impecable como siempre. Su traje azul oscuro estaba hecho a la medida, resaltando su imponente figura. Alto, de hombros anchos y porte autoritario, exudaba poder con cada movimiento preciso. Su cabello oscuro estaba perfectamente peinado hacia atrás, sin un solo mechón fuera de lugar, y sus ojos grises reflejaban el mismo control absoluto que aplicaba en su vida. Esperaba su café mientras revisaba su teléfono, la mandíbula tensa y la mente en otro negocio millonario. La puntualidad era su sello, la eficiencia su regla de oro. Nunca se permitía distracciones. Hasta que ella apareció. Vanessa entró apresur
El tiempo pasó. Para Alexandro, fueron meses de negociaciones, números y reuniones interminables. Todo en su vida continuó con la misma estructura impecable. Para Vanessa, en cambio… Bueno. Su vida siguió siendo un torbellino de caos. En los últimos meses, había sobrevivido a plazos imposibles, a un profesor que parecía alimentarse del sufrimiento de sus alumnos y a un gato callejero que decidió que su departamento era el mejor lugar para vivir (a pesar de que ella era alérgica). Ah, y también había derramado café sobre tres personas más. Ninguna tan imponente como el hombre de la cafetería, claro, pero su historial con las bebidas calientes definitivamente necesitaba revisión. Afortunadamente, el caos también tenía sus victorias. Y su mayor triunfo fue haber conseguido su pasantía en Montenegro Luxe, la marca de moda de lujo más prestigiosa del país. Lo que no sabía era que, con esa oportunidad, también estaba a punto de enfrentarse a su mayor desafío. Y a su mayor ver
El destino tenía un sentido del humor retorcido. Alexandro lo supo en cuanto Damián, su abogado y mejor amigo, le entregó los documentos en la sala de su casa. —Esto tiene que ser una broma —dijo, frotándose las sienes mientras leía el testamento por tercera vez. —No lo es —respondió Damián, sirviéndose un whisky con calma—. Según esto, la casa de tus abuelos y una parte de las acciones de Montenegro Luxe ahora son compartidas. Mitad tuyas, mitad de ella. Alexandro exhaló con frustración. —Esto no tiene sentido. ¿Por qué harían algo así? Damián se encogió de hombros. —Quizás querían unir sus dos mundos. O tal vez simplemente querían ver cómo te volvías loco. —Lo están logrando. Desde que Vanessa había entrado a la empresa como pasante, Alexandro la había observado de lejos, tratando de encontrar la conexión que su abuelo vio en ella. La niña que había conocido años atrás… la nieta de su abuelo. Pero ahora, esa misma niña se había convertido en una mujer que lo ten
Vanessa se despertó con la garganta ardiendo, la cabeza pesada y la nariz tapada. Genial. Un resfriado. Justo el día de su presentación ante la junta directiva. —Perfecto, simplemente perfecto —murmuró con voz ronca, sentándose en la cama. No tenía tiempo para estar enferma. Hoy era el día. Su oportunidad para demostrar que su talento y esfuerzo valían la pena. Así que, con un par de tazas de té, una ducha caliente y toneladas de determinación, se puso de pie. Y decidió que si iba a sentirse como un desastre, al menos iba a lucir espectacular. --- Mientras repasaba su presentación, sacó un viejo cuaderno de bocetos del fondo de la caja de sándalo que perteneció a su madre. El aroma a madera y recuerdos la envolvió mientras pasaba las páginas con delicadeza. Al abrir la primera, contuvo el aliento. Junto a la firma de su abuela Isabel, había un dibujo de un vestido rojo con una nota en el dobladillo: "Diseñado para el desfile de Luciano, 1969. Siempre te debo una pasarela."