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Capítulo 4: Fiebre, Desafíos y Miradas Peligrosas

Vanessa se despertó con la garganta ardiendo, la cabeza pesada y la nariz tapada.

Genial.

Un resfriado. Justo el día de su presentación ante la junta directiva.

—Perfecto, simplemente perfecto —murmuró con voz ronca, sentándose en la cama.

No tenía tiempo para estar enferma. Hoy era el día. Su oportunidad para demostrar que su talento y esfuerzo valían la pena.

Así que, con un par de tazas de té, una ducha caliente y toneladas de determinación, se puso de pie.

Y decidió que si iba a sentirse como un desastre, al menos iba a lucir espectacular.

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Mientras repasaba su presentación, sacó un viejo cuaderno de bocetos del fondo de la caja de sándalo que perteneció a su madre. El aroma a madera y recuerdos la envolvió mientras pasaba las páginas con delicadeza.

Al abrir la primera, contuvo el aliento.

Junto a la firma de su abuela Isabel, había un dibujo de un vestido rojo con una nota en el dobladillo:

"Diseñado para el desfile de Luciano, 1969. Siempre te debo una pasarela."

Sus dedos recorrieron las líneas elegantes del boceto, reconociendo en él algo inquietantemente familiar.

Giró la mirada a su escritorio, donde su propio diseño descansaba sobre el papel.

El corte entallado.

El escote asimétrico.

Coincidían.

Una extraña sensación la recorrió. No creía en el destino, pero esto… esto se sentía demasiado grande como para ser una simple casualidad.

Sus raíces estaban más ligadas a la moda de lo que imaginaba.

Y, sin embargo, nadie hablaba de eso en su familia.

¿Por qué?

No había tiempo para averiguarlo. Tomó aire, cerró el cuaderno y lo guardó.

Ahora tenía una junta que conquistar.

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Cuando Vanessa entró a la sala de juntas, todos se giraron a verla.

Y con razón.

Vestía un elegante vestido rojo, corto pero sofisticado, con un escote en la espalda que dejaba ver su piel tersa. Su cabello caía en ondas suaves, y su maquillaje sutil resaltaba sus facciones, con los labios pintados de un rojo vibrante.

El rojo era su color.

Y Alexandro lo notó.

Vaya si lo notó.

Desde el momento en que la vio entrar, algo dentro de él se tensó.

Había algo en ella… algo que lo ponía nervioso.

Se obligó a apartar la mirada y enfocarse en su café.

Pero no duró mucho.

Porque cuando Vanessa pasó junto a él, dejando un leve rastro de perfume dulce, Alexandro sintió que su autocontrol se deslizaba un poco más.

Ridículo.

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—Buenos días a todos.

La voz de Vanessa sonó segura, aunque por dentro se sentía como un desastre andante.

Se aclaró la garganta y comenzó su presentación, mostrando su colección inspirada en la elegancia atemporal con un toque moderno.

Sus diseños eran una combinación de sofisticación y riesgo, algo que encajaba perfectamente con la esencia de Montenegro Luxe.

Cada imagen proyectada, cada boceto que presentaba, cada palabra que pronunciaba con convicción, atrapaba la atención de la junta.

Y de Alexandro.

Él no quería admitirlo, pero se sentía impresionado.

Y no solo por su talento.

El tono apasionado con el que hablaba, la seguridad en su mirada… la forma en que, a pesar de estar claramente enferma, mantenía su postura firme y su sonrisa.

Era imposible no admirarla.

Cuando terminó, la sala estalló en aplausos.

Vanessa suspiró aliviada, sintiendo que había sobrevivido a la prueba.

Pero entonces, la voz de Alexandro resonó en la sala.

—Interesante.

Vanessa parpadeó y lo miró con recelo.

Lo conocía lo suficiente como para saber que cuando decía “interesante” significaba que estaba a punto de desafiarla.

—Pero me pregunto… —dijo él, entrelazando los dedos sobre la mesa—, ¿será funcional?

—¿Perdón? —Vanessa alzó una ceja.

—Tu propuesta. Es hermosa en papel. Pero en la práctica, Montenegro Luxe no solo busca diseños bonitos. Buscamos impacto, ventas y versatilidad. ¿Crees que tu colección puede lograrlo?

Un murmullo recorrió la sala.

Sofía, sentada al otro lado, la miró con preocupación.

Vanessa mantuvo la calma.

—Por supuesto que sí —respondió con seguridad.

—Demuéstralo —desafió él.

Vanessa lo miró fijamente.

Oh, con gusto.

Sonrió con confianza y cruzó los brazos.

—Dame los recursos y el equipo, y te aseguro que mi colección no solo será funcional, sino que marcará tendencia.

Alexandro sostuvo su mirada.

El aire entre ellos se cargó de tensión.

—Tienes una semana para sorprenderme, Durand.

—Hecho.

Las miradas de todos iban de Vanessa a Alexandro, como si presenciaran un duelo de titanes.

Vanessa sabía que la estaba poniendo a prueba.

Pero no iba a permitir que la intimidara.

No después de todo lo que había trabajado para llegar ahí.

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Las presentaciones continuaron.

Sofía hizo una propuesta espectacular, mostrando su estilo fresco y moderno.

Los otros pasantes también hicieron un gran trabajo.

Pero, de vez en cuando, Vanessa sentía una mirada fija en ella.

Y cuando giraba la cabeza, se encontraba con los ojos grises de Alexandro.

Él siempre apartaba la mirada rápido.

Pero lo vio.

Lo sintió.

Y por primera vez en el día, su corazón latió con más fuerza por algo que no era la fiebre.

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La reunión había terminado, pero la tensión no se disipaba.

Alexandro cerró la puerta de su oficina con llave y sacó del cajón de seguridad un viejo diario de cuero. Sus bordes estaban desgastados, las páginas amarillentas por el tiempo.

El diario de su abuelo.

Lo abrió con precisión y comenzó a hojearlo hasta que un boceto llamó su atención.

Trazos definidos. Pliegues estratégicos. Un diseño adelantado a su tiempo.

Firmado por Isabel Durand.

Su mandíbula se tensó.

Se parecía demasiado a lo que Vanessa había propuesto en su presentación.

Pasó los dedos por una mancha de café en la esquina del papel, y una imagen cruzó su mente: Vanessa, esa misma mañana, derramando su taza en la sala de juntas.

Exhaló con frustración.

Lleva la sangre de los Durand.

Lo sabía desde el momento en que vio su pasión, su descaro, su talento.

Pero Montenegro no necesitaba otro idealista.

Montenegro necesitaba alguien fuerte, alguien que entendiera que la moda no solo era arte, sino un negocio despiadado.

Y si Vanessa quería demostrar que estaba hecha para esto, tendría que hacerlo bajo sus reglas.

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