Capítulo 3: Herencia del Destino

El destino tenía un sentido del humor retorcido.

Alexandro lo supo en cuanto Damián, su abogado y mejor amigo, le entregó los documentos en la sala de su casa.

—Esto tiene que ser una broma —dijo, frotándose las sienes mientras leía el testamento por tercera vez.

—No lo es —respondió Damián, sirviéndose un whisky con calma—. Según esto, la casa de tus abuelos y una parte de las acciones de Montenegro Luxe ahora son compartidas. Mitad tuyas, mitad de ella.

Alexandro exhaló con frustración.

—Esto no tiene sentido. ¿Por qué harían algo así?

Damián se encogió de hombros.

—Quizás querían unir sus dos mundos. O tal vez simplemente querían ver cómo te volvías loco.

—Lo están logrando.

Desde que Vanessa había entrado a la empresa como pasante, Alexandro la había observado de lejos, tratando de encontrar la conexión que su abuelo vio en ella.

La niña que había conocido años atrás… la nieta de su abuelo.

Pero ahora, esa misma niña se había convertido en una mujer que lo tenía desconcertado. Era talentosa, creativa y su presencia en Montenegro Luxe no había pasado desapercibida.

El problema era que Vanessa no le daba tregua.

Y esa noche, lo comprobaría de la peor manera.

Bajo la lluvia

La tormenta azotaba la ciudad cuando alguien golpeó la puerta de su casa.

Alexandro frunció el ceño.

—¿Quién demonios…?

Damián le lanzó una mirada divertida.

—Creo que estás a punto de averiguarlo.

Cuando abrió la puerta, allí estaba ella.

Empapada.

Congelándose.

Con el cabello pegado al rostro y la ropa chorreando agua sobre su costoso piso de mármol.

—¡¿Pero qué…?! —Alexandro la miró, incrédulo—. ¿Qué demonios haces aquí a esta hora?

Vanessa levantó un dedo, temblando de frío.

—Tengo preguntas.

Alexandro parpadeó.

—¿En medio de una tormenta?

—Sí —afirmó, como si fuera la cosa más lógica del mundo.

—¿No podías esperar hasta mañana?

—No.

Damián soltó una carcajada desde el sofá.

—Me agrada esta chica.

Vanessa ignoró su comentario y se cruzó de brazos.

—¿Me vas a dejar entrar o prefieres que me quede aquí para que me enferme y así cargar con la culpa?

Alexandro resopló, pero se hizo a un lado.

—Pasa antes de que me demandes por homicidio involuntario.

Minutos después, Vanessa estaba envuelta en una manta con una taza de té caliente, sentada en el sofá frente a Alexandro y Damián.

—Bien —dijo Alexandro, con los brazos cruzados—. ¿Qué diablos quieres saber?

Vanessa lo miró con los ojos entrecerrados.

—Quiero saber por qué demonios nuestros abuelos decidieron que debíamos compartir una herencia.

Alexandro tomó un sorbo de whisky antes de responder.

—Tampoco lo sé.

Damián intervino, sonriendo con diversión.

—Pero hay algo más.

Vanessa alzó una ceja.

—¿Qué?

Damián sacó otro documento y se lo entregó.

Vanessa lo leyó en silencio.

Hasta que llegó a la parte importante.

Su rostro se congeló.

Luego, levantó la mirada, incrédula.

—No… No pueden estar hablando en serio.

Alexandro se masajeó las sienes.

—Lo están.

Damián asintió.

—Para que no pierdan la herencia, deben vivir juntos en la casa por un año.

Silencio.

Un trueno retumbó en el exterior, como si el universo disfrutara del caos.

Vanessa dejó caer la hoja.

—Dime que esto es un mal chiste.

—Ojalá lo fuera.

Vanessa lo miró fijamente.

—¿Tú quieres esto?

Alexandro soltó una risa sin humor.

—¿Tú crees que me emociona la idea de compartir mi espacio contigo?

—¡Oye! No soy tan mala compañera de casa.

—Eres un desastre andante.

—¡No es cierto!

—Derramaste café sobre mí. Y luego interrumpiste mi reunión como un huracán.

Vanessa se cruzó de brazos.

—Eso fue un accidente.

—Todo lo tuyo son accidentes.

Damián miró a ambos con una sonrisa traviesa.

—Siento una hermosa tensión aquí.

Alexandro y Vanessa giraron la cabeza al mismo tiempo para fulminarlo con la mirada.

Damián se levantó, acabando su whisky.

—Bueno, los dejo a solas. Seguro querrán discutir los términos de su convivencia.

Alexandro resopló.

—¿Discutir? Lo único que quiero discutir es cómo evitar esto.

Vanessa sonrió con malicia.

—¿Tienes miedo, Montenegro?

Alexandro entrecerró los ojos.

—¿De qué?

Vanessa se inclinó un poco hacia él, desafiándolo con la mirada.

—De no poder resistirme.

Alexandro sostuvo su mirada.

—La pregunta es si tú podrás resistirme a mí.

Vanessa rió suavemente.

—Sabes qué… Esto podría ser divertido.

Alexandro suspiró.

—Dios… Voy a arrepentirme de esto.

Pero en el fondo, ambos sabían que el verdadero problema no era compartir una casa.

Era la atracción que crecía entre ellos.

Una atracción que, tarde o temprano, iba a explotar.

___________

Más tarde esa noche, cuando el silencio invadió la casa, Alexandro recorrió con los dedos las vetas desgastadas del escritorio de nogal. Sus ojos encontraron una fotografía enmarcada.

Su abuelo, Luciano Montenegro, posaba junto a una mujer de elegante porte, vestida con un traje vintage. El estudio a su alrededor estaba lleno de telas y bocetos, y en las manos de la mujer descansaba un vestido inacabado.

Isabel Durand.

Su sonrisa en la fotografía era radiante, como si sostuviera algo más que una prenda… como si sostuviera un sueño.

En la parte trasera de la foto, una inscripción descolorida decía:

"Para Luciano, que nuestros sueños nunca se desvanezcan. — Isabel, 1968."

Alexandro sintió un escalofrío. Su abuelo y la abuela de Vanessa… ¿habían compartido más que una sociedad?

El teléfono vibró de repente sobre el escritorio.

—Señor Montenegro —la voz al otro lado sonó tensa—. Carlo Bianchi ha solicitado una reunión de emergencia para discutir al próximo CEO.

Alexandro se tensó.

—El puesto no está vacante.

—A menos que pueda demostrar el valor de la ‘unidad familiar’…

La llamada se cortó. Afuera, la tormenta se cernía sobre la ciudad, reflejando el caos dentro de él.

Un año.

Un maldito año con Vanessa Durand.

Y una sola oportunidad para salvarlo todo.

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