Capítulo 2: El Caos Tiene Nombre

El tiempo pasó.

Para Alexandro, fueron meses de negociaciones, números y reuniones interminables. Todo en su vida continuó con la misma estructura impecable.

Para Vanessa, en cambio…

Bueno. Su vida siguió siendo un torbellino de caos.

En los últimos meses, había sobrevivido a plazos imposibles, a un profesor que parecía alimentarse del sufrimiento de sus alumnos y a un gato callejero que decidió que su departamento era el mejor lugar para vivir (a pesar de que ella era alérgica).

Ah, y también había derramado café sobre tres personas más. Ninguna tan imponente como el hombre de la cafetería, claro, pero su historial con las bebidas calientes definitivamente necesitaba revisión.

Afortunadamente, el caos también tenía sus victorias. Y su mayor triunfo fue haber conseguido su pasantía en Montenegro Luxe, la marca de moda de lujo más prestigiosa del país.

Lo que no sabía era que, con esa oportunidad, también estaba a punto de enfrentarse a su mayor desafío.

Y a su mayor vergüenza.

El primer día de su pasantía llegó con la elegancia y el profesionalismo que requería.

Bueno, en teoría.

En la práctica, Vanessa llegó corriendo al edificio porque su taxi se averió a tres cuadras de distancia, sus tacones nuevos le estaban matando los pies, y por alguna razón, su bolso decidió abrirse en el momento más inoportuno, dejando caer un sinfín de bocetos y lápices de colores en la entrada principal.

—¡Oh, por el amor de Dior! —murmuró, tratando de recoger todo sin perder la dignidad.

Justo cuando creía haber controlado la situación, su teléfono vibró con un mensaje de Sofía:

"¿Dónde estás? La presentación ya empezó."

—¡Mierda!

Agarró todo lo que pudo y corrió hacia el ascensor, ignorando las miradas divertidas de los empleados que pasaban.

Y fue así como, jadeante y con un lápiz atrapado en su cabello, irrumpió en la sala de conferencias.

Justo en medio de la presentación.

Todos voltearon a verla.

Y en el centro de la sala, con los brazos cruzados y una expresión ilegible en su rostro, estaba él.

Alexandro Montenegro.

El hombre del café.

Vanessa sintió que el alma se le caía a los pies.

Oh, no.

No, no, no.

—¿Tú? —susurró, susurró con horror.

La sorpresa en el rostro de Alexandro fue mínima. Porque, claro, él no era de los que demostraban emociones fácilmente.

Pero sus ojos grises la recorrieron de arriba abajo, notando cada detalle. El cabello despeinado. El lápiz enredado en sus mechones. La carpeta con papeles desordenados. Y, por supuesto, la evidente falta de aire por haber corrido.

Vanessa se aclaró la garganta y trató de sonreír como si nada estuviera pasando.

—Hola señor

Un silencio pesado cayó en la sala.

Sofía, desde el otro lado de la mesa, tenía los ojos como platos. Mariana, su nueva compañera, apretó los labios para no reír.

Y Alexandro… bueno, él simplemente exhaló con exasperación.

—Siéntate, Durand —dijo con tono firme.

—¡Sí, sí, claro!

Vanessa caminó hacia un asiento vacío con toda la dignidad que pudo reunir, pero en su prisa, se tropezó con una pata de la mesa.

El golpe hizo que su carpeta se abriera de golpe, esparciendo sus bocetos sobre la mesa de conferencias.

Vanessa sintió que la tierra debería abrirse y tragársela en ese momento.

Pero el destino no le tenía piedad.

Porque uno de sus bocetos, un diseño de vestido que había trabajado con mucho cariño, aterrizó justo frente a Alexandro.

Él lo tomó con calma y lo observó.

Silencio.

Vanessa se removió en su asiento, más roja que un tomate.

—Ese es… un trabajo en progreso —balbuceó.

Alexandro no respondió de inmediato. Simplemente deslizó la mirada del boceto a ella.

Y luego, algo insólito ocurrió.

Una mínima curvatura en la comisura de sus labios.

¿Estaba… sonriendo?

No. Imposible. Alexandro Montenegro no sonreía.

—Bienvenida a Montenegro Luxe, Durand. —Su tono era seco, pero ella no pudo evitar notar una chispa de diversión en su mirada.

Vanessa se hundió en su asiento.

Genial.

Primera reunión y ya había logrado convertirse en la pasante más caótica de la historia.

Lo peor de todo era que sabía que esto no había terminado.

No cuando su jefe era el mismo hombre al que había bañado en café meses atrás.

Y que, por alguna razón, aún la miraba como si no pudiera creer que el destino hubiera decidido enredarlos de nuevo.

Vanessa quería creer que su primer día no podía empeorar.

Pero, claro, el universo tenía otros planes.

Después de la desastrosa presentación en la reunión, Mariana la arrastró fuera de la sala antes de que su dignidad se evaporara por completo.

—Eso fue… intenso —dijo Mariana, conteniendo una risa.

—Eso fue un desastre —Vanessa corrigió, llevándose las manos a la cara.

—Bueno, al menos llamaste la atención del jefe.

Vanessa gimió.

—Justo lo que quería: ser recordada como la pasante que entra haciendo un escándalo.

—Podría ser peor.

—¿Cómo?

Mariana le guiñó un ojo.

—Podrías haber derramado café sobre él otra vez.

Vanessa sintió un escalofrío.

—No lo digas en voz alta, el destino tiene un sentido del humor retorcido.

Pero la verdadera prueba aún no había llegado.

---

La jornada avanzó sin más incidentes. Bueno, al menos hasta que llegó la hora del almuerzo.

Vanessa y Mariana se dirigieron al ascensor para bajar a la cafetería, pero justo cuando las puertas estaban a punto de cerrarse, una voz grave y autoritaria se escuchó:

—Detengan el ascensor.

Vanessa sintió que su estómago se encogía.

Porque, claro, el destino no le tenía piedad.

Alexandro Montenegro entró al ascensor con su impecable traje oscuro, su aura de poder y… su ceño fruncido de siempre.

La puerta se cerró detrás de él, dejando a Vanessa atrapada en un espacio reducido con el hombre al que había humillado en menos de 24 horas.

Mariana, muy oportunamente, decidió mirar su teléfono como si fuera lo más interesante del mundo.

El silencio era incómodo.

Vanessa carraspeó, tratando de aliviar la tensión.

—Bonito… clima, ¿no?

Mariana cerró los ojos con resignación.

Alexandro la miró, inexpresivo.

—Estamos en un edificio sin ventanas, Durand.

Vanessa maldijo internamente su torpeza.

—Cierto, cierto, solo intentaba… eh…

Antes de que pudiera terminar su frase, el ascensor se sacudió violentamente.

Un sonido metálico crujió en el techo y, de repente, las luces parpadearon.

—¡¿Qué demonios?! —exclamó Vanessa, agarrándose de la barra lateral.

El ascensor se detuvo bruscamente.

—Oh, no —susurró Mariana.

Un silencio tenso llenó el espacio.

—¿Estamos… atrapados? —preguntó Vanessa, con los ojos muy abiertos.

Alexandro presionó el botón de emergencia con calma.

—Parece que sí.

—No puede ser —Vanessa jadeó—. Esto es un mal chiste.

—Bienvenida a Montenegro Luxe —murmuró Mariana, sarcástica.

Vanessa se llevó las manos a la cabeza.

—Esto es culpa del destino. Te juro que me odia.

—O simplemente no prestaste atención cuando dijeron que este ascensor tiene fallas —dijo Alexandro con sequedad.

Vanessa parpadeó.

—¿Dijeron eso?

—Sí —respondió Mariana, divertida—, justo antes de entrar.

Vanessa soltó un suspiro dramático.

—Perfecto. Atrapada en un ascensor con mi jefe y mi némesis del café.

—No soy tu némesis —dijo Alexandro.

—¿No? —Vanessa alzó una ceja—. Porque tu cara dice lo contrario cada vez que me ves.

—Mi cara es así siempre.

—Touché.

El intercomunicador crujió y una voz habló desde el otro lado.

—Señor Montenegro, estamos al tanto del problema. Tomará unos minutos reiniciar el sistema.

Alexandro cruzó los brazos.

—¿Cuántos minutos?

—Entre veinte y treinta.

Vanessa sintió que se le helaba la sangre.

Treinta minutos atrapada con él.

Oh, Dios.

Mariana, por su parte, se encogió de hombros.

—Bueno, al menos no estamos solos.

Vanessa la fulminó con la mirada.

—Dices eso porque no fuiste tú la que lo empapó con café.

Alexandro suspiró y sacó su teléfono.

—Si van a seguir hablando, al menos háganlo en un tono tolerable.

—¿Eso fue un intento de decirnos que somos ruidosas? —Vanessa puso las manos en su cintura.

Alexandro levantó la mirada del teléfono y, por un segundo, sus ojos grises la estudiaron con un brillo entre fastidio y diversión.

—No fue un intento.

Vanessa abrió la boca para protestar, pero en ese momento, las luces del ascensor parpadearon nuevamente y el sistema volvió a funcionar.

Las puertas se abrieron con un sonido mecánico y una ráfaga de aire fresco entró.

Vanessa suspiró aliviada.

—¡Libertad!

Mariana salió primero, seguida de Alexandro, quien le dirigió una última mirada antes de irse.

Vanessa notó algo en su expresión.

Y no sabía si eso le preocupaba más que su obvio fastidio.

Cuando finalmente llegaron a la cafetería, Mariana estalló en carcajadas.

—No puedo creer que sobreviviste a un encierro con Montenegro sin autodestruirte.

Vanessa dejó caer la cabeza sobre la mesa.

—No lo sé. Algo en su mirada me dice que esto no ha terminado.

Mariana bebió un sorbo de su café y sonrió.

—Definitivamente no.

Y Vanessa no podía evitar preguntarse qué otras trampas del destino la esperaban en Montenegro Luxe.

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