El dueño de farmacéuticas Bertram ha muerto y Sheily Bloom, su mano derecha, implacable, orgullosa y mandona, está lista para ocupar su lugar. Sin embargo, la llegada de Zack, el fiestero hijo del dueño, cambiará todos sus planes. Él tiene un objetivo que cumplir y ella un secreto que guardar: la dragona Sheily, a quien ningún hombre puede domar, se convierte en una humilde y sumisa ovejita cuando cruza las puertas de la iglesia Pacto divino, donde no va precisamente a rezar. Enemigos a muerte de día y… ¿amo y sumisa de noche? ¿Es acaso Zack quien se esconde tras la máscara del hombre que pone a Sheily de rodillas? El placer, el dolor, el poder y el perdón, se mezclarán en una excitante guerra donde sólo habrá un ganador. ¿Quién se rendirá primero?
Ler maisEra el regalo perfecto para un cumpleaños de porquería. Zack se levantó con el portátil todavía en las manos, aferró a Sheily de un brazo y la jaló dentro de la casa. Los invitados, atónitos, se miraban unos a otros, sin atreverse a decir palabra. Vicki apagó las velas del pastel, suponiendo que la fiesta había llegado a su fin y uno a uno los que no eran tan cercanos a Zack se fueron retirando. Lili y Jorge se mantuvieron firmes, estarían con su jefa al mando del barco hasta el final.En un despacho del primer piso, Zack empujó a Sheily dentro y cerró de un portazo.—¡Dime que estas fotos son falsas, Sheily! ¡Dime que se trata de una jodida broma de mierd4! —exigió, con la rabia colmando su voz.Ella miró la pantalla. ¡M4ldito el día en que Edward la había llevado a ese club de BDSM!Lo que Zack y el resto de los invitados habían visto eran fotos de ella y Edward allí. Ella de rodillas, jalada de una cadena; ella siendo sometida en medio de una sesión y quién sabe qué más, no quiso
Experta en disimular, Sheily no se inquietó por la presencia de Williams. Saludó de beso a la rubia que lo acompañaba y a él le tendió la mano.—No recuerdo haberte invitado —le dijo, con el tono más amable que pudo.—Lo invité yo —dijo la rubia—. Soy Ivka, amiga de Zack, él me habló de ti en mi cumpleaños. Johannes también es mi amigo. Claro que sí, pensó Sheily, Williams era un hombre muy amistoso. De seguro la rubia era una más de sus sumisas. —Pasen, por favor. Zack y los demás están en la terraza. Recibió Sheily a unos cuantos invitados más y luego fue al baño. Ensayó su sonrisa de cortesía social y arregló su cabello. Afuera se encontró con Zack, que la empujó dentro. La arrinconó contra el lavabo y la besó con ímpetu. Sabía a pisco sour. —¿Por qué mierd4 está Johannes Williams aquí? ¿Qué clase de cumpleaños es éste, que tiene incluído a mi archienemigo? —balbuceó, arrastrando la lengua. Era temprano para que estuviera ebrio, pero lo estaba.—Pregúntale a tu amiguita la mod
La muerte era parte natural de la vida, del ciclo maravilloso en su finitud, incesante, eterno. Morir era el destino de todos. Morir de viejos, por alguna enfermedad, morir porque ya habías vivido lo suficiente. Era sencillo hallar resignación para los que sobrevivían cuando la muerte llegaba sola. Sin embargo, cuando alguien, un indeseable cortaba los hilos de la vida de otros y le daba un fin prematuro a su ciclo, no había paz que pudiera aliviar el dolor de la pérdida. No había justificación válida, ni consuelo para los momentos que ya no existirían; no había sosiego para la ira. Parado frente a la tumba donde reposaban los cuerpos de sus padres, Zack pensaba en aquellos momentos, en las cenas familiares que no habrían, en las fiestas que se silenciaron; en su hogar, tan vacío y solitario. Sheily, parada junto a él, le cogió la mano, tan fría como el aire de la mañana. Era la primera vez que se enfrentaba a la lápida que llevaba grabado el nombre de Edward y seguía pareciéndo
Desde el pequeño refugio que Sheily había encontrado y donde recuperaba apenas la conciencia, oyó el desorden que hacía Monroe al buscarla. Tiraba cosas, movía otras. Se oía cada vez más cerca y ella no podía moverse, el cuerpo no le respondía. —¿Quieres saber cómo supe que eras la perra de Edward? Sal y te lo diré. Sheily intentó rodar los ojos, pero se le fueron para cualquier parte. No iba a salir ni aunque le pagaran. —Pensé que era un buen hombre, pero me equivoqué. Los hombres buenos no cogen con callejeras como tú. Terminó siendo un asqueroso y pagó por eso. ¿Quieres saber qué fue lo último que dijo antes de morir? Sal y te lo diré. En la farmacéutica, Zack pensó en ir a la oficina de Sheily, pero cambió de parecer a mitad de camino. No iba a presionarla y menos a arrastrarse por ella. No estaba desesperado, sólo muy emocionado por todo lo que quería que hicieran juntos. Hasta había pensado en casarse. Fueron sólo unos segundos en que la idea pasó fugazmente por su cabeza
Instalar su propio restaurante, Zack lo imaginaba luego de su conversación con Sheily. Un local en el centro de la ciudad, moderno, bohemio, que concentrara a una clientela exigente, pero de paladar adaptable, dispuesta a probar cosas nuevas y dejarse sorprender, por ejemplo, por algún espectáculo artístico a media semana o por los cuadros de pintores emergentes que revistieran sus muros, un restaurante galería. No había nada así en el país hasta donde él sabía, tendría que hacer un estudio de mercado.Un local en la playa tampoco estaría mal, lleno de turistas atraídos por los frescos sabores marinos, con una terraza con vista al mar y con fogatas para comer a su abrigo y bajo las estrellas. También podía escoger el campo, algún bosque, la montaña y montar un hotel boutique que fuera un refugio para los viajeros, con un restaurante que ofreciera lo mejor de la comida casera, acogedor y doméstico para hacerlos sentir en su hogar, pero a la vez aventurero, con actividades como senderi
*Sheily entró a la oficina de Edward con unas carpetas. Tomó asiento y comenzó a contarle los detalles de los últimos informes, muy profesional y sin hacer contacto visual con él. —¿Es todo? —preguntó Edward cuando ella terminó de hablar. —Por ahora sí, señor Bertram. Si no tiene alguna objeción, presentaré el proyecto en la próxima junta de directivos. —¿Señor? —cuestionó él y ella asintió—. ¿Así serán las cosas ahora? Eres una chiquilla muy inmadura, no conseguirás nada de mí con esta escena de celos. Desde que Sheily se enterara de que él tenía una amante, se había distanciado. Había «terminado» con él, como si tuviera atribuciones para hacerlo. —No me malinterprete, señor Bertram, porque ya no quiero nada de usted. Tiene a su amante para complacerlo y yo era menos que eso, me lo dejó claro, yo era nada. Qué más da si soy nada para usted o alguien más. Edward negó, decepcionado. —No importa cuánto esfuerzo dediqué en disciplinarte, eres un desastre de sumisa. No tienes de
Acorralada, así se sintió Sheily parada junto a Williams mientras Zack se acercaba dispuesto a todo.—¿Aceptaste recibirme sabiendo que él estaría aquí? —murmuró, mirando a Johannes de reojo, segura de que había caído en su espantosa trampa.—No sabía que vendría, tal vez vino a ver a Mateo.Sheily resopló. En esa empresa no debía moverse una hoja sin que él lo supiera, así eran los amos, reyes del orden y el control. A ellos no los sorprendían. Zack llegó junto a ellos, miró a Williams como si quisiera descuartizarlo y a Sheily como si fuera un extraterrestre.—¿Qué haces aquí? —le preguntó y ella consideró las posibilidades, pensando en la mentira que pareciera más creíble para seguir ganando tiempo y proteger sus secretos. —Vino a decirme que no siga gastando mi dinero en comprarle flores —se apresuró a decir Johannes, con esa rapidez mental que resultaba muy atractiva y sin ningún titubeo, era un mentiroso de primera. Zack miró a Sheily a la espera de que confirmara la informac
Sheily releyó el mensaje, pensativa. Llamó al número del remitente, pero nadie le contestó. «¿Qué quieres?», le escribió justo cuando entraba Zack. Guardó el aparato en su bolsillo y le sonrió.—¿No te han agradado mis amigos? —preguntó él, rodeándola entre sus brazos. —¿Quién soy yo para juzgarlos? Ni siquiera tengo amigos, pero si los tuviera, serían como... —como Williams, pensaba Sheily—, serían fetichistas sadomasoquistas.—Eso sería interesante. ¿Quieres que me deshaga de ellos? —preguntó y Sheily negó.—No, puedo aguantarlos un poco más, siempre y cuando Vicki no me hable de cómo te la follabas a ella o a cualquiera de los otros. Tengo la mente abierta, pero no tanto.—Me gustaría poder dar una buena explicación, pero así hago amigas. O así las hacía, ya no porque estoy contigo. Si algún día terminamos, me gustaría que pudiéramos ser amigos. Aquello a Sheily le parecía tan difícil como dar la vuelta al planeta Tierra caminando. Si él terminaba con ella sería porque la horror
Sheily había guardado el teléfono en su bolsillo a la espera de la ambulancia y, al despertarse y luego de recibir información de su estado, se lo pidió a la enfermera. Tenía cuatro llamadas perdidas de Zack, así que lo llamó y le dijo donde estaba. Él llegó con cara de haberse pasado la noche en vela celebrando, pero ahora todos los motivos para hacerlo se le hubieran acabado. —¡¿Apendicitis?! ¡¿Tenías apendicitis?! ¡¿Por qué no me lo dijiste?! —Porque lo supe ahora, cuando me desperté. Zack se aferró la cabeza, frustrado. —¡¿Y por qué no me llamaste cuando empezaste a sentirte peor?! Soy tu novio y me entero hasta ahora. ¡Estaba celebrando mientras tú sufrías! Sheily no supo qué responderle, llamarlo nunca fue una opción para ella, Zack no era médico, no podría haberla ayudado. Habría perdido tiempo llamándolo a él en vez de a la ambulancia. —Tenía mucho dolor y fiebre, no pensaba con claridad. Llamé a emergencias y me desmayé —dijo ella por fin—. No alcancé a avisarte.