Los días pasaron y Sheily dejó de esperar encontrarse con el del tatuaje. Asistía a la iglesia sólo los sábados, como de costumbre (a él lo había conocido un miércoles) y su rutina diaria regresó a la normalidad, salvo que ahora asistía también al gimnasio para verse más espectacular todavía.Hasta que volvió a encontrarse con él.En cuanto los bototos aparecieron en su campo de visión, Sheily apretó los puños, que temblaban sobre sus piernas. Tenía todas las intenciones de ponerse de pie y salir de allí para darle así al cabrón una cucharada de su propia medicina. Él no merecía tocar un centímetro del cuerpo que había insultado, no lo tendría tan fácil. Algo de dignidad le quedaba todavía y se lo demostraría. Sheily no se movió de su lugar. El hombre se paró tras ella y le acarició la cabeza. Le sacudió el cabello con brusquedad y la dejó toda despeinada. —¿Has pensado en mí, perra? —preguntó con la arrogancia que lo caracterizaba, paseándose alrededor de ella para verla mejor. —
Sheily y Zack discutían algunos asuntos en la oficina que pudo ser suya y que apestaba a incienso, llenándole la cabeza de tórridos recuerdos en contra de su voluntad. Nadie sospecharía de la lucha interna que ella libraba en aquel momento por mantener la compostura y no brincar encima de Zack y apretarle el cuello hasta sacarle la verdad que ella creía que ocultaba. La razón de su presencia allí era que Zack estaba organizando una cena de bienvenida para el nuevo inversionista y consultaba los detalles con ella, como si fuera su vil asistente, como si ella fuera la más feliz con el nuevo inversionista, tanto como para querer hacerle una fiesta.—Te acabo de enviar la lista de postres —dijo Sheily, con su tono serio y profesional de siempre—. Es bastante variada, de seguro habrá algo que a «don misterioso» le guste. —¿No sería más fácil preguntarle a él qué le gusta? —sugirió Zack. Ella lo miró con horror. Zack no sabía mucho de relaciones humanas o era un simple imbécil. —El serv
—¿Ha habido noticias? —Sheily hablaba por teléfono en la sala de su casa. La revista de crucigramas estaba en la mesa de centro, sin ninguna letra extra, junto a una copa de helado a medio derretir. Había pasado a hacer las compras al supermercado y sus pies la llevaron al pasillo de mascotas. *—Esta comida la compré especialmente para ti, Bobby —vació toda la lata en el plato y puso también algunas croquetas. El perro miró el plato sin mucho interés, estaba acostumbrado a comer comida de la calle, porquerías grasosas que a nadie hacían bien. —Vamos, Bobby. No me moveré de aquí hasta que te comas todo. No me obligues a darte un castigo.* Sheily cruzó los dedos. —Ninguna todavía, señorita, pero esto es así, puede tardar bastante. No pierda la esperanza de encontrarlo, le avisaré de inmediato si hay novedades. Sheily colgó, era una decepción constante. Se suponía que el hombre era uno de los mejores detectives privados, con excelentes recomendaciones. Hallar a su perro Bobby d
Sheily siempre se consideró una mujer intelectualmente por sobre el promedio. Buenas calificaciones en la escuela, lo mismo en la universidad y excelente desempeño en el trabajo. No era inteligente per se, pero aprendía rápido y se esforzaba bastante.Arrodillada frente a la cruz de madera, se dio la vuelta lentamente y, sin mirar a su amo en ningún momento, llevó la frente hasta el suelo. Ella había aprendido desde la última vez. No iba a la iglesia a luchar, tampoco a jugar, menos a gozar del placer perverso. Iba porque se había rendido y deseaba que su cuerpo y su alma dejaran de pertenecerle y fueran de alguien más, al menos por un instante. —Le ofrezco mis humildes disculpas, amo. Soy la zorra más inútil de este lugar y lo lamento mucho por usted porque no se lo merece. Por favor, perdone a esta tosca, poco atractiva, sin gracia y aburrida perra inservible. Una sonrisa torcida apareció en la boca del amo.—Es una patética disculpa, pero tampoco esperaba mucho de ti. Levanta la
«Una hora no es suficiente, ¿qué tal veinticuatro?».La propuesta del amo del tatuaje seguía repitiéndose en la cabeza de Sheily. Era inevitable sentir un cosquilleo en lo profundo de su cuerpo con sólo recordar su profunda voz... Su sabor. «¿Veinticuatro horas? ¡El amo me mataría!», le dijo ella. Sin mencionar que tanto tiempo juntos les costaría una fortuna, pero qué importaba el dinero, a ella le sobraba y probablemente a él también. Lo fundamental era la extensión, ¿acaso ella aguantaría por tanto tiempo sus torturas?«No tiene que ser aquí, podríamos juntarnos en otro lugar», propuso él. ¡Alerta roja! Aquello iba en contra de todas las reglas pactadas para el bienestar y protección de los usuarios, eso diría la monja de atención al cliente. Ser monja debía ser una tortura.Sheily no negaba que pudiera ser riesgoso. Lo era y mucho. No habría botón de pánico ni monaguillos al rescate si al amo se le ocurría castigar de más a su esclava, pero, ¿por qué ser tan negativa? ¿Acaso n
La respuesta al mensaje de Sheily llegó luego de una hora.«Mañana, 10:00 am. Te envío la dirección».Eso era demasiado pronto, ella había creído que se reunirían el fin de semana. Imaginarlo deseando estar con ella con tanta premura fue un bálsamo para su ánimo convulsionado.Buscó la dirección. Era una casa de veraneo cerca del mar. En esta época de frío, el barrio en el que se situaba debía estar casi vacío, ningún vecino cerca, ningún testigo, nadie que oyera sus gritos o pudiera socorrerla si las cosas iban mal...Empezó a escribirle un correo a Zack.«Creo que he comido algo que me ha hecho fatal. Tengo fiebre...»Aquello no distaba mucho de la realidad, se sentía bastante acalorada, en algunas partes más que en otras. «No podré ir a la compañía mañana, me pondré al día en cuanto vuelva. Qué tengas buenas noches».—Hijo de tu puto padre. Enviar. Un descanso de él y el resto de monos chupapollas le sentaría de maravillas. Ya saboreaba el frescor de la brisa marina, la arena en
Arrodillada frente a su amo, tragando saliva en abundancia al tenerlo jugueteando con su lengua y con la entrepierna igual de húmeda y hambrienta, Sheily estuvo lista... Para hablar. —¿Cuántos años tenías cuando lo hiciste por primera vez? —preguntó él, en un tono más que cordial, quitando los dedos de la boca de Sheily. Le desabotonó el primer botón de la chaqueta. Ella no llevaba blusa debajo y se deleitaría la vista mientras oía sus respuestas. —Dieciséis —confesó ella, en un suspiro. —¿Estabas enamorada? —indagó él. —No —respondió de inmediato, tajante. —¿Te corriste? —indagó mucho más él, con el morbo brillando en sus ojos. Sheily asintió y se lamió los labios cuando él le desabrochó el siguiente botón. Hacía demasiado calor y la ropa le sobraba. —Háblame de la primera vez que te excitaste, quiero saber cómo nació este deseo que te llevó a estar hoy a mis pies. Era como estar en terapia, pensó Sheily, hasta que los dedos del terapeuta tantearon la sensible piel de u
Era un lindo día y el amo quiso salir a la terraza. Sheily gateó tras él y se detuvo en el umbral, temerosa. Tenía el torso desnudo y la falda arriba. No se asomaría así donde alguien pudiera verla.—Viniste aquí por voluntad propia, ¿no? No me hagas enfadar —reclamó el amo. Sheily siguió andando. En la terraza había una mesa de madera con tres sillas y unas tumbonas del otro lado. Se subió a una tumbona como él le indicó, en cuatro patas y mirando hacia el océano. La brisa fresca le causó escalofríos, más todavía cuando el villano le arrancó la falda. Se quedó como Dios la trajo al mundo, pero más avergonzada. Hacer lo que hacía al aire libre era completamente nuevo porque siempre fue un secreto. Por instantes, tantas sensaciones contradictorias la marearon. —Qué bella vista —exclamó el verdugo, parado tras ella. —Sí, amo —concordó Sheily. El mar, de un turquesa radiante, era una verdadera maravilla.—Tú no estás viendo lo que yo estoy viendo, así que cállate —le dio una nalgada y