XV Un amigo

Era un lindo día y el amo quiso salir a la terraza. Sheily gateó tras él y se detuvo en el umbral, temerosa. Tenía el torso desnudo y la falda arriba. No se asomaría así donde alguien pudiera verla.

—Viniste aquí por voluntad propia, ¿no? No me hagas enfadar —reclamó el amo.

Sheily siguió andando. En la terraza había una mesa de madera con tres sillas y unas tumbonas del otro lado. Se subió a una tumbona como él le indicó, en cuatro patas y mirando hacia el océano. La brisa fresca le causó escalofríos, más todavía cuando el villano le arrancó la falda. Se quedó como Dios la trajo al mundo, pero más avergonzada. Hacer lo que hacía al aire libre era completamente nuevo porque siempre fue un secreto. Por instantes, tantas sensaciones contradictorias la marearon.

—Qué bella vista —exclamó el verdugo, parado tras ella.

—Sí, amo —concordó Sheily. El mar, de un turquesa radiante, era una verdadera maravilla.

—Tú no estás viendo lo que yo estoy viendo, así que cállate —le dio una nalgada y
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