Sheily se puso el antifaz antes de bajar del auto. En cuanto dio un paso fuera, se envolvió bien en su abrigo, estaba muy frío. Avanzó los metros que la separaban de la entrada y buscó la llave debajo de la maceta junto a la ventana. No estaba. Sin perder la calma, llamó a la puerta, por si su amo había llegado primero. Todas las luces estaban apagadas y no había otro auto cerca. No recibió respuesta. Cuando empezaba a m4ldecir al creer que había conducido dos horas para nada, un auto llegó de la misma dirección que ella venía y avanzó hacia él a tiempo de ver a su amo bajar. Llevaba un abrigo también y su pasamontañas. —¿Qué haces de pie, perra? —la cuestionó. Sheily se arrodilló de inmediato, con la mala suerte de clavarse una piedra en la rodilla. La quitó, pero el dolor se mantuvo. Ella había creído que la sesión comenzaría al cruzar la puerta. —No está la llave —explicó, con la vista fija en los bototos que se acercaron hasta quedar frente a ella.—Qué extraño, debería estar
—¿Viste el auto nuevo que se compró Rodolfo? Yo trabajo en lo mismo y no tengo un auto así —Jorge se estiró para coger una galleta y le dio una a Liliana también.—Él ahorra, tú no. Incluso tiene inversiones, desde la mayoría de las aplicaciones bancarias se puede hacer eso ahora, pero hay que tener buen ojo. Yo invertí en una línea aérea y luego se cayó un avión. Lo perdí todo. Jorge se carcajeó y fue por más galletas. —¿En qué podría invertir? —se preguntaba él—. Voy a preguntarle a Sheily, tiene cara de que sabe invertir, pero su nueva asistente me da miedo. —Es agradable, algo seria, pero dedicada. No le dará ningún problema.—A esa mujer le falta algo, ¿sabes qué es? Liliana le metió una galleta a la boca y no lo dejó responder. Siguió prestando atención a la reunión y tomando notas. Su libreta estaba llena de migajas. —¿Todavía vas a negar que la dragona le tiene ganas al gran jefe? —arremetió Jorge, divertido. —Es el jefe y ahora está hablando, sería descortés si Sheily n
De todos los bares de la ciudad, que Zack apareciera justo allí la sorprendió sólo un poco. Supuso que el juego del amo se pondría intenso. —Sheily, tu... Tu falda. La tienes un poco subida. —Oh, qué torpe soy. Debió ocurrir cuando fui al baño —se acomodó la prenda enganchada en sus bragas, que le dejaba a vista media nalga tal y como había ordenado su amo.Su exhibicionismo ya estaba declarado y no había vuelta atrás. Era exclusiva responsabilidad de su amo y le encantaba. Volvía a sentirse como una diosa cuando la observaban como Zack lo hacía, con un deseo inclasificable y completamente inapropiado tratándose de su jefe, porque eso era en aquel momento. ¿O era su amo?—¿Viniste sola?—No. Estoy esperando a alguien —le pareció que Zack se vio algo perdido por instantes.—Yo también. Que te diviertas y... Ten cuidado.—Siempre lo tengo, Zack. Nos vemos —lo vio alejarse y doblar en el salón contiguo. Supuso que su aparición se debía a que deseaba asegurarse de que ella cumplía con
Sheily respiraba a bocanadas. Tenía las piernas agarrotadas por mantener la misma posición durante tanto tiempo y su sudor goteaba, pero había valido la pena. Lo compensaba esa música que oía, la de su corazón latiendo cada vez más lento luego del orgasmo, hasta alcanzar una serenidad que se confundía con la muerte, pero estaba viva. Acababa de renacer, eso sentía. El amo, igual de extenuado y jadeante, le acarició los labios con suavidad. —Mañana será el último día de nuestro trato y te daré motivos suficientes para querer continuar. Te daré una buena razón para seguir siendo mía. Sheily sonrió, sabiendo que las promesas del amo sabían a gloria y que su abandono la llevaba de regreso a un pasado que quería olvidar. *El capitán del equipo de baloncesto se alejó del chico rollizo y todos los demás lo suguieron. La sangre relucía bajo el ardiente sol de mediodía y Sheily se acercó a ver el resultado de su plan. Agazapado y con las manos cubriéndose la cabeza, Alan seguía boca abajo
—Tu tía Sara empezó a tomar un curso de tejido. Partió haciendo bufandas, sweaters y le ha ido bien vendiéndolos. Me dio uno para ti y le dije que te lo daría en cuanto te viera. No imaginé que tardarías un año en venir, tal vez ya ni te queda —se quejó la madre de Sheily. Pese a estar a mediados de sus cuarenta, se veía bastante joven. Ayudaba el que siguiera vistiéndose como si tuviera veinte. —Dejé de crecer hace bastante tiempo, mamá y cuido la línea para no ponerme gorda —explicó Sheily, bebiendo a sorbos su té en la cocina de la casa familiar mientras su madre iba a la habitación.En aquella casa había crecido, había visto morir a su padre y presenciado de mala gana el desfile de hombres que le siguió. —Aquí está. Es precioso. Puedes usarlo incluso para ir a alguna de esas cenas de gente importante a las que vas —dejó la prenda estirada sobre la mesa. Era ancha, sin forma y con textura de mantel. No combinaba con nada de lo que Sheily tenía en su armario, era un crimen contr
La posada de Ana seguía existiendo y seguía siendo bastante decente. Sheily dejó sus cosas en una habitación con vista hacia la plaza y fue al comedor que había en el primer piso, junto a la recepción.El menú del día era cazuela y se le antojó muy delicioso en comparación a las sofisticadas preparaciones que ofrecía el comedor de la compañía. Una comida de hogar. —Qué disfrute —le dijo la muchacha que le sirvió, con una sonrisa cándida e inocente, habitual en la gente que vivía lejos de la ciudad y sus vicios.—Muchas gracias —intentó sonreírle del mismo modo, pero ya había olvidado cómo. La muchacha fue a otra mesa y se dirigió a los clientes con la misma cordialidad, mientras en la mesa de al lado, un hombre que debía rondar los cincuenta, le miraba con expresión morbosa las piernas, demasiado huesudas a gusto de Sheily. —Qué linda te ves hoy, Lucianita —dijo el hombre, panzón y desaseado, relamiéndose mientras la muchacha sonreía, incómoda—. Deberías usar más seguido esas faldi
—¿Te gustó el sweater, Sheily? —le preguntó la tía Sara luego de saludarse.La mujer era mayor que su madre por unos cuantos años y llevaba bien su edad, sin mayores pretensiones. —Estaba muy bonito, gracias. ¿Todo esto lo hiciste tú? —preguntó, señalando lo expuesto en el mesón. Además de ropa había mantas, bolsos y animalitos. Cogió un mono, que le recordó a los monos chupapollas de la compañía. —Así es, los diseños son míos, pero tengo gente que me ayuda, Jonas es mi asistente, un chico muy talentoso. Jonas, ven a conocer a mi sobrina, viene de la ciudad —agitó la mano y llamó al hombre, que se acercó en cuanto terminó de atender a una clienta.Se quedó boquiabierto al ver a Sheily.—Jonas es trabajador, sin vicios y está soltero —señaló la tía, sonriéndole con complicidad, a lo que Sheily respondió rodando los ojos.Su tía era soltera, sin hijos y, al igual que su madre, se metía demasiado en lo que no le importaba. Sheily siempre sospechó que fuera lesbiana. En un pueblo peque
La fachada de la secundaria «Siempre verde» apenas había cambiado con los años. Había rejas por fuera de las ventanas y menos árboles a su alrededor, pero la seguridad seguía siendo un asco. Sheily se coló diciendo que era la hermana de uno de los niños que se preparaba para el desfile en el interior y recorrió los pasillos por los que anduvo tantos años. Avanzaba entre las tinieblas, buscando la luz. Atardecía ya y ella se enfiló hacia la zona de las canchas, vacía porque todos estaban pendientes del festival. Habían pasado once años, pero recordaba a la perfección el lugar exacto sobre la tierra arcillosa, el lugar donde el espíritu de Alan se había quebrado. Allí se arrodilló y adoptó la postura de sumisión que mantenía en la iglesia, con el espíritu igual de quebrado. Cerró los ojos, dejó el ramo de flores sobre sus piernas y juntó las palmas a la altura del pecho. *Alan, sin más que perder, se puso la máscara y todo se vio distinto tras ella. Tenía solo a Sheily en su recor