XVII Sherezade

El día se acercaba hacia el ocaso y en la playa sólo estaban Sheily y el «repartidor».

—¿Acaso quiere su propina? —preguntó ella, juguetona—. Se me ha quedado la billetera en casa, pero puedo pagarle de otra forma.

Ahora era Sheily la que lo provocaba, frotándole las nalgas contra la dura verga, meneándose como una desvergonzada.

El amo apartó una mano de sus ojos y le rodeó la cintura, con la otra le seguía impidiendo ver.

—Mi antifaz está en la arena —le susurró ella—, déjeme ir por él.

—Yo no traje mi gorro. Mantén los ojos cerrados y dame tu vestido —él recibió la prenda, la enrolló y con ella le vendó los ojos. La maniobra sólo la puso más caliente—. Quiero mi paga ahora —exigió el repartidor.

Sheily llevó las manos hacia atrás y tanteó el bulto. Desabrochó el pantalón de su amo para liberar su prodigiosa verga y la acarició a la vez que la hundía entre sus nalgas.

Las manos del amo también buscaban saldar la supuesta deuda. Se habían metido debajo del top y le acariciaban los
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