Arrodillada frente a su amo, tragando saliva en abundancia al tenerlo jugueteando con su lengua y con la entrepierna igual de húmeda y hambrienta, Sheily estuvo lista... Para hablar. —¿Cuántos años tenías cuando lo hiciste por primera vez? —preguntó él, en un tono más que cordial, quitando los dedos de la boca de Sheily. Le desabotonó el primer botón de la chaqueta. Ella no llevaba blusa debajo y se deleitaría la vista mientras oía sus respuestas. —Dieciséis —confesó ella, en un suspiro. —¿Estabas enamorada? —indagó él. —No —respondió de inmediato, tajante. —¿Te corriste? —indagó mucho más él, con el morbo brillando en sus ojos. Sheily asintió y se lamió los labios cuando él le desabrochó el siguiente botón. Hacía demasiado calor y la ropa le sobraba. —Háblame de la primera vez que te excitaste, quiero saber cómo nació este deseo que te llevó a estar hoy a mis pies. Era como estar en terapia, pensó Sheily, hasta que los dedos del terapeuta tantearon la sensible piel de u
Era un lindo día y el amo quiso salir a la terraza. Sheily gateó tras él y se detuvo en el umbral, temerosa. Tenía el torso desnudo y la falda arriba. No se asomaría así donde alguien pudiera verla.—Viniste aquí por voluntad propia, ¿no? No me hagas enfadar —reclamó el amo. Sheily siguió andando. En la terraza había una mesa de madera con tres sillas y unas tumbonas del otro lado. Se subió a una tumbona como él le indicó, en cuatro patas y mirando hacia el océano. La brisa fresca le causó escalofríos, más todavía cuando el villano le arrancó la falda. Se quedó como Dios la trajo al mundo, pero más avergonzada. Hacer lo que hacía al aire libre era completamente nuevo porque siempre fue un secreto. Por instantes, tantas sensaciones contradictorias la marearon. —Qué bella vista —exclamó el verdugo, parado tras ella. —Sí, amo —concordó Sheily. El mar, de un turquesa radiante, era una verdadera maravilla.—Tú no estás viendo lo que yo estoy viendo, así que cállate —le dio una nalgada y
Los músculos de Sheily, agarrotados por mantener la misma postura tanto tiempo, necesitaban un descanso. Diez minutos. Con diez minutos tendría suficiente para seguir complaciendo a su amo.Él la cogió en brazos y la llevó al sillón de la sala. Desechó el preservativo que tenía y lo reemplazó por otro. Sheily tragó saliva. Lo vio irse a la cocina y regresar con un vaso con agua para ella. Bebió como si fuera el más exquisito vino. Acostada sobre el sillón, volvió a recibir al amo entre sus piernas, cansada como estaba.Él le tomó una pierna y la apoyó en su hombro. Empezó a masajearle la pantorrilla y luego el muslo mientras ella cerraba los ojos e inclinaba la cabeza hacia atrás. Esa amabilidad, tan inesperada, era justo lo que su cuerpo necesitaba. —Soy un buen amo, ¿no?—El mejor —ronroneó ella. El masaje estaba riquísimo y le vinieron ganas de darle uno también. Quería tocarle la fornida espalda, besarle los hombros, mordérselos. Hasta ahora habían hecho bastante juntos, pero ta
El día se acercaba hacia el ocaso y en la playa sólo estaban Sheily y el «repartidor».—¿Acaso quiere su propina? —preguntó ella, juguetona—. Se me ha quedado la billetera en casa, pero puedo pagarle de otra forma.Ahora era Sheily la que lo provocaba, frotándole las nalgas contra la dura verga, meneándose como una desvergonzada. El amo apartó una mano de sus ojos y le rodeó la cintura, con la otra le seguía impidiendo ver.—Mi antifaz está en la arena —le susurró ella—, déjeme ir por él. —Yo no traje mi gorro. Mantén los ojos cerrados y dame tu vestido —él recibió la prenda, la enrolló y con ella le vendó los ojos. La maniobra sólo la puso más caliente—. Quiero mi paga ahora —exigió el repartidor.Sheily llevó las manos hacia atrás y tanteó el bulto. Desabrochó el pantalón de su amo para liberar su prodigiosa verga y la acarició a la vez que la hundía entre sus nalgas. Las manos del amo también buscaban saldar la supuesta deuda. Se habían metido debajo del top y le acariciaban los
El amo quitó su dedo de la boca de Sheily, luego de jugar un rato con su venenosa lengua, para dejarla seguir hablando. —Él estaba dormido y yo trepé a la cama y me deslicé por entre sus piernas como una serpiente —cada cosa que decía la iba actuando. Estaba entre las piernas de su amo y le desabrochó el pantalón. El amo observaba con atención cada gesto y movimiento que ella hacía, intrigado. Sheily liberó su miembro y lo acarició hasta que se irguió entre sus manos. Lo recorrió con la punta de la lengua desde la base hasta el final, mientras su amo se mordía el labio. Lentamente se desabotonó la blusa que se había puesto y dejó al descubierto sus senos. Los tocó para el placer de su amo hasta que sus pezones se sintieron de acero, luego se frotó el miembro en ellos para demostrarle al amo su dureza y lo acogió en el valle entre sus pechos, que apretó en torno a él, subiendo y bajando, masturbándolo con ellos. Obtuvo un gratificante gemido de su amo, que la miraba lleno de in
Los dos días de ausencia laboral de Sheily, el que pasó con su amo y el que necesitó para recuperarse del encuentro, fueron justificados con un certificado comprado a un médico corrupto. La laxa moral de algunos era una bendición para otros.Estaba de muy buen humor, así que sus disculpas para Liliana serían en la forma de una módica compensación económica que se sumaría a su paga a fin de mes. Algo pequeño, pero significativo. Un incentivo para motivar su buen desempeño y dedicación. Revisó la bandeja de entrada de su correo y descubrió que todavía no le llegaba el informe que le había pedido. ¿Compensación quería la infame? Había tenido dos días extra para cumplir y ni así lo había hecho. Tendría suerte si no la despedía. Dejó la oficina para ir a verla y el escritorio de Liliana seguía vacío, así que fue con Jorge, su compinche.—¿Dónde está Liliana? ¡Más le vale haberse muerto porque sólo así se va a salvar de no haber enviado el informe que le pedí!—Ella... Ella renunció —musi
—Tranquila, Lili. Ya todo está bien, su enojo ahora es conmigo, no contigo. Tú sólo recibes órdenes —en su oficina, Zack intentaba consolar a la asustada muchacha. Liliana se limpió las lágrimas y asintió.—¿Sheily alguna vez se sobrepasó contigo? —quiso saber él. Los ojos de Liliana se abrieron como platos—. Me refiero a si ejerció violencia física, no pienses mal.—No, nada de eso, pero sus palabras... Cuando se enoja no controla lo que dice y eso puede doler más que un golpe. En fin, debo seguir trabajando.—Sí, así debe ser —suspiró Zack—. El show debe continuar —agregó una vez que se quedó solo.Volvió a sentarse, pensativo. Miró la foto familiar que había sobre el escritorio, su padre, su madre y él, una bella familia rota por una traición, fantasmas de los que ya sólo quedaba él. *—Oh, sí... Lo haces tan bien, no te detengas —gemía la mujer rubia, retorciendo las sedosas sábanas entre sus dedos, estremecida por las incesantes embestidas de su vigoroso amante. —Yo igual quier
Cabizbaja, la traidora de Liliana ni siquiera miró a Sheily cuando se encontraron por casualidad en el ascensor. Ella no le dedicó ninguna palabra, ya no gastaría su energía en alguien que ni su saliva valía.Apenas el ascensor se detuvo, la escurridiza asistente se bajó corriendo, como la rata que era, pese a que estaban muy lejos del piso de Zack. Mejor así, porque la sangre en el ojo que le tenía Sheily tardaría bastante en desaparecer, si es que lo hacía. De sólo verla se le agitaba la bilis.Almorzó sola, pero no porque quisiera. Sheily no se llevaba muy bien con sus compañeros. Le sirvió para pensar en la última propuesta de su amo. Las visitas a la iglesia siempre habían sido algo esporádico, un respiro cuando el estrés se le acumulaba, un momento de relajo en su ajetreada rutina, pero no eran su rutina.Alguien que fumaba sólo los fines de semana no podía considerarse adicto y ser una sumisa 24/7 y por tiempo indefinido le parecía una sobredosis.Sobredosis de placer porque pe