—¿Ha habido noticias? —Sheily hablaba por teléfono en la sala de su casa. La revista de crucigramas estaba en la mesa de centro, sin ninguna letra extra, junto a una copa de helado a medio derretir. Había pasado a hacer las compras al supermercado y sus pies la llevaron al pasillo de mascotas. *—Esta comida la compré especialmente para ti, Bobby —vació toda la lata en el plato y puso también algunas croquetas. El perro miró el plato sin mucho interés, estaba acostumbrado a comer comida de la calle, porquerías grasosas que a nadie hacían bien. —Vamos, Bobby. No me moveré de aquí hasta que te comas todo. No me obligues a darte un castigo.* Sheily cruzó los dedos. —Ninguna todavía, señorita, pero esto es así, puede tardar bastante. No pierda la esperanza de encontrarlo, le avisaré de inmediato si hay novedades. Sheily colgó, era una decepción constante. Se suponía que el hombre era uno de los mejores detectives privados, con excelentes recomendaciones. Hallar a su perro Bobby d
Sheily siempre se consideró una mujer intelectualmente por sobre el promedio. Buenas calificaciones en la escuela, lo mismo en la universidad y excelente desempeño en el trabajo. No era inteligente per se, pero aprendía rápido y se esforzaba bastante.Arrodillada frente a la cruz de madera, se dio la vuelta lentamente y, sin mirar a su amo en ningún momento, llevó la frente hasta el suelo. Ella había aprendido desde la última vez. No iba a la iglesia a luchar, tampoco a jugar, menos a gozar del placer perverso. Iba porque se había rendido y deseaba que su cuerpo y su alma dejaran de pertenecerle y fueran de alguien más, al menos por un instante. —Le ofrezco mis humildes disculpas, amo. Soy la zorra más inútil de este lugar y lo lamento mucho por usted porque no se lo merece. Por favor, perdone a esta tosca, poco atractiva, sin gracia y aburrida perra inservible. Una sonrisa torcida apareció en la boca del amo.—Es una patética disculpa, pero tampoco esperaba mucho de ti. Levanta la
«Una hora no es suficiente, ¿qué tal veinticuatro?».La propuesta del amo del tatuaje seguía repitiéndose en la cabeza de Sheily. Era inevitable sentir un cosquilleo en lo profundo de su cuerpo con sólo recordar su profunda voz... Su sabor. «¿Veinticuatro horas? ¡El amo me mataría!», le dijo ella. Sin mencionar que tanto tiempo juntos les costaría una fortuna, pero qué importaba el dinero, a ella le sobraba y probablemente a él también. Lo fundamental era la extensión, ¿acaso ella aguantaría por tanto tiempo sus torturas?«No tiene que ser aquí, podríamos juntarnos en otro lugar», propuso él. ¡Alerta roja! Aquello iba en contra de todas las reglas pactadas para el bienestar y protección de los usuarios, eso diría la monja de atención al cliente. Ser monja debía ser una tortura.Sheily no negaba que pudiera ser riesgoso. Lo era y mucho. No habría botón de pánico ni monaguillos al rescate si al amo se le ocurría castigar de más a su esclava, pero, ¿por qué ser tan negativa? ¿Acaso n
La respuesta al mensaje de Sheily llegó luego de una hora.«Mañana, 10:00 am. Te envío la dirección».Eso era demasiado pronto, ella había creído que se reunirían el fin de semana. Imaginarlo deseando estar con ella con tanta premura fue un bálsamo para su ánimo convulsionado.Buscó la dirección. Era una casa de veraneo cerca del mar. En esta época de frío, el barrio en el que se situaba debía estar casi vacío, ningún vecino cerca, ningún testigo, nadie que oyera sus gritos o pudiera socorrerla si las cosas iban mal...Empezó a escribirle un correo a Zack.«Creo que he comido algo que me ha hecho fatal. Tengo fiebre...»Aquello no distaba mucho de la realidad, se sentía bastante acalorada, en algunas partes más que en otras. «No podré ir a la compañía mañana, me pondré al día en cuanto vuelva. Qué tengas buenas noches».—Hijo de tu puto padre. Enviar. Un descanso de él y el resto de monos chupapollas le sentaría de maravillas. Ya saboreaba el frescor de la brisa marina, la arena en
Arrodillada frente a su amo, tragando saliva en abundancia al tenerlo jugueteando con su lengua y con la entrepierna igual de húmeda y hambrienta, Sheily estuvo lista... Para hablar. —¿Cuántos años tenías cuando lo hiciste por primera vez? —preguntó él, en un tono más que cordial, quitando los dedos de la boca de Sheily. Le desabotonó el primer botón de la chaqueta. Ella no llevaba blusa debajo y se deleitaría la vista mientras oía sus respuestas. —Dieciséis —confesó ella, en un suspiro. —¿Estabas enamorada? —indagó él. —No —respondió de inmediato, tajante. —¿Te corriste? —indagó mucho más él, con el morbo brillando en sus ojos. Sheily asintió y se lamió los labios cuando él le desabrochó el siguiente botón. Hacía demasiado calor y la ropa le sobraba. —Háblame de la primera vez que te excitaste, quiero saber cómo nació este deseo que te llevó a estar hoy a mis pies. Era como estar en terapia, pensó Sheily, hasta que los dedos del terapeuta tantearon la sensible piel de u
Era un lindo día y el amo quiso salir a la terraza. Sheily gateó tras él y se detuvo en el umbral, temerosa. Tenía el torso desnudo y la falda arriba. No se asomaría así donde alguien pudiera verla.—Viniste aquí por voluntad propia, ¿no? No me hagas enfadar —reclamó el amo. Sheily siguió andando. En la terraza había una mesa de madera con tres sillas y unas tumbonas del otro lado. Se subió a una tumbona como él le indicó, en cuatro patas y mirando hacia el océano. La brisa fresca le causó escalofríos, más todavía cuando el villano le arrancó la falda. Se quedó como Dios la trajo al mundo, pero más avergonzada. Hacer lo que hacía al aire libre era completamente nuevo porque siempre fue un secreto. Por instantes, tantas sensaciones contradictorias la marearon. —Qué bella vista —exclamó el verdugo, parado tras ella. —Sí, amo —concordó Sheily. El mar, de un turquesa radiante, era una verdadera maravilla.—Tú no estás viendo lo que yo estoy viendo, así que cállate —le dio una nalgada y
Los músculos de Sheily, agarrotados por mantener la misma postura tanto tiempo, necesitaban un descanso. Diez minutos. Con diez minutos tendría suficiente para seguir complaciendo a su amo.Él la cogió en brazos y la llevó al sillón de la sala. Desechó el preservativo que tenía y lo reemplazó por otro. Sheily tragó saliva. Lo vio irse a la cocina y regresar con un vaso con agua para ella. Bebió como si fuera el más exquisito vino. Acostada sobre el sillón, volvió a recibir al amo entre sus piernas, cansada como estaba.Él le tomó una pierna y la apoyó en su hombro. Empezó a masajearle la pantorrilla y luego el muslo mientras ella cerraba los ojos e inclinaba la cabeza hacia atrás. Esa amabilidad, tan inesperada, era justo lo que su cuerpo necesitaba. —Soy un buen amo, ¿no?—El mejor —ronroneó ella. El masaje estaba riquísimo y le vinieron ganas de darle uno también. Quería tocarle la fornida espalda, besarle los hombros, mordérselos. Hasta ahora habían hecho bastante juntos, pero ta
El día se acercaba hacia el ocaso y en la playa sólo estaban Sheily y el «repartidor».—¿Acaso quiere su propina? —preguntó ella, juguetona—. Se me ha quedado la billetera en casa, pero puedo pagarle de otra forma.Ahora era Sheily la que lo provocaba, frotándole las nalgas contra la dura verga, meneándose como una desvergonzada. El amo apartó una mano de sus ojos y le rodeó la cintura, con la otra le seguía impidiendo ver.—Mi antifaz está en la arena —le susurró ella—, déjeme ir por él. —Yo no traje mi gorro. Mantén los ojos cerrados y dame tu vestido —él recibió la prenda, la enrolló y con ella le vendó los ojos. La maniobra sólo la puso más caliente—. Quiero mi paga ahora —exigió el repartidor.Sheily llevó las manos hacia atrás y tanteó el bulto. Desabrochó el pantalón de su amo para liberar su prodigiosa verga y la acarició a la vez que la hundía entre sus nalgas. Las manos del amo también buscaban saldar la supuesta deuda. Se habían metido debajo del top y le acariciaban los