Inicio / Romance / Pacto divino / II Serenidad de Buda
II Serenidad de Buda

Liliana miró la hora en su nuevo reloj de oro, que hacía juego con su brillante anillo. Llevaban veinte minutos de reunión y Sheily no había abierto la boca más que para bostezar. En sus ojos, ninguna mirada furibunda había hecho aparición tampoco, era la viva imagen de buda y transmitía idéntica serenidad.

—Es tan cierto cuando dicen que la fe mueve montañas —reflexionó para sí, sintiendo envidia religiosa—. Parece una mujer nueva, renacida, resucitada.

El expositor hablaba de los detalles del trato con los nuevos contratistas, que incluía distribución de los productos, control de calidad y publicidad. Sheily no prestaba mucha atención, se la veía pensativa, en un estado superior de conciencia y meditación.

Un codazo en el brazo y Liliana esperó sentir el tibio aliento de Jorge recorriendo los recovecos de su oreja.

—Parece que a alguien por fin le dieron su ración de polla —le susurró él, subiendo y bajando las cejas con lasciva expresión.

Ajena a los chismes que empezaban a circular por su relajada conducta, Sheily se acomodó en su silla. Hizo una casi imperceptible mueca de dolor que Jorge y Liliana notaron a la perfección porque no le quitaban la mirada de encima.

—Y le dieron duro —agregó Jorge, sorprendido por su propia capacidad de observación.

—Tú eres el que necesita polla, sólo piensas en eso. Sheily fue a la iglesia y su espíritu fue renovado. Deberías hacer lo mismo a ver si se te quita lo mal pensado —masculló Liliana, enfurecida ante tanta obscenidad contra una persona devota como Sheily.

Del lado opuesto al que ocupaba Sheily en la mesa de reuniones (y que debía ser el suyo por derecho) estaba Zack, con la vista fija en la proyección, razón por la cual no se percató de que toda la atención de Sheily estaba puesta en él. Lo miraba, lo escrutaba, lo estudiaba como si fuera un libro de astrofísica escrito en chino.

El cretino era bien parecido, eso no se podía negar y ella no lo diría ni bajo tortura, pero lo era. Antes no lo había mirado tan detenidamente. Esa mandíbula firme y sus labios... Si no tuviera el mentón apoyado en la mano podría verlos. ¿Cómo eran los labios del terrorista? Los había visto tan brevemente antes de que él la reprendiera con tanta firmeza y autoridad, le hacía temblar las piernas.

¿Y por qué tenía que pensar en todo eso ahora? Lo que pasaba en la iglesia se quedaba en la iglesia, nunca antes había salido de allí ni se había infiltrado en la perfecta rutina que llevaba afuera. ¿Por qué ahora sí?

La respuesta estaba clara, no debía darle muchas vueltas. Era por el jodido olor a incienso. ¡Todo era culpa de Zack! ¡Él había llegado a arruinarlo todo! M4ldito infeliz, cuánto lo detestaba...

—¿Algo que decir, Sheily? —quiso saber Zack antes de acabar la ronda de preguntas. Ella no se había quejado de nada y todos se estaban asustando.

Sheily se removió en su asiento, todos los ojos estaban puestos sobre ella y ella con la cabeza en la iglesia.

—Nada de momento, parece que lo tienes todo bajo... control.

Zack sonrió y dio la reunión por finalizada porque tenía la facultad para hacerlo, así como había hecho traer bandejas con galletas para la reunión y ahora había migajas por toda la mesa. Le gustaba tener poder y hacía gala de él, y cada cosa que hacía era para Sheily una terrible afrenta.

De regreso en su oficina, Sheily se sentó con suavidad en su mullida silla, lo que no evitó que las nalgas le ardieran como si se hubiera sentado sobre brasas al rojo vivo. Era un dolor satisfactorio. Luego de un largo camino, ella había descubierto que había dolores de aquel tipo y eran preferibles a los otros, ocupaban su lugar, como las fichas en un juego de ajedrez.

Disfrutó unos minutos del silencio y la soledad en su oficina, que era pequeña, pero acogedora. Había en el aire un suave aroma a... nada. Liliana había usado un neutralizador de olores muy efectivo que había destruido hasta la última partícula del humo de incienso. Ahora podría trabajar y pensar con claridad.

¿Qué haría con el escritorio extra grande que había comprado y que ya no usaría gracias a Zack? Lo donaría a la caridad, eso haría. Lo olvidaría.

Del enojo que la había acompañado desde el lunes, cuando Zack llegó a instalarse y usurpar su puesto, quedaba muy poco. Ahora todo era paz, serenidad, el mundo giraba sin prisa y ella era feliz. Unos minutos después se quitó las bragas, el roce de la tela sobre la piel irritada la estaba enloqueciendo.

Separó un poco las piernas y sintió el toque frío del aire acondicionado en su pubis... Exactamente así se sentía la libertad.

Habían pasado más de doce horas desde su sesión espiritual con el «terrorista tatuado», pero el rudo toque de aquel hombre seguía haciéndose presente en su cuerpo y su recuerdo estaba tan vivo como si lo tuviera ahí mismo frente a ella, tratándola como a una sucia perra pecadora.

Sonrió al notar lo húmedas que estaban sus bragas tan sólo con el poder de sus pensamientos y de los recuerdos que él había impreso sobre su piel. Una verdadera experiencia religiosa.

—Sheily, Zack quiere que vayas a su oficina —Liliana entró sin avisar.

Sheily se acomodó rápidamente la falda con disimulo y ocultó las bragas en el bolsillo de su chaqueta.

—¡¿Ahora?! ¿Por qué no viene él? ¿Por qué tengo que ir yo por él si es él quien quiere hablar conmigo? ¿Cree que todos deben hacer lo que él quiere? ¿Cree que somos sus monos?

Eran tantas preguntas, Liliana se sintió abrumada. Luego miró su reloj y se le pasó.

—Es que no está solo y quiere presentarte a alguien. Que se mueva una persona es más sencillo a que se muevan dos.

¡En el peor momento posible! Zack era todo lo que estaba mal en el mundo, Sheily apretó el puño con furia y luego señaló a Liliana.

—No empieces a justificarlo, por favor. Iré, pero debo pasar al baño primero.

Sheily cruzó el pasillo en medio de oficinas varias y entró al baño del fondo. No podía ir a la oficina del gran jefe sin bragas y con las manos sucias, eso no era propio de una dama respetable y decente como ella. Se metió a un cubículo y con tétrico horror descubrió que su bolsillo estaba vacío.

El pánico la invadió. ¡¿Dónde rayos habían quedado sus bragas?!

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP