Hace tres años, Paz tomó una decisión que cambiaría su vida para siempre: obligó a su hermana Deborah a rechazar a Terry Eastwood, el hombre que quería, y ella misma se convirtió en su esposa. Ahora, como la mujer del líder del poderoso grupo Costa Azul, Paz vive atrapada en un matrimonio marcado por el desprecio y el odio de su esposo, quien nunca la ha perdonado por sus acciones. La situación se vuelve insostenible cuando Deborah, movida por el rencor, lanza una acusación devastadora, asegurando que Paz intentó matarla. Enfrentada a la ira implacable de Terry, Paz decide que ya ha soportado suficiente y pide el divorcio. Pero él no está dispuesto a liberarla, y en un acto de desesperación, Paz desaparece sin dejar rastro, dejando a Terry consumido por la rabia y la frustración. Cinco años después, el destino los reúne nuevamente. Ahora madre de gemelos, Paz deberá enfrentarse no solo al odio de un hombre peligroso y vengativo, sino también a los oscuros secretos que aún los atan, mientras lucha por proteger todo lo que ama de las sombras de su pasado.
Leer másLa anciana María lloraba. Sus manos temblaban al aferrarse al borde del suéter que cubría su cuerpo frágil. Sus ojos suplicaban, pero Eugenio se mantuvo firme, con los labios apretados y la mandíbula tensa.La escena se sentía irreal. Toda su vida había deseado el amor y la aprobación de su madre, pero ahora que la tenía de rodillas, no sentía satisfacción, solo un vacío desgarrador.Eugenio bajó la mirada. Le dolía. Era su madre, después de todo. ¿Cómo podía ser tan cruel con ella? Pero no podía olvidar. No podía ignorar todo el daño que le había hecho a Mia, las trampas, las mentiras, los intentos desesperados por destruir su felicidad. Su amor por su madre y su resentimiento chocaban dentro de su pecho, como dos fuerzas irreconciliables.—No —su voz sonó fría, distante—. Vete, mamá. Te di muchas oportunidades y me fallaste.Las lágrimas resbalaron por las mejillas de la anciana. Su rostro se contrajo en una expresión de dolor genuino, pero Eugenio no cedió.—Eugenio, por favor… —su
El tintineo de las agujas de tejer llenaba la habitación con un ritmo constante y sereno.Mia y Mila trabajaban con dedicación, enhebrando cada puntada con amor y anticipación.Aunque Vivian hoy no estaba porque fue a una revisión médica.Las tres habían hecho una promesa: cuando naciera la pequeña hija de Vivian, celebrarían un bautizo conjunto para los bebés. Cada una tejería el ropón de su pequeño, y Paz, con su destreza, ayudaría en los detalles.—¿Cómo es que la loca de tu suegra apareció de nuevo? —preguntó Mila, arrugando la nariz con desdén—. Te juro que el árbol genealógico también se posa en los peores lugares.Mia soltó una risa ligera, aunque un poco amarga. Su mirada se posó en la cuna, donde su sobrino dormía plácidamente, ajeno a las sombras que a veces acechaban en el mundo de los adultos. Su pecho se llenó de ternura y, al mismo tiempo, de un sentimiento de protección tan grande que la hizo estremecerse.—A veces… esa mujer me da lástima —admitió Mia en voz baja—. Per
Al día siguiente, Vivian y Gabriel tomaron el vuelo de regreso a casa. Habían decidido vivir juntos, comenzar una nueva etapa, lejos del dolor y del miedo que alguna vez los separó.Vivian estaba mejor de salud. Los médicos la autorizaron a viajar, y aunque aún sentía cierta debilidad, la emoción de volver a casa, al lado del hombre que amaba, le llenaba de fuerza. Su vientre, ya abultado, era el recordatorio más hermoso de que dentro de poco su vida cambiaría para siempre.Al llegar al pent-house de Gabriel, la sorpresa la dejó sin palabras.El sol de la tarde iluminaba la habitación principal, pero lo que llamó su atención fue una pequeña extensión del cuarto. Al acercarse, su corazón se aceleró. Había una cuna rosada perfectamente colocada en el centro, rodeada de peluches y decorada con cortinas de tonos pasteles. En una de las paredes, unas letras doradas formaban la frase: “Bienvenida, mi pequeña princesa”.Vivian llevó una mano a su pecho, conmovida hasta el alma.—¿Tú… hiciste
Al día siguienteMia abrió los ojos lentamente, aún envuelta en una sensación de pesadez. Escuchó el agua de la regadera, correr en el baño y suspiró. Su cuerpo estaba más cansado últimamente, su vientre crecía más cada día, y con ello, el peso del embarazo la sumía en un sueño profundo del que le costaba despertar.Eugenio salió del baño poco después, con el cabello aún húmedo y el aroma a jabón llenando la habitación. Se detuvo al verla recostada, una sonrisa suave dibujándose en su rostro.Se acercó, sin prisa, su mano, encontrando instintivamente el abultado vientre de su esposa.—Cada vez están más grandes —murmuró, su voz cargada de ternura.Mia sonrió con sueño. Sabían que serían dos niños, gemelos, idénticos. La idea aún le parecía irreal, pero cada patada dentro de ella le recordaba que la vida crecía en su interior.Eugenio besó su frente con delicadeza, luego miró su reloj.—Cariño, debo ir a trabajar —susurró, sin querer romper la calma de la mañana. Se inclinó nuevamente y
En la madrugadaVivian abrió los ojos en medio de la penumbra.La habitación estaba en completo silencio, apenas interrumpido por el sonido tenue del viento contra la ventana. Se incorporó con lentitud y llevó una mano a su vientre, sintiendo la curva de su embarazo bajo la tela suave de su camisón. Su bebé no se movía.Cerró los ojos por un momento y exhaló con suavidad."Debe estar dormida", se dijo, pero la inquietud la envolvió de todas formas.El otro lado de la cama estaba vacío y frío. Gabriel no estaba allí, y la ausencia pesaba como una losa sobre su pecho.Lo extrañaba.Lo extrañaba con una intensidad que no comprendía del todo, con una fuerza que la asustaba. Desde el primer momento en que lo vio, él había sido un torbellino en su vida. No solo por quién era—el gran heredero de los Eastwood—sino por su esencia.Gabriel era fuerte, protector, imponente… y, sin embargo, tenía momentos en los que su vulnerabilidad se filtraba, en los que su mirada hablaba de un dolor que él jam
Paz y Terry recibieron la noticia del nacimiento de su primer nieto con una mezcla de alegría y preocupación.La urgencia con la que todo había ocurrido los tenía inquietos. No era así como imaginaban este momento. No con miedo. No con incertidumbre.Caminaron en silencio hacia la sala de incubadoras, sus pasos resonando en los pasillos fríos del hospital. Paz sintió un nudo en la garganta cuando vio al pequeño a través del vidrio.Allí estaba, tan diminuto, envuelto en un halo de luces y cables. Su pecho subía y bajaba con esfuerzo, pero estaba vivo.Un sollozo escapó de sus labios cuando apoyó una mano temblorosa contra el cristal.—Mi pequeño… —susurró con la voz rota—. Eres fuerte, mi amor, tienes que ser fuerte. Todos te estamos esperando en casa. Te amamos, mi niño, te amamos tanto…Terry la abrazó desde atrás, sintiendo cómo su esposa se estremecía entre sus brazos. Él mismo se sentía deshecho.No podía soportar ver a su nieto así, tan frágil, luchando por cada respiro.—Perdóna
El grito de Mila rasgó la noche como un relámpago, desgarrando el corazón de Terrance.Su hija se retorcía en el asiento trasero, jadeando entre espasmos de dolor. Su frente, perlada de sudor, brillaba bajo la tenue luz de los faros. Se aferraba con desesperación a las manos de Aldo, sus dedos temblaban, crispados por la agonía.—Resiste, amor… ya casi llegamos —le susurró Aldo, su voz quebrada por la angustia.Pero Mila apenas lo escuchó. Su cuerpo era una tormenta de dolor, una lucha constante entre la vida y el agotamiento.Terrance conducía con la mirada fija en la carretera, los nudillos blancos sobre el volante. El mundo a su alrededor se desdibujaba en un borrón de luces y sombras. Cada kilómetro era un castigo, cada segundo, una daga clavándose más profundo en su pecho. No podía soportar, verla sufrir. La impotencia lo estaba devorando.***El hospital cobró vida en cuanto llegaron. Voces, pasos apresurados, luces parpadeantes.—¡Traigan una camilla! —gritó una enfermera al ver
La puerta de la habitación se abrió con un chirrido suave.Al instante, Mila dio un paso atrás, casi tropezando, cuando vio a Aldo allí, atado a una silla, su rostro marcado por golpes, su cuerpo rígido y dolorido.Un nudo se formó en su garganta. La angustia la invadió de inmediato.—¡Aldo, mi amor! —gritó, corriendo hacia él, el sonido de su voz quebrado por el miedo.Con manos temblorosas, intentó desatarlo, pero el miedo la paralizaba. No podía perderlo.El sonido de su nombre, cargado de desesperación, hizo que Aldo alzara la vista, sus ojos cansados pero llenos de amor.—¡Mila! —la llamó con voz rasposa, llena de dolor.—¡Déjalo ir! —exclamó, volteándose hacia Martín, quien observaba la escena con una sonrisa envenenada.Su mirada fría e implacable llenaba la habitación de una tensión insoportable.Mila sentía que su pecho a punto de estallar. El terror la envolvía, pero debía mantenerse firme por Aldo, por su bebé.—¿Qué quieres de nosotros, Martín? ¡Dime qué diablos quieres!Ma
—¡¿Qué quieres de mí?! ¡Me abandonaste en el pasado! Dime, ¿qué es lo que quieres de mí?Las palabras de Aldo flotaron en el aire como un grito desesperado, y su voz temblaba con la furia acumulada de años de abandono.Martín, parado frente a él, se quedó completamente perplejo.Los ojos de Aldo estaban llenos de dolor y rabia, y su respiración era entrecortada.La tristeza en su corazón palpitaba con fuerza, y sentía como si todo su mundo se estuviera desmoronando una vez más.Pero el rostro de Martín, por un instante, pareció desconcertarse, como si esas palabras fueran un golpe que nunca había esperado recibir.Martín bajó la mirada, como si las palabras de su hijo lo hubieran herido de alguna manera.Su cara se tensó, y negó lentamente, sin poder encontrar las palabras correctas para justificar lo que había hecho.—¡No, hijo! —dijo finalmente, su voz cargada de una mezcla de arrepentimiento y desesperación—. Yo no te abandoné… fue ella, fue Deborah, tu madre. ¡Ella nunca me dijo qu