Paz pasó el resto del día sin ver a Terry.
La casa parecía más fría en su ausencia, como si cada rincón estuviera al tanto de la distancia que había crecido entre ellos.
Al caer la noche, escuchó sus pasos en el pasillo. Él entró en la habitación en silencio, se cambió rápidamente y se metió en la cama.
No hubo palabras, ni siquiera un murmullo. Paz sintió cómo el colchón se hundía bajo su peso, pero no hizo el mínimo esfuerzo por acercarse.
Cuando Terry intentó rodearla con un brazo, ella se encogió en un rincón de la cama, apretando las piernas contra su pecho. El rechazo fue como una daga silenciosa para Terry, quien, con un bufido de frustración, se giró y le dio la espalda.
La noche avanzó cargada de tensión y resentimiento, y el espacio entre ambos se sintió como un abismo infranqueable.
***
Al día siguiente.
Paz observó cómo su esposo salía temprano sin despedirse, y justo cuando pensaba que podría tener algo de calma, el teléfono sonó.
Al otro lado de la línea, una voz familiar le heló la sangre.
—¡Paz, querida hermanita! —dijo Deborah con tono meloso—. Papá me pidió llamarte. Quiere que vengas esta noche a casa; vamos a celebrar mi regreso con una cena familiar.
Paz apretó la mandíbula.
Había pasado mucho desde la última vez que hablaron, y cada palabra de Deborah traía consigo un torbellino de malos recuerdos.
—Está bien —respondió finalmente, con una voz más firme de lo que esperaba—. Nos veremos esta noche.
Por la noche, cuando llegó a la residencia familiar, el ambiente estaba cargado de formalidad.
Deborah la recibió con un abrazo que Paz soportó con frialdad, conteniendo las ganas de apartarla.
—Hermana, ¡cuánto te extrañé! —dijo Deborah, su sonrisa se notaba falsa.
Paz respondió igual.
—También yo, Deborah —mintió, con una voz que apenas disimulaba su rabia.
Pero la verdadera sorpresa llegó cuando Terry apareció.
Él caminó hacia la mesa con una sonrisa fría, y el corazón de Paz dio un vuelco.
Deborah se levantó de inmediato y lo abrazó con fervor, mientras sus padres observaban complacidos.
—¿Qué pasa, Paz? —inquirió su madre con un tono severo—. ¿Ni siquiera puedes permitir que tu hermana abrace a tu marido? Sabemos que es tuyo, hija, nadie te lo va a quitar.
La herida que esas palabras abrieron en Paz fue profunda, pero esta vez no se quedó callada.
—¿De verdad crees que debería preocuparme, madre? Porque parece que tú sí lo estás —respondió, con un filo inusual en su voz.
Su madre parpadeó, sorprendida.
Paz nunca había respondido con tanta firmeza, y el cambio la descolocó.
Durante la cena, Deborah tomó una copa de vino y levantó su vaso, dirigiéndose a Terry con una sonrisa enigmática.
—Brindemos, querido Terry.
Él la miró con incomodidad.
—¿Por qué quieres brindar?
—Por reconquistar el amor —respondió Deborah, sin apartar los ojos de él.
Paz sintió que el aire se volvía irrespirable.
La complicidad entre ellos era como un veneno que le carcomía el alma.
Sin decir nada, se levantó abruptamente de la mesa para ir al baño.
Allí, encerrada, las lágrimas la traicionaron, rodando silenciosas por su rostro, vomitó y las dudas volvieron a ella, un miedo que había postergado la abrumó.
En medio de su confusión, decidió hacerse una prueba de embarazo que llevaba días postergando.
La espera fue interminable, pero cuando vio el resultado, el tiempo pareció detenerse.
Dos líneas. Positivo.
—Estoy embarazada… —susurró, abrazándose el vientre con un sentimiento de alivio y terror entrelazados.
Un golpe en la puerta la sacó de su pensamiento.
—¿Paz? ¿Estás bien? —era la voz de Terry.
Guardó la prueba apresuradamente y salió, fingiendo calma.
—Estoy bien —dijo, evitando mirarlo directamente.
Terry la tomó del rostro con brusquedad.
—Deja de actuar como una celosa, Paz. ¿Es que no puedes confiar en mí?
Ella lo miró con lágrimas en los ojos.
—Terry, yo estoy…
Un grito desgarrador interrumpió sus palabras.
—¡Ayuden a mi hija! —era la voz desesperada de su madre.
Ambos corrieron al comedor.
Deborah estaba en el suelo, convulsionando. La escena era caótica, llena de gritos y confusión.
Terry no dudó en cargarla en brazos y salir con ella hacia el hospital.
Paz se quedó atrás, paralizada.
Su madre se volvió hacia ella con una mirada cargada de odio.
—¿Supongo que estarás feliz si Deborah muere? ¿Verdad? Pero ni eso hará que nadie te prefiera a ti.
Esas palabras perforaron lo más profundo de su ser.
Paz tocó su vientre, buscando consuelo.
«Yo siempre te amaré, mi bebé. Nunca te haré sentir rechazado».
En el hospital, el aire era denso, cargado de ansiedad y tensión.Terry caminaba de un lado a otro en la sala de espera, intentaba pensar en que pudo haber pasado, ¿Acaso la comida le cayó mal a Deborah? ¿O estaba enferma?La imagen de Deborah desplomada en el piso seguía repitiéndose en su mente como un eco interminable.—¿Qué le habrá pasado? —murmuró con voz ronca, mirando a su asistente personal, Martín, como si esperara que tuviera todas las respuestas.Martín, incómodo, se encogió de hombros.—Lo averiguaré, señor.Unos minutos más tarde, las puertas automáticas se abrieron y los padres de Deborah irrumpieron en el lugar, lucían desesperados.La señora Linda estaba descompuesta; sus ojos reflejaban el terror de una madre que temía lo peor.—¡Dime que mi hija no va a morir! —exclamó, sujetando con fuerza el brazo de Terry, como si él pudiera prometerle un milagro.Terry negó con un movimiento brusco, tratando de mantenerse firme, aunque la duda lo estaba devorando por dentro.—Ca
Horas después, en la habitación del hospital, Terry estaba de pie, observando a Deborah en la camilla.Sus ojos no podían apartarse de ella, viendo cómo su cuerpo estaba frágil y debilitado.Estaba pálida y con un gesto enfermo.Deborah, al escuchar sus pasos, levantó la vista, y sus ojos se abrieron con desesperación.—¡Terry! ¡Iba a morir! —exclamó entre sollozos, la angustia en su voz casi palpable, su respiración irregular.Terry, con un gesto de ternura, se acercó rápidamente y tomó su mano, buscando calmarla.—No vas a morir, Deborah. Estás aquí, y eso es lo que importa ahora —dijo, intentó transmitirle calma.La joven, todavía temblando, le apretó la mano, y sus ojos se llenaron de lágrimas nuevamente.—Mamá… Mamá dijo algo horrible, Terry —sollozó, su mirada parecía llena de miedo—. Dime, Terry, ¿es cierto? ¿Mi propia hermana quiere matarme?Terry no supo qué decir de inmediato.Un nudo se formó en su garganta.¿Qué podía decirle?Miró Deborah, que lucía desesperada, con la p
Terry miró la cartera de Paz en el suelo, hasta que miró fijamente la prueba de embarazo en el suelo, sorprendido, la levantó del suelo, entonces descubrió que era positiva, la sostuvo en sus manos.Su mente trataba de procesar lo que significaba ese pequeño objeto.Los latidos de su corazón eran un tambor que retumbaba en sus oídos.—¿Paz...? —susurró, con una mezcla de incredulidad y esperanza. Su voz se quebró al continuar—. Paz espera un hijo mío…Las palabras resonaron en el pasillo, pero no había alegría total en su rostro; había algo más profundo.Entonces, detrás de él, una voz cargada de debilidad, pero impregnada de veneno, rompió el momento.—¡No puede ser cierto!Terry giró rápidamente para encontrarse con Deborah, quien tambaleaba.Sus ojos oscuros brillaban con una mezcla de furia y desesperación al fijarse en la prueba de embarazo en las manos de Terry.—¡Esto no puede pasar! ¡Paz no puede arruinarme así! —gritó con un tono tan desgarrador que incluso las enfermeras que
Cuando Paz llegó a casa, parecía vacía.No encontró a su esposo, ni una señal de que él hubiese estado allí en horas recientes.Subió las escaleras lentamente.Al llegar a su habitación, se derrumbó sobre la cama.Después de un rato, se incorporó, con los ojos hinchados y el corazón pesado.Abrió el cajón del escritorio, sacando un sobre que había permanecido escondido durante casi un año. Eran los papeles de divorcio.Los había redactado en secreto, con ayuda de un abogado, durante su peor momento: cuando su suegro murió y pensó que Terry la abandonaría.Había querido divorciarse en silencio, alejarse de Terry sin armar un escándalo.Pero el amor, ese sentimiento traicionero, la había detenido.Ahora, mirándolos de nuevo, sintió que debió hacerlo hace mucho. Sus dedos temblaron al acariciar las hojas.—He soportado tanto por tu amor, Terry… —murmuró entre lágrimas—. ¡Pero no más! Quiero que mi bebé sea feliz, y tú no nos haces felices. Amas a mi hermana. Ya no seré un obstáculo en tu
Paz estaba sentada en la cama de un hotel modesto, con las maletas ya listas junto a la puerta.Miraba por la ventana mientras la tenue luz del atardecer bañaba la habitación con un resplandor melancólico. Cada detalle de su entorno parecía estar cargado de una tristeza que no podía ignorar.Llevó una mano a su vientre con un gesto protector, mientras sus pensamientos giraban en torno a Terry y Deborah.La idea de ellos juntos era como una daga clavándose en su pecho.—Tal vez, si él supiera de ti…—murmuró con un suspiro quebrado, acariciando su vientre. Las palabras quedaron atrapadas en su garganta, y lágrimas silenciosas comenzaron a caer—. Pero… lo siento, bebé. Tengo miedo. No soy lo suficientemente fuerte. Si él llegara a saberlo… ¿Y te arranca de mi lado? Ahora eres lo único que tengo en este mundo.Las emociones la invadían, pero no había tiempo para lamentaciones.Decidió que lo mejor sería marcharse, comenzar de nuevo lejos de ese lugar y de los recuerdos que la atormentaban.
Las palabras de los criminales resonaban como un eco en los oídos de Paz, llenándola de angustia y confusión.«¿Terrance Eastwood, quieres ser viudo? ¿Quieres matarme?», pensó mientras un frío desgarrador se apoderaba de su pecho.Las lágrimas rodaban silenciosas por sus mejillas, pero por dentro su alma gritaba en desesperación.De pronto, le arrancaron las vendas de los ojos y le desataron manos y pies.El brillo de la luz artificial hizo que parpadeara repetidamente, tratando de adaptarse. Cuando sus pupilas al fin se ajustaron, los vio: hombres de rostros crueles, con miradas voraces que parecían desgarrar su humanidad.Paz sintió cómo el terror tomaba control de su cuerpo, cada fibra de su ser temblaba.Su respiración era errática, sus manos temblorosas buscaban algo a lo que aferrarse.La adrenalina le recorría las venas, pero no le daba fuerzas, solo más desesperación.—Es muy guapa, ¿no creen? —dijo uno de ellos, lanzando una risa burlona y repugnante.—Sí, deberíamos divertirn
Terry estaba en su habitación, sumido en una oscuridad que parecía extenderse más allá de las paredes. La botella de whisky en su mano temblaba ligeramente, su contenido apenas un reflejo del veneno que se había instalado en su alma. Desde que Paz se había ido, no había un solo momento en el que el resentimiento no lo consumiera. Sus ojos, enrojecidos por el alcohol y la rabia, brillaban con un odio visceral.Un golpe tímido interrumpió el silencio. La puerta se abrió lentamente, y uno de los guardias asomó la cabeza con evidente nerviosismo.—¿La encontraron? —rugió Terry, con una voz cargada de impaciencia y furia contenida.El hombre tragó saliva y negó con un gesto vacilante.—Aún no, señor…Antes de que pudiera terminar, la botella salió disparada de la mano de Terry, rompiéndose contra la pared. Los vidrios volaron, y el guardia, por puro instinto, dio un paso atrás justo a tiempo para evitar ser herido.—¡Inútiles! ¿Cómo es posible que no encuentren a una mujer? ¡Se fue sin nada
Paz lo miró, sus ojos llenos de preguntas, pero con una chispa de desafío que Randall Coleman reconocía y respetaba.—¿Qué es lo que realmente quieres, Randall? ¿Cómo supiste de mi embarazo? —preguntó, su voz firme a pesar del temblor en sus manos.Randall sonrió con la calma de quien siempre juega con ventaja.—Sé más de lo que imaginas, Paz. Conozco tu trabajo con el grupo Costa Azul, cómo tu talento los llevó a cerrar ese proyecto multimillonario. Eres una ingeniera brillante, y quiero que trabajes para mí.La palabra "quiero" pesaba en el aire. Randall no pedía, imponía.—Trabajarás conmigo, lejos de esta ciudad. Terry Eastwood no podrá tocarte, ni siquiera encontrarte. A cambio, tendrás un sueldo excepcional y la oportunidad de construir algo extraordinario. Juntos, Grupo Coleman no solo competirá, sino que dominará.Paz sintió que su corazón latía desbocado. Por un instante, pensó en la vida que dejaba atrás: un esposo que nunca la amó e intentó matarla, una hermana que la traici