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Las palabras de los criminales resonaban como un eco en los oídos de Paz, llenándola de angustia y confusión.«¿Terrance Eastwood, quieres ser viudo? ¿Quieres matarme?», pensó mientras un frío desgarrador se apoderaba de su pecho.Las lágrimas rodaban silenciosas por sus mejillas, pero por dentro su alma gritaba en desesperación.De pronto, le arrancaron las vendas de los ojos y le desataron manos y pies.El brillo de la luz artificial hizo que parpadeara repetidamente, tratando de adaptarse. Cuando sus pupilas al fin se ajustaron, los vio: hombres de rostros crueles, con miradas voraces que parecían desgarrar su humanidad.Paz sintió cómo el terror tomaba control de su cuerpo, cada fibra de su ser temblaba.Su respiración era errática, sus manos temblorosas buscaban algo a lo que aferrarse.La adrenalina le recorría las venas, pero no le daba fuerzas, solo más desesperación.—Es muy guapa, ¿no creen? —dijo uno de ellos, lanzando una risa burlona y repugnante.—Sí, deberíamos divertirn
Terry estaba en su habitación, sumido en una oscuridad que parecía extenderse más allá de las paredes. La botella de whisky en su mano temblaba ligeramente, su contenido apenas un reflejo del veneno que se había instalado en su alma. Desde que Paz se había ido, no había un solo momento en el que el resentimiento no lo consumiera. Sus ojos, enrojecidos por el alcohol y la rabia, brillaban con un odio visceral.Un golpe tímido interrumpió el silencio. La puerta se abrió lentamente, y uno de los guardias asomó la cabeza con evidente nerviosismo.—¿La encontraron? —rugió Terry, con una voz cargada de impaciencia y furia contenida.El hombre tragó saliva y negó con un gesto vacilante.—Aún no, señor…Antes de que pudiera terminar, la botella salió disparada de la mano de Terry, rompiéndose contra la pared. Los vidrios volaron, y el guardia, por puro instinto, dio un paso atrás justo a tiempo para evitar ser herido.—¡Inútiles! ¿Cómo es posible que no encuentren a una mujer? ¡Se fue sin nada
Paz lo miró, sus ojos llenos de preguntas, pero con una chispa de desafío que Randall Coleman reconocía y respetaba.—¿Qué es lo que realmente quieres, Randall? ¿Cómo supiste de mi embarazo? —preguntó, su voz firme a pesar del temblor en sus manos.Randall sonrió con la calma de quien siempre juega con ventaja.—Sé más de lo que imaginas, Paz. Conozco tu trabajo con el grupo Costa Azul, cómo tu talento los llevó a cerrar ese proyecto multimillonario. Eres una ingeniera brillante, y quiero que trabajes para mí.La palabra "quiero" pesaba en el aire. Randall no pedía, imponía.—Trabajarás conmigo, lejos de esta ciudad. Terry Eastwood no podrá tocarte, ni siquiera encontrarte. A cambio, tendrás un sueldo excepcional y la oportunidad de construir algo extraordinario. Juntos, Grupo Coleman no solo competirá, sino que dominará.Paz sintió que su corazón latía desbocado. Por un instante, pensó en la vida que dejaba atrás: un esposo que nunca la amó e intentó matarla, una hermana que la traici
Randall observó a Paz mientras se escondía tras una columna, salió tras ella con determinación. Sus pasos resonaban en el suelo, casi con desesperación, pero una voz lo detuvo en seco.—¡Randall Coleman!El sonido grave y lleno de autoridad de Terrance se filtró como un cuchillo en sus pensamientos.Randall se giró con lentitud, su expresión endurecida mientras veía a Terry acompañado de Deborah.Sintió una oleada de asco al verlos juntos.—¿Qué demonios haces aquí? —espetó Randall, dejando caer cada palabra con un filo evidente.—Debemos hablar. Y será ahora mismo. —La furia en la mirada de Terrance era como un fuego contenido, dispuesto a devorar cualquier obstáculo.Paz, oculta detrás de un rincón, se llevó ambas manos al vientre redondeado por su embarazo.Su corazón martilleaba en su pecho como si tratara de advertirle del peligro inminente.No quería ser descubierta, no ahora, no con sus hijos en juego.Randall dejó escapar un bufido, pero no pudo evitar que sus ojos se llenaran
En el hospital.Cuando Paz abrió los ojos, un estremecimiento la recorrió al instante, el aire frío del hospital le calaba los huesos, pero no era eso lo que la hacía temblar. Fue la sensación de vacío, esa opresión en el pecho que solo se sentía cuando se tenía un miedo profundo.Intentó levantarse, pero se detuvo al ver a Randall sentado junto a ella.La calma de su rostro fue lo que le permitió relajarse mínimamente, pero sus ojos, reflejaba la preocupación, le mostraban la gravedad de la situación.—No llores, no te angusties, Paz, estás bien y las bebés también, pero tu presión arterial está muy inestable. Si sigues bajo estrés, el parto se adelantará, y tu vida corre peligro. Prométeme que te cuidarás, Paz.Su voz grave, cargada de preocupación, fue como un bálsamo y un recordatorio de todo lo que estaba en juego.Paz respiró profundamente, intentando centrarse, pero su mente era un caos.Pensó en sus hijos, en el futuro, que no sabía si podría ofrecerles.Nunca había sentido tan
Paz observaba el techo blanco del hospital mientras la camilla avanzaba por los pasillos iluminados de manera casi cegadora.Su respiración era entrecortada, y el miedo la tenía paralizada.Cada movimiento de los paramédicos a su alrededor parecía un eco que resonaba en su mente. La soledad la envolvía como un sudario.—Terry… —susurró, cerrando los ojos con fuerza—. No estarás aquí…Sabía que el momento era crítico.Sus bebés venían al mundo antes de tiempo, y el riesgo era demasiado alto para ignorarlo.En el quirófano, el ambiente era frío, mecánico, pero el miedo de Paz era visceral, humano.—Señora Leeman, tenemos que proceder con la cesárea —le informó el médico con voz profesional, aunque parecía preocupado por la palidez en su rostro.Paz asintió débilmente, apenas encontrando fuerzas para responder.La epidural la dejó inmóvil, y aunque el dolor físico era mitigado, el emocional era un huracán.¿Y si algo salía mal?El tiempo avanzó, para ella pareció que pasó mil años, aunque
Al día siguienteDeborah despertó sintiéndose gloriosa, como si el mundo entero le perteneciera.Mientras se miraba en el espejo, cepillando su cabello perfectamente dorado, una sonrisa malévola curvó sus labios.En el comedor, sus padres la esperaban con una mesa llena de un desayuno impecable, tan perfecto como lo era su "pequeña niña dorada".—¡Lo conseguí! —anunció con orgullo, tomando asiento y cruzando las piernas con un aire de reina—. Esa estúpida de Paz finalmente desaparecerá de nuestras vidas. Papá, ¿no te importa? Después de todo, es tu hija.El hombre, un veterano empresario con una frialdad que combinaba perfectamente con su traje gris, se quedó pensativo por un momento.Pero sus ojos, tan oscuros como su ambición, brillaron con malicia.—¿Hija? —dijo burlón, tomando un sorbo de café—. Solo hay una hija que me importa, y eres tú, Deborah.Ella rio, satisfecha.Su madre la observaba con adoración, como si cada palabra de su boca fuera oro puro.—Hoy voy a comprar un vestid
Terry sintió que el mundo se tambaleaba cuando sus ojos se posaron en ella.—¡Paz! ¿Tú, aquí? ¿De nuevo? —La incredulidad en su voz no podía ser más evidente. Era como si hubiese visto a un fantasma.Sus ojos la estudiaban, incrédulos, como buscando pruebas de que aquello era real.Paz mantuvo la mirada fija en él, aunque por dentro todo en ella temblaba.Sabía que volver a este lugar era como pisar un campo minado.Pero entonces, la voz de Deborah, afilada y teñida de nerviosismo, cortó el aire:—¿Ellas son tus hijas, Paz?Paz sintió que su estómago se revolvía al escuchar la pregunta.Las dos pequeñas a su lado, sus gemelas, la miraron con sus enormes ojos, reflejo de la inocencia que ella quería proteger a toda costa.—¡Claro que sí, son mis hijas! —afirmó con firmeza, desafiando las dudas y temores que la carcomían por dentro.Terry sintió que algo se rompía en su interior.¿Sus hijas? ¿Cómo era posible?Su mente se inundó de preguntas, de rabia, de una esperanza que no quería admi