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Paz observaba el techo blanco del hospital mientras la camilla avanzaba por los pasillos iluminados de manera casi cegadora.Su respiración era entrecortada, y el miedo la tenía paralizada.Cada movimiento de los paramédicos a su alrededor parecía un eco que resonaba en su mente. La soledad la envolvía como un sudario.—Terry… —susurró, cerrando los ojos con fuerza—. No estarás aquí…Sabía que el momento era crítico.Sus bebés venían al mundo antes de tiempo, y el riesgo era demasiado alto para ignorarlo.En el quirófano, el ambiente era frío, mecánico, pero el miedo de Paz era visceral, humano.—Señora Leeman, tenemos que proceder con la cesárea —le informó el médico con voz profesional, aunque parecía preocupado por la palidez en su rostro.Paz asintió débilmente, apenas encontrando fuerzas para responder.La epidural la dejó inmóvil, y aunque el dolor físico era mitigado, el emocional era un huracán.¿Y si algo salía mal?El tiempo avanzó, para ella pareció que pasó mil años, aunque
Al día siguienteDeborah despertó sintiéndose gloriosa, como si el mundo entero le perteneciera.Mientras se miraba en el espejo, cepillando su cabello perfectamente dorado, una sonrisa malévola curvó sus labios.En el comedor, sus padres la esperaban con una mesa llena de un desayuno impecable, tan perfecto como lo era su "pequeña niña dorada".—¡Lo conseguí! —anunció con orgullo, tomando asiento y cruzando las piernas con un aire de reina—. Esa estúpida de Paz finalmente desaparecerá de nuestras vidas. Papá, ¿no te importa? Después de todo, es tu hija.El hombre, un veterano empresario con una frialdad que combinaba perfectamente con su traje gris, se quedó pensativo por un momento.Pero sus ojos, tan oscuros como su ambición, brillaron con malicia.—¿Hija? —dijo burlón, tomando un sorbo de café—. Solo hay una hija que me importa, y eres tú, Deborah.Ella rio, satisfecha.Su madre la observaba con adoración, como si cada palabra de su boca fuera oro puro.—Hoy voy a comprar un vestid
Terry sintió que el mundo se tambaleaba cuando sus ojos se posaron en ella.—¡Paz! ¿Tú, aquí? ¿De nuevo? —La incredulidad en su voz no podía ser más evidente. Era como si hubiese visto a un fantasma.Sus ojos la estudiaban, incrédulos, como buscando pruebas de que aquello era real.Paz mantuvo la mirada fija en él, aunque por dentro todo en ella temblaba.Sabía que volver a este lugar era como pisar un campo minado.Pero entonces, la voz de Deborah, afilada y teñida de nerviosismo, cortó el aire:—¿Ellas son tus hijas, Paz?Paz sintió que su estómago se revolvía al escuchar la pregunta.Las dos pequeñas a su lado, sus gemelas, la miraron con sus enormes ojos, reflejo de la inocencia que ella quería proteger a toda costa.—¡Claro que sí, son mis hijas! —afirmó con firmeza, desafiando las dudas y temores que la carcomían por dentro.Terry sintió que algo se rompía en su interior.¿Sus hijas? ¿Cómo era posible?Su mente se inundó de preguntas, de rabia, de una esperanza que no quería admi
Paz sujetó con fuerza las manos de sus hijas, sus ojos brillaban con una determinación feroz mientras encaraba a Terrance.—¡Déjanos, tranquilas, Terrance! —exigió, su voz firme, aunque sus dedos temblaban al sostener las pequeñas manitas de las niñas.Estaban a punto de salir del lugar cuando el hombre dio un paso al frente, bloqueando su camino con una sonrisa arrogante.—¿A dónde crees que vas?Paz lo miró sin pestañear, aunque su corazón martillaba contra su pecho.—¿Qué es lo que quieres ahora?Terrance señaló con desprecio a las niñas que se escondían detrás de su madre.—Ellas lastimaron a mi prometida, rompieron su bolso. ¡Ese daño tiene un costo, Paz!Deborah, a su lado, dejó escapar una risa burlona. —Es un bolso de diseñador, Paz, uno que vale cien mil dólares. Si no puedes controlar a tus... criaturas, al menos paga por sus travesuras.Paz frunció el ceño, sus ojos oscuros destellaron con ira.Sacó su chequera de su bolso con movimientos tensos, firmó un cheque y lo arrojó
Paz caminaba con pasos furiosos, su rostro contorsionado por la humillación.El aire fresco de la noche parecía golpear su piel, pero no podía sentirlo.La rabia le ardía en el pecho, un fuego que no dejaba espacio para nada más.La feria, una celebración de poder y sofisticación, se sentía ajena ahora. No era un lugar al que perteneciera. No era un lugar al que la dejaran pertenecer.—¡El señor Eastwood ordenó que ella debe ser expulsada! —gritó el guardia, como si sus palabras fueran un decreto irrevocable.Pero de pronto, una sombra oscura apareció ante ella.Randall Coleman, acompañado del presidente de la feria, con su imponente presencia, apareció de la nada.Su mirada feroz atravesó a los guardias con la misma rapidez con la que un depredador se lanza sobre su presa.—¿Qué demonios creen que están haciendo? ¡Ella tiene una invitación! —su voz era un rugido que hizo que los guardias vacilaran por un instante.Los ojos de Paz se entrecerraron al ver la escena.Randall no era solo
Los ojos de Terrance se fijaron en Paz, incapaces de disimular el estupor. Sus palabras resonaban como un eco frío en su mente:—¿Qué pasa, señor Eastwood? ¿Teme que le vayamos a ganar esta partida?Aquella sonrisa triunfante, la misma que tantas veces había admirado, ahora lo desgarraba por dentro.Ella estaba allí, desafiándolo frente a todos, y lo peor era que no podía entender cómo había logrado entrar después de sus órdenes explícitas.Su mandíbula se tensó al ver cómo Randall Coleman, su eterno rival, se acercaba para colocar sus manos con descaro en los hombros de Paz.Terrance sintió un ardor que no quería admitir, un fuego que jamás llamaría celos.Randall habló con la seguridad de un hombre acostumbrado a ganar:—Señoras y señores, es hora de que Grupo Coleman presente la tecnología que revolucionará nuestra industria.El mundo de Terrance se teñía de rojo.Cada palabra de Randall era una puñalada que lo hacía arder de rabia.Paz, mientras tanto, caminó hacia el podio con ele
Pronto, una multitud comenzó a rodear a Paz, como si fuera un imán que atraía tanto admiración como envidia.Los aplausos resonaban y los rostros de empresarios y colegas se iluminaban con elogios.—Señorita Leeman, mis felicitaciones. Su talento es asombroso, y todos estamos ansiosos por hacerle una oferta a grupo Coleman para su nueva tecnología —dijo un hombre de cabello gris, cuya sonrisa denotaba admiración, pero también un claro interés comercial.Paz les agradeció con modestia, pero su corazón palpitaba con una satisfacción que no podía ocultar.Había luchado por este momento, y por fin, estaba recibiendo el reconocimiento que tanto merecía.Desde la distancia, Terry observaba todo. Su mandíbula se tensó mientras veía a su exesposa ser la protagonista de una noche que, en su mente, debería haber sido suya.—Tu exesposa logró que el grupo Coleman obtenga mayor inversión que el grupo Costa Azul. ¡Esto es inaceptable! ¿Qué harás al respecto, Terrance? —insistió su socio, visiblemen
Las palabras de Paz cayeron como un balde de agua helada, y el silencio que las siguió fue ensordecedor, más pesado que cualquier grito.Deborah, con los labios entreabiertos, parecía atrapada entre la incredulidad y el miedo, como si el suelo bajo sus pies estuviera a punto de colapsar.Terrance, por otro lado, permanecía rígido, con la mandíbula apretada y los ojos oscuros, reflejando una mezcla de un orgullo que se negaba a ceder.—¿Qué dices? —Terrance rio, pero su risa carecía de alegría. Era más un escudo—. ¿Ahora haces acusaciones falsas para llamar la atención?Paz sintió cómo su rabia, ese fuego que llevaba años encendido en su pecho, crecía hasta ser incontrolable.Dio un paso al frente, con los ojos clavados en él como dagas.—Di lo que quieras, Terrance, niega lo que ambos sabemos. Pero entre los dos, está claro quién aquí intentó acabar con mi vida. ¿Te sorprende que siga aquí, que haya sobrevivido? Pues escucha bien: tengo más vidas de las que tu odio puede apagar, y no m