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Eugenio se levantó de golpe, su corazón martilleaba contra su pecho. Sus ojos oscilaron entre la incredulidad y la emoción mientras miraba a Terrance.—Pero… no puede ser. Su hijo Gabriel… —balbuceó, intentando procesar lo que acababa de escuchar.Terrance sostuvo su mirada con firmeza y una expresión serena.—Cuñado, eres el mejor candidato —afirmó con solemnidad—. Estoy de acuerdo con la decisión y la celebro. Ambos cuñados son hombres honorables. Merecen ayudar al legado de sus esposas e hijos. ¡Felicidades!Eugenio sintió su garganta cerrarse por la emoción. Giró la cabeza hacia Mía, quien le miraba con ternura y orgullo, sus ojos reflejaban la confianza que tenía en él.Por primera vez en mucho tiempo, Eugenio sintió que la carga de su pasado se disipaba, y con ello, la culpa que lo había atormentado. Inspiró profundamente y sonrió.Cuando la reunión concluyó y los documentos fueron firmados, se dirigieron a la presentación ante los medios de comunicación. Justo antes de entrar,
Mia llevó a las mujeres a la habitación donde los gemelos dormían plácidamente. El aroma a talco y a mantas limpias impregnaba el aire, creando un ambiente cálido y reconfortante. Con suavidad, Mia alzó a uno de los bebés y lo acunó entre sus brazos, su mirada irradiando amor y protección.—Mi pequeñito es alérgico a la vainilla —advirtió, su voz firme pero dulce—. Así que cualquiera que se le acerque debe tener mucho cuidado.Leslie asintió con ternura mientras sostenía al otro gemelo con manos temblorosas. A pesar de su alegría, había algo de culpa en su expresión. Como si al cargar a aquel bebé estuviera tocando algo sagrado que no merecía.—¿Ya tienen nombres para ellos? —preguntó con una sonrisa tímida.Mia sonrió, pero sus ojos reflejaban el peso de la decisión.—Eugenio y yo hemos pensado en algunos, pero aún no nos decidimos —respondió, deslizando los dedos por la mejilla suave del bebé.La puerta se abrió y Paz apareció, con su energía habitual y una sonrisa que iluminaba la
Aldo y Mila bailaban al ritmo de la suave melodía que inundaba el salón.—Señor presidente, se ve muy guapo esta noche —dijo Mila con una sonrisa traviesa, apoyando las manos en su pecho—. Tenga cuidado con esas asistentes y mujeres que querrán robarlo de mí, ¿eh?Aldo soltó una carcajada baja y la atrajo más hacia él, pegándola completamente a su cuerpo.—Eso nunca pasará, ¿acaso no lo sabes, Mila? —susurró, acariciando con su pulgar la curva de su espalda—. Yo solo pertenezco a ti, solo puedo amarte a ti.Ella sintió un vuelco en el corazón cuando él la besó con dulzura. Por un momento, se olvidó de todo y solo se dejó llevar por la sensación de sus labios sobre los suyos. Era feliz. Muy feliz.A unos metros de ellos, Vivian y Gabriel también bailaban. Él la miró con intensidad antes de besarla con ternura.—Pronto vas a ser mi esposa. No vas a escapar de mí nunca más.Vivian río suavemente y apoyó la cabeza en su pecho.—Falta muy poco, ¿estás listo?Gabriel asintió, su mirada refl
Terrance no pudo evitar mirar a Eugenio con una expresión cargada de tristeza. Sus ojos reflejaban un dolor profundo, uno que no podía ocultar. Tenía que decirle la verdad, aunque le rompiera el corazón. Era lo único que podía hacer.Con un gesto firme, apartó a Eugenio de Mia, intentando ofrecerle un espacio para hablar.—¿Qué sucede? —preguntó Eugenio, su voz llena de confusión.Terrance lo miró por un largo momento, y luego sus ojos se nublaron, como si una sombra pasara por su alma.—Tengo una mala noticia, hijo —dijo, sus palabras cortadas por la gravedad de lo que estaba a punto de revelar.Eugenio lo observó con una creciente preocupación. Su corazón comenzó a latir con fuerza, golpeando contra su pecho, como un presagio de que algo terrible estaba por llegar.Tragó saliva, su cuerpo tenso, sus ojos buscaban respuestas en el rostro de su padre, pero solo encontró tristeza.—Lo que sea, dígamelo, por favor, no me oculte nada. —Su voz temblaba, aunque intentaba mantenerse firme.
En el aeropuerto.María y su hija Leslie estaban en la sala de espera, observando el anuncio del vuelo.El aire estaba pesado, como si el destino las estuviera acechando, y María no podía dejar de mirar el reloj. Cada segundo que pasaba la llenaba de nerviosismo.No sabía por qué, pero algo en su interior le decía que algo no estaba bien.Una sensación desagradable la envolvía, un presagio de que todo lo que había planeado podría desmoronarse en un instante.De repente, un ruido en la puerta llamó su atención. Volvió la vista y vio a varios hombres vestidos con trajes oscuros, acercándose con determinación.La mirada de María se fijó en ellos con una mezcla de confusión y miedo.—Buenos días, señora María Obregón. —La voz grave de uno de los hombres cortó el aire, y al instante, María palideció. Su cuerpo se tensó, como si el suelo se abriera bajo sus pies.—¿Qué quieren? —Logró articular, pero su voz temblaba. El miedo se apoderaba de ella, y en su interior sentía que algo grave esta
Mía entró en la habitación con el corazón latiendo con fuerza. Su respiración era entrecortada, y sus manos temblaban cuando cruzó el umbral. No sabía qué encontraría al otro lado de la puerta, el miedo aún anidaba en su pecho.Pero entonces lo vio.Su hijo descansaba en la cuna, respirando con suavidad, su pequeño pecho subiendo y bajando con tranquilidad. Su piel, antes marcada por el sufrimiento, volvía a estar lozana y suave. Las ampollas que la habían atormentado se habían desvanecido, dejando solo leves cicatrices como testigos de la pesadilla vivida. Sus diminutas manos se movían con calma, su cuerpecito irradiaba paz.Mía se llevó una mano a la boca, conteniendo un sollozo que se abrió paso desde lo más profundo de su alma. Se acercó con pasos temblorosos, y cuando finalmente pudo tocar a su bebé, el llanto la desbordó.—Ay, mi amor… —susurró, acariciando su mejilla con una ternura infinita—. Al fin estás bien… gracias a Dios, estás bien.Las lágrimas rodaron por su rostro, ca
El sol dorado se reflejaba sobre el océano mientras las olas murmuraban dulcemente en la orilla.La brisa cálida acariciaba los rostros de los presentes, trayendo consigo un aire de serenidad y emoción.La familia estaba reunida en la casa de Arly y Ryan, un paraíso junto al mar, para celebrar el bautizo de los gemelos de Mia y Eugenio.La ceremonia era íntima, solo la familia y el sacerdote que oficiaría la bendición.Mia sostenía con ternura a Ángel en sus brazos, mientras Eugenio tenía a Jesús. Los bebés, vestidos de blanco, parecían ángeles caídos del cielo, con sus manitas inquietas y sus ojitos curiosos.A su alrededor, el amor se manifestaba en cada mirada.Mila y Aldo sostenían a su pequeño Terrius con orgullo; Vivian cargaba a la pequeña Ely, con una sonrisa que reflejaba todo su amor maternal, y Arly acunaba a su hija Aimé, cuyo rostro reflejaba la pureza de la infancia.El sacerdote comenzó la ceremonia con palabras solemnes, evocando la importancia del amor, la protección
—Yo siempre te amaré, Terry. ¿Por qué mi hermana nos impidió estar juntos? Prométeme que nunca me olvidarás —la voz de Deborah, teñida de alcohol y desesperación, resonó mientras se aferraba al micrófono en sus manos, todos creían que haría un brindis por los novios, pero su declaración fue atroz.Paz, aun con el velo de novia colocado y el vestido blanco ajustado a su silueta, sintió que su mundo se quebraba.Las palabras de su hermana eran como dagas, atravesando cada rincón de su ser.Miró a su alrededor y notó las miradas inquisitivas de los invitados, los murmullos que se multiplicaban, y el peso de la humillación la abrumó.Apretó los puños y sus ojos se llenaron de lágrimas que luchaba por contener.Era su boda, el día en que debía comenzar una nueva vida con el hombre que amaba, y allí estaba Deborah, robándose cada fragmento de protagonismo, abrazada al hombre que ahora era su esposo.La gente la miraba con rabia, era obvio, todos, incluso su propio esposo Terrance, creían q