Reconquistando el amor de mi exesposa
Reconquistando el amor de mi exesposa
Por: J.D Anderson
Capítulo: Nunca te amaré.

—Yo siempre te amaré, Terry. ¿Por qué mi hermana nos impidió estar juntos? Prométeme que nunca me olvidarás —la voz de Deborah, teñida de alcohol y desesperación, resonó mientras se aferraba al micrófono en sus manos, todos creían que haría un brindis por los novios, pero su declaración fue atroz.

Paz, aun con el velo de novia colocado y el vestido blanco ajustado a su silueta, sintió que su mundo se quebraba.

Las palabras de su hermana eran como dagas, atravesando cada rincón de su ser.

Miró a su alrededor y notó las miradas inquisitivas de los invitados, los murmullos que se multiplicaban, y el peso de la humillación la abrumó.

Apretó los puños y sus ojos  se llenaron de lágrimas que luchaba por contener.

Era su boda, el día en que debía comenzar una nueva vida con el hombre que amaba, y allí estaba Deborah, robándose cada fragmento de protagonismo, abrazada al hombre que ahora era su esposo.

La gente la miraba con rabia, era obvio, todos, incluso su propio esposo Terrance, creían que ella era una egoísta desalmada, que había robado el amor y lugar de su hermana, convirtiéndose en la esposa que Deborah debió ser.

Lo que nadie sabía era que Paz estaba sacrificándose, nunca quiso robar el amor de nadie, pero lo haría si eso significaba proteger al hombre que amaba, incluso de su propia hermana.

La madre de ambas se apresuró a intervenir, agarrando a Deborah por el brazo y arrastrándola lejos.

La furia en su rostro era evidente.

—Deborah, no hagas esto. ¿Qué te sucede? —le espetó entre dientes, manteniendo una falsa sonrisa para no atraer más atención.

Deborah forcejeó, pero al escuchar las siguientes palabras, su expresión cambió:

—¡Basta! ¿Quieres que muramos contigo? ¡Despierta! ¡Esto es lo mejor que podemos hacer por ahora! ¿Quieres que Terry sepa lo que has hecho?

Por un momento, el alcohol en las venas de Deborah fue reemplazado por un frío y punzante miedo.

Bajó la mirada, mordiendo su labio inferior, pero el resentimiento seguía brillando en sus ojos.

Paz, desde lejos, observaba la escena. Quiso gritar, defenderse, exigir respeto, pero no pudo.

Sus manos temblaban, y el peso de las miradas la hizo sentir diminuta.

Cuando la fiesta terminó, apenas pudo despedirse de su familia, pero vio en ellos el resentimiento en sus miradas.

Para ellos, Paz era la hija imperfecta, y Deborah la brillante estrella, pero ella cometió un error muy grave, y Paz los salvó de ser rechazados por la sociedad, sin embargo, no eran agradecidos.

***

El camino a casa fue un silencio incómodo, roto solo por el sonido del motor. Terry no dijo una palabra. No la miró, ni intentó sostener su mano.

Paz lo siguió como una sombra, intentando no derrumbarse.

Al llegar a la mansión, la empleada la guio hacia su habitación.

Aún llevaba su vestido de novia, el velo ahora colgando torcido, era como un reflejo de su estado emocional.

Buscó a Terry en el frío y amplio espacio, pero él no estaba. Se sintió abandonada, perdida en aquel lugar que ahora debía llamar "hogar".

Cuando finalmente llegó a la habitación, se detuvo en medio del lugar, él acababa de entrar ahí.

La figura imponente de Terry llenó el espacio.

Cerró la puerta detrás de él, quitándose el saco con movimientos precisos, casi mecánicos, desabrochando los botones de su camisa con calma calculada.

—¿Qué haces aquí? —dijo con voz grave, su tono era un filo que la cortó por dentro.

Paz, de pie junto a la cama, tartamudeó, su voz temblorosa.

—Yo… La empleada me dijo que...

—¡Cállate! —espetó él, interrumpiéndola, sus ojos oscuros como un pozo sin fondo. Dio un paso hacia ella, y Paz instintivamente retrocedió—. ¿Estás feliz con lo que lograste? ¿Estás feliz de ser la sustituta de tu hermana?

Las lágrimas que había estado conteniendo finalmente cayeron, rodando por sus mejillas.

Intentó responder, pero sus palabras murieron en su garganta.

Entonces, Terry la agarró por los brazos, obligándola a mirarlo.

Sus ojos estaban llenos de furia, pero también de algo más, algo que Paz no podía descifrar.

—Escúchame bien, Paz. Desde hoy, sigues mis reglas; No saldrás sola. No esperes de mi amor o ternura. No me tocarás a menos que yo lo quiera y jamás me podrás rechazar, ¿Entendido?

Paz asintió, temblando.

Quiso alejarse, pero él la sujetó con fuerza, acercándose aún más.

Sus labios estaban tan cerca de su oído que podía sentir su aliento cálido contra su piel.

—¿Querías ser mi esposa? —susurró con una mezcla de desprecio y algo perversamente sensual—. Ahora, atente a las consecuencias.

De un empujón la lanzó sobre la cama.

Paz lo miró con el corazón acelerado, sus manos apretando las sábanas mientras lo veía despojarse del resto de su ropa.

Su cuerpo era una mezcla de fuerza y poder, pero sus ojos estaban llenos de hielo.

—¡Desnúdate! —ordenó, su tono, dejando claro que no había lugar para protestas—. Eres mi esposa, ¿no? Entonces cumple con tus deberes.

Paz quiso gritar, quiso correr, pero no podía. Sus manos temblorosas comenzaron a desatar los lazos de su vestido.

Antes de que pudiera quitárselo por completo, Terry la detuvo.

Sus manos fuertes terminaron el trabajo, arrancando el vestido de forma brusca, despojándola de toda protección.

Cuando ambos cayeron sobre la cama, la mezcla de miedo y deseo la abrumó.

Sus caricias eran un torbellino entre la pasión y el control, y aunque ella lo amaba, cada movimiento de Terry era un recordatorio de que, para él, aquello no significaba nada.

Cuando todo terminó, Terry la miró con frialdad, sus palabras fueron como un golpe final:

—Esto no significa nada, Paz. Eres mi esposa, pero nunca te amaré.

Sin más, se levantó y vistió, salió de la habitación, dejando a Paz rota.

Su cuerpo aún temblaba, su pecho subía y bajaba con desesperación.

Las lágrimas volvieron, silenciosas y devastadoras.

«Te amé, Terry, ¿Cómo pudiste ser tan cruel con mi amor?», pensó, abrazándose a sí misma mientras sollozaba.

Pero en lo más profundo de su corazón, creyó que ese hombre nunca la amaría.

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