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Eugenio no podía ocultar su nerviosismo. Con el corazón, latiéndole con fuerza, arrullaba a sus bebés con ternura, sus brazos, protegiéndolos como si fueran su única ancla en un mar de dudas.Mía lo observaba en silencio, con una mezcla de amor y comprensión en la mirada. Sabía lo mucho que pesaban las decisiones sobre sus hombros, la lucha interna que él libraba con sus propios miedos.Cuando los pequeños finalmente se quedaron dormidos, Eugenio suspiró, sintiendo cómo el agotamiento lo invadía.Se dejó caer en la cama junto a Mía, su mente aún llena de incertidumbre.—Tu proyecto será bueno, ya verás —susurró ella, acariciando su cabello con dulzura.Eugenio cerró los ojos por un momento, luchando con el peso de sus pensamientos.—No lo merezco, Mía. En realidad… no creo que deba hacer esto.Mía tomó su rostro entre sus manos y lo besó con suavidad, transmitiéndole todo el amor que sentía por él.—Eres bueno, confía en ti —susurró contra sus labios.Él la miró, tratando de absorber
—Perdóname, papá.Terry observó a Gabriel, viéndose reflejado en él, en su lucha por forjar su propio camino. Se sintió orgulloso. Esbozó una sonrisa y lo envolvió en un abrazo cálido y fuerte.—Tonto —dijo con voz suave—. ¿Cómo puedes pensar que me decepcionarías? Eres mi hijo, Gabriel. No importa qué camino elijas, siempre te apoyaré, porque antes que cualquier título o empresa, lo más valioso para mí eres tú. Siempre lo has sido. Tú y tus hermanas son mis tesoros más preciados.Gabriel sintió un nudo en la garganta. Apretó los ojos y hundió el rostro en el hombro de su padre, aferrándose a él con más fuerza.—Papá… espero llegar a ser la mitad del hombre que eres. La mitad del padre que has sido para nosotros.Terry rio con ternura y negó con la cabeza.—No soy tan bueno, hijo. Pero tu madre me transformó en lo que soy. Y luego ustedes me hicieron mejor. Todo lo que soy, lo soy por el amor de mi familia.Gabriel se separó un poco, pero sin soltarlo.—Te quiero, papá. Y te prometo q
Eugenio se levantó de golpe, su corazón martilleaba contra su pecho. Sus ojos oscilaron entre la incredulidad y la emoción mientras miraba a Terrance.—Pero… no puede ser. Su hijo Gabriel… —balbuceó, intentando procesar lo que acababa de escuchar.Terrance sostuvo su mirada con firmeza y una expresión serena.—Cuñado, eres el mejor candidato —afirmó con solemnidad—. Estoy de acuerdo con la decisión y la celebro. Ambos cuñados son hombres honorables. Merecen ayudar al legado de sus esposas e hijos. ¡Felicidades!Eugenio sintió su garganta cerrarse por la emoción. Giró la cabeza hacia Mía, quien le miraba con ternura y orgullo, sus ojos reflejaban la confianza que tenía en él.Por primera vez en mucho tiempo, Eugenio sintió que la carga de su pasado se disipaba, y con ello, la culpa que lo había atormentado. Inspiró profundamente y sonrió.Cuando la reunión concluyó y los documentos fueron firmados, se dirigieron a la presentación ante los medios de comunicación. Justo antes de entrar,
Mia llevó a las mujeres a la habitación donde los gemelos dormían plácidamente. El aroma a talco y a mantas limpias impregnaba el aire, creando un ambiente cálido y reconfortante. Con suavidad, Mia alzó a uno de los bebés y lo acunó entre sus brazos, su mirada irradiando amor y protección.—Mi pequeñito es alérgico a la vainilla —advirtió, su voz firme pero dulce—. Así que cualquiera que se le acerque debe tener mucho cuidado.Leslie asintió con ternura mientras sostenía al otro gemelo con manos temblorosas. A pesar de su alegría, había algo de culpa en su expresión. Como si al cargar a aquel bebé estuviera tocando algo sagrado que no merecía.—¿Ya tienen nombres para ellos? —preguntó con una sonrisa tímida.Mia sonrió, pero sus ojos reflejaban el peso de la decisión.—Eugenio y yo hemos pensado en algunos, pero aún no nos decidimos —respondió, deslizando los dedos por la mejilla suave del bebé.La puerta se abrió y Paz apareció, con su energía habitual y una sonrisa que iluminaba la
Aldo y Mila bailaban al ritmo de la suave melodía que inundaba el salón.—Señor presidente, se ve muy guapo esta noche —dijo Mila con una sonrisa traviesa, apoyando las manos en su pecho—. Tenga cuidado con esas asistentes y mujeres que querrán robarlo de mí, ¿eh?Aldo soltó una carcajada baja y la atrajo más hacia él, pegándola completamente a su cuerpo.—Eso nunca pasará, ¿acaso no lo sabes, Mila? —susurró, acariciando con su pulgar la curva de su espalda—. Yo solo pertenezco a ti, solo puedo amarte a ti.Ella sintió un vuelco en el corazón cuando él la besó con dulzura. Por un momento, se olvidó de todo y solo se dejó llevar por la sensación de sus labios sobre los suyos. Era feliz. Muy feliz.A unos metros de ellos, Vivian y Gabriel también bailaban. Él la miró con intensidad antes de besarla con ternura.—Pronto vas a ser mi esposa. No vas a escapar de mí nunca más.Vivian río suavemente y apoyó la cabeza en su pecho.—Falta muy poco, ¿estás listo?Gabriel asintió, su mirada refl
Terrance no pudo evitar mirar a Eugenio con una expresión cargada de tristeza. Sus ojos reflejaban un dolor profundo, uno que no podía ocultar. Tenía que decirle la verdad, aunque le rompiera el corazón. Era lo único que podía hacer.Con un gesto firme, apartó a Eugenio de Mia, intentando ofrecerle un espacio para hablar.—¿Qué sucede? —preguntó Eugenio, su voz llena de confusión.Terrance lo miró por un largo momento, y luego sus ojos se nublaron, como si una sombra pasara por su alma.—Tengo una mala noticia, hijo —dijo, sus palabras cortadas por la gravedad de lo que estaba a punto de revelar.Eugenio lo observó con una creciente preocupación. Su corazón comenzó a latir con fuerza, golpeando contra su pecho, como un presagio de que algo terrible estaba por llegar.Tragó saliva, su cuerpo tenso, sus ojos buscaban respuestas en el rostro de su padre, pero solo encontró tristeza.—Lo que sea, dígamelo, por favor, no me oculte nada. —Su voz temblaba, aunque intentaba mantenerse firme.
En el aeropuerto.María y su hija Leslie estaban en la sala de espera, observando el anuncio del vuelo.El aire estaba pesado, como si el destino las estuviera acechando, y María no podía dejar de mirar el reloj. Cada segundo que pasaba la llenaba de nerviosismo.No sabía por qué, pero algo en su interior le decía que algo no estaba bien.Una sensación desagradable la envolvía, un presagio de que todo lo que había planeado podría desmoronarse en un instante.De repente, un ruido en la puerta llamó su atención. Volvió la vista y vio a varios hombres vestidos con trajes oscuros, acercándose con determinación.La mirada de María se fijó en ellos con una mezcla de confusión y miedo.—Buenos días, señora María Obregón. —La voz grave de uno de los hombres cortó el aire, y al instante, María palideció. Su cuerpo se tensó, como si el suelo se abriera bajo sus pies.—¿Qué quieren? —Logró articular, pero su voz temblaba. El miedo se apoderaba de ella, y en su interior sentía que algo grave esta
Mía entró en la habitación con el corazón latiendo con fuerza. Su respiración era entrecortada, y sus manos temblaban cuando cruzó el umbral. No sabía qué encontraría al otro lado de la puerta, el miedo aún anidaba en su pecho.Pero entonces lo vio.Su hijo descansaba en la cuna, respirando con suavidad, su pequeño pecho subiendo y bajando con tranquilidad. Su piel, antes marcada por el sufrimiento, volvía a estar lozana y suave. Las ampollas que la habían atormentado se habían desvanecido, dejando solo leves cicatrices como testigos de la pesadilla vivida. Sus diminutas manos se movían con calma, su cuerpecito irradiaba paz.Mía se llevó una mano a la boca, conteniendo un sollozo que se abrió paso desde lo más profundo de su alma. Se acercó con pasos temblorosos, y cuando finalmente pudo tocar a su bebé, el llanto la desbordó.—Ay, mi amor… —susurró, acariciando su mejilla con una ternura infinita—. Al fin estás bien… gracias a Dios, estás bien.Las lágrimas rodaron por su rostro, ca