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Capítulo: Su esposa lo abandonó

Cuando Paz llegó a casa, parecía vacía.

No encontró a su esposo, ni una señal de que él hubiese estado allí en horas recientes.

Subió las escaleras lentamente.

Al llegar a su habitación, se derrumbó sobre la cama.

Después de un rato, se incorporó, con los ojos hinchados y el corazón pesado.

Abrió el cajón del escritorio, sacando un sobre que había permanecido escondido durante casi un año. Eran los papeles de divorcio.

Los había redactado en secreto, con ayuda de un abogado, durante su peor momento: cuando su suegro murió y pensó que Terry la abandonaría.

Había querido divorciarse en silencio, alejarse de Terry sin armar un escándalo.

Pero el amor, ese sentimiento traicionero, la había detenido.

Ahora, mirándolos de nuevo, sintió que debió hacerlo hace mucho. Sus dedos temblaron al acariciar las hojas.

—He soportado tanto por tu amor, Terry… —murmuró entre lágrimas—. ¡Pero no más! Quiero que mi bebé sea feliz, y tú no nos haces felices. Amas a mi hermana. Ya no seré un obstáculo en tu camino.

Con decisión, guardó sus documentos en su cartera junto con algo de dinero.

Se levantó y comenzó a empacar su maleta.

De pronto, la puerta de la habitación se abrió de golpe. Terry entró, y sus ojos se agrandaron al verla empacar.

—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó con un tono helado que intentaba esconder su sorpresa.

Paz alzó la vista, su mirada cargada de rencor.

Recordó cómo él la había enviado a una celda sin siquiera escuchar su versión, la había condenado sin pruebas.

—Me voy, Terrance —respondió, sacando los papeles de divorcio y extendiéndolos hacia él—. Estos son los papeles de divorcio, ya están firmados. Ahora eres libre para estar con Deborah.

Terry parecía consternado, sus ojos recorrieron las hojas con incredulidad.

«¡Ella quiere el divorcio!», pensó.

De repente, tomó los papeles y los rompió frente a ella.

—¡Eso no va a pasar! —sentenció, con una determinación que la sorprendió.

Se lanzó hacia ella, sujetándola por los hombros y empujándola contra la cama.

—¡No vas a irte de mi lado, Paz! Seguirás siendo mi esposa.

Ella logró zafarse, empujándolo con todas sus fuerzas.

Se levantó, enfrentándolo con una furia que hacía tiempo no sentía.

—¿Y para qué me quieres a tu lado? —le espetó, con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Piensas que soy la peor!

Terry la miró fijamente, luchando por mantener el control.

—Voy a perdonarte por lo que le hiciste a Deborah, solo debes pedirle perdón y todo será olvidado.

Paz soltó una risa amarga, cargada de dolor y sarcasmo.

—¡Nunca! Soy inocente, Terry. No me disculparé, ni con ella, ni con nadie.

La expresión de él se endureció. La tomó de los brazos, acercándose hasta que sus rostros quedaron a pocos centímetros.

—Te has vuelto demasiado descarada —murmuró, con una mezcla de rabia y desconcierto.

—Te odio, Terry. ¡Quiero el divorcio!

Él pareció tambalearse ante sus palabras, pero rápidamente recuperó su postura.

La arrinconó contra la pared, sus ojos brillaban con una intensidad peligrosa.

—Nunca —dijo, su voz, un susurro cargado de determinación.

—¿Por qué? —gritó ella, sin entender por qué ahora él quería mantenerla a su lado cuando siempre había dejado claro que amaba a Deborah.

Él vaciló, como si luchara con sus propios pensamientos.

Finalmente, sacó algo de su bolsillo: una prueba de embarazo.

—Sé que estás embarazada.

Los ojos de Paz se llenaron de lágrimas. Todo su cuerpo tembló al recordar los desprecios, las humillaciones. El dolor se transformó en furia.

—¡Ya no estoy embarazada! He abortado al bebé. No quiero tener nada tuyo.

Terry retrocedió, impactado. Sus ojos reflejaban incredulidad.

—Mientes…

—No miento. Tú no dudaste en enviarme a prisión, no te importó mi inocencia. ¡Hice lo correcto! Ese bebé jamás hubiera tenido tu amor.

Él puso una mano en su cuello, apretándola con fuerza.

—¡Eres una mujer cruel y malvada! —gruñó—. Llegaste demasiado lejos. ¿Quieres irte? Bien, ¡Desaparece!

La soltó, pero antes de que ella pudiera reaccionar, la tomó del brazo y la arrastró fuera de la mansión.

—¡Vete y no vuelvas nunca! —gritó, empujándola al suelo.

Paz cayó en el jardín.

Sus lágrimas fluían sin control, pero se obligó a levantarse. Tomó su cartera y se marchó, sintiendo que cada paso la alejaba no solo de Terry, sino de todo lo que había creído suyo.

Esa noche, mientras el tren la llevaba lejos, pensó en su bebé, en la vida que le prometía construir lejos del desprecio de Terry.

***

Lejos de ahí, Terry bebía sin control, luchando contra su rabia y su frustración.

Al amanecer, despertó con un dolor punzante en el pecho.

—¿Dónde está mi esposa? —preguntó a sus guardias, con la voz quebrada por el pánico.

—Señor Eastwood, la señora ha desaparecido.

Terry apretó los puños con furia, sus ojos ardiendo con una mezcla de arrepentimiento y desesperación.

—¡Busquen a mi esposa! ¡Tráiganla ahora mismo a casa!

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