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Paz caminaba con pasos furiosos, su rostro contorsionado por la humillación.El aire fresco de la noche parecía golpear su piel, pero no podía sentirlo.La rabia le ardía en el pecho, un fuego que no dejaba espacio para nada más.La feria, una celebración de poder y sofisticación, se sentía ajena ahora. No era un lugar al que perteneciera. No era un lugar al que la dejaran pertenecer.—¡El señor Eastwood ordenó que ella debe ser expulsada! —gritó el guardia, como si sus palabras fueran un decreto irrevocable.Pero de pronto, una sombra oscura apareció ante ella.Randall Coleman, acompañado del presidente de la feria, con su imponente presencia, apareció de la nada.Su mirada feroz atravesó a los guardias con la misma rapidez con la que un depredador se lanza sobre su presa.—¿Qué demonios creen que están haciendo? ¡Ella tiene una invitación! —su voz era un rugido que hizo que los guardias vacilaran por un instante.Los ojos de Paz se entrecerraron al ver la escena.Randall no era solo
Los ojos de Terrance se fijaron en Paz, incapaces de disimular el estupor. Sus palabras resonaban como un eco frío en su mente:—¿Qué pasa, señor Eastwood? ¿Teme que le vayamos a ganar esta partida?Aquella sonrisa triunfante, la misma que tantas veces había admirado, ahora lo desgarraba por dentro.Ella estaba allí, desafiándolo frente a todos, y lo peor era que no podía entender cómo había logrado entrar después de sus órdenes explícitas.Su mandíbula se tensó al ver cómo Randall Coleman, su eterno rival, se acercaba para colocar sus manos con descaro en los hombros de Paz.Terrance sintió un ardor que no quería admitir, un fuego que jamás llamaría celos.Randall habló con la seguridad de un hombre acostumbrado a ganar:—Señoras y señores, es hora de que Grupo Coleman presente la tecnología que revolucionará nuestra industria.El mundo de Terrance se teñía de rojo.Cada palabra de Randall era una puñalada que lo hacía arder de rabia.Paz, mientras tanto, caminó hacia el podio con ele
Pronto, una multitud comenzó a rodear a Paz, como si fuera un imán que atraía tanto admiración como envidia.Los aplausos resonaban y los rostros de empresarios y colegas se iluminaban con elogios.—Señorita Leeman, mis felicitaciones. Su talento es asombroso, y todos estamos ansiosos por hacerle una oferta a grupo Coleman para su nueva tecnología —dijo un hombre de cabello gris, cuya sonrisa denotaba admiración, pero también un claro interés comercial.Paz les agradeció con modestia, pero su corazón palpitaba con una satisfacción que no podía ocultar.Había luchado por este momento, y por fin, estaba recibiendo el reconocimiento que tanto merecía.Desde la distancia, Terry observaba todo. Su mandíbula se tensó mientras veía a su exesposa ser la protagonista de una noche que, en su mente, debería haber sido suya.—Tu exesposa logró que el grupo Coleman obtenga mayor inversión que el grupo Costa Azul. ¡Esto es inaceptable! ¿Qué harás al respecto, Terrance? —insistió su socio, visiblemen
Las palabras de Paz cayeron como un balde de agua helada, y el silencio que las siguió fue ensordecedor, más pesado que cualquier grito.Deborah, con los labios entreabiertos, parecía atrapada entre la incredulidad y el miedo, como si el suelo bajo sus pies estuviera a punto de colapsar.Terrance, por otro lado, permanecía rígido, con la mandíbula apretada y los ojos oscuros, reflejando una mezcla de un orgullo que se negaba a ceder.—¿Qué dices? —Terrance rio, pero su risa carecía de alegría. Era más un escudo—. ¿Ahora haces acusaciones falsas para llamar la atención?Paz sintió cómo su rabia, ese fuego que llevaba años encendido en su pecho, crecía hasta ser incontrolable.Dio un paso al frente, con los ojos clavados en él como dagas.—Di lo que quieras, Terrance, niega lo que ambos sabemos. Pero entre los dos, está claro quién aquí intentó acabar con mi vida. ¿Te sorprende que siga aquí, que haya sobrevivido? Pues escucha bien: tengo más vidas de las que tu odio puede apagar, y no m
Cuando Terrance entró en la habitación, su mirada quedó atrapada por la figura de Paz.Allí estaba, de pie, junto a una pequeña mesa, con el porte de alguien que ya no tenía miedo, que había sobrevivido a todos los naufragios que él mismo había provocado.Lucía tan hermosa, más incluso que en aquellos años pasados.Había algo en ella, una madurez feroz que la hacía parecer inalcanzable.Su cabello caía sobre sus hombros, su vestido negro acariciaba su figura con una elegancia que casi dolía de mirar.Las miradas se encontraron, y ella, con esa seguridad arrolladora, esbozó una sonrisa ladeada.—¿Qué me mira tanto, señor Eastwood? —su voz era como un veneno dulce—. ¿Le gusta lo que ve?Terrance avanzó hacia ella con pasos lentos, seguros, casi depredadores.Sus ojos la recorrían como si intentara descifrarla, como si aún creyera que podía.—Tal vez me gusta —respondió con descaro, su voz grave y cargada de un sarcasmo venenoso—. ¿Y qué? ¿Cuál es el precio esta vez?Ella rio, una risa qu
—Juguemos. Si quieres otra pregunta, entonces juega a la ruleta rusa, ¿o tienes miedo? —dijo Paz con una calma que rozaba lo gélido.Terrance soltó una risa baja y ronca, esa que siempre lograba helar la sangre de quienes lo escuchaban.Tomó el revólver con movimientos precisos, casi elegantes, y observó la única bala antes de girar el tambor.Lo cerró con un clic seco y lo llevó a su sien.—¿Miedo? —murmuró, arqueando una ceja mientras apretaba el arma contra su cabeza.Paz lo miraba sin pestañear, pero sus manos temblaban levemente a los costados. Su rostro seguía siendo una máscara de indiferencia, aunque por dentro, un miedo visceral, la carcomía.La idea de que él jugara con su vida de esa manera le revolvía el estómago, pero no permitiría que él lo notara.Terrance vivía de la debilidad ajena, y Paz no le daría ese placer.—Hazlo, Terrance. No me detendré —dijo en un tono firme, aunque por dentro suplicaba que el arma no disparara.Terrance sonrió con esa malicia característica q
Paz salió del salón con paso firme, pero el corazón le latía con fuerza tras el enfrentamiento con Terrance.Apenas había tomado aire cuando un hombre desconocido se acercó a ella con una sonrisa encantadora.—Señora Leeman, felicidades por su triunfo. ¿Un brindis para celebrarlo? —dijo, extendiéndole una copa de vino.Paz estaba a punto de declinar, pero entonces su mirada se cruzó con la de Terrance, quien la observaba a lo lejos, su mandíbula tensa y sus ojos encendidos.Algo en su interior la empujó a actuar. Una chispa de orgullo herido y despecho se encendió en su pecho.—Por supuesto. Brindemos —respondió, dedicándole al hombre una sonrisa deslumbrante.Tomó la copa y chocó su cristal con el de él. Dio un sorbo rápido, pero la bebida tenía un regusto extraño, amargo.No le dio importancia.Se despidió con un asentimiento cortés y caminó hacia la salida con la cabeza en alto, como si nada la perturbara.Buscó a Randall Coleman y al no encontrarlo decidió marcharse.Sin embargo, a
Terrance estaba sentado en la fría sala de espera del hospital, sus manos temblaban mientras apretaba los puños.Nadie le daba respuestas, y la incertidumbre lo estaba matando.Cada segundo que pasaba se sentía como una eternidad, y aunque se esforzaba por mantener una expresión neutral, su mente era un caos.«Paz… no puedo perderte otra vez. No después de haberte encontrado…»Sus pensamientos eran un torbellino de contradicciones.«Pero no debería importarme, ¿cierto? Después de todo, mataste a nuestro hijo. ¡Dios! ¿Por qué sigo pensando en ti de esta forma?»De repente, un grito furioso rompió el tenso silencio de la sala.Randall Coleman, con el rostro lleno de ira, se abalanzó sobre él, tomándolo del cuello con fuerza.—¡Terrance Eastwood! ¡¿Qué le hiciste a Paz?! —rugió Randall, apretando más mientras sus ojos brillaban con un odio palpable—. ¡Intentaste matarla de nuevo, maldito bastardo! Si algo le pasa, te juro que te acabaré.Terry, aunque sorprendido por el ataque, no perdió