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Cuando Terrance llegó a su mansión, la ira lo consumía.—¡Martín! —gritó, golpeando el escritorio con tanta fuerza que los objetos encima temblaron.Su asistente apareció apresurado, nervioso ante la expresión sombría de su jefe.—Averigua todo lo que puedas sobre las cámaras del bar donde Paz fue atacada —ordenó Terrance, con la voz grave y llena de determinación.Martín frunció el ceño, intentando medir sus palabras.—Pero, señor… las cámaras… quizás no captaron…—¡No quiero excusas! ¡Quiero respuestas! —interrumpió Terrance, alzando la voz con tal autoridad que Martín retrocedió un paso.El asistente asintió rápidamente y salió de la oficina con pasos apresurados.Sin embargo, al llegar al pasillo, su expresión cambió.Su rostro, antes sumiso, se tornó lleno de rabia contenida.Sacó su teléfono y marcó un número que conocía demasiado bien.—Deborah… —dijo con un tono helado—. Terrance sigue obsesionado con Paz. ¿Sabes lo que me acaba de pedir? ¡Investigar quién intentó matarla! Desp
La puerta se abrió de golpe, y las gemelas Mia y Mila irrumpieron en la habitación.Con sus caritas de preocupación y voces de niños inocentes, gritaron al unísono:—¡Lobo, lobito feroz, suelta a mamita!Con una energía y valentía inesperadas para su edad, ambas niñas se lanzaron hacia Terrance.El hombre, sorprendido por su audacia, las atrapó en un abrazo con rapidez.Un suspiro de frustración escapó de sus labios al verlas tan cerca. En ese instante, una extraña mezcla de ternura y dolor lo invadió.Las niñas, tan dulces, tan bellas…«Paz… estas niñas deberían ser nuestras, pero tú lo arruinaste todo», pensó, su corazón, apretándose ante la imagen de lo que pudo haber sido.Bajó a las gemelas con cuidado, y se apartó de ellas, aunque por un instante, dudó. Las miraba y no podía evitar que una punzada de dolor lo atravesara.—¡Feliz familia! —dijo con voz fría, llena de amargura—. Es una lástima que dos niñas tan hermosas estén condenadas a ser hijas de dos traidores.Sus palabras fu
Al día siguiente.El sol brillaba con fuerza cuando Paz llevó a sus hijas al colegio.La mañana había comenzado tranquila, pero una sombra de incertidumbre y dolor se instaló en su pecho.Mientras las gemelas corrían felices hacia su aula, ella se quedó mirando la puerta, cerrarse tras ellas, sintiendo una punzada en su corazón.¿Estaba haciendo lo correcto? ¿Podría encontrar la paz que tanto deseaba para ellas?Sin embargo, no había tiempo para preguntas.Al llegar al trabajo, se sumergió rápidamente en el trabajo, con la esperanza de que pudieran ayudar a calmar el torbellino de emociones que la consumía.La oficina, el ruido de las computadoras y las conversaciones lejanas, se convirtieron en su refugio temporal.De repente, un sonido la sacó de su concentración. El tintineo de una notificación en su teléfono.Paz frunció el ceño al ver el nombre en la pantalla: Deborah.Inclinó la cabeza, sorprendida por la notificación de un mensaje que parecía demasiado casual.Al abrirlo, la rab
Paz y Randall terminaron de comer bajo un cielo estrellado.La noche estaba en calma, pero algo en el aire se sentía tenso, como si la paz que los rodeaba fuera una ilusión.Randall se puso de pie, sus movimientos rígidos, casi nerviosos, y tomó la mano de Paz con suavidad.—Ven, quiero mostrarte algo —dijo con una sonrisa que parecía esconder un torbellino de pensamientos.Paz, intrigada, lo siguió hasta el jardín.Las flores despedían su fragancia nocturna, y las estrellas brillaban con intensidad sobre sus cabezas.Randall se detuvo en un punto donde la luz de la luna bañaba todo con un resplandor casi mágico.—Paz… ¿Puedo pedirte un favor?Ella lo miró, algo desconcertada por el tono de su voz.—Claro —respondió con una pequeña sonrisa.—Cierra los ojos.Paz dudó por un instante, sintiendo un cosquilleo extraño en su pecho, pero finalmente accedió.Cerró los ojos, mientras el corazón le latía con fuerza, aunque no sabía la razón o si era por un presentimiento extraño que no lograba
Paz sintió un vacío en el pecho, una sensación de que algo no estaba bien.Tomó su cartera y miró a su alrededor.—¡Niñas! ¡Mila! ¡Mía! ¡Es hora de irnos! —llamó mientras se dirigía al jardín donde las había visto por última vez.El silencio que le respondió hizo que su corazón empezara a latir con fuerza.Algo no estaba bien.—¡Mila! ¡Mía! ¡Respondan, por favor! —gritó mientras revisaba desesperada detrás de los arbustos y los árboles.Su voz se quebró.El miedo comenzó a apoderarse de ella, mezclado con culpa.Había perdido de vista a sus niñas, las luces de la noche caían sobre el jardín como un manto lúgubre.—¡Dios mío, no! ¡Por favor, no! —sollozó, sintiendo que la garganta se le cerraba.***Dentro del auto, Mila y Mía estaban acurrucadas en los asientos traseros.Sus pequeños corazones latían con emoción, pero también con el nerviosismo típico de un secreto.—¿Crees que nos descubran? —preguntó Mía en voz baja mientras intentaba no moverse demasiado.—¡Shh! Nadie nos vio, somos
Terrance había llevado a Deborah a la habitación tras la caída, con un médico de emergencia ya en camino.El ambiente en la casa estaba cargado de tensión.Bajó las escaleras con pasos pesados, sintiendo que cada paso hundía su moral más profundamente.Su mirada se posó en las gemelas, acurrucadas en un rincón, abrazadas con fuerza, sus caritas empapadas en lágrimas y sus ojos llenos de miedo y confusión.Se detuvo frente a ellas, incapaz de comprender cómo dos pequeñas podían verse tan frágiles y, al mismo tiempo, despertar en él un torbellino de emociones que no deseaba sentir.—No hicimos nada malo, papito… —murmuró Mila entre sollozos—. ¿No somos… asesinas? ¿Qué es eso?La pregunta rompió algo en su interior, pero Terrance, rígido en su confusión y negación, apretó los puños.—¡Tranquilas! —exclamó con un tono áspero que incluso lo hizo estremecer a sí mismo—. ¿Quién les dijo que soy su… papito?Mila y Mia intercambiaron una mirada de sorpresa, como si no pudieran creer lo que esta
Cuando llegaron al departamento, Paz llevó a sus hijas al sofá, tratando de mantener la calma, aunque sentía su corazón latiendo desbocado.—Niñas, quiero que me expliquen, ¿por qué hicieron esto?Mila y Mia tenían las cabecitas bajas, sus manitas jugueteaban nerviosas con las mangas de sus camisetas, y sus ojos estaban llenos de lágrimas contenidas.—Mila, Mia… mírenme, por favor —insistió Paz, tratando de mantener la voz firme.Fue Mia quien alzó primero la mirada. Tenía el labio tembloroso, y al ver los ojos preocupados de su madre, una lágrima rodó por su mejilla.—Mami… ¿Por qué no quieres que tengamos un papito? —su vocecita temblaba, pero había un reproche sincero escondido en sus palabras—. ¿Por qué no podemos?Las palabras fueron como un golpe directo al pecho de Paz, un dolor que no esperaba y que la dejó sin aire por un momento.—Mia, Mila… no digan eso, por favor —les pidió en un susurro quebrado.Pero Mila, más impulsiva y enojada que su hermana, soltó un grito entre lágri
—¡Lárgate ahora mismo, Deborah! Randall apretó los puños, tratando de mantener la calma mientras la miraba con odio.—¿Quieres que mi hermanita Paz se entere de que fuimos amantes? ¿De qué tú eres la razón por la que me alejaron de Terrance? —La sonrisa de Deborah era venenosa—. ¿Qué pensaría ella de ti? ¿Del gran Randall Coleman, el hombre en el que confía ciegamente?El corazón de Randall se congeló.Sabía que Deborah era capaz de cualquier cosa, y Paz… Paz no podía enterarse de su pasado con ella.No cuando finalmente había confesado sus sentimientos, había cruzado por fin la línea, y seguía esperanzado.—¿Qué es lo que quieres, Deborah? —preguntó entre dientes, aunque ya temía la respuesta.Deborah cruzó las piernas con elegancia y lo miró como si disfrutara verlo atrapado en su red.—Es simple. Aleja a Paz de Terrance.Randall arqueó una ceja.—¿Por qué? ¿No es lo que tú querías? Tú lo dejaste, Deborah. Tú lo traicionaste. No te interesa realmente Terrance, ¿o sí? Además, Paz ya