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Terrance había llevado a Deborah a la habitación tras la caída, con un médico de emergencia ya en camino.El ambiente en la casa estaba cargado de tensión.Bajó las escaleras con pasos pesados, sintiendo que cada paso hundía su moral más profundamente.Su mirada se posó en las gemelas, acurrucadas en un rincón, abrazadas con fuerza, sus caritas empapadas en lágrimas y sus ojos llenos de miedo y confusión.Se detuvo frente a ellas, incapaz de comprender cómo dos pequeñas podían verse tan frágiles y, al mismo tiempo, despertar en él un torbellino de emociones que no deseaba sentir.—No hicimos nada malo, papito… —murmuró Mila entre sollozos—. ¿No somos… asesinas? ¿Qué es eso?La pregunta rompió algo en su interior, pero Terrance, rígido en su confusión y negación, apretó los puños.—¡Tranquilas! —exclamó con un tono áspero que incluso lo hizo estremecer a sí mismo—. ¿Quién les dijo que soy su… papito?Mila y Mia intercambiaron una mirada de sorpresa, como si no pudieran creer lo que esta
Cuando llegaron al departamento, Paz llevó a sus hijas al sofá, tratando de mantener la calma, aunque sentía su corazón latiendo desbocado.—Niñas, quiero que me expliquen, ¿por qué hicieron esto?Mila y Mia tenían las cabecitas bajas, sus manitas jugueteaban nerviosas con las mangas de sus camisetas, y sus ojos estaban llenos de lágrimas contenidas.—Mila, Mia… mírenme, por favor —insistió Paz, tratando de mantener la voz firme.Fue Mia quien alzó primero la mirada. Tenía el labio tembloroso, y al ver los ojos preocupados de su madre, una lágrima rodó por su mejilla.—Mami… ¿Por qué no quieres que tengamos un papito? —su vocecita temblaba, pero había un reproche sincero escondido en sus palabras—. ¿Por qué no podemos?Las palabras fueron como un golpe directo al pecho de Paz, un dolor que no esperaba y que la dejó sin aire por un momento.—Mia, Mila… no digan eso, por favor —les pidió en un susurro quebrado.Pero Mila, más impulsiva y enojada que su hermana, soltó un grito entre lágri
—¡Lárgate ahora mismo, Deborah! Randall apretó los puños, tratando de mantener la calma mientras la miraba con odio.—¿Quieres que mi hermanita Paz se entere de que fuimos amantes? ¿De qué tú eres la razón por la que me alejaron de Terrance? —La sonrisa de Deborah era venenosa—. ¿Qué pensaría ella de ti? ¿Del gran Randall Coleman, el hombre en el que confía ciegamente?El corazón de Randall se congeló.Sabía que Deborah era capaz de cualquier cosa, y Paz… Paz no podía enterarse de su pasado con ella.No cuando finalmente había confesado sus sentimientos, había cruzado por fin la línea, y seguía esperanzado.—¿Qué es lo que quieres, Deborah? —preguntó entre dientes, aunque ya temía la respuesta.Deborah cruzó las piernas con elegancia y lo miró como si disfrutara verlo atrapado en su red.—Es simple. Aleja a Paz de Terrance.Randall arqueó una ceja.—¿Por qué? ¿No es lo que tú querías? Tú lo dejaste, Deborah. Tú lo traicionaste. No te interesa realmente Terrance, ¿o sí? Además, Paz ya
Paz temblaba mientras sujetaba su teléfono con fuerza, su respiración entrecortada y las lágrimas cayendo sin control.Desesperada, marcó el número de Randall, su última esperanza.Su voz sonó rota, como si el peso de su mundo se derrumbara.—¡Randall! —exclamó, su voz entre lágrimas—. Por favor, ayúdame. Terrance quiere hacer pruebas de paternidad a mis hijas… ¡Quiere quitármelas! Haré lo que sea, Randall… lo que sea, si lo detienes… incluso… incluso puedo ser tu amante.Un silencio helado cayó entre ambos.Paz sintió que el tiempo se detenía mientras esperaba una respuesta.Por un momento, su propia oferta la hizo sentirse más desesperada, más perdida.¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar?—Paz, no digas tonterías. —La voz de Randall era grave, pero tenía un dejo de ternura—. Dime dónde estás. Voy a ayudarte, no tienes que pagarme nada.Paz no respondió.Cerró los ojos con fuerza y cortó la llamada, dejando caer el teléfono sobre el escritorio.Las lágrimas continuaron fluyendo, y
Paz llegó a casa con el corazón martillándole el pecho.Apenas cruzó la puerta, un nudo sofocante le cerró la garganta y se desplomó en el suelo, sollozando sin control.Sus manos temblaban al cubrirse el rostro, su respiración era errática, rota.La idea de perder a sus hijas la estaba destrozando.Se obligó a levantar la mirada, sus ojos empañados recorrieron el lugar en el que había intentado construir una vida lejos del infierno que una vez conoció.Pero ahora... ahora todo volvía a derrumbarse.—¡No voy a perderlas! —susurró con furia.En su mente resonó el nombre que quería odiar con toda su alma.Terrance.Ese hombre le había arrebatado todo.Su dignidad. Su libertad. Su amor.Y ahora quería quitarles a sus hijas, lo único que la mantenía viva.—No —murmuró con una determinación temblorosa—. No voy a permitirlo.Se puso de pie de golpe y corrió a la habitación.Sus manos se movían frenéticas, arrojando ropa en una maleta sin orden ni lógica.Luego sacó los documentos más importa
—¡Mamita, no te enojes con lobito feroz! —suplicó Mila con ojos vidriosos, su manita aferrada a la de su hermana.Paz sintió que su corazón se estrujaba, pero su expresión se mantuvo firme.—Mia y Mila, vayan con su niñera al auto.Las niñas vacilaron un segundo, mirando a Terrance con incertidumbre.Finalmente, obedecieron y tomaron la mano de la mujer que las conduciría lejos de ese momento tenso.A lo lejos, la enfermera y el guardia de Terrance se alejaron, casi desvaneciéndose entre las sombras.Cuando Paz volvió la vista hacia él, sus ojos ardían con una furia contenida, con un odio que solo el dolor más profundo podía forjar.—¿Qué demonios quieres, Terrance? —espetó, su voz cargada de rabia y desesperación—. ¿Qué tengo que hacer para que me dejes vivir en paz?Terrance negó con la cabeza, su mirada era firme, pero en el fondo había algo más… ¿Arrepentimiento? ¿Duda?—Lo único que quiero es la verdad, Paz —dijo con calma, aunque su mandíbula estaba tensa—. La ley ya lo dejó clar
Paz condujo con el corazón latiéndole a mil por hora.Sus manos temblaban sobre el volante, pero no podía detenerse.Miraba por el retrovisor con paranoia, convencida de que en cualquier momento vería aparecer los faros de un auto siguiéndola.Cuando llegó a la estación del tren, su respiración era errática.Bajó del auto rápidamente y, con torpeza, sacó las maletas. Luego, ayudó a las niñas a bajar.—Mami, ¿vamos de vacaciones? —preguntó Mia con la inocencia de quien aún no entiende el peligro.Paz se agachó hasta quedar a su altura y forzó una sonrisa, aunque sus ojos delataban su desesperación.—Sí, mi amor. Vamos de vacaciones.—¡Pero! ¿Y lobito feroz? —intervino Mila, aferrándose a la mano de su hermana.El apodo que las gemelas le habían dado a Terrance la atravesó como un puñal en el pecho.Un nudo se formó en su garganta, pero lo tragó con rapidez. No podía flaquear ahora.—Niñas, olvídense del señor Terrance —su voz tembló, pero se obligó a sonar firme—. Él no existe. Nunca ex
Paz llevó a las niñas a la cama, acariciándoles el cabello hasta que sus respiraciones se volvieron pausadas y profundas.Quería que tuvieran sueños tranquilos, aunque su propio corazón estuviera hecho un caos.Cuando salió del cuarto de las pequeñas, sintió cómo sus piernas flaqueaban.Apenas pudo sostenerse antes de que un sollozo escapara de su garganta.Randall, que la esperaba en la sala, no dudó ni un segundo en rodearla con sus brazos.—Lo siento, Paz —susurró contra su cabello—. No debí traerte de vuelta. Por mi ambición, por mi egoísmo… debí dejarte lejos de esto.Ella apretó los ojos con fuerza, temblando entre sus brazos.—No puedo huir por siempre… pero… ¡Tengo miedo! —sollozó, aferrándose a su camisa—. ¿Y si me quita a mis hijas? ¿Y si me las arrebata?Randall cerró los ojos con impotencia. También temía esa posibilidad.—Te juro que no voy a permitir que te haga daño.Con delicadeza, besó su frente antes de separarse y marcharse.Paz quedó en la sala, abrazándose a sí mis