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Paz temblaba mientras sujetaba su teléfono con fuerza, su respiración entrecortada y las lágrimas cayendo sin control.Desesperada, marcó el número de Randall, su última esperanza.Su voz sonó rota, como si el peso de su mundo se derrumbara.—¡Randall! —exclamó, su voz entre lágrimas—. Por favor, ayúdame. Terrance quiere hacer pruebas de paternidad a mis hijas… ¡Quiere quitármelas! Haré lo que sea, Randall… lo que sea, si lo detienes… incluso… incluso puedo ser tu amante.Un silencio helado cayó entre ambos.Paz sintió que el tiempo se detenía mientras esperaba una respuesta.Por un momento, su propia oferta la hizo sentirse más desesperada, más perdida.¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar?—Paz, no digas tonterías. —La voz de Randall era grave, pero tenía un dejo de ternura—. Dime dónde estás. Voy a ayudarte, no tienes que pagarme nada.Paz no respondió.Cerró los ojos con fuerza y cortó la llamada, dejando caer el teléfono sobre el escritorio.Las lágrimas continuaron fluyendo, y
Paz llegó a casa con el corazón martillándole el pecho.Apenas cruzó la puerta, un nudo sofocante le cerró la garganta y se desplomó en el suelo, sollozando sin control.Sus manos temblaban al cubrirse el rostro, su respiración era errática, rota.La idea de perder a sus hijas la estaba destrozando.Se obligó a levantar la mirada, sus ojos empañados recorrieron el lugar en el que había intentado construir una vida lejos del infierno que una vez conoció.Pero ahora... ahora todo volvía a derrumbarse.—¡No voy a perderlas! —susurró con furia.En su mente resonó el nombre que quería odiar con toda su alma.Terrance.Ese hombre le había arrebatado todo.Su dignidad. Su libertad. Su amor.Y ahora quería quitarles a sus hijas, lo único que la mantenía viva.—No —murmuró con una determinación temblorosa—. No voy a permitirlo.Se puso de pie de golpe y corrió a la habitación.Sus manos se movían frenéticas, arrojando ropa en una maleta sin orden ni lógica.Luego sacó los documentos más importa
—¡Mamita, no te enojes con lobito feroz! —suplicó Mila con ojos vidriosos, su manita aferrada a la de su hermana.Paz sintió que su corazón se estrujaba, pero su expresión se mantuvo firme.—Mia y Mila, vayan con su niñera al auto.Las niñas vacilaron un segundo, mirando a Terrance con incertidumbre.Finalmente, obedecieron y tomaron la mano de la mujer que las conduciría lejos de ese momento tenso.A lo lejos, la enfermera y el guardia de Terrance se alejaron, casi desvaneciéndose entre las sombras.Cuando Paz volvió la vista hacia él, sus ojos ardían con una furia contenida, con un odio que solo el dolor más profundo podía forjar.—¿Qué demonios quieres, Terrance? —espetó, su voz cargada de rabia y desesperación—. ¿Qué tengo que hacer para que me dejes vivir en paz?Terrance negó con la cabeza, su mirada era firme, pero en el fondo había algo más… ¿Arrepentimiento? ¿Duda?—Lo único que quiero es la verdad, Paz —dijo con calma, aunque su mandíbula estaba tensa—. La ley ya lo dejó clar
Paz condujo con el corazón latiéndole a mil por hora.Sus manos temblaban sobre el volante, pero no podía detenerse.Miraba por el retrovisor con paranoia, convencida de que en cualquier momento vería aparecer los faros de un auto siguiéndola.Cuando llegó a la estación del tren, su respiración era errática.Bajó del auto rápidamente y, con torpeza, sacó las maletas. Luego, ayudó a las niñas a bajar.—Mami, ¿vamos de vacaciones? —preguntó Mia con la inocencia de quien aún no entiende el peligro.Paz se agachó hasta quedar a su altura y forzó una sonrisa, aunque sus ojos delataban su desesperación.—Sí, mi amor. Vamos de vacaciones.—¡Pero! ¿Y lobito feroz? —intervino Mila, aferrándose a la mano de su hermana.El apodo que las gemelas le habían dado a Terrance la atravesó como un puñal en el pecho.Un nudo se formó en su garganta, pero lo tragó con rapidez. No podía flaquear ahora.—Niñas, olvídense del señor Terrance —su voz tembló, pero se obligó a sonar firme—. Él no existe. Nunca ex
Paz llevó a las niñas a la cama, acariciándoles el cabello hasta que sus respiraciones se volvieron pausadas y profundas.Quería que tuvieran sueños tranquilos, aunque su propio corazón estuviera hecho un caos.Cuando salió del cuarto de las pequeñas, sintió cómo sus piernas flaqueaban.Apenas pudo sostenerse antes de que un sollozo escapara de su garganta.Randall, que la esperaba en la sala, no dudó ni un segundo en rodearla con sus brazos.—Lo siento, Paz —susurró contra su cabello—. No debí traerte de vuelta. Por mi ambición, por mi egoísmo… debí dejarte lejos de esto.Ella apretó los ojos con fuerza, temblando entre sus brazos.—No puedo huir por siempre… pero… ¡Tengo miedo! —sollozó, aferrándose a su camisa—. ¿Y si me quita a mis hijas? ¿Y si me las arrebata?Randall cerró los ojos con impotencia. También temía esa posibilidad.—Te juro que no voy a permitir que te haga daño.Con delicadeza, besó su frente antes de separarse y marcharse.Paz quedó en la sala, abrazándose a sí mis
Paz se levantó lentamente del sofá, su cuerpo todavía adormecido, y cubrió a Terry con una frazada.Lo miró por un instante.Con una última mirada hacia él, cerró la puerta suavemente detrás de ella y se dirigió hacia la habitación de las niñas.Allí, en el sofá cama frente a ellas, se dejó caer agotada, sumida en pensamientos oscuros y nostalgias que no podía ahogar.Al día siguiente.Cuando Terry abrió los ojos, lo primero que vio fueron dos pequeñas figuras frente a él.Sus corazones latían con fuerza mientras las niñas, con sus ojos brillantes y sonrisas traviesas, lo miraban expectantes.—¿Lobo lobito, estás ahí? —preguntaron ellas, sus voces dulces y llenas de inocencia.Terry las miró, desconcertado por un momento, y luego sonrió, sintiendo una extraña calidez recorrer su pecho.—Hijitas, ¿estoy soñando? —susurró, incapaz de contener la emoción.Las niñas soltaron una risa contagiosa que llenó el aire de una alegría pura y sencilla.Él se enderezó, notando el dolor en su cuerpo
Deborah caminaba por la casa con pasos agitados, su mente sumida en la furia.Cada uno de sus pensamientos la empujaba más cerca de la desesperación.La noticia de que Terrance no había llegado a dormir en la casa la estaba consumiendo por dentro.La imagen de Paz apareciendo en la vida de él una y otra vez era como una daga clavada en su corazón.—Maldita seas, Paz —murmuró, apretando los dientes, sus ojos llenos de rabia—. ¡Quiero que dejes de intentar robarme lo que es mío! Terry me pertenece, y no voy a permitir que lo alejes de mí, él ahora será mi esposo como siempre debió ser.El aire en la habitación estaba pesado, cargado de odio y celos.Deborah no podía dejar de pensar en cómo Paz había logrado siempre entrar en su vida, a pesar de los esfuerzos de Deborah por mantenerla a distancia.De repente, la puerta se abrió, y Terrance entró en la casa. Su rostro estaba marcado por el cansancio, pero al ver a Deborah, no mostró ni la más mínima emoción.Ella no pudo contener las lágri
Paz se encontraba sentada en una banca del parque, con las manos entrelazadas sobre su regazo, incapaz de ocultar el temblor que recorría su cuerpo.Sus hijas reían, correteaban entre los juegos, inocentes, ajenas a la tormenta que se cernía sobre sus vidas.Pero Paz no podía relajarse. No cuando sabía lo que esas pruebas de paternidad revelarían. No cuando su mundo entero estaba a punto de colapsar.Sintió el viento fresco sobre su piel, sintiendo la angustia.A lo lejos, entre las sombras de los árboles, Terrance las observaba con una intensidad contenida.Sus ojos brillaban con una mezcla de certeza y desesperación. Algo dentro de él lo empujaba a acercarse, a tomarlas en sus brazos, a recuperar lo que alguna vez fue suyo.—Sé que son mis hijas, Paz… lo sé —murmuró para sí mismo, con el pecho apretado por una emoción desconocida—. Y no voy a perderlas otra vez. No lo permitiré.Dirigió una mirada severa a uno de sus hombres de confianza.—No las pierdas de vista. Nada les debe pasar