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Los días avanzaron con una lentitud exasperante para Paz.Apenas había podido dormir o comer, y cada amanecer la ansiedad se apoderaba más de ella. No dejaba de preguntarse si estaba lista para enfrentar la verdad que esos resultados traerían consigo.El destino ya estaba escrito: los resultados estarían listos a mediodía y solo serían entregados a Terrance Eastwood en el bufete de abogados.Ella no tenía control sobre lo que vendría después, y esa incertidumbre la consumía.Esa mañana, mientras preparaba a sus hijas para dejarlas con la niñera, sentía el pecho oprimido.Se arrodilló para ajustarle el lazo a Mia cuando la niña la miró con esos enormes ojos llenos de ilusión.—Mami, ¿y nuestro papito nos llevará a vivir en su castillo? —preguntó con la inocencia de quien no conoce de traiciones ni rencores.Paz tragó saliva, obligándose a sonreír.—No, mis amores, ustedes vivirán conmigo, ¿o quieren estar lejos de mí?—¡Nunca! —dijeron al unísono, abrazándola con fuerza.—Pero, mami, po
El silencio en la sala de abogados se volvió insoportable.Cada segundo era una tortura para Paz, quien sentía que su corazón latía con la fuerza de un tambor de guerra.Su respiración estaba agitada, sus manos sudaban.De repente, la puerta se abrió, y el abogado entró con un sobre en la mano.El aire pareció volverse más denso.—Aquí están los resultados —anunció con tono formal, pero con un poco de incomodidad en su voz.Deborah, con una sonrisa maliciosa en los labios, prácticamente le arrancó el sobre de las manos antes de que pudiera hacer algo más.—¡Démelos! ¡Ahora mismo!El abogado titubeó, su expresión reflejaba duda y nerviosismo.—Señorita… creo que es mejor esperar al señor Eastwood —dijo con voz tensa, como si algo dentro de él le advirtiera que algo no estaba bien.—¡No se entrometa! —espetó Deborah con veneno—. O mi prometido lo despedirá antes de que pueda decir otra palabra.El abogado bajó la mirada, impotente.Paz, que hasta ese momento se había mantenido en silenci
Terrance salió del edificio con el rostro tenso, la rabia ardiendo en sus venas.Subió al auto con manos temblorosas, pero decidió no permitir que la ira lo controlara. No.Tenía que pensar con claridad, aunque la furia lo consumiera. Sus palabras salieron casi como un rugido, intentando mantener la compostura.—¡Quiero que me traigan al responsable de ese maldito laboratorio! ¡Que me lo traigan a mí! ¡Quiero que alguien me diga quién es el culpable de esto! —gritó, su voz cargada de desesperación.—¡Sí, señor! —respondió el hombre al volante con firmeza, mientras desplegaba a los otros guardias para que se encargaran de la misión.Pero Terrance no podía esperar, no podía controlar el torrente de pensamientos que lo asfixiaban.La imagen de sus hijas, sus rostros inocentes, el recordar cómo fue tan cruel con ellas, estaba grabada a fuego en su mente.Nada lo calmaba.A una distancia, Martín, quien había seguido el rastro de Terrance con su auto, recibió una llamada.La voz de Deborah,
El guardia que iba con Terrance, que hasta ese momento había mantenido la calma, recibió una llamada.Su rostro se tornó pálido, más pálido que la nieve más pura, y sus ojos se agrandaron con miedo.No era una expresión que cualquiera pudiera ignorar.—¡Señor...! —balbuceó el hombre, con la voz temblorosa, incapaz de seguir hablando.Terrance giró hacia él, sintiendo que su corazón latía con fuerza, como si un presagio horrible se estuviera formando en el aire.—¿Qué pasa? —exclamó, su voz cargada de angustia. Su tono, un rugido desafiante, buscaba respuestas—. ¡Habla! ¿Qué sucede?El guardia, ahora completamente desencajado, respiró entrecortado y apenas logró balbucear las palabras que congelaron el aire.—¡El edificio donde vive su exesposa... y sus hijas... está... está incendiándose! —dijo, sus palabras ahogadas en un suspiro de terror.Un parpadeo fue lo único que pudo hacer Terrance antes de que la realidad lo golpeara con la fuerza de un golpe en el estómago.El horror se apode
Las gemelas, Mila y Mia, vieron a su papá, Terrance, y por un momento, sus ojos se iluminaron con una chispa de esperanza.Sonrieron brevemente, pero la sonrisa desapareció tan rápido como llegó.Sin poder contenerse, se lanzaron a sus brazos, pero los sollozos no tardaron en llegar.—¡Papito! —gritaron al unísono, señalando hacia el edificio que aún ardía en llamas—¡Mami se cayó! ¡Ya no se levantó, papi! ¡No respirábamos! —dijo MilaEl corazón de Terrance se detuvo por un segundo.El miedo lo envolvió de inmediato, un terror profundo que no se podía describir con palabras.Su cuerpo, por instinto, abrazó a las niñas con más fuerza. No importaba que el fuego siguiera devorando todo a su alrededor; ellas estaban seguras en sus brazos, pero aún sentía que el suelo se desmoronaba bajo sus pies.Uno de sus guardias se acercó, buscando las órdenes de su jefe, pero Terrance estaba fuera de sí.Su voz, quebrada, pero firme, resonó con furia.—¡Cuida a mis niñas como si fueran tu propia vida!
Deborah lo miró con los ojos llenos de miedo y retrocedió dos pasos.—¡Terry!Pero él no estaba dispuesto a escuchar excusas. Su mirada era un abismo de furia contenida.—¡Discúlpate con mis hijas! ¡Ahora! —rugió, su voz retumbando en la habitación como un trueno.—Pero…—¡Ellas no son tus hijas!La voz de Randall se alzó con una frialdad gélida, cortando el aire como un cuchillo.El tiempo pareció detenerse.Terrance se giró con la respiración entrecortada, sus ojos oscuros llenos de una mezcla de incredulidad y rabia.Randall sostenía unos papeles en la mano con un gesto triunfante.—¡Aquí está la prueba! —sentenció, con un destello de satisfacción cruel en la mirada—. Las gemelas son mis hijas.El corazón de Terrance se detuvo un segundo.Luego, sintió una ola de furia subirle por la garganta, abrasándole la piel.—¡Mientes! —su voz retumbó con tal fuerza que las niñas se estremecieron.Las gemelas rompieron en llanto.—¡No, padrino! —Mila se aferró a su camisa, con el rostro empapa
Terrance levantó a Paz con delicadeza, como si sostuviera un cristal a punto de romperse. Sus manos temblaban, su corazón martilleaba en su pecho mientras la colocaba suavemente sobre la cama del hospital.La enfermera y el doctor llegaron a toda prisa, pero él no quería soltarla. No podía.—Señor, debe salir —indicó el médico con tono profesional.Terrance apretó los dientes, su mirada oscura y tormentosa recorrió el rostro pálido de Paz antes de asentir y retroceder, obligándose a salir de la habitación.Apenas la puerta se cerró tras de sí, se encontró de frente con Randall.La furia le recorrió el cuerpo como un relámpago.—¡Vas a pagar por esto! —rugió, lanzándose sobre él.Randall no tuvo tiempo de reaccionar cuando un puño lo golpeó directo en la mandíbula, haciéndolo tambalearse.No se defendió. No está vez.—¡Nunca has querido a Paz! —bramó Randall, fulminándolo con los ojos—. Siempre quisiste a tu adorada Deborah, quédate con ella, pero olvídate de Paz.Randall se llevó una
Paz sintió que se quedaba sin aire, como si el aire de la habitación se hubiera evaporado en un instante.Su pecho subía y bajaba frenéticamente mientras luchaba por mantener la calma.Un grito resonó en su garganta, pero no salió. En lugar de eso, la rabia la invadió.¡Deborah! ¿Cómo se atrevía? Su cuerpo tembló, pero decidió que debía pelear, que no podía ceder.Con una fuerza que no sabía que poseía, sacó lo último que le quedaba y empujó a Deborah con todas sus fuerzas.La puerta se abrió con un golpe seco, y la mujer, sorprendida, cayó al suelo, soltando un grito teatral, tan exagerado que Paz apenas podía soportarlo.Terry y las gemelas irrumpieron en la habitación en un instante.—¡¿Qué pasó?! —preguntó Terry, su voz cargada de angustia.Deborah, entre sollozos, se incorporó y miró a Terry con ojos desorbitados.—¡Terry, ayúdame! Mi hermana me empujó, me dijo que quería que abortara a mi bebé... ¡Qué era lo mejor!Los ojos de Paz brillaron con furia. Una ira que había estado con