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Paz condujo con el corazón latiéndole a mil por hora.Sus manos temblaban sobre el volante, pero no podía detenerse.Miraba por el retrovisor con paranoia, convencida de que en cualquier momento vería aparecer los faros de un auto siguiéndola.Cuando llegó a la estación del tren, su respiración era errática.Bajó del auto rápidamente y, con torpeza, sacó las maletas. Luego, ayudó a las niñas a bajar.—Mami, ¿vamos de vacaciones? —preguntó Mia con la inocencia de quien aún no entiende el peligro.Paz se agachó hasta quedar a su altura y forzó una sonrisa, aunque sus ojos delataban su desesperación.—Sí, mi amor. Vamos de vacaciones.—¡Pero! ¿Y lobito feroz? —intervino Mila, aferrándose a la mano de su hermana.El apodo que las gemelas le habían dado a Terrance la atravesó como un puñal en el pecho.Un nudo se formó en su garganta, pero lo tragó con rapidez. No podía flaquear ahora.—Niñas, olvídense del señor Terrance —su voz tembló, pero se obligó a sonar firme—. Él no existe. Nunca ex
Paz llevó a las niñas a la cama, acariciándoles el cabello hasta que sus respiraciones se volvieron pausadas y profundas.Quería que tuvieran sueños tranquilos, aunque su propio corazón estuviera hecho un caos.Cuando salió del cuarto de las pequeñas, sintió cómo sus piernas flaqueaban.Apenas pudo sostenerse antes de que un sollozo escapara de su garganta.Randall, que la esperaba en la sala, no dudó ni un segundo en rodearla con sus brazos.—Lo siento, Paz —susurró contra su cabello—. No debí traerte de vuelta. Por mi ambición, por mi egoísmo… debí dejarte lejos de esto.Ella apretó los ojos con fuerza, temblando entre sus brazos.—No puedo huir por siempre… pero… ¡Tengo miedo! —sollozó, aferrándose a su camisa—. ¿Y si me quita a mis hijas? ¿Y si me las arrebata?Randall cerró los ojos con impotencia. También temía esa posibilidad.—Te juro que no voy a permitir que te haga daño.Con delicadeza, besó su frente antes de separarse y marcharse.Paz quedó en la sala, abrazándose a sí mis
Paz se levantó lentamente del sofá, su cuerpo todavía adormecido, y cubrió a Terry con una frazada.Lo miró por un instante.Con una última mirada hacia él, cerró la puerta suavemente detrás de ella y se dirigió hacia la habitación de las niñas.Allí, en el sofá cama frente a ellas, se dejó caer agotada, sumida en pensamientos oscuros y nostalgias que no podía ahogar.Al día siguiente.Cuando Terry abrió los ojos, lo primero que vio fueron dos pequeñas figuras frente a él.Sus corazones latían con fuerza mientras las niñas, con sus ojos brillantes y sonrisas traviesas, lo miraban expectantes.—¿Lobo lobito, estás ahí? —preguntaron ellas, sus voces dulces y llenas de inocencia.Terry las miró, desconcertado por un momento, y luego sonrió, sintiendo una extraña calidez recorrer su pecho.—Hijitas, ¿estoy soñando? —susurró, incapaz de contener la emoción.Las niñas soltaron una risa contagiosa que llenó el aire de una alegría pura y sencilla.Él se enderezó, notando el dolor en su cuerpo
Deborah caminaba por la casa con pasos agitados, su mente sumida en la furia.Cada uno de sus pensamientos la empujaba más cerca de la desesperación.La noticia de que Terrance no había llegado a dormir en la casa la estaba consumiendo por dentro.La imagen de Paz apareciendo en la vida de él una y otra vez era como una daga clavada en su corazón.—Maldita seas, Paz —murmuró, apretando los dientes, sus ojos llenos de rabia—. ¡Quiero que dejes de intentar robarme lo que es mío! Terry me pertenece, y no voy a permitir que lo alejes de mí, él ahora será mi esposo como siempre debió ser.El aire en la habitación estaba pesado, cargado de odio y celos.Deborah no podía dejar de pensar en cómo Paz había logrado siempre entrar en su vida, a pesar de los esfuerzos de Deborah por mantenerla a distancia.De repente, la puerta se abrió, y Terrance entró en la casa. Su rostro estaba marcado por el cansancio, pero al ver a Deborah, no mostró ni la más mínima emoción.Ella no pudo contener las lágri
Paz se encontraba sentada en una banca del parque, con las manos entrelazadas sobre su regazo, incapaz de ocultar el temblor que recorría su cuerpo.Sus hijas reían, correteaban entre los juegos, inocentes, ajenas a la tormenta que se cernía sobre sus vidas.Pero Paz no podía relajarse. No cuando sabía lo que esas pruebas de paternidad revelarían. No cuando su mundo entero estaba a punto de colapsar.Sintió el viento fresco sobre su piel, sintiendo la angustia.A lo lejos, entre las sombras de los árboles, Terrance las observaba con una intensidad contenida.Sus ojos brillaban con una mezcla de certeza y desesperación. Algo dentro de él lo empujaba a acercarse, a tomarlas en sus brazos, a recuperar lo que alguna vez fue suyo.—Sé que son mis hijas, Paz… lo sé —murmuró para sí mismo, con el pecho apretado por una emoción desconocida—. Y no voy a perderlas otra vez. No lo permitiré.Dirigió una mirada severa a uno de sus hombres de confianza.—No las pierdas de vista. Nada les debe pasar
Los días avanzaron con una lentitud exasperante para Paz.Apenas había podido dormir o comer, y cada amanecer la ansiedad se apoderaba más de ella. No dejaba de preguntarse si estaba lista para enfrentar la verdad que esos resultados traerían consigo.El destino ya estaba escrito: los resultados estarían listos a mediodía y solo serían entregados a Terrance Eastwood en el bufete de abogados.Ella no tenía control sobre lo que vendría después, y esa incertidumbre la consumía.Esa mañana, mientras preparaba a sus hijas para dejarlas con la niñera, sentía el pecho oprimido.Se arrodilló para ajustarle el lazo a Mia cuando la niña la miró con esos enormes ojos llenos de ilusión.—Mami, ¿y nuestro papito nos llevará a vivir en su castillo? —preguntó con la inocencia de quien no conoce de traiciones ni rencores.Paz tragó saliva, obligándose a sonreír.—No, mis amores, ustedes vivirán conmigo, ¿o quieren estar lejos de mí?—¡Nunca! —dijeron al unísono, abrazándola con fuerza.—Pero, mami, po
El silencio en la sala de abogados se volvió insoportable.Cada segundo era una tortura para Paz, quien sentía que su corazón latía con la fuerza de un tambor de guerra.Su respiración estaba agitada, sus manos sudaban.De repente, la puerta se abrió, y el abogado entró con un sobre en la mano.El aire pareció volverse más denso.—Aquí están los resultados —anunció con tono formal, pero con un poco de incomodidad en su voz.Deborah, con una sonrisa maliciosa en los labios, prácticamente le arrancó el sobre de las manos antes de que pudiera hacer algo más.—¡Démelos! ¡Ahora mismo!El abogado titubeó, su expresión reflejaba duda y nerviosismo.—Señorita… creo que es mejor esperar al señor Eastwood —dijo con voz tensa, como si algo dentro de él le advirtiera que algo no estaba bien.—¡No se entrometa! —espetó Deborah con veneno—. O mi prometido lo despedirá antes de que pueda decir otra palabra.El abogado bajó la mirada, impotente.Paz, que hasta ese momento se había mantenido en silenci
Terrance salió del edificio con el rostro tenso, la rabia ardiendo en sus venas.Subió al auto con manos temblorosas, pero decidió no permitir que la ira lo controlara. No.Tenía que pensar con claridad, aunque la furia lo consumiera. Sus palabras salieron casi como un rugido, intentando mantener la compostura.—¡Quiero que me traigan al responsable de ese maldito laboratorio! ¡Que me lo traigan a mí! ¡Quiero que alguien me diga quién es el culpable de esto! —gritó, su voz cargada de desesperación.—¡Sí, señor! —respondió el hombre al volante con firmeza, mientras desplegaba a los otros guardias para que se encargaran de la misión.Pero Terrance no podía esperar, no podía controlar el torrente de pensamientos que lo asfixiaban.La imagen de sus hijas, sus rostros inocentes, el recordar cómo fue tan cruel con ellas, estaba grabada a fuego en su mente.Nada lo calmaba.A una distancia, Martín, quien había seguido el rastro de Terrance con su auto, recibió una llamada.La voz de Deborah,