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Al día siguiente.El sol brillaba con fuerza cuando Paz llevó a sus hijas al colegio.La mañana había comenzado tranquila, pero una sombra de incertidumbre y dolor se instaló en su pecho.Mientras las gemelas corrían felices hacia su aula, ella se quedó mirando la puerta, cerrarse tras ellas, sintiendo una punzada en su corazón.¿Estaba haciendo lo correcto? ¿Podría encontrar la paz que tanto deseaba para ellas?Sin embargo, no había tiempo para preguntas.Al llegar al trabajo, se sumergió rápidamente en el trabajo, con la esperanza de que pudieran ayudar a calmar el torbellino de emociones que la consumía.La oficina, el ruido de las computadoras y las conversaciones lejanas, se convirtieron en su refugio temporal.De repente, un sonido la sacó de su concentración. El tintineo de una notificación en su teléfono.Paz frunció el ceño al ver el nombre en la pantalla: Deborah.Inclinó la cabeza, sorprendida por la notificación de un mensaje que parecía demasiado casual.Al abrirlo, la rab
Paz y Randall terminaron de comer bajo un cielo estrellado.La noche estaba en calma, pero algo en el aire se sentía tenso, como si la paz que los rodeaba fuera una ilusión.Randall se puso de pie, sus movimientos rígidos, casi nerviosos, y tomó la mano de Paz con suavidad.—Ven, quiero mostrarte algo —dijo con una sonrisa que parecía esconder un torbellino de pensamientos.Paz, intrigada, lo siguió hasta el jardín.Las flores despedían su fragancia nocturna, y las estrellas brillaban con intensidad sobre sus cabezas.Randall se detuvo en un punto donde la luz de la luna bañaba todo con un resplandor casi mágico.—Paz… ¿Puedo pedirte un favor?Ella lo miró, algo desconcertada por el tono de su voz.—Claro —respondió con una pequeña sonrisa.—Cierra los ojos.Paz dudó por un instante, sintiendo un cosquilleo extraño en su pecho, pero finalmente accedió.Cerró los ojos, mientras el corazón le latía con fuerza, aunque no sabía la razón o si era por un presentimiento extraño que no lograba
Paz sintió un vacío en el pecho, una sensación de que algo no estaba bien.Tomó su cartera y miró a su alrededor.—¡Niñas! ¡Mila! ¡Mía! ¡Es hora de irnos! —llamó mientras se dirigía al jardín donde las había visto por última vez.El silencio que le respondió hizo que su corazón empezara a latir con fuerza.Algo no estaba bien.—¡Mila! ¡Mía! ¡Respondan, por favor! —gritó mientras revisaba desesperada detrás de los arbustos y los árboles.Su voz se quebró.El miedo comenzó a apoderarse de ella, mezclado con culpa.Había perdido de vista a sus niñas, las luces de la noche caían sobre el jardín como un manto lúgubre.—¡Dios mío, no! ¡Por favor, no! —sollozó, sintiendo que la garganta se le cerraba.***Dentro del auto, Mila y Mía estaban acurrucadas en los asientos traseros.Sus pequeños corazones latían con emoción, pero también con el nerviosismo típico de un secreto.—¿Crees que nos descubran? —preguntó Mía en voz baja mientras intentaba no moverse demasiado.—¡Shh! Nadie nos vio, somos
Terrance había llevado a Deborah a la habitación tras la caída, con un médico de emergencia ya en camino.El ambiente en la casa estaba cargado de tensión.Bajó las escaleras con pasos pesados, sintiendo que cada paso hundía su moral más profundamente.Su mirada se posó en las gemelas, acurrucadas en un rincón, abrazadas con fuerza, sus caritas empapadas en lágrimas y sus ojos llenos de miedo y confusión.Se detuvo frente a ellas, incapaz de comprender cómo dos pequeñas podían verse tan frágiles y, al mismo tiempo, despertar en él un torbellino de emociones que no deseaba sentir.—No hicimos nada malo, papito… —murmuró Mila entre sollozos—. ¿No somos… asesinas? ¿Qué es eso?La pregunta rompió algo en su interior, pero Terrance, rígido en su confusión y negación, apretó los puños.—¡Tranquilas! —exclamó con un tono áspero que incluso lo hizo estremecer a sí mismo—. ¿Quién les dijo que soy su… papito?Mila y Mia intercambiaron una mirada de sorpresa, como si no pudieran creer lo que esta
Cuando llegaron al departamento, Paz llevó a sus hijas al sofá, tratando de mantener la calma, aunque sentía su corazón latiendo desbocado.—Niñas, quiero que me expliquen, ¿por qué hicieron esto?Mila y Mia tenían las cabecitas bajas, sus manitas jugueteaban nerviosas con las mangas de sus camisetas, y sus ojos estaban llenos de lágrimas contenidas.—Mila, Mia… mírenme, por favor —insistió Paz, tratando de mantener la voz firme.Fue Mia quien alzó primero la mirada. Tenía el labio tembloroso, y al ver los ojos preocupados de su madre, una lágrima rodó por su mejilla.—Mami… ¿Por qué no quieres que tengamos un papito? —su vocecita temblaba, pero había un reproche sincero escondido en sus palabras—. ¿Por qué no podemos?Las palabras fueron como un golpe directo al pecho de Paz, un dolor que no esperaba y que la dejó sin aire por un momento.—Mia, Mila… no digan eso, por favor —les pidió en un susurro quebrado.Pero Mila, más impulsiva y enojada que su hermana, soltó un grito entre lágri
—¡Lárgate ahora mismo, Deborah! Randall apretó los puños, tratando de mantener la calma mientras la miraba con odio.—¿Quieres que mi hermanita Paz se entere de que fuimos amantes? ¿De qué tú eres la razón por la que me alejaron de Terrance? —La sonrisa de Deborah era venenosa—. ¿Qué pensaría ella de ti? ¿Del gran Randall Coleman, el hombre en el que confía ciegamente?El corazón de Randall se congeló.Sabía que Deborah era capaz de cualquier cosa, y Paz… Paz no podía enterarse de su pasado con ella.No cuando finalmente había confesado sus sentimientos, había cruzado por fin la línea, y seguía esperanzado.—¿Qué es lo que quieres, Deborah? —preguntó entre dientes, aunque ya temía la respuesta.Deborah cruzó las piernas con elegancia y lo miró como si disfrutara verlo atrapado en su red.—Es simple. Aleja a Paz de Terrance.Randall arqueó una ceja.—¿Por qué? ¿No es lo que tú querías? Tú lo dejaste, Deborah. Tú lo traicionaste. No te interesa realmente Terrance, ¿o sí? Además, Paz ya
Paz temblaba mientras sujetaba su teléfono con fuerza, su respiración entrecortada y las lágrimas cayendo sin control.Desesperada, marcó el número de Randall, su última esperanza.Su voz sonó rota, como si el peso de su mundo se derrumbara.—¡Randall! —exclamó, su voz entre lágrimas—. Por favor, ayúdame. Terrance quiere hacer pruebas de paternidad a mis hijas… ¡Quiere quitármelas! Haré lo que sea, Randall… lo que sea, si lo detienes… incluso… incluso puedo ser tu amante.Un silencio helado cayó entre ambos.Paz sintió que el tiempo se detenía mientras esperaba una respuesta.Por un momento, su propia oferta la hizo sentirse más desesperada, más perdida.¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar?—Paz, no digas tonterías. —La voz de Randall era grave, pero tenía un dejo de ternura—. Dime dónde estás. Voy a ayudarte, no tienes que pagarme nada.Paz no respondió.Cerró los ojos con fuerza y cortó la llamada, dejando caer el teléfono sobre el escritorio.Las lágrimas continuaron fluyendo, y
Paz llegó a casa con el corazón martillándole el pecho.Apenas cruzó la puerta, un nudo sofocante le cerró la garganta y se desplomó en el suelo, sollozando sin control.Sus manos temblaban al cubrirse el rostro, su respiración era errática, rota.La idea de perder a sus hijas la estaba destrozando.Se obligó a levantar la mirada, sus ojos empañados recorrieron el lugar en el que había intentado construir una vida lejos del infierno que una vez conoció.Pero ahora... ahora todo volvía a derrumbarse.—¡No voy a perderlas! —susurró con furia.En su mente resonó el nombre que quería odiar con toda su alma.Terrance.Ese hombre le había arrebatado todo.Su dignidad. Su libertad. Su amor.Y ahora quería quitarles a sus hijas, lo único que la mantenía viva.—No —murmuró con una determinación temblorosa—. No voy a permitirlo.Se puso de pie de golpe y corrió a la habitación.Sus manos se movían frenéticas, arrojando ropa en una maleta sin orden ni lógica.Luego sacó los documentos más importa