Anthony es un hombre acostumbrado a obtener lo que quiere, especialmente cuando se trata de mujeres, pero necesita cuidar su posición en la sociedad como esposo y padre. Todo se descontrola cuando una de sus amantes desata sus ambiciones, provocando el fin de su matrimonio. Cuando su ex esposa intenta rehacer su vida, Anthony hace de todo para tenerla de regreso, aún en contra de sus deseos, desatando en ella un deseo de venganza.
Leer másEl regreso del viaje familiar me dejó en un estado de inquietud. Había mantenido la calma frente a Katherine y mi familia, pero todo ese esfuerzo solo reforzaba una verdad ineludible: necesitaba un heredero, un hijo varón a quien transmitir mis enseñanzas y mi legado. Por años me había convencido de que no era el tipo de hombre que aspiraba a la familia perfecta, pero este anhelo se había apoderado de mí. Grace debía alinearse con mis planes. Esa noche, mientras cenábamos, aproveché un momento de tranquilidad para plantearle la idea. —He estado pensando, Grace. ¿Qué tal si retomamos la terapia? —dije, adoptando un tono que pretendía ser casual. Ella alzó la vista de su plato, visiblemente sorprendida. —¿Terapia? ¿Tú? Pensé que no creías en los psicólogos después de las conclusiones de la última sesión. Me encogí de hombros, fingiendo indiferencia. —Las cosas cambian. Quiero que esto funcione y estoy dispuesto a intentar lo que sea necesario para encontrar una solución. Grace s
Llegué tarde. Una vez más, como si el universo se empeñara en marcarme como el desubicado de la familia. Apenas crucé la puerta, la sorpresa de todos se convirtió en una celebración forzada. Mi madre fue la primera en reaccionar, acercándose para abrazarme, pero detrás de ella, Katherine se encontraba con una sonrisa triunfal. Su mirada decía todo lo que no necesitaba escuchar: estaba solo, y eso era exactamente lo que ella esperaba. Gabrielle, de pie junto a su madre, me lanzó una mirada rápida antes de bajar la vista al suelo. Mi hija, mi sangre, cada día más lejana. Dolía, pero no podía culparla. Katherine había trabajado durante años para colocar una barrera invisible entre nosotros, y en momentos como este, podía sentir su efecto en cada gesto distante. Sofía y Dylan llegaron justo a tiempo para romper la tensión. Con sus dos hijos corriendo por la sala, llenaban el ambiente con risas y desparpajo, resaltando aún más lo vacía que estaba mi vida en comparación. Observé cómo Dyl
La noche del cóctel marchó mejor de lo esperado. Pude notar la satisfacción de Grace al ser presentada como mi pareja frente a todas esas personas importantes de mi círculo de trabajo. Por un momento, creí que todo estaba volviendo a encaminarse, hasta que apareció Juliette.—Tony, demoraste en llegar —dijo una elegante rubia en sus cuarenta, con una confianza que solo podía venir de alguien que se sabía familiar conmigo.Grace apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Juliette se colocara demasiado cerca.—Hola, Juliette. Pensé que estabas fuera de la ciudad —respondí, tratando de sonar casual.—Volví antes, quería sorprenderte. Dejamos algo pendiente antes de que...—Te presento a Grace —la interrumpí, esforzándome por sonar firme—, mi novia.El rostro de Juliette apenas mostró una ligera mueca de sorpresa antes de componerse.—No sabía que tenías novia. Disculpen, tengo que atender esta llamada. —Y se alejó fingiendo revisar su teléfono.El incómodo encuentro arruinó la atmósfe
Al salir de la terapia, sentí que el peso de la discusión aún flotaba en el aire, como una nube densa e inevitable. Esta vez, mi estrategia habitual de evadir el conflicto no iba a funcionar. Grace estaba cansada de los rodeos, y, aunque no lo dijera directamente, sabía que no le bastarían promesas vacías. Era mejor enfrentar el problema de una vez y después solucionarlo como ya había descubierto que funcionaba.—Grace, puedes decirme lo que te molesta. Te dije que estoy dispuesto a cambiar por ti.Ella me lanzó una mirada cargada de escepticismo, como si estuviera buscando las grietas en mis palabras antes de decidir si confiar en ellas.—Tony, no quieres reconocer que no me das mi lugar —dijo finalmente, con una calma inquietante.—Grace, vivimos juntos. Deseo formar una familia contigo. Disculpa por pensar que eso era suficiente. ¿Qué más necesitas? —repuse, tratando de no perder el control, aunque su tono lograba ponerme a la defensiva.Nuevamente, el silencio fue su respuesta. No
De regreso a casa, el duelo se había instalado en forma de silencio. Grace se esforzaba por no mostrar ninguna señal de dolor, pero era evidente en su mirada vacía y en la manera en que evitaba mi contacto visual. Además de la medicación, el médico le había indicado algunos días de reposo, y aunque me preocupaba dejarla sola, ella rechazó mi compañía de manera tajante. Sentado en la sala, mirando el reloj avanzar, me sentí impotente. Las palabras de Grace seguían resonando en mi mente: “No estás listo para esto”. Su sentencia no solo se refería al hijo que habíamos perdido, sino a todo lo que ella creía que yo representaba. Por primera vez en mucho tiempo, el vacío que dejaba su desaprobación era tan grande que no podía ignorarlo. Intentando liberar el nudo en mi pecho, salí a correr. El vecindario, que siempre había pasado desapercibido para mí, se reveló como un lugar lleno de vida familiar. Vi a padres ayudando a sus hijos a montar bicicleta, niños jugando en los parques, mientra
Los días siguientes, llegar a casa se sentía como caminar sobre hielo fino. Cada paso estaba cargado de incertidumbre, como si el menor movimiento pudiera desencadenar un desastre. Me refugiaba en el trabajo, utilizando la sobrecarga laboral como un escudo para evitar las tensiones que se habían instalado en mi hogar. Al regresar por las noches, Grace ya estaba dormida, pero no en el sofá esperándome como solía hacer antes, sino en la habitación, con la puerta cerrada. Esa barrera física decía más que cualquier palabra. Era evidente que algo la molestaba, pero prefería no descubrir qué era. La evasión se había convertido en mi herramienta favorita, un alivio momentáneo que sabía que no podría sostener para siempre. Mientras tanto, aprovechaba la excusa del trabajo para justificar algunas salidas nocturnas. No todas mis escapadas culminaban en "éxito", pero al menos servían para mantener mi mente ocupada y mi rutina menos monótona. Una noche, llegué a casa antes que Grace. Aún sentí
Aunque escogimos el destino juntos, Grace se encargó de organizar cada detalle del viaje con un entusiasmo contagiante. Su emoción era genuina, y verla tan comprometida con esta escapada me hacía sentir renovado. Quizá, después de todo, ambos necesitábamos una pausa. La rutina había comenzado a devorarnos, y esta era una oportunidad para recuperar esa chispa inicial que nos hacía inseparables. En los primeros meses, nuestras noches eran un juego constante de exploración y deseo. Nuestros cuerpos parecían dos imanes, incapaces de mantenerse alejados. Habíamos recorrido cada rincón de la casa, desde el comedor hasta la ducha. Grace no tenía reparos en probar cosas nuevas: juegos de roles, lencería atrevida y hasta juguetes que llevaban nuestro placer al límite. Pero con el tiempo, esa fogosidad había comenzado a menguar, y yo no sabía cuándo ni por qué había ocurrido. —Tony, estoy segura de que este viaje será inolvidable. —Lo sé, amor. Sé cuánto te esforzaste para planificar todo.
La experiencia con Renata había reactivado mi sed de adrenalina. Esa necesidad de amores impersonales que alimentaban mi vanidad y satisfacían mi cuerpo se hacía latente. Grace era una gran compañera; me había acostumbrado a su presencia, pero nuestra relación había perdido toda novedad. ¿Sería posible mantener en secreto estos romances furtivos para no perder la comodidad de mi vida con Grace? Esa noche llegué a casa sin pensar en una excusa. Al entrar, la vi dormida en el sillón, con una copa de vino a medio beber en la mesita. Me había estado esperando. —Se te hizo tarde —dijo al estirarse para darme un beso. —Lo siento, tuve mucho trabajo. Vamos a la cama. Me terminé la copa de vino y tomé su mano para llevarla a la habitación. La ternura de su lealtad fue reconfortante y, aun así, no alcanzaba para saciar mi sed. Durante la estadía de Renata en la ciudad, nuestros encuentros se repitieron en algunas ocasiones más. A pesar de ello, su profesionalismo no se comprometió y nos e
El tiempo transcurría, y la comodidad de mi vida con Grace se había convertido en rutina. Las cenas en casa, antes llenas de risas y conversación, ahora eran solo el preámbulo de noches en las que ambos buscábamos distracción en el televisor. Las escapadas espontáneas, esos momentos que solían emocionarnos, habían desaparecido. Aunque todavía compartíamos noches apasionadas, el fuego inicial se desvanecía lentamente, dejando tras de sí una sensación de vacío que no sabía cómo llenar. En la empresa, las cosas tampoco iban mejor. Mi relación con Adam, mi socio, se tensaba con cada día que pasaba. Yo había decidido tomar riesgos financieros, apostando por una expansión ambiciosa que nos permitiera competir con las importaciones asiáticas, pero Adam, siempre conservador, no estaba dispuesto a dar ese salto. Sus constantes objeciones a mis propuestas no solo empezaban a minar mi paciencia, sino que también me hacían sentir como un fracaso en mi propio terreno. Un día, después de otra ten