Anthony es un hombre acostumbrado a obtener lo que quiere, especialmente cuando se trata de mujeres, pero necesita cuidar su posición en la sociedad como esposo y padre. Todo se descontrola cuando una de sus amantes desata sus ambiciones, provocando el fin de su matrimonio. Cuando su ex esposa intenta rehacer su vida, Anthony hace de todo para tenerla de regreso, aún en contra de sus deseos, desatando en ella un deseo de venganza.
Leer másAunque escogimos el destino juntos, Grace se encargó de organizar cada detalle del viaje con un entusiasmo contagiante. Su emoción era genuina, y verla tan comprometida con esta escapada me hacía sentir renovado. Quizá, después de todo, ambos necesitábamos una pausa. La rutina había comenzado a devorarnos, y esta era una oportunidad para recuperar esa chispa inicial que nos hacía inseparables. En los primeros meses, nuestras noches eran un juego constante de exploración y deseo. Nuestros cuerpos parecían dos imanes, incapaces de mantenerse alejados. Habíamos recorrido cada rincón de la casa, desde el comedor hasta la ducha. Grace no tenía reparos en probar cosas nuevas: juegos de roles, lencería atrevida y hasta juguetes que llevaban nuestro placer al límite. Pero con el tiempo, esa fogosidad había comenzado a menguar, y yo no sabía cuándo ni por qué había ocurrido. —Tony, estoy segura de que este viaje será inolvidable. —Lo sé, amor. Sé cuánto te esforzaste para planificar todo.
La experiencia con Renata había reactivado mi sed de adrenalina. Esa necesidad de amores impersonales que alimentaban mi vanidad y satisfacían mi cuerpo se hacía latente. Grace era una gran compañera; me había acostumbrado a su presencia, pero nuestra relación había perdido toda novedad. ¿Sería posible mantener en secreto estos romances furtivos para no perder la comodidad de mi vida con Grace? Esa noche llegué a casa sin pensar en una excusa. Al entrar, la vi dormida en el sillón, con una copa de vino a medio beber en la mesita. Me había estado esperando. —Se te hizo tarde —dijo al estirarse para darme un beso. —Lo siento, tuve mucho trabajo. Vamos a la cama. Me terminé la copa de vino y tomé su mano para llevarla a la habitación. La ternura de su lealtad fue reconfortante y, aun así, no alcanzaba para saciar mi sed. Durante la estadía de Renata en la ciudad, nuestros encuentros se repitieron en algunas ocasiones más. A pesar de ello, su profesionalismo no se comprometió y nos e
El tiempo transcurría, y la comodidad de mi vida con Grace se había convertido en rutina. Las cenas en casa, antes llenas de risas y conversación, ahora eran solo el preámbulo de noches en las que ambos buscábamos distracción en el televisor. Las escapadas espontáneas, esos momentos que solían emocionarnos, habían desaparecido. Aunque todavía compartíamos noches apasionadas, el fuego inicial se desvanecía lentamente, dejando tras de sí una sensación de vacío que no sabía cómo llenar. En la empresa, las cosas tampoco iban mejor. Mi relación con Adam, mi socio, se tensaba con cada día que pasaba. Yo había decidido tomar riesgos financieros, apostando por una expansión ambiciosa que nos permitiera competir con las importaciones asiáticas, pero Adam, siempre conservador, no estaba dispuesto a dar ese salto. Sus constantes objeciones a mis propuestas no solo empezaban a minar mi paciencia, sino que también me hacían sentir como un fracaso en mi propio terreno. Un día, después de otra ten
El aire en casa había cambiado desde la llegada de Grace. Había algo reconfortante en regresar cada noche y encontrarla allí, con el departamento oliendo a lavanda y una copa de vino lista sobre la mesa. Esa sensación de estabilidad, tan distinta a lo que viví con Katherine, me hacía disfrutar de la convivencia más de lo que estaba dispuesto a admitir. Grace tenía su propia rutina: trabajaba, se ejercitaba, salía con sus amigas. No cuestionaba mis horarios, respetaba mi espacio y estaba ahí cuando necesitaba su compañía. Esa mezcla perfecta de independencia y cercanía hacía que nuestra intimidad fuera aún más electrizante. Sin embargo, esta comodidad tenía un costo. Mis visitas a Gabrielle se habían reducido. Cada vez que intentaba planear algo con ella, Katherine encontraba alguna excusa para evitarlo. Eran manipulaciones evidentes, pero me negaba a ceder. Katherine tendría que entender que quien más salía dañada era nuestra hija, no yo. A pesar de todo, extrañaba el cariño puro e
Habían pasado semanas desde la partida de Firenze, y aún no lograba acostumbrarme a su ausencia. Aunque Adam se apresuró a encontrarle un reemplazo para no descuidar los proyectos, era imposible replicar el dinamismo que ella aportaba. En mi mente, seguía atormentándome la imagen de aquel abrazo con su hermano el día de la fiesta. Ahora, con más claridad, entendía el parecido familiar que había ignorado entonces. Esa noche, mientras conducía hacia casa, un mensaje de Grace iluminó la pantalla de mi teléfono. Me explicaba que un desperfecto en su departamento la había dejado considerando opciones temporales. Quizá movido por la necesidad de distraerme o por la atracción que sentía hacia ella, le hice una propuesta inesperada: “Quédate aquí, Grace. Es temporal, hasta que arreglen tu departamento.” Podía percibir su sorpresa a través de la breve pausa que hizo antes de aceptar. Su respuesta tenía una mezcla de entusiasmo y cautela, consciente de que esta decisión, aunque temporal,
Por la tarde, enfrenté una reunión con la Inmobiliaria Caracol, los primeros clientes del proyecto de innovación de Firenze. No había tenido tiempo de revisar su propuesta, pero confiaba en mi capacidad para improvisar. La tensión entre nosotros era evidente. Firenze había presenciado el escándalo con Katherine y, seguramente, ya sabía sobre Grace. Pero no me importaba. Después de todo, probablemente ella también se había divertido con ese "nuevo galán". Cuando revisamos las condiciones del contrato, noté que las cláusulas de penalidades seguían intactas. —Esto es inaceptable, Firenze. ¿Cómo permitiste que esto quedara así? —Anthony, intenté explicarlo en las reuniones anteriores. El plan es... —No hay excusas. Tal vez deberíamos reconsiderar quién lidera este proyecto, ya que algunos aquí parecen tener problemas para priorizar. El silencio en la sala fue abrumador. Firenze mantuvo la calma, pero su voz se endureció. —Mis prioridades siempre han sido claras, Anthony. Si hay alg
La música llenaba el ambiente, y las luces parpadeaban en un espectáculo de colores que intentaban contagiar alegría. Pero yo no podía apartar mis ojos de Firenze. Se veía increíble, como siempre, pero había algo en su postura, en la forma en que evitaba cruzar miradas conmigo, que me frustraba aún más. Decidí acercarme cuando la vi sola en la barra, con una copa en la mano. El camino hasta ella pareció eterno, como si cada paso estuviera cargado de dudas y resentimientos. —¿Disfrutando de la fiesta? —pregunté, intentando sonar casual, aunque sabía que mi tono estaba cargado de todo menos de ligereza. Firenze giró apenas la cabeza para mirarme, y su sonrisa era más una formalidad que un gesto genuino. —Está bien, supongo. Parece que fue una buena idea después de todo. Antes de que pudiera responder, Grace y Silvy irrumpieron en la conversación, sonrientes y emocionadas. —¡Anthony! —exclamó Silvy ignorando completamente a Firenze—. ¡Buenas noticias! Los coreanos aceptaron el cont
En la sala de reuniones, Firenze ya estaba sentada, revisando los documentos con su habitual precisión. Sus dedos se movían con destreza al pasar las páginas, marcando con un bolígrafo algunas anotaciones en los márgenes. Su expresión, seria y concentrada, era el reflejo de su ética de trabajo. Ni siquiera levantó la vista cuando entré, como si mi presencia no fuera lo suficientemente importante como para interrumpir su enfoque. —Proponen recortar el plazo de entrega en tres semanas e incluir una cláusula de penalización —dijo, directa como siempre, su tono calmado pero firme. —Ridículo —respondí, dejando caer mi portafolios sobre la mesa mientras me sentaba frente a ella. —No es ideal, pero podemos ajustarnos si no tenemos demoras en el proceso de importación. He trabajado con logística para optimizar los plazos —respondió, extendiéndome un documento. No lo tomé de inmediato. En cambio, me incliné hacia adelante, cruzando los brazos sobre la mesa mientras la miraba con una mezcla
El resto del día fue un completo desastre. Intenté concentrarme en los pendientes, pero mi mente no dejaba de divagar, atrapada en la posibilidad de que Firenze hubiera visto esas malditas fotos. ¿Qué pensaría de mí ahora? ¿Creería que todo lo nuestro no era más que un juego para mí? Cada vez que me cruzaba con alguien, sentía las miradas inquisitivas, como si todos conocieran una verdad que yo no podía controlar. Las palabras de Joseph resonaban como un tambor implacable: “Muy tarde” Intenté buscar a Firenze en los pasillos, en el comedor, incluso cerca de los ascensores, pero parecía que me evitaba deliberadamente. Su ausencia era como un vacío palpable, un abismo que se expandía con cada hora que pasaba. Para cuando llegó el final de la jornada, había perdido toda paciencia. No podía esperar más. Decidí buscarla en su casa, aunque eso significara enfrentarme a su posible desconfianza. Necesitaba aclarar lo sucedido, decirle que lo de Katherine no era más que un malentendido m