III. Katherine

Hace unos años, compartía departamento con mi hermano menor, Dylan, y nuestro primo Robert. Dylan estaba terminando la universidad, yo acababa de empezar mi maestría, y Robert cursaba algunos estudios. Teníamos un pacto implícito: aquel espacio sería un templo para nuestra soltería. Ninguno de nosotros tenía planes de compromisos serios, y nos sentíamos orgullosos de ello.

Dylan, sin embargo, complicó las cosas. Aunque mantenía contacto con Angela, su novia de la adolescencia, conoció a Sophie, la "Yoko Ono" de nuestro círculo. Sophie era dulce, sí, pero demasiado pegajosa para mi gusto. Parecía un cachorro perdido que había encontrado refugio en nuestro departamento. Comenzó a frecuentarnos tanto que, antes de darnos cuenta, prácticamente vivía con nosotros.

Sin embargo, Sophie no ignoraba el estilo de vida que llevábamos Robert y yo. Vampiros sociales, nos dedicábamos a la cacería cada fin de semana, acumulando conquistas y deslices. Una noche incluso organizamos una orgía en la sala del departamento, sin saber que ella estaba en la habitación de Dylan. Sophie nos observaba con desaprobación silenciosa, como si con solo estar allí pudiera cambiar nuestra naturaleza.

Pero su influencia se hizo notar. De la nada, sus amigas comenzaron a invadir nuestras reuniones, colándose en las salidas y trayendo consigo una vibra completamente distinta. Fue en una de esas ocasiones cuando conocí a Katherine.

A primera vista, Katherine no parecía diferente a las demás. Con su aire tímido y sus lentes grandes, daba la impresión de ser una niña buena e ingenua. Me intrigó. Había algo en su reserva, en la forma cautelosa en que se movía en las fiestas, que despertó mi interés. Una noche, después de varias copas, me confesó que nunca había tenido una relación íntima. No pude resistirme: le ofrecí ser el primero en mostrarle lo que se estaba perdiendo. Esa noche, Katherine dejó de ser inocente.

Recuerdo quitarle los lentes como si despojara a una muñeca de su disfraz. Ella se entregó completamente, obedeciendo cada instrucción, dispuesta a complacerme en todo. Me fascinaba su disposición, su ansia por aprender y complacer. Era un entretenimiento perfecto, una distracción para mis noches.

Unos meses después, llegó la visita sorpresa de nuestros padres. Mi madre, siempre a la caza de cualquier desliz, se escandalizó al encontrar a Sophie prácticamente viviendo en nuestro departamento. La tensión escaló cuando mencionó a Angela frente a Sophie. La situación explotó: Sophie empacó sus cosas entre lágrimas, mientras Dylan trataba de explicarse torpemente. En medio del caos, Katherine, que había estado de visita, hizo su primer movimiento.

—Buenas tardes, señora —saludó a mi madre con una sonrisa cálida—. Anthony me ha hablado mucho de usted.

—¿Ah, sí? —respondió mi madre, con su tono de desconfianza habitual—. ¿Y quién eres tú, jovencita?

—Soy Katherine, la enamorada de Anthony. Es algo reciente, así que imagino que por eso no lo mencionó.

Aquello fue un golpe maestro. Cuando llegué, mi madre me abrazó con una intensidad inusual, como si yo fuera su última esperanza de dignidad familiar.

—Por favor, Anthony —me dijo—, tú no me des sorpresas. Espero que tengas respeto por esta muchacha y no te comportes como tu hermano.

Confundido, miré a Robert, buscando alguna explicación. Él, con una sonrisa burlona, aclaró la situación:

—Katherine estuvo aquí. Muy amablemente informó a tu madre que es tu novia. Sophie, por cierto, se fue después de enterarse de Angela. Y Dylan está en el cuarto, llorando.

En ese momento debí darme cuenta: Katherine no era la chica ingenua que aparentaba. Había jugado sus cartas con maestría, asegurándose de ocupar un lugar en mi vida antes de que siquiera me diera cuenta.

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