El comienzo

Al día siguiente, la mañana se arrastraba con una lentitud exasperante. A pesar del cúmulo de pendientes en mi escritorio, no lograba enfocarme. Había prestado demasiada atención al proyecto con Firenze, descuidando otros temas. Era momento de equilibrar mi atención, aunque mi mente regresaba una y otra vez a la noche anterior y a lo que podría ocurrir más tarde.

Decidí salir a almorzar con Adam para ponerme al día en varios asuntos pendientes de la empresa. La comida se extendió más de lo planeado, y al volver me encontré con una sorpresa desagradable.

—Silvy, ¿alguna novedad? —pregunté al pasar por su escritorio.

—Sí, la novedad de siempre esperándote en tu oficina.

Fruncí el ceño.

—¿Cómo es posible? Te dije específicamente que no la dejaran pasar. Puede contactarme por teléfono, no tiene por qué interrumpir mi trabajo.

—Vino con Gabrielle.

Suspiré con frustración. Una vez más Katherine usaba a nuestra hija como escudo. Agradecí, sin embargo, que Firenze hubiera salido temprano ese día. Al menos no se cruzarían, no hoy.

—Hola, mi amor, ¿viniste a ver a papi?

—¡Papi! —exclamó Gabrielle, corriendo a abrazarme.

—Fuimos a buscarte a tu departamento y resulta que ya no vives ahí —dijo Katherine, cruzándose de brazos con un gesto acusador.

—¿Cómo ha estado mi niña preciosa? —ignoro su comentario y me enfoco en mi hija—. ¿Te divertiste estos días?

—Volvimos ayer y te fuimos a buscar, pero la llave no funcionaba. Ya estaban viviendo otras personas. Casi llaman a la policía.

—Eso pasa cuando alguien intenta entrar en una propiedad ajena —le respondí con una sonrisa irónica.

—No tiene gracia, Tony. Veo que estás de muy buen humor. ¿Tanta buena compañía tuviste en el almuerzo?

—Almorcé con Adam. Si lo consideras buena compañía, supongo que sí.

La conversación continuó con su típico tono pasivo-agresivo. Intentó convencerme de que cancelara mis compromisos para llevarlas a pasear, pero me mantuve firme. Finalmente, Katherine se marchó, y pude concentrarme en lo realmente importante: preparar el resto del día y la noche con Firenze.

Firenze y yo llegamos al evento en el salón del club náutico, cerca de la bahía. Ella lucía espectacular, con un vestido que acentuaba su elegancia y un perfume que me embriagaba. Yo mismo me había esmerado en mi atuendo, deseando estar a su altura.

—¿Tienes alguna duda o comentario hasta aquí? —preguntó mientras repasábamos los puntos clave del proyecto camino al evento.

—Perdón, me dejaste sin palabras —respondí, mirándola fijamente.

—No me estabas prestando atención —dijo con tono reflexivo.

—Lo siento, estoy distraído por ti. Estás preciosa. Siento que desentono contigo.

Ella soltó una risa ligera.

—¿De qué hablas? También luces muy bien. Y llevas un perfume… interesante. Es una buena carta de presentación.

—Tú también hueles delicioso. —No resistí la tentación de tomar su mano y besar el dorso con suavidad, tomándola por sorpresa—. Ya estamos por llegar.

Durante el cóctel, Firenze y yo trabajamos como el equipo que éramos: impecables. Ella deslumbraba a los invitados con su seguridad y encanto, mientras yo me movía entre conversaciones estratégicas. Pero cuando la veía desde otro rincón del salón, conversando con otros invitados, no podía evitar que mi mente divagara hacia pensamientos menos profesionales. Quería recorrer cada rincón de su piel con mis labios y sumergirme en el aroma de su cabello. Firenze me atraía de un modo que no podía ignorar.

La observaba desde lejos cuando una mujer a su lado captó mi atención. Decidí acercarme con disimulo.

—¡Anthony! Justo íbamos por ti —dijo Firenze al verme llegar—. Ella es Michelle, decoradora y parte del equipo de diseño de interiores de nuestro cliente principal.

Michelle me sonrió con una mezcla de profesionalismo y confianza, extendiéndome la mano.

—Es un placer conocerlo, Anthony. Hemos trabajado con varias de sus propuestas, y debo decir que su equipo tiene un talento excepcional.

—El gusto es mío, Michelle. Firenze me ha hablado muy bien de tu colaboración en el proyecto.

—Bueno, aún falta la confirmación final, pero no veo otra mejor opción que la suya —respondió, devolviendo el gesto con elegancia.

—Espero que sigan disfrutando de la velada. Yo debo retirarme temprano —dijo Michelle, revisando rápidamente su reloj de pulsera—. Mañana tengo una agenda llena de reuniones, ya sabe cómo es esto.

—Por supuesto. Que tengas una buena noche —respondí mientras se alejaba.

Cuando quedó claro que Michelle se marchaba, Firenze me miró con una mezcla de agotamiento y diversión.

—¿Le seguimos los pasos? —pregunté, rompiendo el silencio.

—No, creo que es suficiente socializar por hoy —respondió, relajando los hombros—. A decir verdad, se me ha abierto el apetito con tanta conversación.

—Podemos ir a cenar algo. O, si prefieres, vamos a mi casa y preparo algo sencillo.

—¿Sabes cocinar? —preguntó, arqueando una ceja en tono de broma.

—No realmente, pero me gusta intentarlo.

—Entonces mejor comemos por ahí —dijo, soltando una pequeña risa.

Subimos al auto y nos dirigimos a un drive-in. Optamos por comer en el coche, buscando mantener la privacidad de nuestras conversaciones. Firenze era una compañía magnética, y nuestra complicidad iba creciendo con cada interacción.

—Y entonces, ¿hubo reconciliación anoche? —pregunté con tono casual, aunque no podía ocultar mi interés.

Firenze giró los ojos y resopló.

—Los hombres a veces son tan imbéciles. George salió con excusas tan tontas que me sentí más ofendida de que pensara que podía engañarme con algo tan pobre.

—Entiendo. Bueno, eres joven, Firenze. No deberías anclarte a un tipo así.

Ella me miró, inquisitiva.

—¿Así cómo? ¿Así de viejo?

—No es solo la edad —dije con una sonrisa—. Es la inmadurez. Tú eres increíble, Firenze. Inteligente, hermosa, con una personalidad que se impone. Si yo tuviera la oportunidad con alguien como tú, te cuidaría como el tesoro que eres.

Sus ojos se suavizaron.

—Tony, no sé qué decirte.

Acerqué mis labios a los suyos, rozándolos apenas. Podía sentir su respiración acelerarse, su corazón latiendo más rápido.

—No creo que debas besarme… Puede traernos complicaciones en el trabajo —dijo en un susurro, aunque no se apartó del todo.

—Aún no te beso —respondí, deteniéndome para darle espacio.

Ella cerró los ojos, como si luchara con sus propios pensamientos.

—Las cosas con George no han quedado claras.

—Podemos esclarecerlas ahora mismo —le dije, recorriendo su rostro con la punta de mi nariz.

—Tony, no puedo tapar el sol con un dedo, pero…

—No hables, solo siénteme.

Cuando dejó de resistirse, la besé con toda la pasión contenida durante estos meses. En ese instante supe que mi interés no solo era correspondido; había una conexión que ninguno de los dos podía negar.

Este era solo el comienzo.

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