Decidí no cuestionar a Firenze sobre el arreglo de flores que recibió. Esperaba que fuera ella quien tuviera la iniciativa de contármelo. Esa tarde, ambos teníamos reuniones fuera, lo que hizo imposible cruzarnos. Al día siguiente, no quedaba rastro del gesto romántico que había causado revuelo en la oficina, aunque los comentarios aún resonaban en los pasillos.
—Oye, Tony, ¿supiste que tu flaquita tiene un vejete de galán? —dijo Brandon, entrando a mi oficina sin previo aviso. —Brandon, ya hablamos de ese tema. —Lo siento, hermano, pero no tienes oportunidad con ella. Lamento haberte alentado a que la conquistes. —Claro, porque yo necesito tus indicaciones para vivir mi vida. A ver, señor Brandon, ¿ya es hora de trabajar o todavía toca perder el tiempo en chácharas? —¡Ja! Veo que no estás de buen humor. Bueno, aquí tienes los informes de producción de la marca coreana. Aunque la situación me incomodaba, empecé a verla como una buena excusa para desviar cualquier sospecha sobre mi relación con Firenze. Por ahora, lo mejor era mantener un perfil bajo. Terminé mi reunión con Brandon y decidí ir al área de los novatos, donde originalmente habíamos ubicado el escritorio de Firenze. Pensé que ya era momento de moverla a otro lugar, tal vez más cerca de mi oficina. Faltaban unos minutos para la hora de almuerzo y quizás podría aprovechar para hablar a solas con ella. Sin embargo, al llegar, encontré los escritorios vacíos. —¿No vas a ir al almuerzo? —dijo Joseph, apareciendo de repente. —¿Qué almuerzo? —Ayer fue cumpleaños de Firenze, y hoy la hemos invitado a almorzar. No me digas que se te pasó el cumpleaños de tu mano derecha, la estrella del equipo. Quedé como un completo idiota. ¿Cómo había pasado por alto su cumpleaños? Silvy debió haber olvidado actualizar la base de datos de la empresa con esa información. Ahora entendía las flores, el porqué no volvió a la oficina y su ausencia durante todo el día. ¿Cómo podía remediar semejante descuido? —Vamos —le respondí a Joseph, tratando de disimular mi desconcierto—. No sé qué tengo en agenda, pero vamos. Mi mente estaba en blanco. Durante el almuerzo, intenté captar alguna señal que me indicara cómo estaba Firenze. No parecía ni enojada ni resentida, pero su indiferencia me angustiaba aún más. Busqué acercarme, encontrar un momento a solas, pero no pude. Mientras su exnovio se esforzaba con detalles, yo me confié y olvidé algo tan importante como su cumpleaños. Era un desastre. Más tarde, de regreso en mi oficina, Silvy me interrumpió. —Anthony, Firenze quiere verte antes de irse. —Dile que pase. Firenze entró con su habitual elegancia, pero había algo en su postura que me resultaba distante. —Fire, por favor, siéntate. Cierra la puerta —le pedí, levantándome de mi silla. Me acerqué a ella y busqué sus ojos. —Fire, discúlpame. No tenía idea de que era tu cumpleaños. Fui un completo descuidado. Permíteme reivindicarme... —No te preocupes —me interrumpió—. No es tan importante. —Para mí sí lo es, porque tú me importas mucho. Levanté una mano para acariciar su rostro, buscando ese contacto que tanto necesitaba, pero ella se alejó. —Tony, estamos en el trabajo —respondió con frialdad. —¿Podemos vernos después? Tal vez salir a cenar. —Ayer cené con mis padres y llegué tarde a casa. Hoy esperaba descansar temprano. Ya habrá otro momento. —Entiendo, estás molesta conmigo, y tienes razón para estarlo. —Pensé que querías hablar de la reunión con los coreanos. Brandon me dijo que solicitaron un traductor para el equipo, parece que ya no desean comunicarse en inglés. —Sí, Silvy está encargándose. Pero me gustaría que me acompañes el viernes a una reunión con un nuevo cliente. Es fuera de la ciudad, a dos horas de aquí, así que saldríamos al mediodía. Te enviaré los detalles por correo. —Ok, lo pondré en mi agenda. ¿Algún otro pendiente? Con resignación, la vi salir de mi oficina. Sabía que me costaría recuperar la fluidez de nuestra relación. Me acerqué a la ventana para pensar en qué hacer el viernes, para la inexistente reunión que acababa de inventarme. Entonces lo vi: el auto deportivo de George, estacionado afuera de la empresa. Firenze salió y pasó de largo, ignorándolo, pero George no tardó en bajarse del vehículo. Desde mi oficina, los vi conversar. Ella mantenía la misma frialdad con la que me había tratado hace un momento, o eso quería creer. Era imposible escuchar lo que decían, pero la impotencia me invadía. Él se acercaba; ella se alejaba, aunque seguía ahí, escuchando sus argumentos. Finalmente, él logró convencerla de subirse al auto, y se fueron. No, Firenze. No podías volver a sus garras. No podías decepcionarme así. La mañana siguiente, el clima de tensión y energía reinaba en la oficina. Todos teníamos mucha carga laboral: el proyecto de Firenze, los nuevos clientes, el contrato con los coreanos. Estábamos en una ola de trabajo que tendría su recompensa. —Tony, disculpa. Brandon me informa que ya tiene la candidata final para traductora, está en su oficina. Me dice que, si la entrevistas y te parece bien, empieza ahora mismo. —No, Silvy, que se encargue Adam, por favor. Necesito que limpien la oficina del antiguo contador, que arreglen el escritorio y compren una silla nueva. ¿Puedes encargarte de eso, por favor? —Sí, claro. ¿A quién pondrás ahí? —Ya lo sabrás cuando lo decida. —No quería que Silvy supiera todavía sobre mi plan de asignarle su propia oficina a Firenze. Al final de la tarde, la contratación de la nueva traductora se había vuelto otro rumor de pasillo. Se trataba de una morena alta y despampanante, con cabello lacio color azabache. Su silueta trabajada daba a notar que era asidua al gimnasio. A penas era el primer día y ya se había vuelto una distracción en el personal predominantemente masculino. A diferencia de Firenze, que se mostraba amable con todos los miembros del equipo, Grace, la nueva traductora, venía con ciertos aires de superioridad. Sin duda, estaba acostumbrada a atraer miradas y ser el centro de atención era algo típico para ella. —Adam, ¿en serio le diste el visto bueno a esa muchacha? No tiene pinta de ser políglota. —Porque no lo es. Solo sabe coreano porque, resulta, que su mamá y su hermana menor viven en Corea hace muchos años. —Me resulta difícil de creer. —Bueno, pronto lo sabremos. Tenemos una reunión en media hora. La nueva traductora cumplió con las expectativas de los coreanos y tenía a Brandon y Adam siendo demasiado corteses con ella. No era de sorprenderse. Era una mujer que desbordaba sensualidad, del tipo que solía amenizar mis fines de semana con noches de pasión. Quizá por eso no formaba parte del cortejo real que se había armado alrededor de ella. No era inusual para mí estar rodeado de mujeres hermosas. Además, claro, mi atención ahora estaba completamente capturada por Firenze.Llegó el viernes y, hasta ese momento, no había pensado en nada para justificar la reunión que inventé. Durante la semana, Firenze me estuvo pidiendo información y logré esquivar sus preguntas, justificándome en la falta de tiempo. Así que no pude esconder una sonrisa de satisfacción al verla acomodarse en el asiento del copiloto, aunque su rostro denotaba cierta incomodidad. La mentira del viaje de negocios había funcionado, pero ahora me tocaba el reto más difícil: convencerla de quedarse el fin de semana conmigo, en algún lugar no planeado. —¿Todo bien? —pregunté, rompiendo el silencio mientras tomaba la carretera. —Sí —respondió ella, sin mirarme—. Solo espero que la reunión realmente valga la pena. No es común que me pidan salir de la ciudad un viernes. Continué, sin saber exactamente cómo manejar la tensión. Mientras manejaba, recordé un bonito lugar rodeado de naturaleza, perfecto para desconectar de la ciudad. Me concentré en el camino, buscando un momento para cambiar el t
En el camino, me había percatado que Katherine me llamaba con insistencia. Le escribí pidiéndole que me escribiera por mensaje si se trataba de algo urgente, porque no podía atender llamadas, pero no respondió. Llegamos al club y, cuando estábamos por registrarnos, veo la respuesta de Katherine. Era Gabrielle, se encontraba en el hospital por una infección respiratoria. Pero eso no era todo, resultaba que ella también se encontraba fuera de la ciudad. Al parecer, se habían ido a hacer una visita a mis padres, y las horas de viaje más el clima frío le había sentado mal. Ahora tendría que viajar toda la noche para ver a mi hija. Resignado, veía cómo se me escapaba de las manos una nueva oportunidad de reconectarme con Firenze. Realmente me sentía frustrado por no haber podido compensar lo de su cumpleaños, por perder terreno frente a esta decisión de vida que se le presentaba, pero no podía descuidar a Gabrielle. —Lo siento, Fire. Realmente tenía otras expectativas para este fin d
Intentando calmarme, me concentré en la siguiente reunión. El zumbido constante en mi mente no me dejaba en paz, pero me obligué a respirar profundamente y enfocarme. Había olvidado que tenía un almuerzo con dos de los representantes coreanos hasta que Grace ingresó a mi oficina con su habitual elegancia. —Disculpa, Anthony, ya queda poco para la reunión con los coreanos y no me informaron dónde sería —dijo con una leve inclinación de cabeza, que parecía una mezcla perfecta de cortesía y profesionalismo. —Grace, lo siento. De hecho, yo tampoco lo sé. Déjame consultar con Silvy, quien hizo toda la programación. —Está bien, estaré lista en recepción —respondió, siempre discreta. —Mejor vayamos saliendo. Quizá el chofer ya nos está esperando. Era la primera vez que me encontraba a solas con Grace, y no pude evitar fijarme en detalles que antes habían pasado desapercibidos. Su piel lucía impecable, como si irradiara suavidad, y su perfume ligero parecía fundirse con el aire, dej
La llevé al límite. La subestimé, a pesar de todas sus advertencias. Creí que la había roto lo suficiente como para tenerla nuevamente a mi merced, pero solo estaba jugando, y al parecer, iba a ganar la partida. Después de todos estos años, había logrado lo que ninguna otra pudo: hacer que me sintiera tan seguro a su lado que bajé completamente la guardia. Siempre supe que era diferente; por eso la elegí como mi esposa, como la mujer con quien quería pasar el resto de mis días. Y así hubiera sido, si su inteligencia no la hubiera llevado a descubrir todos mis secretos, a indagar en mis errores y a ver que no soy la imagen que construí para ella. No pueden culparme por no amar como el resto. No es mi culpa que no pueda sentir como mi padre amaba a mi madre, o como mi hermano ama a su esposa. Pero sé que soy capaz de amar, porque amo a mis hijos, al menos a los que tuve con ella. Ahora siento una angustia que nunca antes había experimentado. ¿Qué va a pasar con ellos después de todo e
Firenze y yo tenemos historia. La conocí cuando recién terminaba la universidad. Tenía apenas 21 años, pero actuaba como si ya conociera los secretos del mundo. Ese tipo de seguridad juvenil siempre me había resultado irritante. Cuando entró por primera vez a mi oficina, con su ropa impecable y una sonrisa contenida, sentí una punzada de fastidio.—Buenas tardes, señor Anthony. Me pidieron que suba.No levanté la vista de inmediato. Dejé que el silencio se estirara mientras revisaba un correo inexistente en mi pantalla. Quería ver si esa confianza se desmoronaba. Pero cuando finalmente la miré, seguía allí, sin moverse, los ojos fijos en mí como si nada la intimidara.—¿Sabes quién soy?—Sí, es el jefe de finanzas.No pude evitar arquear una ceja.—El gerente de finanzas , en realidad. Pero no importa. Me dijeron que tienes un cliente nuevo con una idea que insistes en que evaluemos.Firenze asintió, sin tartamudeos, sin disculpas. En cambio, abrió la carpeta que llevaba consigo y emp
Hace unos años, compartía departamento con mi hermano menor, Dylan, y nuestro primo Robert. Dylan estaba terminando la universidad, yo acababa de empezar mi maestría, y Robert cursaba algunos estudios. Teníamos un pacto implícito: aquel espacio sería un templo para nuestra soltería. Ninguno de nosotros tenía planes de compromisos serios, y nos sentíamos orgullosos de ello. Dylan, sin embargo, complicó las cosas. Aunque mantenía contacto con Angela, su novia de la adolescencia, conoció a Sophie, la "Yoko Ono" de nuestro círculo. Sophie era dulce, sí, pero demasiado pegajosa para mi gusto. Parecía un cachorro perdido que había encontrado refugio en nuestro departamento. Comenzó a frecuentarnos tanto que, antes de darnos cuenta, prácticamente vivía con nosotros. Sin embargo, Sophie no ignoraba el estilo de vida que llevábamos Robert y yo. Vampiros sociales, nos dedicábamos a la cacería cada fin de semana, acumulando conquistas y deslices. Una noche incluso organizamos una orgía en la
Finalmente llegué al encuentro con la agente inmobiliaria, una mujer rubia, en sus cuarenta, aún atractiva. Me había asegurado que tenía tres opciones muy distintas para presentarme. Le había especificado que necesitaba un departamento que se adaptara a mis necesidades de soltero. Después de cuatro años aguantando a Katherine, necesitaba desesperadamente recuperar mi libertad. Katherine llevaba algunos meses viviendo con sus padres, aunque aún conservaba las llaves del departamento donde, técnicamente, vivía solo. Dylan había vuelto a nuestra ciudad natal, Robert viajaba constantemente y estaba a punto de casarse. El viejo apartamento, que alguna vez fue nuestro templo de solteros, ya no cumplía su propósito. Era momento de encontrar un nuevo lugar. Coincidentemente, la agente se llamaba igual que mi hija: Gabrielle. De las opciones que me mostró, uno destacó inmediatamente: un loft con vista a la bahía, sala de doble altura, cocina y comedor integrados. En el mezanine estaban el
Con el transcurso de las semanas, mi cercanía con Firenze aumentó. Aunque al principio la notaba esquiva y desconfiada, logré que dejara de llamarme "señor". Nuestro proyecto laboral me permitió mostrarle mis habilidades de liderazgo y conocimientos, lo que, sin duda, despertó su admiración. Lo notaba en su mirada, en esos pequeños destellos de respeto que se escapaban sin que pudiera evitarlos. Sin embargo, como ya presentía, los obstáculos no tardaron en aparecer. Por más que intentaba mantener mi vida personal en reserva, Brandon, mi jefe de operaciones y amigo, no compartía mi discreción. Muchas de nuestras travesuras extralaborales se habían colado en los pasillos de la empresa por culpa de su lengua suelta. Su fama de mujeriego, personalidad extrovertida y su falta de tacto me habían traído problemas más de una vez. Pero, a pesar de todo, despedirlo no era opción; sus habilidades para resolver crisis lo convertían en un recurso invaluable. —Anthony, ¿se puede o estás ocupado