Intentando calmarme, me concentré en la siguiente reunión. El zumbido constante en mi mente no me dejaba en paz, pero me obligué a respirar profundamente y enfocarme. Había olvidado que tenía un almuerzo con dos de los representantes coreanos hasta que Grace ingresó a mi oficina con su habitual elegancia.
—Disculpa, Anthony, ya queda poco para la reunión con los coreanos y no me informaron dónde sería —dijo con una leve inclinación de cabeza, que parecía una mezcla perfecta de cortesía y profesionalismo. —Grace, lo siento. De hecho, yo tampoco lo sé. Déjame consultar con Silvy, quien hizo toda la programación. —Está bien, estaré lista en recepción —respondió, siempre discreta. —Mejor vayamos saliendo. Quizá el chofer ya nos está esperando. Era la primera vez que me encontraba a solas con Grace, y no pude evitar fijarme en detalles que antes habían pasado desapercibidos. Su piel lucía impecable, como si irradiara suavidad, y su perfume ligero parecía fundirse con el aire, dejando una sensación agradable, aunque difícil de ignorar. Durante el trayecto, nuestra conversación giró en torno a temas triviales: películas recientes, el tráfico infernal de la ciudad, e incluso alguna anécdota sobre nuestras mascotas. Sin embargo, su risa ligera ante mis comentarios más relajados tenía algo casi terapéutico; por un instante, olvidé el estrés acumulado de la mañana. El almuerzo transcurrió de manera exitosa. Los temas a tratar no requerían la intervención de otros empleados, y la presencia de Grace fue invaluable. Los coreanos se sentían más cómodos expresando algunas ideas en su idioma natal, y ella, con una destreza admirable, traducía sin perder la esencia de cada palabra. Su habilidad para mantener la conversación fluida, mientras conservaba un aire amable y relajado, era digna de admirar. Incluso en los momentos más formales, se podía notar la naturalidad con la que conectaba con las personas. Los representantes rieron a carcajadas en varias ocasiones, gracias a los comentarios relajados que intercalaba entre las discusiones de negocio. Mientras ellos se levantaban para dirigirse a los servicios, aproveché esos minutos para revisar rápidamente algunos correos en mi teléfono. Grace, por su parte, tomó su copa y sorbió con tranquilidad lo que quedaba de su bebida. Su postura era perfecta, como si incluso en sus momentos de descanso mantuviera un aire profesional. —Así que esta es tu nueva distracción, ¿verdad, Tony? La voz inconfundible de Katherine me sacó bruscamente de mis pensamientos. Levanté la mirada y ahí estaba, con su presencia imponente, mirándonos desde la entrada como un juez severo. —Katherine, ¿qué estás haciendo aquí? —pregunté, intentando que mi tono permaneciera neutral, a pesar del calor que sentía subiendo por mi cuello. —Debería preguntarte lo mismo. ¿Un "almuerzo de trabajo" en un lugar tan... íntimo? —replicó con una sonrisa cargada de sarcasmo. Grace, claramente incómoda, dejó su copa sobre la mesa con cuidado y bajó la mirada, como si quisiera desaparecer. —No tengo tiempo para esto, Katherine. Mis clientes están a punto de regresar, y no pienso discutir contigo aquí. —Ah, claro, tus "clientes". Siempre tienes una excusa para tus reuniones privadas, ¿no? ¿Y qué le digo a Gabrielle cuando vea otra foto tuya con una mujer que no es su madre? —¡Basta! —mi voz salió más firme de lo que esperaba, llamando la atención de las mesas cercanas—. Esto no tiene nada que ver con nuestra hija. Sabes perfectamente que estamos trabajando. —¿Trabajando? —replicó, con una sonrisa incrédula mientras sus ojos se clavaban en Grace—. Seguro. ¿Es que acaso ella también cree tus cuentos? Grace me miró con una mezcla de preocupación y confusión, pero permaneció en silencio. Sabía que cualquier intervención solo avivaría el fuego. —Katherine, necesito que te vayas ahora mismo —dije con los dientes apretados, intentando mantener un semblante firme—. Si quieres hablar, lo hacemos después, en privado. Antes de que pudiera responder, los coreanos reaparecieron en escena, obligándola a retroceder. Sin embargo, antes de marcharse, dejó una última estocada. —Esto no termina aquí, Tony. Te guste o no, seguimos siendo una familia. Su figura desapareció entre las mesas, pero la tensión que dejó en el ambiente permaneció. Intenté reanudar la reunión con los clientes como si nada hubiera pasado, pero mis pensamientos seguían atrapados en el incidente. Grace, aunque visiblemente afectada, no mencionó nada sobre lo sucedido, pero sabía que, tarde o temprano, tendría que dar alguna explicación.La llevé al límite. La subestimé, a pesar de todas sus advertencias. Creí que la había roto lo suficiente como para tenerla nuevamente a mi merced, pero solo estaba jugando, y al parecer, iba a ganar la partida. Después de todos estos años, había logrado lo que ninguna otra pudo: hacer que me sintiera tan seguro a su lado que bajé completamente la guardia. Siempre supe que era diferente; por eso la elegí como mi esposa, como la mujer con quien quería pasar el resto de mis días. Y así hubiera sido, si su inteligencia no la hubiera llevado a descubrir todos mis secretos, a indagar en mis errores y a ver que no soy la imagen que construí para ella. No pueden culparme por no amar como el resto. No es mi culpa que no pueda sentir como mi padre amaba a mi madre, o como mi hermano ama a su esposa. Pero sé que soy capaz de amar, porque amo a mis hijos, al menos a los que tuve con ella. Ahora siento una angustia que nunca antes había experimentado. ¿Qué va a pasar con ellos después de todo e
Firenze y yo tenemos historia. La conocí cuando recién terminaba la universidad. Tenía apenas 21 años, pero actuaba como si ya conociera los secretos del mundo. Ese tipo de seguridad juvenil siempre me había resultado irritante. Cuando entró por primera vez a mi oficina, con su ropa impecable y una sonrisa contenida, sentí una punzada de fastidio.—Buenas tardes, señor Anthony. Me pidieron que suba.No levanté la vista de inmediato. Dejé que el silencio se estirara mientras revisaba un correo inexistente en mi pantalla. Quería ver si esa confianza se desmoronaba. Pero cuando finalmente la miré, seguía allí, sin moverse, los ojos fijos en mí como si nada la intimidara.—¿Sabes quién soy?—Sí, es el jefe de finanzas.No pude evitar arquear una ceja.—El gerente de finanzas , en realidad. Pero no importa. Me dijeron que tienes un cliente nuevo con una idea que insistes en que evaluemos.Firenze asintió, sin tartamudeos, sin disculpas. En cambio, abrió la carpeta que llevaba consigo y emp
Hace unos años, compartía departamento con mi hermano menor, Dylan, y nuestro primo Robert. Dylan estaba terminando la universidad, yo acababa de empezar mi maestría, y Robert cursaba algunos estudios. Teníamos un pacto implícito: aquel espacio sería un templo para nuestra soltería. Ninguno de nosotros tenía planes de compromisos serios, y nos sentíamos orgullosos de ello. Dylan, sin embargo, complicó las cosas. Aunque mantenía contacto con Angela, su novia de la adolescencia, conoció a Sophie, la "Yoko Ono" de nuestro círculo. Sophie era dulce, sí, pero demasiado pegajosa para mi gusto. Parecía un cachorro perdido que había encontrado refugio en nuestro departamento. Comenzó a frecuentarnos tanto que, antes de darnos cuenta, prácticamente vivía con nosotros. Sin embargo, Sophie no ignoraba el estilo de vida que llevábamos Robert y yo. Vampiros sociales, nos dedicábamos a la cacería cada fin de semana, acumulando conquistas y deslices. Una noche incluso organizamos una orgía en la
Finalmente llegué al encuentro con la agente inmobiliaria, una mujer rubia, en sus cuarenta, aún atractiva. Me había asegurado que tenía tres opciones muy distintas para presentarme. Le había especificado que necesitaba un departamento que se adaptara a mis necesidades de soltero. Después de cuatro años aguantando a Katherine, necesitaba desesperadamente recuperar mi libertad. Katherine llevaba algunos meses viviendo con sus padres, aunque aún conservaba las llaves del departamento donde, técnicamente, vivía solo. Dylan había vuelto a nuestra ciudad natal, Robert viajaba constantemente y estaba a punto de casarse. El viejo apartamento, que alguna vez fue nuestro templo de solteros, ya no cumplía su propósito. Era momento de encontrar un nuevo lugar. Coincidentemente, la agente se llamaba igual que mi hija: Gabrielle. De las opciones que me mostró, uno destacó inmediatamente: un loft con vista a la bahía, sala de doble altura, cocina y comedor integrados. En el mezanine estaban el
Con el transcurso de las semanas, mi cercanía con Firenze aumentó. Aunque al principio la notaba esquiva y desconfiada, logré que dejara de llamarme "señor". Nuestro proyecto laboral me permitió mostrarle mis habilidades de liderazgo y conocimientos, lo que, sin duda, despertó su admiración. Lo notaba en su mirada, en esos pequeños destellos de respeto que se escapaban sin que pudiera evitarlos. Sin embargo, como ya presentía, los obstáculos no tardaron en aparecer. Por más que intentaba mantener mi vida personal en reserva, Brandon, mi jefe de operaciones y amigo, no compartía mi discreción. Muchas de nuestras travesuras extralaborales se habían colado en los pasillos de la empresa por culpa de su lengua suelta. Su fama de mujeriego, personalidad extrovertida y su falta de tacto me habían traído problemas más de una vez. Pero, a pesar de todo, despedirlo no era opción; sus habilidades para resolver crisis lo convertían en un recurso invaluable. —Anthony, ¿se puede o estás ocupado
—¿Acaso no sabes que solo puedes ocupar un carril? ¿Dónde aprendiste a manejar? —gruñó el hombre, saliendo de su auto con aire de superioridad. —¿De qué rayos hablas? Tú me chocaste. ¿Firenze, estás bien? —pregunté, ignorando su desplante mientras giraba hacia ella. —Esta es una vía rápida. No puedes hacer esas maniobras y reducir la velocidad, así como así. Escucha, creo que ambos fuimos imprudentes. Tengo que llegar al aeropuerto, pero aquí tienes mi tarjeta. Llámame y arreglamos esto en otro momento —dijo apresurado, como si sus palabras fueran la única conclusión válida. Tomé la tarjeta, sin mucho interés en sus justificaciones. Mi prioridad era Firenze. Aunque el golpe no parecía grave, ella se tocaba la frente con evidente molestia. —Me duele. Creo que me saldrá un moretón —dijo en voz baja. —Lo siento mucho, Firenze. No sé por qué me distraje... —mentí. En el fondo sabía exactamente por qué: el roce fugaz de su presencia, el vaivén de su aroma, me habían desviado del cami
De regreso en el auto, encuentro la tarjeta que me dio el tipo que me chocó. La guardo sin mirarla; no tenía intenciones de llamarlo. Podía costear los arreglos del auto sin problemas. Mientras manejo, mi mente divaga hasta que el camino me lleva al viejo departamento. Sería mi última noche allí. Ya tenía las llaves de mi nuevo lugar. No estaba completamente equipado, pero contaba con lo esencial para vivir. Solo necesitaba empacar unas pocas cosas más y estaría listo.Al entrar, el ambiente me recibe con una sensación familiar, aunque cargada de tensión.—¿Te vas de viaje, Tony? —La voz de Katherine me sorprende. Me esperaba, como siempre, dentro de mi casa. —¿Y Gabrielle? —pregunto, eludiendo su comentario mientras dejo las llaves sobre la mesa. —Está en el cuarto, durmiendo. —No la traje. Hoy se quedó dormida temprano. Resoplo. —Entonces, ¿cuál es el motivo de tu visita? —Quería conversar, saber qué te tiene tan ocupado últimamente. —Sus ojos recorren las cajas que había empac
Luego de un fin de semana agotador con la mudanza, conduzco hacia la oficina, ansioso por ver a Firenze. La sola idea de que hubiera pasado los últimos días en los brazos de ese sujeto al que llamaba novio me revolvía el estómago. ¿Cómo podía soportar estar con alguien tan mediocre? Tenía que hacer algo para sacarlo del camino, para abrirle los ojos y hacerle ver que estaba desperdiciando su tiempo con un tipo que solo la usaba para pasar el rato.Sabía que no podía ofrecerle una relación convencional, pero eso no me preocupaba. Lo que yo podía darle iba mucho más allá de lo tradicional: un futuro próspero, aventuras emocionantes, el descubrimiento de su verdadero potencial. Juntos podíamos conquistar el mundo, mezclar negocios con placer, construir algo extraordinario. Firenze no era una mujer cualquiera; era una joya que yo estaba decidido a pulir y hacer brillar.Al abrir la guantera del auto para guardar mis lentes de sol, una tarjeta cayó al suelo. Era del hombre que me chocó día