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19. La Traductora

Intentando calmarme, me concentré en la siguiente reunión. El zumbido constante en mi mente no me dejaba en paz, pero me obligué a respirar profundamente y enfocarme. Había olvidado que tenía un almuerzo con dos de los representantes coreanos hasta que Grace ingresó a mi oficina con su habitual elegancia.

—Disculpa, Anthony, ya queda poco para la reunión con los coreanos y no me informaron dónde sería —dijo con una leve inclinación de cabeza, que parecía una mezcla perfecta de cortesía y profesionalismo.

—Grace, lo siento. De hecho, yo tampoco lo sé. Déjame consultar con Silvy, quien hizo toda la programación.

—Está bien, estaré lista en recepción —respondió, siempre discreta.

—Mejor vayamos saliendo. Quizá el chofer ya nos está esperando.

Era la primera vez que me encontraba a solas con Grace, y no pude evitar fijarme en detalles que antes habían pasado desapercibidos. Su piel lucía impecable, como si irradiara suavidad, y su perfume ligero parecía fundirse con el aire, dejando una sensación agradable, aunque difícil de ignorar. Durante el trayecto, nuestra conversación giró en torno a temas triviales: películas recientes, el tráfico infernal de la ciudad, e incluso alguna anécdota sobre nuestras mascotas. Sin embargo, su risa ligera ante mis comentarios más relajados tenía algo casi terapéutico; por un instante, olvidé el estrés acumulado de la mañana.

El almuerzo transcurrió de manera exitosa. Los temas a tratar no requerían la intervención de otros empleados, y la presencia de Grace fue invaluable. Los coreanos se sentían más cómodos expresando algunas ideas en su idioma natal, y ella, con una destreza admirable, traducía sin perder la esencia de cada palabra. Su habilidad para mantener la conversación fluida, mientras conservaba un aire amable y relajado, era digna de admirar. Incluso en los momentos más formales, se podía notar la naturalidad con la que conectaba con las personas.

Los representantes rieron a carcajadas en varias ocasiones, gracias a los comentarios relajados que intercalaba entre las discusiones de negocio. Mientras ellos se levantaban para dirigirse a los servicios, aproveché esos minutos para revisar rápidamente algunos correos en mi teléfono. Grace, por su parte, tomó su copa y sorbió con tranquilidad lo que quedaba de su bebida. Su postura era perfecta, como si incluso en sus momentos de descanso mantuviera un aire profesional.

—Así que esta es tu nueva distracción, ¿verdad, Tony?

La voz inconfundible de Katherine me sacó bruscamente de mis pensamientos. Levanté la mirada y ahí estaba, con su presencia imponente, mirándonos desde la entrada como un juez severo.

—Katherine, ¿qué estás haciendo aquí? —pregunté, intentando que mi tono permaneciera neutral, a pesar del calor que sentía subiendo por mi cuello.

—Debería preguntarte lo mismo. ¿Un "almuerzo de trabajo" en un lugar tan... íntimo? —replicó con una sonrisa cargada de sarcasmo.

Grace, claramente incómoda, dejó su copa sobre la mesa con cuidado y bajó la mirada, como si quisiera desaparecer.

—No tengo tiempo para esto, Katherine. Mis clientes están a punto de regresar, y no pienso discutir contigo aquí.

—Ah, claro, tus "clientes". Siempre tienes una excusa para tus reuniones privadas, ¿no? ¿Y qué le digo a Gabrielle cuando vea otra foto tuya con una mujer que no es su madre?

—¡Basta! —mi voz salió más firme de lo que esperaba, llamando la atención de las mesas cercanas—. Esto no tiene nada que ver con nuestra hija. Sabes perfectamente que estamos trabajando.

—¿Trabajando? —replicó, con una sonrisa incrédula mientras sus ojos se clavaban en Grace—. Seguro. ¿Es que acaso ella también cree tus cuentos?

Grace me miró con una mezcla de preocupación y confusión, pero permaneció en silencio. Sabía que cualquier intervención solo avivaría el fuego.

—Katherine, necesito que te vayas ahora mismo —dije con los dientes apretados, intentando mantener un semblante firme—. Si quieres hablar, lo hacemos después, en privado.

Antes de que pudiera responder, los coreanos reaparecieron en escena, obligándola a retroceder. Sin embargo, antes de marcharse, dejó una última estocada.

—Esto no termina aquí, Tony. Te guste o no, seguimos siendo una familia.

Su figura desapareció entre las mesas, pero la tensión que dejó en el ambiente permaneció. Intenté reanudar la reunión con los clientes como si nada hubiera pasado, pero mis pensamientos seguían atrapados en el incidente. Grace, aunque visiblemente afectada, no mencionó nada sobre lo sucedido, pero sabía que, tarde o temprano, tendría que dar alguna explicación.

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