En el camino, me había percatado que Katherine me llamaba con insistencia. Le escribí pidiéndole que me escribiera por mensaje si se trataba de algo urgente, porque no podía atender llamadas, pero no respondió.
Llegamos al club y, cuando estábamos por registrarnos, veo la respuesta de Katherine. Era Gabrielle, se encontraba en el hospital por una infección respiratoria. Pero eso no era todo, resultaba que ella también se encontraba fuera de la ciudad. Al parecer, se habían ido a hacer una visita a mis padres, y las horas de viaje más el clima frío le había sentado mal. Ahora tendría que viajar toda la noche para ver a mi hija. Resignado, veía cómo se me escapaba de las manos una nueva oportunidad de reconectarme con Firenze. Realmente me sentía frustrado por no haber podido compensar lo de su cumpleaños, por perder terreno frente a esta decisión de vida que se le presentaba, pero no podía descuidar a Gabrielle. —Lo siento, Fire. Realmente tenía otras expectativas para este fin de semana. —Lo entiendo, quizá sea mejor así… por ahora. —Voy a buscarte al terminar de solucionar todo, ¿está bien? —Ya sabes dónde vivo. —Me respondió con una sonrisa esperanzadora. Cuando por fin llegué a casa de mis padres, encontré a Gabrielle ya recuperada y a mi mamá visiblemente emocionada. —¡Hijito! ¡Llegaste! Ya nos contaron las buenas noticias. ¡Cuánto me alegro por ustedes! Lo mejor para la niña es que lo vuelvan a intentar, y qué mejor en su propia casa. —¿Cómo? No entiendo, mamá, ¿de qué hablas? —Vengan todos para la foto —responde, ignorando mis dudas—. La boda será pronto. —¿Qué boda? Entonces vi el anillo que ella traía. Katherine y sus trampas, lo había hecho otra vez. -Mamá, no entiendo de qué estás hablando. -Katherine me contó lo de la casa, el siguiente paso naturalmente es el matrimonio. Hijo, estoy segura que aún tienes sentimientos por ella, por algo no te has establecido con otra mujer. -Esas no son las razones, la casa es para ella y mi hija. De hecho yo ya tengo mi propio lugar. No hay la más remota posibilidad de volver con Katherine, no entiendo por qué ella tiene que sacar las cosas de contexto. -No pelees con ella, no le hace bien a Gabrielle. Quizá yo malinterpreté todo. -Mamá, no debiste darle el anillo de la abuela. -Lo lamento, me encargaré de tenerlo de regreso. Continuamos la velada sin mayores comentarios sobre el falso compromiso. Al parecer, el consenso popular era no provocar una discusión entre Katherine y yo en ese momento. Ella devolvió el anillo de mi abuela al culminar el momento de las fotos, pero sabía que encontraría la forma de sacarle provecho, a pesar de mis aclaraciones. Decidí volver a la ciudad el domingo por la mañana. Quería conversar con Firenze, pues habíamos dejado las cosas a medias. Mi hija y su mamá se quedarían el resto de la semana con mi familia. Alo Fire, ya estoy en la ciudad. ¿Estás libre ahora? Puedo pasar por tu casa… Hola Tony, no estoy en casa, tuve que salir a atender una urgencia familiar. Ya mañana te cuento los detalles ¿Está bien? ¿Hay algo en lo que te pueda ayudar? Siento que dejamos algo pendiente… tengo muchas ganas de verte. Te agradezco, te avisaré si necesito ayuda. Yo también tengo muchas ganas de verte… Lo dejamos para mañana entonces. Volví a mi casa, deseando que ya fuera lunes para revertir todos los desplantes que le había hecho a la chica que se apropiaba de mis sueños, sin saber todo lo que me esperaba. A pesar de mis esfuerzos por llegar más temprano ese día, un problema con mi neumático demoró mi llegada a la oficina. No fue mucho tiempo, pero fue suficiente para que una nueva ola de chismes se desatara. Al llegar, encontré a Brandon y Joseph cuchicheando en el escritorio de Silvy. Me vieron entrar, y enseguida empezaron las risas y las miradas se centraron en mí. -Así que por fin domesticaron al lobo -se burló Brandon. -Felicitaciones, jefe, ya era hora -añadió Silvy con una sonrisa cómplice. -¿De qué están hablando? -respondí en automático, aún sin hilar esta conversación con lo sucedido el fin de semana. Joseph, con su habitual sarcasmo, dijo: -Silvy encontró una publicación interesante. Parece que ya estás comprometido, ¿no? -¡No puede ser! Es lo más lindo que he visto en años. Tú, Katherine, Gabrielle… se ven perfectos -añadió Silvy, mostrándome su teléfono con las fotos de Katherine usando el anillo. En ese momento entendí todo. Katherine había subido las fotos, y su intención era más que clara. -Silvy, ¿de qué compromiso estás hablando? ¿Ves algún anuncio formal? Son solo fotos sacadas de contexto. No hay compromiso, no hay anillo, no hay ninguna noticia. Les agradeceré no traer sus especulaciones sobre mi vida privada a los pasillos de la empresa. -Muy tarde -intervino Joseph-. Silvy ya se encargó de que todos los empleados se enteraran. -¡Ay, Joseph! No seas malhablado. Fue coincidencia que justo viera la publicación cuando se estaban acercando los compañeros a recoger sus entradas para la fiesta. —Pero si prácticamente forzaste a Firenze a ver las fotos, ella parecía muy incómoda —cuestionó Joseph, encendiendo una alarma en mi cabeza. -¿Qué? Silvy, te estás pasando de la raya. Este es un lugar de trabajo. Mi vida personal no tiene por qué exponerse ni mucho menos exhibirse fotos mías o de mi familia. Nada de lo que están hablando es del interés de los empleados. -Tony, lo siento… no pensé que fuera una indiscreción. -Silvy, hemos compartido mucho en estos años de trabajo, pero no te confundas. Yo soy tu jefe, y si quieres seguir teniendo un puesto en esta empresa, te sugiero que no olvides tu posición. -Tony, te pido que no sobredimensiones lo ocurrido, tú me conoces… -Precisamente por eso, te exhorto a que no se hable más de este ni de ningún otro tema personal en la empresa. No me pesará la mano para aplicar sanciones. El malentendido había escalado hasta convertirse en un chisme de oficina y, peor aún, había alcanzado a Firenze. Necesitaba hablar con ella urgentemente, pero no podía llamarla a mi oficina. Sería demasiado obvio, así que tendría que esperar el momento adecuado.Intentando calmarme, me concentré en la siguiente reunión. El zumbido constante en mi mente no me dejaba en paz, pero me obligué a respirar profundamente y enfocarme. Había olvidado que tenía un almuerzo con dos de los representantes coreanos hasta que Grace ingresó a mi oficina con su habitual elegancia. —Disculpa, Anthony, ya queda poco para la reunión con los coreanos y no me informaron dónde sería —dijo con una leve inclinación de cabeza, que parecía una mezcla perfecta de cortesía y profesionalismo. —Grace, lo siento. De hecho, yo tampoco lo sé. Déjame consultar con Silvy, quien hizo toda la programación. —Está bien, estaré lista en recepción —respondió, siempre discreta. —Mejor vayamos saliendo. Quizá el chofer ya nos está esperando. Era la primera vez que me encontraba a solas con Grace, y no pude evitar fijarme en detalles que antes habían pasado desapercibidos. Su piel lucía impecable, como si irradiara suavidad, y su perfume ligero parecía fundirse con el aire, dej
La llevé al límite. La subestimé, a pesar de todas sus advertencias. Creí que la había roto lo suficiente como para tenerla nuevamente a mi merced, pero solo estaba jugando, y al parecer, iba a ganar la partida. Después de todos estos años, había logrado lo que ninguna otra pudo: hacer que me sintiera tan seguro a su lado que bajé completamente la guardia. Siempre supe que era diferente; por eso la elegí como mi esposa, como la mujer con quien quería pasar el resto de mis días. Y así hubiera sido, si su inteligencia no la hubiera llevado a descubrir todos mis secretos, a indagar en mis errores y a ver que no soy la imagen que construí para ella. No pueden culparme por no amar como el resto. No es mi culpa que no pueda sentir como mi padre amaba a mi madre, o como mi hermano ama a su esposa. Pero sé que soy capaz de amar, porque amo a mis hijos, al menos a los que tuve con ella. Ahora siento una angustia que nunca antes había experimentado. ¿Qué va a pasar con ellos después de todo e
Firenze y yo tenemos historia. La conocí cuando recién terminaba la universidad. Tenía apenas 21 años, pero actuaba como si ya conociera los secretos del mundo. Ese tipo de seguridad juvenil siempre me había resultado irritante. Cuando entró por primera vez a mi oficina, con su ropa impecable y una sonrisa contenida, sentí una punzada de fastidio.—Buenas tardes, señor Anthony. Me pidieron que suba.No levanté la vista de inmediato. Dejé que el silencio se estirara mientras revisaba un correo inexistente en mi pantalla. Quería ver si esa confianza se desmoronaba. Pero cuando finalmente la miré, seguía allí, sin moverse, los ojos fijos en mí como si nada la intimidara.—¿Sabes quién soy?—Sí, es el jefe de finanzas.No pude evitar arquear una ceja.—El gerente de finanzas , en realidad. Pero no importa. Me dijeron que tienes un cliente nuevo con una idea que insistes en que evaluemos.Firenze asintió, sin tartamudeos, sin disculpas. En cambio, abrió la carpeta que llevaba consigo y emp
Hace unos años, compartía departamento con mi hermano menor, Dylan, y nuestro primo Robert. Dylan estaba terminando la universidad, yo acababa de empezar mi maestría, y Robert cursaba algunos estudios. Teníamos un pacto implícito: aquel espacio sería un templo para nuestra soltería. Ninguno de nosotros tenía planes de compromisos serios, y nos sentíamos orgullosos de ello. Dylan, sin embargo, complicó las cosas. Aunque mantenía contacto con Angela, su novia de la adolescencia, conoció a Sophie, la "Yoko Ono" de nuestro círculo. Sophie era dulce, sí, pero demasiado pegajosa para mi gusto. Parecía un cachorro perdido que había encontrado refugio en nuestro departamento. Comenzó a frecuentarnos tanto que, antes de darnos cuenta, prácticamente vivía con nosotros. Sin embargo, Sophie no ignoraba el estilo de vida que llevábamos Robert y yo. Vampiros sociales, nos dedicábamos a la cacería cada fin de semana, acumulando conquistas y deslices. Una noche incluso organizamos una orgía en la
Finalmente llegué al encuentro con la agente inmobiliaria, una mujer rubia, en sus cuarenta, aún atractiva. Me había asegurado que tenía tres opciones muy distintas para presentarme. Le había especificado que necesitaba un departamento que se adaptara a mis necesidades de soltero. Después de cuatro años aguantando a Katherine, necesitaba desesperadamente recuperar mi libertad. Katherine llevaba algunos meses viviendo con sus padres, aunque aún conservaba las llaves del departamento donde, técnicamente, vivía solo. Dylan había vuelto a nuestra ciudad natal, Robert viajaba constantemente y estaba a punto de casarse. El viejo apartamento, que alguna vez fue nuestro templo de solteros, ya no cumplía su propósito. Era momento de encontrar un nuevo lugar. Coincidentemente, la agente se llamaba igual que mi hija: Gabrielle. De las opciones que me mostró, uno destacó inmediatamente: un loft con vista a la bahía, sala de doble altura, cocina y comedor integrados. En el mezanine estaban el
Con el transcurso de las semanas, mi cercanía con Firenze aumentó. Aunque al principio la notaba esquiva y desconfiada, logré que dejara de llamarme "señor". Nuestro proyecto laboral me permitió mostrarle mis habilidades de liderazgo y conocimientos, lo que, sin duda, despertó su admiración. Lo notaba en su mirada, en esos pequeños destellos de respeto que se escapaban sin que pudiera evitarlos. Sin embargo, como ya presentía, los obstáculos no tardaron en aparecer. Por más que intentaba mantener mi vida personal en reserva, Brandon, mi jefe de operaciones y amigo, no compartía mi discreción. Muchas de nuestras travesuras extralaborales se habían colado en los pasillos de la empresa por culpa de su lengua suelta. Su fama de mujeriego, personalidad extrovertida y su falta de tacto me habían traído problemas más de una vez. Pero, a pesar de todo, despedirlo no era opción; sus habilidades para resolver crisis lo convertían en un recurso invaluable. —Anthony, ¿se puede o estás ocupado
—¿Acaso no sabes que solo puedes ocupar un carril? ¿Dónde aprendiste a manejar? —gruñó el hombre, saliendo de su auto con aire de superioridad. —¿De qué rayos hablas? Tú me chocaste. ¿Firenze, estás bien? —pregunté, ignorando su desplante mientras giraba hacia ella. —Esta es una vía rápida. No puedes hacer esas maniobras y reducir la velocidad, así como así. Escucha, creo que ambos fuimos imprudentes. Tengo que llegar al aeropuerto, pero aquí tienes mi tarjeta. Llámame y arreglamos esto en otro momento —dijo apresurado, como si sus palabras fueran la única conclusión válida. Tomé la tarjeta, sin mucho interés en sus justificaciones. Mi prioridad era Firenze. Aunque el golpe no parecía grave, ella se tocaba la frente con evidente molestia. —Me duele. Creo que me saldrá un moretón —dijo en voz baja. —Lo siento mucho, Firenze. No sé por qué me distraje... —mentí. En el fondo sabía exactamente por qué: el roce fugaz de su presencia, el vaivén de su aroma, me habían desviado del cami
De regreso en el auto, encuentro la tarjeta que me dio el tipo que me chocó. La guardo sin mirarla; no tenía intenciones de llamarlo. Podía costear los arreglos del auto sin problemas. Mientras manejo, mi mente divaga hasta que el camino me lleva al viejo departamento. Sería mi última noche allí. Ya tenía las llaves de mi nuevo lugar. No estaba completamente equipado, pero contaba con lo esencial para vivir. Solo necesitaba empacar unas pocas cosas más y estaría listo.Al entrar, el ambiente me recibe con una sensación familiar, aunque cargada de tensión.—¿Te vas de viaje, Tony? —La voz de Katherine me sorprende. Me esperaba, como siempre, dentro de mi casa. —¿Y Gabrielle? —pregunto, eludiendo su comentario mientras dejo las llaves sobre la mesa. —Está en el cuarto, durmiendo. —No la traje. Hoy se quedó dormida temprano. Resoplo. —Entonces, ¿cuál es el motivo de tu visita? —Quería conversar, saber qué te tiene tan ocupado últimamente. —Sus ojos recorren las cajas que había empac