Intentando calmarme, me concentré en la siguiente reunión. El zumbido constante en mi mente no me dejaba en paz, pero me obligué a respirar profundamente y enfocarme. Había olvidado que tenía un almuerzo con dos de los representantes coreanos hasta que Grace ingresó a mi oficina con su habitual elegancia. —Disculpa, Anthony, ya queda poco para la reunión con los coreanos y no me informaron dónde sería —dijo con una leve inclinación de cabeza, que parecía una mezcla perfecta de cortesía y profesionalismo. —Grace, lo siento. De hecho, yo tampoco lo sé. Déjame consultar con Silvy, quien hizo toda la programación. —Está bien, estaré lista en recepción —respondió, siempre discreta. —Mejor vayamos saliendo. Quizá el chofer ya nos está esperando. Era la primera vez que me encontraba a solas con Grace, y no pude evitar fijarme en detalles que antes habían pasado desapercibidos. Su piel lucía impecable, como si irradiara suavidad, y su perfume ligero parecía fundirse con el aire, dej
El resto del día fue un completo desastre. Intenté concentrarme en los pendientes, pero mi mente no dejaba de divagar, atrapada en la posibilidad de que Firenze hubiera visto esas malditas fotos. ¿Qué pensaría de mí ahora? ¿Creería que todo lo nuestro no era más que un juego para mí? Cada vez que me cruzaba con alguien, sentía las miradas inquisitivas, como si todos conocieran una verdad que yo no podía controlar. Las palabras de Joseph resonaban como un tambor implacable: “Muy tarde” Intenté buscar a Firenze en los pasillos, en el comedor, incluso cerca de los ascensores, pero parecía que me evitaba deliberadamente. Su ausencia era como un vacío palpable, un abismo que se expandía con cada hora que pasaba. Para cuando llegó el final de la jornada, había perdido toda paciencia. No podía esperar más. Decidí buscarla en su casa, aunque eso significara enfrentarme a su posible desconfianza. Necesitaba aclarar lo sucedido, decirle que lo de Katherine no era más que un malentendido m
En la sala de reuniones, Firenze ya estaba sentada, revisando los documentos con su habitual precisión. Sus dedos se movían con destreza al pasar las páginas, marcando con un bolígrafo algunas anotaciones en los márgenes. Su expresión, seria y concentrada, era el reflejo de su ética de trabajo. Ni siquiera levantó la vista cuando entré, como si mi presencia no fuera lo suficientemente importante como para interrumpir su enfoque. —Proponen recortar el plazo de entrega en tres semanas e incluir una cláusula de penalización —dijo, directa como siempre, su tono calmado pero firme. —Ridículo —respondí, dejando caer mi portafolios sobre la mesa mientras me sentaba frente a ella. —No es ideal, pero podemos ajustarnos si no tenemos demoras en el proceso de importación. He trabajado con logística para optimizar los plazos —respondió, extendiéndome un documento. No lo tomé de inmediato. En cambio, me incliné hacia adelante, cruzando los brazos sobre la mesa mientras la miraba con una mezcla
La música llenaba el ambiente, y las luces parpadeaban en un espectáculo de colores que intentaban contagiar alegría. Pero yo no podía apartar mis ojos de Firenze. Se veía increíble, como siempre, pero había algo en su postura, en la forma en que evitaba cruzar miradas conmigo, que me frustraba aún más. Decidí acercarme cuando la vi sola en la barra, con una copa en la mano. El camino hasta ella pareció eterno, como si cada paso estuviera cargado de dudas y resentimientos. —¿Disfrutando de la fiesta? —pregunté, intentando sonar casual, aunque sabía que mi tono estaba cargado de todo menos de ligereza. Firenze giró apenas la cabeza para mirarme, y su sonrisa era más una formalidad que un gesto genuino. —Está bien, supongo. Parece que fue una buena idea después de todo. Antes de que pudiera responder, Grace y Silvy irrumpieron en la conversación, sonrientes y emocionadas. —¡Anthony! —exclamó Silvy ignorando completamente a Firenze—. ¡Buenas noticias! Los coreanos aceptaron el cont
Por la tarde, enfrenté una reunión con la Inmobiliaria Caracol, los primeros clientes del proyecto de innovación de Firenze. No había tenido tiempo de revisar su propuesta, pero confiaba en mi capacidad para improvisar. La tensión entre nosotros era evidente. Firenze había presenciado el escándalo con Katherine y, seguramente, ya sabía sobre Grace. Pero no me importaba. Después de todo, probablemente ella también se había divertido con ese "nuevo galán". Cuando revisamos las condiciones del contrato, noté que las cláusulas de penalidades seguían intactas. —Esto es inaceptable, Firenze. ¿Cómo permitiste que esto quedara así? —Anthony, intenté explicarlo en las reuniones anteriores. El plan es... —No hay excusas. Tal vez deberíamos reconsiderar quién lidera este proyecto, ya que algunos aquí parecen tener problemas para priorizar. El silencio en la sala fue abrumador. Firenze mantuvo la calma, pero su voz se endureció. —Mis prioridades siempre han sido claras, Anthony. Si hay alg
Habían pasado semanas desde la partida de Firenze, y aún no lograba acostumbrarme a su ausencia. Aunque Adam se apresuró a encontrarle un reemplazo para no descuidar los proyectos, era imposible replicar el dinamismo que ella aportaba. En mi mente, seguía atormentándome la imagen de aquel abrazo con su hermano el día de la fiesta. Ahora, con más claridad, entendía el parecido familiar que había ignorado entonces. Esa noche, mientras conducía hacia casa, un mensaje de Grace iluminó la pantalla de mi teléfono. Me explicaba que un desperfecto en su departamento la había dejado considerando opciones temporales. Quizá movido por la necesidad de distraerme o por la atracción que sentía hacia ella, le hice una propuesta inesperada: “Quédate aquí, Grace. Es temporal, hasta que arreglen tu departamento.” Podía percibir su sorpresa a través de la breve pausa que hizo antes de aceptar. Su respuesta tenía una mezcla de entusiasmo y cautela, consciente de que esta decisión, aunque temporal,
El aire en casa había cambiado desde la llegada de Grace. Había algo reconfortante en regresar cada noche y encontrarla allí, con el departamento oliendo a lavanda y una copa de vino lista sobre la mesa. Esa sensación de estabilidad, tan distinta a lo que viví con Katherine, me hacía disfrutar de la convivencia más de lo que estaba dispuesto a admitir. Grace tenía su propia rutina: trabajaba, se ejercitaba, salía con sus amigas. No cuestionaba mis horarios, respetaba mi espacio y estaba ahí cuando necesitaba su compañía. Esa mezcla perfecta de independencia y cercanía hacía que nuestra intimidad fuera aún más electrizante. Sin embargo, esta comodidad tenía un costo. Mis visitas a Gabrielle se habían reducido. Cada vez que intentaba planear algo con ella, Katherine encontraba alguna excusa para evitarlo. Eran manipulaciones evidentes, pero me negaba a ceder. Katherine tendría que entender que quien más salía dañada era nuestra hija, no yo. A pesar de todo, extrañaba el cariño puro e
El tiempo transcurría, y la comodidad de mi vida con Grace se había convertido en rutina. Las cenas en casa, antes llenas de risas y conversación, ahora eran solo el preámbulo de noches en las que ambos buscábamos distracción en el televisor. Las escapadas espontáneas, esos momentos que solían emocionarnos, habían desaparecido. Aunque todavía compartíamos noches apasionadas, el fuego inicial se desvanecía lentamente, dejando tras de sí una sensación de vacío que no sabía cómo llenar. En la empresa, las cosas tampoco iban mejor. Mi relación con Adam, mi socio, se tensaba con cada día que pasaba. Yo había decidido tomar riesgos financieros, apostando por una expansión ambiciosa que nos permitiera competir con las importaciones asiáticas, pero Adam, siempre conservador, no estaba dispuesto a dar ese salto. Sus constantes objeciones a mis propuestas no solo empezaban a minar mi paciencia, sino que también me hacían sentir como un fracaso en mi propio terreno. Un día, después de otra ten