Por la tarde, enfrenté una reunión con la Inmobiliaria Caracol, los primeros clientes del proyecto de innovación de Firenze. No había tenido tiempo de revisar su propuesta, pero confiaba en mi capacidad para improvisar. La tensión entre nosotros era evidente. Firenze había presenciado el escándalo con Katherine y, seguramente, ya sabía sobre Grace. Pero no me importaba. Después de todo, probablemente ella también se había divertido con ese "nuevo galán". Cuando revisamos las condiciones del contrato, noté que las cláusulas de penalidades seguían intactas. —Esto es inaceptable, Firenze. ¿Cómo permitiste que esto quedara así? —Anthony, intenté explicarlo en las reuniones anteriores. El plan es... —No hay excusas. Tal vez deberíamos reconsiderar quién lidera este proyecto, ya que algunos aquí parecen tener problemas para priorizar. El silencio en la sala fue abrumador. Firenze mantuvo la calma, pero su voz se endureció. —Mis prioridades siempre han sido claras, Anthony. Si hay alg
Habían pasado semanas desde la partida de Firenze, y aún no lograba acostumbrarme a su ausencia. Aunque Adam se apresuró a encontrarle un reemplazo para no descuidar los proyectos, era imposible replicar el dinamismo que ella aportaba. En mi mente, seguía atormentándome la imagen de aquel abrazo con su hermano el día de la fiesta. Ahora, con más claridad, entendía el parecido familiar que había ignorado entonces. Esa noche, mientras conducía hacia casa, un mensaje de Grace iluminó la pantalla de mi teléfono. Me explicaba que un desperfecto en su departamento la había dejado considerando opciones temporales. Quizá movido por la necesidad de distraerme o por la atracción que sentía hacia ella, le hice una propuesta inesperada: “Quédate aquí, Grace. Es temporal, hasta que arreglen tu departamento.” Podía percibir su sorpresa a través de la breve pausa que hizo antes de aceptar. Su respuesta tenía una mezcla de entusiasmo y cautela, consciente de que esta decisión, aunque temporal,
El aire en casa había cambiado desde la llegada de Grace. Había algo reconfortante en regresar cada noche y encontrarla allí, con el departamento oliendo a lavanda y una copa de vino lista sobre la mesa. Esa sensación de estabilidad, tan distinta a lo que viví con Katherine, me hacía disfrutar de la convivencia más de lo que estaba dispuesto a admitir. Grace tenía su propia rutina: trabajaba, se ejercitaba, salía con sus amigas. No cuestionaba mis horarios, respetaba mi espacio y estaba ahí cuando necesitaba su compañía. Esa mezcla perfecta de independencia y cercanía hacía que nuestra intimidad fuera aún más electrizante. Sin embargo, esta comodidad tenía un costo. Mis visitas a Gabrielle se habían reducido. Cada vez que intentaba planear algo con ella, Katherine encontraba alguna excusa para evitarlo. Eran manipulaciones evidentes, pero me negaba a ceder. Katherine tendría que entender que quien más salía dañada era nuestra hija, no yo. A pesar de todo, extrañaba el cariño puro e
El tiempo transcurría, y la comodidad de mi vida con Grace se había convertido en rutina. Las cenas en casa, antes llenas de risas y conversación, ahora eran solo el preámbulo de noches en las que ambos buscábamos distracción en el televisor. Las escapadas espontáneas, esos momentos que solían emocionarnos, habían desaparecido. Aunque todavía compartíamos noches apasionadas, el fuego inicial se desvanecía lentamente, dejando tras de sí una sensación de vacío que no sabía cómo llenar. En la empresa, las cosas tampoco iban mejor. Mi relación con Adam, mi socio, se tensaba con cada día que pasaba. Yo había decidido tomar riesgos financieros, apostando por una expansión ambiciosa que nos permitiera competir con las importaciones asiáticas, pero Adam, siempre conservador, no estaba dispuesto a dar ese salto. Sus constantes objeciones a mis propuestas no solo empezaban a minar mi paciencia, sino que también me hacían sentir como un fracaso en mi propio terreno. Un día, después de otra ten
La experiencia con Renata había reactivado mi sed de adrenalina. Esa necesidad de amores impersonales que alimentaban mi vanidad y satisfacían mi cuerpo se hacía latente. Grace era una gran compañera; me había acostumbrado a su presencia, pero nuestra relación había perdido toda novedad. ¿Sería posible mantener en secreto estos romances furtivos para no perder la comodidad de mi vida con Grace? Esa noche llegué a casa sin pensar en una excusa. Al entrar, la vi dormida en el sillón, con una copa de vino a medio beber en la mesita. Me había estado esperando. —Se te hizo tarde —dijo al estirarse para darme un beso. —Lo siento, tuve mucho trabajo. Vamos a la cama. Me terminé la copa de vino y tomé su mano para llevarla a la habitación. La ternura de su lealtad fue reconfortante y, aun así, no alcanzaba para saciar mi sed. Durante la estadía de Renata en la ciudad, nuestros encuentros se repitieron en algunas ocasiones más. A pesar de ello, su profesionalismo no se comprometió y nos e
Aunque escogimos el destino juntos, Grace se encargó de organizar cada detalle del viaje con un entusiasmo contagiante. Su emoción era genuina, y verla tan comprometida con esta escapada me hacía sentir renovado. Quizá, después de todo, ambos necesitábamos una pausa. La rutina había comenzado a devorarnos, y esta era una oportunidad para recuperar esa chispa inicial que nos hacía inseparables. En los primeros meses, nuestras noches eran un juego constante de exploración y deseo. Nuestros cuerpos parecían dos imanes, incapaces de mantenerse alejados. Habíamos recorrido cada rincón de la casa, desde el comedor hasta la ducha. Grace no tenía reparos en probar cosas nuevas: juegos de roles, lencería atrevida y hasta juguetes que llevaban nuestro placer al límite. Pero con el tiempo, esa fogosidad había comenzado a menguar, y yo no sabía cuándo ni por qué había ocurrido. —Tony, estoy segura de que este viaje será inolvidable. —Lo sé, amor. Sé cuánto te esforzaste para planificar todo.
Los días siguientes, llegar a casa se sentía como caminar sobre hielo fino. Cada paso estaba cargado de incertidumbre, como si el menor movimiento pudiera desencadenar un desastre. Me refugiaba en el trabajo, utilizando la sobrecarga laboral como un escudo para evitar las tensiones que se habían instalado en mi hogar. Al regresar por las noches, Grace ya estaba dormida, pero no en el sofá esperándome como solía hacer antes, sino en la habitación, con la puerta cerrada. Esa barrera física decía más que cualquier palabra. Era evidente que algo la molestaba, pero prefería no descubrir qué era. La evasión se había convertido en mi herramienta favorita, un alivio momentáneo que sabía que no podría sostener para siempre. Mientras tanto, aprovechaba la excusa del trabajo para justificar algunas salidas nocturnas. No todas mis escapadas culminaban en "éxito", pero al menos servían para mantener mi mente ocupada y mi rutina menos monótona. Una noche, llegué a casa antes que Grace. Aún sentí
De regreso a casa, el duelo se había instalado en forma de silencio. Grace se esforzaba por no mostrar ninguna señal de dolor, pero era evidente en su mirada vacía y en la manera en que evitaba mi contacto visual. Además de la medicación, el médico le había indicado algunos días de reposo, y aunque me preocupaba dejarla sola, ella rechazó mi compañía de manera tajante. Sentado en la sala, mirando el reloj avanzar, me sentí impotente. Las palabras de Grace seguían resonando en mi mente: “No estás listo para esto”. Su sentencia no solo se refería al hijo que habíamos perdido, sino a todo lo que ella creía que yo representaba. Por primera vez en mucho tiempo, el vacío que dejaba su desaprobación era tan grande que no podía ignorarlo. Intentando liberar el nudo en mi pecho, salí a correr. El vecindario, que siempre había pasado desapercibido para mí, se reveló como un lugar lleno de vida familiar. Vi a padres ayudando a sus hijos a montar bicicleta, niños jugando en los parques, mientra