Luego de un fin de semana agotador con la mudanza, conduzco hacia la oficina, ansioso por ver a Firenze. La sola idea de que hubiera pasado los últimos días en los brazos de ese sujeto al que llamaba novio me revolvía el estómago. ¿Cómo podía soportar estar con alguien tan mediocre? Tenía que hacer algo para sacarlo del camino, para abrirle los ojos y hacerle ver que estaba desperdiciando su tiempo con un tipo que solo la usaba para pasar el rato.
Sabía que no podía ofrecerle una relación convencional, pero eso no me preocupaba. Lo que yo podía darle iba mucho más allá de lo tradicional: un futuro próspero, aventuras emocionantes, el descubrimiento de su verdadero potencial. Juntos podíamos conquistar el mundo, mezclar negocios con placer, construir algo extraordinario. Firenze no era una mujer cualquiera; era una joya que yo estaba decidido a pulir y hacer brillar. Al abrir la guantera del auto para guardar mis lentes de sol, una tarjeta cayó al suelo. Era del hombre que me chocó días atrás. Su nombre venía acompañado de un título interesante: investigador privado. La idea de contactarlo se me antojó de pronto útil. Quizá esta vez necesitaba algo más que mis propias habilidades para obtener lo que quería. Los días siguientes reforzaron mi certeza de que mi conexión con Firenze crecía. A pesar de la molesta sombra de George rondando por la empresa, nuestros momentos juntos se hacían cada vez más significativos. Había intentado todo tipo de estrategias para estar a solas con ella, desde convocar reuniones cercanas al final del horario laboral hasta ofrecerme a llevarla a casa. Pero siempre aparecía él, puntual e insistente, esperando el tiempo que fuera necesario para escoltarla. Sin embargo, aquella noche todo cambió gracias a un golpe de suerte. —¿Aló, George? ¿Estás fuera de mi oficina? Oh, entiendo... dame un momento. Firenze colgó el teléfono y me miró con una mezcla de incomodidad y resignación. —Es George. Dice que al llegar notó que tenía un neumático pinchado y necesita ayuda para cambiarlo. ¿Sabes si el valet parking aún está por aquí? Sonreí para mis adentros. Ese inútil no podía ni cambiar una llanta. Era mi oportunidad para destacar. —Yo mismo puedo ayudarlo. No es algo del otro mundo. —Tony, no creo que sea necesario que lo hagas. Hay muchas personas aquí que podrían... —Soy gerente en una empresa automotriz, Firenze. Si hay algo que sé hacer, es cambiar una llanta. Noté cómo se tensó ante mi insistencia. Era obvio que temía mi interacción con su novio. Para mí, esa era una señal clara: comenzaba a verme como algo más que un simple compañero de trabajo. Salí al estacionamiento y encontré a George junto a su auto, luciendo tan torpe como siempre. —Hola, George. He venido en tu auxilio. —Mi tono era deliberadamente sarcástico, y no pasó desapercibido. —Firenze, no tenías que molestar a tu jefe... —No te preocupes, también me considero su amigo. ¿Dónde tienes la gata y la llanta de repuesto? Sin darle tiempo a responder, me remangué la camisa y me dirigí a la parte trasera de su vehículo. —Déjame abrir el seguro del maletero —dijo con evidente fastidio. Mientras lo hacía, lo vi apartar a Firenze para hablar con ella en privado. Me puse manos a la obra, y al abrir la maletera, noté algo que captó mi atención: una mochila de mujer que claramente no era de Firenze. Mi intuición se activó de inmediato. Escudriñé brevemente sin que me vieran y descubrí ropa femenina de estilo corriente, incluyendo ropa interior. La oportunidad era demasiado buena para dejarla pasar. Coloqué las prendas deliberadamente fuera del maletero mientras cambiaba la llanta. Luego, llamé a la pareja para que revisaran mi trabajo. —Listo, chicos. Misión cumplida. Solo falta guardar esto en el maletero. —No es necesario, yo puedo... —Firenze, ¿esto es tuyo? Perdón por ensuciarlo. Ella frunció el ceño al ver la mochila y negó con firmeza. —No, no es mío. George se apresuró a quitarle la mochila. —Debe ser de mi mamá, se le habrá olvidado... Pero al hacerlo, parte del contenido cayó al suelo, exponiendo las prendas femeninas. Firenze palideció, y su mirada se llenó de incredulidad. —¿Qué es esto, George? ¿Acaso tu mamá usa este tipo de ropa? —Firenze, relájate. No tienes por qué ponerte así. Debe ser de mi sobrina. —Tu sobrina tiene 10 años. Esto no es ropa para una niña. Me aparté discretamente, disfrutando del espectáculo desde las sombras. Había logrado lo que quería: exponerlo. Ahora solo tenía que esperar el momento adecuado para ofrecerle un hombro para llorar. Cuando George se retiró, Firenze volvió a mí con una disculpa. —Anthony, lamento que hayas tenido que presenciar esto. —No tienes que disculparte. ¿Estás bien? —Solo quiero irme a casa. Necesito estar sola. —Déjame llevarte. Prometo ser mudo, invisible, como un taxista. Ella dudó, pero finalmente accedió. Durante el trayecto, noté que estaba pensativa, triste pero estoica. Su silencio me pareció una señal: tal vez estaba comenzando a comprender que merecía algo mejor. Durante el camino, me limité a seguir la dirección en el GPS y guardar silencio, cumpliendo con mi promesa de no interrumpir sus pensamientos. Sin embargo, mi mirada se traicionaba. Observaba a Firenze de reojo, estudiando cada expresión en su rostro. Aunque estaba visiblemente afectada, no derramaba lágrimas. Esa estoicidad me fascinaba: era una mujer fuerte, alguien que no se dejaba quebrar fácilmente. Finalmente, ella rompió el silencio: —¿Qué me quieres decir, Anthony? Si tienes algo en mente, puedes hablar. No es necesario tanto silencio. —No tengo nada que decir. Solo estaba respetando lo que pediste. Ella sonrió levemente, y esa pequeña curva en sus labios activó algo dentro de mí. —Gracias por considerarme tu amigo —dijo, con una sinceridad que no esperaba. Amigo. Esa palabra me resultaba insufrible. Yo la consideraba mucho más que eso, pero no era el momento para decírselo. —¿Por qué lo dices? —pregunté, intentando que mi tono sonara neutral. —Porque me doy cuenta de que te preocupas por mí. No solo en el trabajo, sino en general. Es decir, siempre buscas que las cosas salgan bien, que reciba crédito por lo que hago, que me reconozcan. Eso es importante para mí. —No es un favor, Firenze. Es lo que te mereces. Eres muy inteligente, tienes todo lo que se necesita para triunfar. Me gusta trabajar contigo, y me siento cómodo haciéndolo. Sus ojos brillaron ante mis palabras. Esa chispa me indicó que estaba conectando con ella de una forma más profunda. Pero sabía que todavía era prematuro esperar una respuesta más íntima. Para aligerar el ambiente, decidí cambiar de tema. —Y dime, ¿qué novedades hay en la escena teatral de la ciudad? —pregunté, recordando su afición por el arte. —La verdad, no lo sé. Hemos estado tan ocupados con el trabajo que me he desconectado de mis pasatiempos. —Lo siento. No quería que eso pasara. —No te preocupes. Yo también disfruto trabajar contigo. Su respuesta me dio una idea. —Te propongo algo: la próxima semana hay una feria automotriz fuera de la ciudad. Es un viaje de tres días, y me encantaría que me acompañaras. Ella arqueó una ceja, sorprendida. —¿Quiénes iríamos? —Buena pregunta. Solo había pensado en nosotros dos... si eso no te genera ningún conflicto. Firenze sonrió con cierto aire de picardía. —Tendría que revisar mi agenda. Mi jefe es muy exigente. Me reí ante su respuesta. La conversación continuó de manera ligera, fluyendo como nunca antes. Por primera vez, hablamos de temas que no tenían relación con el trabajo. Me sentí optimista, como si estuviéramos construyendo algo más allá de la relación profesional. Cuando llegamos a su casa, me sentí tentado a aprovechar el momento. La miré con intensidad, acercándome lentamente hacia ella, mi rostro buscando el suyo. Pero justo cuando pensé que podía besarla, se apartó bruscamente. —No puede ser... ¿qué hace aquí? Mi mirada siguió la suya, y lo vi: George, de pie frente a la puerta de su casa, esperándola como un perro fiel. —¿Quieres que te lleve a otro lugar? —le pregunté, tratando de ofrecerle una salida. —No, es mejor que enfrente esta situación de una vez. Sin embargo, antes de que ella saliera del auto, recordé algo importante. —Firenze, espera un momento. Mañana tenemos el cóctel con los representantes de la inmobiliaria Caracol. Es uno de nuestros clientes más importantes, y me gustaría que fueras conmigo. Ella pareció dudar un instante, pero asintió. —Claro, lo tenía en mi agenda. —Pensaba que podría pasar por ti a las cuatro de la tarde. Así revisamos juntos algunos puntos clave del evento antes de llegar. La idea parecía haberle agradado. —Está bien. Gracias, Anthony. —No tienes por qué agradecerme. Además, prefiero que no tengas que preocuparte por manejar. Así puedes concentrarte en lo importante. Ella me dedicó una leve sonrisa, aunque su mirada parecía desviarse hacia George, que esperaba impaciente frente a su puerta. —Nos vemos mañana, entonces. Vi cómo bajaba del auto y caminaba hacia él, aunque sus pasos carecían del entusiasmo que había mostrado minutos antes. George le dijo algo que no alcancé a escuchar, pero no me importó. Sabía que mañana tendría mi oportunidad de estar a solas con ella. El plan estaba en marcha.Al día siguiente, la mañana se arrastraba con una lentitud exasperante. A pesar del cúmulo de pendientes en mi escritorio, no lograba enfocarme. Había prestado demasiada atención al proyecto con Firenze, descuidando otros temas. Era momento de equilibrar mi atención, aunque mi mente regresaba una y otra vez a la noche anterior y a lo que podría ocurrir más tarde.Decidí salir a almorzar con Adam para ponerme al día en varios asuntos pendientes de la empresa. La comida se extendió más de lo planeado, y al volver me encontré con una sorpresa desagradable.—Silvy, ¿alguna novedad? —pregunté al pasar por su escritorio.—Sí, la novedad de siempre esperándote en tu oficina.Fruncí el ceño.—¿Cómo es posible? Te dije específicamente que no la dejaran pasar. Puede contactarme por teléfono, no tiene por qué interrumpir mi trabajo.—Vino con Gabrielle.Suspiré con frustración. Una vez más Katherine usaba a nuestra hija como escudo. Agradecí, sin embargo, que Firenze hubiera salido temprano ese
A pesar del gran avance que tuve con Firenze, la noche terminó con ella en su casa y yo en la mía. Moría de deseos por tenerla entre mis brazos, pero sabía que tenía que esperar. El momento debía ser perfecto, inolvidable, digno de ella. Ansiaba verla al día siguiente en la oficina: perderme en su mirada, embriagarme con el aroma de su cabello, dejarme envolver por su voz. Me sorprendía a mí mismo con estas sensaciones, tan juveniles, tan ajenas a mi forma habitual de ser. Desde la adolescencia me había acostumbrado a ver a las mujeres como compañías pasajeras, un desafío temporal que terminaba cuando lo consideraba conveniente. Había saltado de relación en relación, casi como un ritual de validación. Pero con Firenze, algo era distinto. Aun así, mis necesidades eran apremiantes. No podía permitirme cometer una imprudencia y saltar sobre ella antes de tiempo. Esa noche recurrí a mi agenda negra, una lista de mujeres que sabían exactamente lo que necesitaba, sin complicaciones. Sería
Llegamos al hotel para hacer nuestro registro. Era importante que cada uno tuviera su propia habitación, al menos en el papel, aunque mi intención desde el principio era compartir las noches con Firenze. Subimos juntos al ascensor con la indicación de encontrarnos a las diez de la mañana en el lobby para dirigirnos a la convención. Había planeado que cada uno estuviera en un piso diferente, así que Jonathan fue el primero en bajarse. Firenze y yo continuamos dos pisos más hasta llegar a mi habitación. La tensión entre nosotros era palpable, y yo estaba decidido a culminar lo que habíamos empezado en el avión. Cuando el ascensor se detuvo en su piso, opté por acompañarla hasta su habitación. —Anthony, acabamos de llegar… necesito darme una ducha —dijo, intentando sonar firme. No le dejé terminar. Tomé su cintura y la besé con la pasión contenida de meses. La manera en que sus labios me correspondían, la calidez de su piel bajo mis manos, todo en ella me invitaba a seguir. Bajamos de
Nos alistábamos para el vuelo de regreso cuando noté un cambio en el semblante de Firenze. Estaba distante, ensimismada, y el brillo que había iluminado sus ojos los últimos días parecía apagado. Quizá había revisado su celular. Tal vez George le había dejado algún mensaje. La idea hizo que un nudo incómodo se instalara en mi estómago. Me recordaba que, a pesar de la intensidad de lo que estábamos viviendo, Firenze seguía siendo joven e ingenua en ciertos aspectos, sobre todo si tenía cerca de un tipo como él. Un viejo lobo que había sabido entrar en su vida cuando ella era vulnerable. Intenté concentrar su atención en mí, pero algo dentro de ella se resistía. —¿Estás triste por regresar? —le pregunté, fingiendo un tono ligero—. Podríamos quedarnos el fin de semana, disfrutar un poco más. —No, debo volver a casa. —¿Pasa algo? ¿Hice algo que te molestara? —No, Tony, no es eso —respondió, conteniendo un suspiro—. Solo que... tengo que resolver algunas cosas. Estos días han sido
La carga de trabajo acumulada me llevó a acordar una reunión con Joseph Muñiz, el investigador del accidente, a la hora del desayuno para no afectar mi agenda laboral. Camino al encuentro, miré el celular una vez más: aún no había respuesta de Firenze.Al llegar, una voz familiar me sacó de mis pensamientos.—¡Anthony Walker! El mismísimo Anthony Walker. Me parece increíble esta coincidencia.Me giré hacia él y, entre el barullo del restaurante y el amanecer de la ciudad, el rostro de Joseph encajó en mi memoria. En el accidente, la confusión y la preocupación por Firenze no me habían permitido reconocerlo. Sin embargo, ahí estaba, una inesperada coincidencia.—¿Joseph? ¿Eres Joseph Morgan? —dije, sorprendido—. Claro, Muñiz es el apellido de tu mamá.—¡Amigo! Después de tantos años.Nos dimos un efusivo abrazo. Joseph había sido uno de mis mejores amigos de la infancia. Recordé que su madre, la señora Mary, era famosa en nuestro pueblo natal por ser la mejor repostera. Su talento la l
Llegando a la oficina, revisé mi celular buscando, en vano, una respuesta de Firenze. El vacío de su nombre en la pantalla me inquietaba. Hice el recorrido por la empresa junto a Joseph, pero en medio de nuestra caminata, noté la ausencia de Firenze en su escritorio. —¿Siempre tan activa? —comentó Joseph, mirando el espacio vacío. —Supongo —respondí con desinterés, aunque por dentro intentaba justificar aquella ausencia. En la sala de reuniones, me encontré con Adam y le comenté la posibilidad de incluir a Joseph en el equipo. Aunque su asentimiento fue inmediato, la ligera mueca en su rostro delataba una reserva que no expresó. Pero, al final del día, yo era el dueño de la empresa. Adam era un gerente eficiente, pero las decisiones importantes seguían siendo mías. De regreso en mi oficina, llamé a Silvy: —Silvy, recuérdame la agenda de hoy. —Tienes reuniones fuera toda la tarde, Anthony. —Luego, al notar la presencia de Joseph, agregó—: ¿Es él nuestro nuevo apoyo? —Sí, Si
Sus palabras resonaban en mi mente, especialmente aquella mención a su iniciación. La idea de que ese tipo hubiera tenido el privilegio de ser el primero me carcomía. ¿Por qué la vida no nos cruzó antes? De repente, noté cómo sus emociones escalaban. Firenze escondió el rostro entre las manos, intentando contener lo que sentía. Me acerqué, tomándolas con cuidado para descubrir su expresión. —Fire, mírame —dije suavemente—. Dame el placer de perderme en cada matiz de tus ojos… en el lunar de tu córnea izquierda que hace juego con el que tienes debajo de la boca. Mis dedos rozaron su mentón, obligándola a levantar la mirada. Firenze respiró hondo, recuperando el aliento. —Nadie había notado mi lunar. El de mi ojo. —Tal vez nadie te ha sabido mirar como yo. Entonces la atraje hacia mí, y ella no resistió. La besé, confirmando lo que ya sabía: Firenze era mía. Lo que teníamos podía superar cualquier historia, por confusa que fuera. La cena transcurrió entre pequeñas conversacione
Decidí no cuestionar a Firenze sobre el arreglo de flores que recibió. Esperaba que fuera ella quien tuviera la iniciativa de contármelo. Esa tarde, ambos teníamos reuniones fuera, lo que hizo imposible cruzarnos. Al día siguiente, no quedaba rastro del gesto romántico que había causado revuelo en la oficina, aunque los comentarios aún resonaban en los pasillos. —Oye, Tony, ¿supiste que tu flaquita tiene un vejete de galán? —dijo Brandon, entrando a mi oficina sin previo aviso. —Brandon, ya hablamos de ese tema. —Lo siento, hermano, pero no tienes oportunidad con ella. Lamento haberte alentado a que la conquistes. —Claro, porque yo necesito tus indicaciones para vivir mi vida. A ver, señor Brandon, ¿ya es hora de trabajar o todavía toca perder el tiempo en chácharas? —¡Ja! Veo que no estás de buen humor. Bueno, aquí tienes los informes de producción de la marca coreana. Aunque la situación me incomodaba, empecé a verla como una buena excusa para desviar cualquier sospecha sobre