Llegando a la oficina, revisé mi celular buscando, en vano, una respuesta de Firenze. El vacío de su nombre en la pantalla me inquietaba. Hice el recorrido por la empresa junto a Joseph, pero en medio de nuestra caminata, noté la ausencia de Firenze en su escritorio.
—¿Siempre tan activa? —comentó Joseph, mirando el espacio vacío. —Supongo —respondí con desinterés, aunque por dentro intentaba justificar aquella ausencia. En la sala de reuniones, me encontré con Adam y le comenté la posibilidad de incluir a Joseph en el equipo. Aunque su asentimiento fue inmediato, la ligera mueca en su rostro delataba una reserva que no expresó. Pero, al final del día, yo era el dueño de la empresa. Adam era un gerente eficiente, pero las decisiones importantes seguían siendo mías. De regreso en mi oficina, llamé a Silvy: —Silvy, recuérdame la agenda de hoy. —Tienes reuniones fuera toda la tarde, Anthony. —Luego, al notar la presencia de Joseph, agregó—: ¿Es él nuestro nuevo apoyo? —Sí, Silvy, te presento a Joseph. Nos ayudará con el análisis de datos. Estaba buscando a Firenze para que comenzara a asignarle su cartera de clientes. —Salió hace unos minutos. Pidió un transporte para Inmobiliaria Caracol. Me dijo que tenía una reunión sobre un proyecto nuevo. Ah, y Anthony, te recuerdo que en veinte minutos tienes que estar con los representantes de la marca coreana en el restaurante del hotel. Deberías apurarte. La información me dejó frío. Firenze estaba moviéndose con libertad, con independencia, y no me había avisado. Pero guardé la calma. —Gracias, Silvy. Joseph, quédate aquí. Firenze te avisará cuando regrese. Tengo que atender compromisos. Me marché a mi reunión con una sensación incómoda en el pecho. Intenté sacarla de mi mente, pero su silencio, esa falta de comunicación, empezaba a parecerme algo más que simple distancia. En el auto, antes de entrar al restaurante, le envié un mensaje: “Hola, chica. ¿Todo bien? No te vi en la empresa y no sé de ti hasta ahora. Empiezo a preocuparme.” La respuesta llegó al instante, pero no fue lo que esperaba: “Hola, Anthony. Lo siento, salí a una reunión. Se me ha juntado mucha carga de trabajo.” El mensaje, tan frío y tan formal, era un balde de agua helada. No parecía la misma mujer con la que compartí días apasionados apenas la semana pasada. Pero no me alarmé. Firenze no era una mujer fácil, y esa era parte de su encanto. La confianza entre nosotros no podía quebrarse tan fácilmente. La vería pronto, y cuando la tuviera enfrente, todo volvería a la normalidad. Al regresar a la empresa esa noche, todavía tenía la esperanza de encontrarla trabajando. Pero su sitio estaba vacío. De hecho, todo el piso estaba desierto, incluso el espacio de Silvy. Estaba a punto de irme cuando la vi salir del tocador. —Fire, ya no pensé verte hoy. Se giró, sorprendida, y su mirada fue un intento fallido de indiferencia. —Tony, es tarde... Solo vine a dejar las propuestas porque mañana tengo reuniones fuera. —¿Me estás excluyendo de esas reuniones? —pregunté, acercándome. —No es eso. Silvy me dijo que tenías la agenda llena… —Vi los folders en mi escritorio. ¿Por qué no esperaste a mañana para dármelos en persona? —Como te dije, tengo reuniones fuera. Sus respuestas eran cortantes, y yo notaba la lucha interna en su tono. Firenze quería mantenerme a raya, pero le costaba. No estaba listo para dejar que se alejara. —¿Tienes un par de minutos ahora? Será breve. —Es tarde, Anthony. —Tienes razón. Te llevo a tu casa y conversamos en el camino. —Ya pedí un taxi. —Es tarde —insistí con suavidad—. Lo más seguro es que te lleve yo. Se quedó en silencio, sin rechazar ni aceptar de inmediato, pero al final, asintió. Subió al auto con la mirada fija en la ventana, como intentando convencer a su reflejo de que aquella decisión no significaba nada. Durante el trayecto, el silencio se volvió insoportable. No quería abordar el tema del trabajo, no en ese momento. Firenze tenía la guardia alta, y era mejor jugar mis cartas con cuidado. Sin aviso, tomé un desvío. —Disculpa el desvío, necesito llenar combustible. Ella apenas asintió, todavía sumergida en aquel mutismo que se me antojaba una barrera entre nosotros. Miré de reojo su perfil, buscando alguna señal de aquella mujer ardiente que conocía. —¿Tienes hambre? —pregunté de pronto—. Conozco una pequeña trattoria por aquí, muy recomendable. —La verdad, no tengo mucho apetito. —¿Ni siquiera para un postre? —solté con ligereza—. He visto que tienen unas crepes flameadas que se ven prometedores. Vi cómo, por primera vez en todo el viaje, su mirada perdió algo de dureza. Lo noté: una pequeña chispa. Firenze tenía un paladar exigente para los postres. Recordé cómo en nuestro viaje había estudiado cada carta de dulces con un interés casi infantil. —Es tarde, Anthony… —murmuró, aunque sin demasiada firmeza. —Son solo unos minutos. —La miré de reojo, sonriendo—. Y créeme, las crepes valen la pena. Firenze suspiró, cruzando los brazos, pero ya no se negó. Lo que fuera que estuviera pasando con ella, no pensaba dejar que nos empujara al vacío. En el restaurante, le pedí al mozo que trajera una copa del mejor vino blanco de la casa. Firenze me miró de reojo, con una ceja arqueada. —¿Vas a beber? Estás manejando —me recriminó con ese tono firme que tanto me desarmaba. —No es para mí. —Sonreí—. Es para ti. Necesitas relajarte un poco. Firenze suspiró, resignada, y observó la copa cuando la dejaron en la mesa. No la tocó, pero tampoco la apartó. Aproveché el momento para tomarle las manos. —Confía en mí. Puedes contarme lo que sea. Dudó un instante, como si luchara entre soltarlo todo o seguir guardando sus pensamientos. Finalmente, bajó la mirada. —No lo sé, Anthony… La he pasado muy bien contigo, pero todo esto es muy confuso para mí. Tengo sentimientos encontrados. —Entiendo. Es difícil superar una relación en tan poco tiempo. —Sí, pero no es solo eso. Me cuesta confiar en las personas. Llegué a confiar tanto en George… y ahora él… —Se detuvo, con un nudo en la garganta—. Él no lo entiende. —¿Te ha buscado? —Sí, pero no lo recibí. No estoy lista para hablar con él. Tengo la sensación de que, para él, esto es solo una molestia pasajera. Como si no lo asimilara como el final. —Debe ser difícil, Firenze. Era una relación importante… —No solo eso. —Su voz bajó hasta convertirse en un susurro—. Yo estaba en un momento de cuestionamiento personal. Tenía dudas sobre mi vida… sobre mi carrera, y… sobre mí misma. Íntimamente. —Se detuvo de golpe—. No estoy lista para hablar de esto. —No tienes que hacerlo. —Apreté sus manos con suavidad—. Solo quiero decirte algo: eres una mujer demasiado especial para dejar que tu seguridad dependa de una relación.Sus palabras resonaban en mi mente, especialmente aquella mención a su iniciación. La idea de que ese tipo hubiera tenido el privilegio de ser el primero me carcomía. ¿Por qué la vida no nos cruzó antes? De repente, noté cómo sus emociones escalaban. Firenze escondió el rostro entre las manos, intentando contener lo que sentía. Me acerqué, tomándolas con cuidado para descubrir su expresión. —Fire, mírame —dije suavemente—. Dame el placer de perderme en cada matiz de tus ojos… en el lunar de tu córnea izquierda que hace juego con el que tienes debajo de la boca. Mis dedos rozaron su mentón, obligándola a levantar la mirada. Firenze respiró hondo, recuperando el aliento. —Nadie había notado mi lunar. El de mi ojo. —Tal vez nadie te ha sabido mirar como yo. Entonces la atraje hacia mí, y ella no resistió. La besé, confirmando lo que ya sabía: Firenze era mía. Lo que teníamos podía superar cualquier historia, por confusa que fuera. La cena transcurrió entre pequeñas conversacione
Decidí no cuestionar a Firenze sobre el arreglo de flores que recibió. Esperaba que fuera ella quien tuviera la iniciativa de contármelo. Esa tarde, ambos teníamos reuniones fuera, lo que hizo imposible cruzarnos. Al día siguiente, no quedaba rastro del gesto romántico que había causado revuelo en la oficina, aunque los comentarios aún resonaban en los pasillos. —Oye, Tony, ¿supiste que tu flaquita tiene un vejete de galán? —dijo Brandon, entrando a mi oficina sin previo aviso. —Brandon, ya hablamos de ese tema. —Lo siento, hermano, pero no tienes oportunidad con ella. Lamento haberte alentado a que la conquistes. —Claro, porque yo necesito tus indicaciones para vivir mi vida. A ver, señor Brandon, ¿ya es hora de trabajar o todavía toca perder el tiempo en chácharas? —¡Ja! Veo que no estás de buen humor. Bueno, aquí tienes los informes de producción de la marca coreana. Aunque la situación me incomodaba, empecé a verla como una buena excusa para desviar cualquier sospecha sobre
Llegó el viernes y, hasta ese momento, no había pensado en nada para justificar la reunión que inventé. Durante la semana, Firenze me estuvo pidiendo información y logré esquivar sus preguntas, justificándome en la falta de tiempo. Así que no pude esconder una sonrisa de satisfacción al verla acomodarse en el asiento del copiloto, aunque su rostro denotaba cierta incomodidad. La mentira del viaje de negocios había funcionado, pero ahora me tocaba el reto más difícil: convencerla de quedarse el fin de semana conmigo, en algún lugar no planeado. —¿Todo bien? —pregunté, rompiendo el silencio mientras tomaba la carretera. —Sí —respondió ella, sin mirarme—. Solo espero que la reunión realmente valga la pena. No es común que me pidan salir de la ciudad un viernes. Continué, sin saber exactamente cómo manejar la tensión. Mientras manejaba, recordé un bonito lugar rodeado de naturaleza, perfecto para desconectar de la ciudad. Me concentré en el camino, buscando un momento para cambiar el t
En el camino, me había percatado que Katherine me llamaba con insistencia. Le escribí pidiéndole que me escribiera por mensaje si se trataba de algo urgente, porque no podía atender llamadas, pero no respondió. Llegamos al club y, cuando estábamos por registrarnos, veo la respuesta de Katherine. Era Gabrielle, se encontraba en el hospital por una infección respiratoria. Pero eso no era todo, resultaba que ella también se encontraba fuera de la ciudad. Al parecer, se habían ido a hacer una visita a mis padres, y las horas de viaje más el clima frío le había sentado mal. Ahora tendría que viajar toda la noche para ver a mi hija. Resignado, veía cómo se me escapaba de las manos una nueva oportunidad de reconectarme con Firenze. Realmente me sentía frustrado por no haber podido compensar lo de su cumpleaños, por perder terreno frente a esta decisión de vida que se le presentaba, pero no podía descuidar a Gabrielle. —Lo siento, Fire. Realmente tenía otras expectativas para este fin d
Intentando calmarme, me concentré en la siguiente reunión. El zumbido constante en mi mente no me dejaba en paz, pero me obligué a respirar profundamente y enfocarme. Había olvidado que tenía un almuerzo con dos de los representantes coreanos hasta que Grace ingresó a mi oficina con su habitual elegancia. —Disculpa, Anthony, ya queda poco para la reunión con los coreanos y no me informaron dónde sería —dijo con una leve inclinación de cabeza, que parecía una mezcla perfecta de cortesía y profesionalismo. —Grace, lo siento. De hecho, yo tampoco lo sé. Déjame consultar con Silvy, quien hizo toda la programación. —Está bien, estaré lista en recepción —respondió, siempre discreta. —Mejor vayamos saliendo. Quizá el chofer ya nos está esperando. Era la primera vez que me encontraba a solas con Grace, y no pude evitar fijarme en detalles que antes habían pasado desapercibidos. Su piel lucía impecable, como si irradiara suavidad, y su perfume ligero parecía fundirse con el aire, dej
La llevé al límite. La subestimé, a pesar de todas sus advertencias. Creí que la había roto lo suficiente como para tenerla nuevamente a mi merced, pero solo estaba jugando, y al parecer, iba a ganar la partida. Después de todos estos años, había logrado lo que ninguna otra pudo: hacer que me sintiera tan seguro a su lado que bajé completamente la guardia. Siempre supe que era diferente; por eso la elegí como mi esposa, como la mujer con quien quería pasar el resto de mis días. Y así hubiera sido, si su inteligencia no la hubiera llevado a descubrir todos mis secretos, a indagar en mis errores y a ver que no soy la imagen que construí para ella. No pueden culparme por no amar como el resto. No es mi culpa que no pueda sentir como mi padre amaba a mi madre, o como mi hermano ama a su esposa. Pero sé que soy capaz de amar, porque amo a mis hijos, al menos a los que tuve con ella. Ahora siento una angustia que nunca antes había experimentado. ¿Qué va a pasar con ellos después de todo e
Firenze y yo tenemos historia. La conocí cuando recién terminaba la universidad. Tenía apenas 21 años, pero actuaba como si ya conociera los secretos del mundo. Ese tipo de seguridad juvenil siempre me había resultado irritante. Cuando entró por primera vez a mi oficina, con su ropa impecable y una sonrisa contenida, sentí una punzada de fastidio.—Buenas tardes, señor Anthony. Me pidieron que suba.No levanté la vista de inmediato. Dejé que el silencio se estirara mientras revisaba un correo inexistente en mi pantalla. Quería ver si esa confianza se desmoronaba. Pero cuando finalmente la miré, seguía allí, sin moverse, los ojos fijos en mí como si nada la intimidara.—¿Sabes quién soy?—Sí, es el jefe de finanzas.No pude evitar arquear una ceja.—El gerente de finanzas , en realidad. Pero no importa. Me dijeron que tienes un cliente nuevo con una idea que insistes en que evaluemos.Firenze asintió, sin tartamudeos, sin disculpas. En cambio, abrió la carpeta que llevaba consigo y emp
Hace unos años, compartía departamento con mi hermano menor, Dylan, y nuestro primo Robert. Dylan estaba terminando la universidad, yo acababa de empezar mi maestría, y Robert cursaba algunos estudios. Teníamos un pacto implícito: aquel espacio sería un templo para nuestra soltería. Ninguno de nosotros tenía planes de compromisos serios, y nos sentíamos orgullosos de ello. Dylan, sin embargo, complicó las cosas. Aunque mantenía contacto con Angela, su novia de la adolescencia, conoció a Sophie, la "Yoko Ono" de nuestro círculo. Sophie era dulce, sí, pero demasiado pegajosa para mi gusto. Parecía un cachorro perdido que había encontrado refugio en nuestro departamento. Comenzó a frecuentarnos tanto que, antes de darnos cuenta, prácticamente vivía con nosotros. Sin embargo, Sophie no ignoraba el estilo de vida que llevábamos Robert y yo. Vampiros sociales, nos dedicábamos a la cacería cada fin de semana, acumulando conquistas y deslices. Una noche incluso organizamos una orgía en la