Vox Populi

De regreso en el auto, encuentro la tarjeta que me dio el tipo que me chocó. La guardo sin mirarla; no tenía intenciones de llamarlo. Podía costear los arreglos del auto sin problemas. Mientras manejo, mi mente divaga hasta que el camino me lleva al viejo departamento. Sería mi última noche allí. Ya tenía las llaves de mi nuevo lugar. No estaba completamente equipado, pero contaba con lo esencial para vivir. Solo necesitaba empacar unas pocas cosas más y estaría listo.

Al entrar, el ambiente me recibe con una sensación familiar, aunque cargada de tensión.

—¿Te vas de viaje, Tony? —La voz de Katherine me sorprende. Me esperaba, como siempre, dentro de mi casa.

—¿Y Gabrielle? —pregunto, eludiendo su comentario mientras dejo las llaves sobre la mesa.

—Está en el cuarto, durmiendo.

—No la traje. Hoy se quedó dormida temprano.

Resoplo. —Entonces, ¿cuál es el motivo de tu visita?

—Quería conversar, saber qué te tiene tan ocupado últimamente. —Sus ojos recorren las cajas que había empacado. Su tono se endurece—. ¿Te vas a mudar?

—Estoy trabajando, Katherine. Para que a mi hija y a ti no les falte nada.

—A nosotras nos falta el hogar que soñé a tu lado.

—Por favor, ya hemos hablado de esto antes. Intenté por Gabrielle, pero no funcionó.

—Pero funcionó la otra noche cuando me quedé en tu cama. No parecías tan reacio a intentarlo.

—Katherine, no confundas las cosas. Ya sabes cómo soy. No puedes ilusionarte por esas situaciones. Es mejor que no se repitan.

—¿Situaciones? —Su tono se eleva, dolido y acusador—. ¿Así le llamas a hacer el amor conmigo? Tony, te conozco. Sé que cuando tienes la cabeza caliente por alguna chica nueva, te alejas de mí. Pero cuando te das cuenta de que no va a funcionar, siempre regresas a mis brazos.

Sus palabras me abruman. Katherine tenía una habilidad inquietante para desenterrar viejos reproches, pero esta vez su discurso me parecía tan absurdo como desgastado.

Nuestra relación siempre fue un campo minado, una constante lucha de fuerzas. Yo dejé claras mis intenciones desde el principio: no deseaba compromisos, y mucho menos hijos. Lo hablamos tantas veces que llegué a creer que lo entendía. Pero Katherine nunca aceptó mis términos. En cambio, se propuso torcerlos.

—Algún día cambiarás de opinión, Anthony. Estoy segura de que querrás una familia.

—Quizá, pero no ahora. Y si ese momento llega, no será contigo, Katherine.

Pensé que lo había dejado claro, pero ella tenía sus propios planes.

Cuando me confesó que estaba embarazada, reconocí en sus ojos la misma determinación que había visto en Sophie años atrás. Dylan y Sophie enfrentaron su embarazo como una pareja unida. Mi hermano dejó todo por ella: su viaje, sus sueños de independencia. Sophie, a su vez, renunció a su libertad para formar una familia. Aunque al principio fue caótico, terminaron consolidando una relación sólida y estable.

Katherine creyó que ese sería nuestro destino. Que yo también lo dejaría todo por ella.

Por aquel entonces, estaba saliendo con una mujer que me tenía completamente embelesado. Su estilo era vibrante, seguro, y me encantaba lo despreocupada que era. Era todo lo que Katherine no era: ligera, divertida, sin exigencias. Nuestras noches juntos eran intensas, y había algo en su risa, en la forma en que su perfume quedaba en mi almohada, que me hacía olvidarme de cualquier otra cosa.

Esa noche llegué a casa después de uno de nuestros encuentros. Todavía podía sentir el aroma de ella en mi ropa. Pero al abrir la puerta, encontré a Katherine en mi habitación. Su maquillaje estaba corrido, sus ojos hinchados por el llanto, y en su mano sostenía una prueba de embarazo.

—¿Qué es esto?

—Nuestra oportunidad de ser una familia, Tony.

El aire se escapó de mis pulmones. Todo lo que había construido, mi independencia, mi estilo de vida, parecía tambalearse frente a sus expectativas.

—Esto no cambia nada, Katherine. Sabes que no quería esto.

—¡No importa lo que tú querías! Gabrielle viene en camino, y no voy a criarla sola.

Aunque amaba a mi hija desde el momento en que nació, la relación con Katherine siguió siendo un caos. Ella ignoraba deliberadamente mi rechazo y continuaba invadiendo mi vida. Incluso sabía que yo salía con otras mujeres mientras ella se aferraba a la idea de que algún día "entraría en razón".

Pero yo nunca fui Dylan, y ella nunca fue Sophie.

Ahora, años después, Katherine seguía aferrándose a una fantasía.

—Katherine, siempre supiste cómo eran las cosas entre nosotros. No voy a cambiar.

Entonces no te importa que Gabrielle llame "papá" a otro hombre.

—Basta. No digas estupideces. Gabrielle es mi hija. Nunca la he descuidado.

—Verla una vez por semana es casi lo mismo que abandonarla.

—Sabes que soy un hombre ocupado.

—¿Ocupado? Ya me enteré de tu nueva conquista. Creíste que podías mantenerlo en secreto, pero yo siempre me entero de todo.

Mi cuerpo se tensa. Por supuesto que se había enterado. Katherine siempre encontraba la forma de meterse en mis asuntos, y esta vez no sería diferente.

—¿Qué estás diciendo?

—Firenze, Anthony. Sé todo sobre ella.

Sus palabras caen como una bomba. Mi mente busca desesperadamente una salida, pero estoy atrapado. Katherine me observa con una sonrisa amarga, disfrutando de mi incomodidad.

—¿Qué? ¿No vas a negarlo?

Me siento acorralado, como un animal enjaulado. El silencio entre nosotros se vuelve tan denso que apenas puedo respirar.

-No sé de lo que hablas Katherine. Estas visitas a mi casa se van a terminar. No tiene sentido que vengas si no es con Gabrielle.

Se acerca, sus manos rozando las mías, buscando algo que ya no estoy dispuesto a darle. Me aparto con firmeza.

—Por favor, Katherine, no te humilles. No es un buen momento para lidiar contigo. El trabajo me tiene muy tenso y necesito descansar. Si no has venido en auto te puedo llevar a tu casa.

—¿Me estás corriendo? No necesito tu falsa cortesía, Tony. Me iré ya, siempre te ha importado más tu libertad que tu hija o yo. Pero no te preocupes, pronto te darás cuenta de lo que perdiste. Por cierto, saldré de viaje con Gabrielle mañana temprano, así que no te molestes en pasar por ella.

Como siempre, usaba a mi hija para disgustarme. Pero esta vez ese berrinche me daba tiempo para culminar con mi mudanza sin que anduviera husmeando y plantear una estrategia para mantenerla alejada de mi empresa.

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