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VI. El héroe de la noche

—¿Acaso no sabes que solo puedes ocupar un carril? ¿Dónde aprendiste a manejar? —gruñó el hombre, saliendo de su auto con aire de superioridad.

—¿De qué rayos hablas? Tú me chocaste. ¿Firenze, estás bien? —pregunté, ignorando su desplante mientras giraba hacia ella.

—Esta es una vía rápida. No puedes hacer esas maniobras y reducir la velocidad, así como así. Escucha, creo que ambos fuimos imprudentes. Tengo que llegar al aeropuerto, pero aquí tienes mi tarjeta. Llámame y arreglamos esto en otro momento —dijo apresurado, como si sus palabras fueran la única conclusión válida.

Tomé la tarjeta, sin mucho interés en sus justificaciones. Mi prioridad era Firenze. Aunque el golpe no parecía grave, ella se tocaba la frente con evidente molestia.

—Me duele. Creo que me saldrá un moretón —dijo en voz baja.

—Lo siento mucho, Firenze. No sé por qué me distraje... —mentí. En el fondo sabía exactamente por qué: el roce fugaz de su presencia, el vaivén de su aroma, me habían desviado del camino. Ahora, debía transformar mi error en una oportunidad—. Iremos al hospital.

—No es necesario. De verdad, no fue tan grave.

—No es una pregunta, Firenze. Claro que es necesario.

En el trayecto, trataba de no mirar demasiado su perfil lastimado. Mis pensamientos giraban en torno a la manera en que esta situación podría acercarnos más. Había una posibilidad latente, y no la iba a desaprovechar.

Llegamos al hospital y, mientras completaba los formularios en recepción, noté a Firenze escribiendo mensajes en su celular con un gesto concentrado.

—¿Necesitas que me comunique con tu familia? —pregunté, intentando sonar despreocupado.

—No es necesario, están fuera de la ciudad y no quiero preocuparlos.

Era obvio que no se trataba de su familia. Seguramente le estaba avisando al novio. Ese pensamiento despertó una incomodidad inexplicable, pero no dejé que se notara.

—Entiendo —respondí, tratando de mantener la compostura—. Pero deberías descansar hasta que te revisen. No creo que sea buena idea estar usando el celular ahora.

Ella me lanzó una mirada curiosa, pero no discutió. Minutos después, un enfermero nos condujo a un espacio privado. Tras una revisión inicial, el hombre me dirigió una sonrisa amistosa.

—Todo parece estar bien con su esposa, señor. No se preocupe.

—No somos...

—Me alegra escuchar eso. Me sentía muy culpable por lo ocurrido —lo interrumpí, manteniendo la compostura.

Firenze iba a corregirlo, pero noté un leve sonrojo en su rostro. Su incomodidad no era suficiente para que insistiera, así que decidí usarlo a mi favor.

—¿Por qué habrá pensado que somos esposos? —preguntó, medio divertida, cuando el enfermero salió.

—Claramente hacemos una buena pareja... de trabajo, indudablemente —respondí, mirándola con una sonrisa que buscaba complicidad.

Ella rió suavemente y bajó la mirada. Aproveché el momento para tantear su situación actual.

—Entonces, si tus padres no estarán en la ciudad, ¿quién cuidará de ti hoy? No creo que sea buena idea que te quedes sola.

—Sí, lo sé. Supongo que debería avisarle a mi novio que… —dijo, dejando la frase en el aire.

No era la respuesta que quería escuchar.

—No, no. Se trata de descansar, no de pasar una noche apasionada —respondí, dejándome llevar por un tono más atrevido de lo que planeaba.

Sus ojos chispearon con algo que no pude definir del todo: ¿molestia? ¿picardía? No lo sabía, pero estaba claro que mi comentario no había pasado desapercibido.

—Veo que delaté tus planes —añadí, con un intento de salvar la conversación.

—No es eso —dijo, jugando con un mechón de su cabello—. Es solo que teníamos planes para hoy y quizá deba avisarle que será mejor cancelarlos.

La posibilidad de arruinar una cita con su novio me dio una extraña satisfacción.

—Me imagino. Es viernes. Y esos planes, ¿eran algo que se pudiera compartir?

—Íbamos a ir al teatro. Hay un musical basado en rock clásico que está muy recomendado.

—¿Te gusta el teatro? —pregunté, genuinamente interesado.

—No solo me gusta. Fui parte del elenco teatral de la universidad. De hecho, era mi primera opción profesional, pero terminé estudiando diseño por razones prácticas. Algunos amigos del elenco están en esta obra.

—Debo confesar que estoy desconectado de la agenda cultural. Supongo que estoy más atento a los estrenos de cine y conciertos. Lamento haber arruinado tu noche de teatro.

—No digas eso. Hay muchas formas de pasarla bien un viernes por la noche, incluso quedándose en casa... con una contusión.

Su tono, cargado de un matiz sugerente, me dejó claro que no todo estaba perdido.

El médico entró a revisarla, interrumpiendo el momento. Aunque la evaluación no encontró señales de peligro, recomendó algunos exámenes para descartar cualquier problema. Una silla de ruedas apareció poco después, y me encargaron conducirla hacia la sala de exámenes.

Me sentía cómodo a su lado, casi demasiado. Pero mi burbuja se rompió cuando una voz masculina, grave y autoritaria, rompió el aire.

—¡Fire, Fire! Ya estoy aquí. ¿En qué te problema te metiste ahora niña traviesa?

Ella giró rápidamente hacia él, su rostro iluminado por una mezcla de sorpresa y alivio.

—George, no pensé que llegarías tan rápido.

—Ya había salido de la oficina cuando me escribiste. Disculpa, yo me encargo desde acá.

George extendió una mano hacia Firenze con una naturalidad casi desinteresada, como si fuera lo más lógico asumir el control de la situación.

—Anthony Walker, jefe de Firenze —me presenté, aunque no recibió más que un gesto breve como respuesta.

Este hombre no era una amenaza convencional. No intentaba imponerse ni declararse como su protector; su calma le daba un aire de superioridad molesta, como si considerara innecesario validar su papel en la vida de Firenze. Sin embargo, esa misma actitud despreocupada comenzaba a irritarme.

—Fire, voy a dejar todo resuelto en la recepción. Me escribes para contarme cómo te sientes, ¿de acuerdo? Y si necesitas tomarte el lunes libre…

—No creo que sea necesario. Me siento bien.

—Muy bien. Entonces nos vemos el lunes. Cuídate y, ya sabes, a descansar.

—Claro, Anthony, gracias por todo —respondió Firenze, dedicándome una sonrisa amable.

Incliné la cabeza levemente, ignorando a George, y me acerqué para besar la mejilla de Firenze con una familiaridad natural. Sabía que él estaba observando, y aunque no mostrara celos, la interacción no dejó de incomodarlo.

Mientras me alejaba, escuché cómo George se inclinaba hacia ella y murmuraba algo en tono privado, lo suficientemente bajo como para que no lo captara por completo. Era un hombre que prefería actuar desde la sombra, y eso solo reforzó mi determinación: este tipo no estaba al nivel de ella. No importaba si se hacía pasar por un caballero casual; eventualmente, Firenze se daría cuenta de quién era realmente su mejor opción.

Por supuesto, el hombre era un fantoche. Ese aire protector que intentaba transmitir, combinado con la torpeza de alguien que trata de aferrarse a una juventud que ya no le pertenece, era casi cómico. "Niña traviesa". El término resonó en mi mente con una mezcla de incredulidad y disgusto. Firenze no era una niña. Era una mujer de una profundidad y madurez que George jamás entendería. ¿Eso era todo lo que él veía en ella? Un fetiche envuelto en una cara bonita. Patético.

Me pregunté si incluso él lo sabía, si ese aire de protector casual no era más que una fachada para ocultar su inseguridad. Mientras recordaba cómo había posado sus manos sobre los hombros de Firenze, noté que no era un gesto romántico ni posesivo; simplemente parecía... nervioso. Como si estuviera a la defensiva frente a mí, aunque se esforzara en ocultarlo.

Mientras pagaba, recordé cómo había deslizado sus manos sobre sus hombros en un intento transparente de marcar territorio frente a mí. Esa inseguridad disfrazada de autoridad me hizo sonreír. No era necesario esforzarse tanto cuando, en el fondo, él también sabía que no tenía lo que se necesita para mantener a alguien como Firenze a su lado.

En contraste, nuestras conversaciones durante el trayecto al hospital me habían mostrado aún más de ella. Su inteligencia, sus intereses, su carisma. Firenze no solo era hermosa; era una mujer con sueños, pasiones, y una madurez que no correspondía a su edad. George no podría entender eso, y menos aún estar a la altura de lo que ella realmente necesitaba.

Antes de salir, volví a recordar mi despedida: "Te veo pronto". Unas palabras cargadas de sarcasmo dirigidas a él, pero también una declaración para mí. Firenze no pertenecía a nadie, y ese aire de posesión que George intentaba imponer solo hacía más evidente que su relación no sería eterna.

Cuando atravesé las puertas del hospital, una sonrisa apenas perceptible se dibujó en mi rostro. Esta noche, a pesar de todo, yo seguía siendo el héroe de su historia, y, más temprano que tarde, Firenze lo sabría.

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