Llegamos al hotel para hacer nuestro registro. Era importante que cada uno tuviera su propia habitación, al menos en el papel, aunque mi intención desde el principio era compartir las noches con Firenze. Subimos juntos al ascensor con la indicación de encontrarnos a las diez de la mañana en el lobby para dirigirnos a la convención. Había planeado que cada uno estuviera en un piso diferente, así que Jonathan fue el primero en bajarse.
Firenze y yo continuamos dos pisos más hasta llegar a mi habitación. La tensión entre nosotros era palpable, y yo estaba decidido a culminar lo que habíamos empezado en el avión. Cuando el ascensor se detuvo en su piso, opté por acompañarla hasta su habitación. —Anthony, acabamos de llegar… necesito darme una ducha —dijo, intentando sonar firme. No le dejé terminar. Tomé su cintura y la besé con la pasión contenida de meses. La manera en que sus labios me correspondían, la calidez de su piel bajo mis manos, todo en ella me invitaba a seguir. Bajamos del ascensor sin despegar nuestros cuerpos, guiados por el deseo hasta la puerta de su habitación. Apenas la cerramos, mis manos ya recorrían su cuerpo, desvistiendo cada capa que me impedía sentirla completamente. Con cada prenda que caía, la tensión se transformaba en puro fuego. Su piel erizada bajo mis caricias era la confirmación de que Firenze también me deseaba tanto como yo a ella. La llevé a la cama y la tumbé con una firmeza que contrastaba con la suavidad con la que recorría su cuerpo con mis labios. El momento se sentía como la culminación de un sueño largamente esperado. Me dejé llevar por el placer intenso y la sensación de tenerla finalmente para mí. Sin embargo, el deseo que había acumulado durante tanto tiempo me jugó una mala pasada. La embestí con pasión, pero perdí el control de mi cuerpo demasiado pronto. La explosión me alcanzó antes de tiempo, dejándome paralizado entre la satisfacción y la incredulidad. Noté la sorpresa en el rostro de Firenze. Apenas habíamos comenzado, y ella ni siquiera había alcanzado el clímax. La incomodidad me invadió. —Lo siento… No sé qué me pasó. Creo que te deseaba tanto que no pude controlarme —dije, con genuina frustración. Firenze me miró con una mezcla de ternura y complicidad. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios. —Te lo dije, necesitábamos descansar —respondía con dulzura. Esa respuesta, lejos de incomodarme, me llenó de alivio. Mientras ella se levantaba con elegancia de la cama, no pude evitar contemplarla: su figura desnuda, su piel aún encendida por el momento compartido. Acaricio sus hombros con la intención de prolongar el instante, pero Firenze tenía otros planes. —Voy a darme un baño —dijo con un tono sugerente que era más una invitación que una declaración. No dudé ni un segundo. La seguí al baño, dispuesto a resarcirme y a explorar todo lo que ella podía ofrecerme. Esto apenas comenzaba, y yo estaba decidido a que Firenze descubriera el placer que solo yo podía darle. Esas primeras horas de la mañana fueron un torbellino de placer. Firenze era insaciable, una fuerza indomable que me tenía completamente rendido. En cuestión de horas, complacerla se había convertido en una necesidad vital. Cada vez que la llevaba al clímax parecía aún más hambrienta, como si estuviera dispuesta a devorarme entero. No quería que el momento terminara, pero estábamos allí por razones laborales, y había que mantener el equilibrio. Al final, logré dejarla en un estado de nirvana absoluto. —No te quedes dormida —le dije, acariciando suavemente su mejilla mientras ella me miraba con ojos entrecerrados, extenuada pero satisfecha—. Nos vemos abajo en unos minutos. Volví a mi habitación, me duché rápidamente, y me vestí con el entusiasmo renovado de quien acaba de experimentar algo sublime. Tomé mi tableta electrónica y bajé al lobby, siendo el primero en llegar. No pasó mucho tiempo antes de que apareciera Jhonatan, luciendo algo agitado. —Lo siento, jefe. Tuvimos algunos inconvenientes con el desaduanaje de unas piezas de repuesto y eso me demoró. Pero no se preocupe, ya lo estamos resolviendo. —Entiendo. De cualquier modo, aún tenemos que esperar a Firenze. —Ah, ya sabe, las mujeres siempre se toman su tiempo para estar listas. —Sí, es cosa de mujeres —respondí, esbozando una sonrisa que ocultaba perfectamente las verdaderas razones de su demora. Poco después, Firenze apareció. Su porte sereno, la elegancia con la que caminaba, y su sonrisa tranquila eran impecables. Nadie podría imaginar la vorágine de pasión que habíamos compartido apenas unas horas antes. Esa dualidad suya, esa capacidad de mantener la compostura, me resultaba fascinante. Incentivaba aún más mi obsesión por ella. Nos dirigimos a la convención, y la tarde resultó sorprendentemente productiva. Identificamos nuevas oportunidades de negocio, contactamos con clientes potenciales y discutimos estrategias con proveedores clave. La conexión profesional con Firenze era impecable, casi tanto como nuestra conexión física. Apenas era el primer día del viaje y ya sentía que ella podía ocupar un lugar especial en mi vida, aunque todavía era pronto para saberlo con certeza. Para cerrar la tarde, decidimos ir a cenar a un restaurante muy recomendado en la ciudad. Mientras discutíamos los resultados del día, Jhonatan recibió una llamada urgente. Su expresión cambió inmediatamente. —¿Aún no han resuelto el tema? —preguntó con el ceño fruncido—. No podemos esperar a que regrese. Cada día nos genera un sobrecosto... Tiene que haber otra forma. —¿Qué sucede, Jhonny? ¿Todo bien? —pregunté, consternado. —Es el proveedor de los repuestos que mencioné antes. Puso una clave de seguridad para el desaduanaje asociada únicamente a mi firma. —Pero ahora hay firmas digitales —intervino Firenze con lógica. —Así es, pero el proveedor olvidó autorizar esa opción. La agencia de desaduanaje insiste en que debo firmar en persona. —¿No hay otra solución? —insistí. —Lo intenté, jefe, pero no hay alternativa. Voy a tener que adelantar mi regreso. Los sobrecostos por almacenamiento son demasiado altos. —Habla con Silvy para que coordine tu vuelo —respondí, resignado pero, en el fondo, con una satisfacción oculta. Esto estaba saliendo mejor de lo que esperaba. Con Jhonatan regresando esa misma noche, Firenze y yo tendríamos los próximos dos días completamente para nosotros. La posibilidad de estar a solas, sin restricciones, me llenaba de anticipación. Nos despedimos de Jhonatan en el lobby y, finalmente, Firenze y yo regresamos a nuestra habitación. Esa noche, nuestros cuerpos se buscaron con una intensidad renovada. Exploramos todas las posiciones posibles, y hasta algunas que no creía factibles. Firenze era pura sensualidad. Su boca recorriendo mi cuerpo era un estímulo indescriptible, especialmente cuando se dedicaba a mi zona más íntima. Mis manos se enredaban en su cabello, buscando profundizar sus movimientos, pero la realidad era que no tenía control alguno. Ella me dominaba, completamente a su merced. —¿Así serán los días siguientes? —me pregunté, mientras me dejaba llevar por el éxtasis. Pero la verdad fue que los días que siguieron superaron todas mis expectativas. Firenze era un huracán, y yo estaba dispuesto a dejarme arrasar. Era nuestra última noche. Firenze tomaba una ducha mientras yo revisaba y respondía algunos correos desde mi tableta. La habitación aún conservaba el aroma de nuestras horas de pasión; cada rincón parecía impregnado de ella. De pronto, el celular de Firenze empezó a vibrar sobre la mesa de noche. Miré la pantalla: era George. Una punzada de celos y frustración recorrió mi cuerpo. No iba a permitir que ese hombre interfiriera en lo que habíamos construido en tan poco tiempo. Rechacé la llamada. Segundos después, el teléfono volvió a vibrar con insistencia, como si ese tal George se resistiera a ser ignorado. Esta vez, lo silencié por completo. Firenze no tenía que saber nada. No ahora. Mientras guardaba mi tableta, mi mente ya estaba trazando el siguiente paso. Al regresar a casa, lo primero que haría sería contactar al investigador que tenía en mente. Necesitaba más información sobre ese hombre, sobre su relación con ella, sobre cualquier cosa que pudiera convertirse en un obstáculo. Firenze ya era mía, pero no estaba dispuesto a dejar ningún cabo suelto. Haría todo lo necesario para consolidar nuestra relación. Nadie, y mucho menos George, arruinaría lo que apenas comenzábamos a construir. La puerta del baño se abrió, y Firenze salió envuelta en vapor, su cabello húmedo cayendo sobre sus hombros. Me sonrió, completamente ajena al pequeño terremoto que había sacudido mis pensamientos. Esa sonrisa, esa mujer, era todo lo que necesitaba. Con una determinación renovada, me acerqué a ella. No importaba lo que tuviera que hacer; Firenze sería completamente mía.Nos alistábamos para el vuelo de regreso cuando noté un cambio en el semblante de Firenze. Estaba distante, ensimismada, y el brillo que había iluminado sus ojos los últimos días parecía apagado. Quizá había revisado su celular. Tal vez George le había dejado algún mensaje. La idea hizo que un nudo incómodo se instalara en mi estómago. Me recordaba que, a pesar de la intensidad de lo que estábamos viviendo, Firenze seguía siendo joven e ingenua en ciertos aspectos, sobre todo si tenía cerca de un tipo como él. Un viejo lobo que había sabido entrar en su vida cuando ella era vulnerable. Intenté concentrar su atención en mí, pero algo dentro de ella se resistía. —¿Estás triste por regresar? —le pregunté, fingiendo un tono ligero—. Podríamos quedarnos el fin de semana, disfrutar un poco más. —No, debo volver a casa. —¿Pasa algo? ¿Hice algo que te molestara? —No, Tony, no es eso —respondió, conteniendo un suspiro—. Solo que... tengo que resolver algunas cosas. Estos días han sido
La carga de trabajo acumulada me llevó a acordar una reunión con Joseph Muñiz, el investigador del accidente, a la hora del desayuno para no afectar mi agenda laboral. Camino al encuentro, miré el celular una vez más: aún no había respuesta de Firenze.Al llegar, una voz familiar me sacó de mis pensamientos.—¡Anthony Walker! El mismísimo Anthony Walker. Me parece increíble esta coincidencia.Me giré hacia él y, entre el barullo del restaurante y el amanecer de la ciudad, el rostro de Joseph encajó en mi memoria. En el accidente, la confusión y la preocupación por Firenze no me habían permitido reconocerlo. Sin embargo, ahí estaba, una inesperada coincidencia.—¿Joseph? ¿Eres Joseph Morgan? —dije, sorprendido—. Claro, Muñiz es el apellido de tu mamá.—¡Amigo! Después de tantos años.Nos dimos un efusivo abrazo. Joseph había sido uno de mis mejores amigos de la infancia. Recordé que su madre, la señora Mary, era famosa en nuestro pueblo natal por ser la mejor repostera. Su talento la l
Llegando a la oficina, revisé mi celular buscando, en vano, una respuesta de Firenze. El vacío de su nombre en la pantalla me inquietaba. Hice el recorrido por la empresa junto a Joseph, pero en medio de nuestra caminata, noté la ausencia de Firenze en su escritorio. —¿Siempre tan activa? —comentó Joseph, mirando el espacio vacío. —Supongo —respondí con desinterés, aunque por dentro intentaba justificar aquella ausencia. En la sala de reuniones, me encontré con Adam y le comenté la posibilidad de incluir a Joseph en el equipo. Aunque su asentimiento fue inmediato, la ligera mueca en su rostro delataba una reserva que no expresó. Pero, al final del día, yo era el dueño de la empresa. Adam era un gerente eficiente, pero las decisiones importantes seguían siendo mías. De regreso en mi oficina, llamé a Silvy: —Silvy, recuérdame la agenda de hoy. —Tienes reuniones fuera toda la tarde, Anthony. —Luego, al notar la presencia de Joseph, agregó—: ¿Es él nuestro nuevo apoyo? —Sí, Si
Sus palabras resonaban en mi mente, especialmente aquella mención a su iniciación. La idea de que ese tipo hubiera tenido el privilegio de ser el primero me carcomía. ¿Por qué la vida no nos cruzó antes? De repente, noté cómo sus emociones escalaban. Firenze escondió el rostro entre las manos, intentando contener lo que sentía. Me acerqué, tomándolas con cuidado para descubrir su expresión. —Fire, mírame —dije suavemente—. Dame el placer de perderme en cada matiz de tus ojos… en el lunar de tu córnea izquierda que hace juego con el que tienes debajo de la boca. Mis dedos rozaron su mentón, obligándola a levantar la mirada. Firenze respiró hondo, recuperando el aliento. —Nadie había notado mi lunar. El de mi ojo. —Tal vez nadie te ha sabido mirar como yo. Entonces la atraje hacia mí, y ella no resistió. La besé, confirmando lo que ya sabía: Firenze era mía. Lo que teníamos podía superar cualquier historia, por confusa que fuera. La cena transcurrió entre pequeñas conversacione
Decidí no cuestionar a Firenze sobre el arreglo de flores que recibió. Esperaba que fuera ella quien tuviera la iniciativa de contármelo. Esa tarde, ambos teníamos reuniones fuera, lo que hizo imposible cruzarnos. Al día siguiente, no quedaba rastro del gesto romántico que había causado revuelo en la oficina, aunque los comentarios aún resonaban en los pasillos. —Oye, Tony, ¿supiste que tu flaquita tiene un vejete de galán? —dijo Brandon, entrando a mi oficina sin previo aviso. —Brandon, ya hablamos de ese tema. —Lo siento, hermano, pero no tienes oportunidad con ella. Lamento haberte alentado a que la conquistes. —Claro, porque yo necesito tus indicaciones para vivir mi vida. A ver, señor Brandon, ¿ya es hora de trabajar o todavía toca perder el tiempo en chácharas? —¡Ja! Veo que no estás de buen humor. Bueno, aquí tienes los informes de producción de la marca coreana. Aunque la situación me incomodaba, empecé a verla como una buena excusa para desviar cualquier sospecha sobre
Llegó el viernes y, hasta ese momento, no había pensado en nada para justificar la reunión que inventé. Durante la semana, Firenze me estuvo pidiendo información y logré esquivar sus preguntas, justificándome en la falta de tiempo. Así que no pude esconder una sonrisa de satisfacción al verla acomodarse en el asiento del copiloto, aunque su rostro denotaba cierta incomodidad. La mentira del viaje de negocios había funcionado, pero ahora me tocaba el reto más difícil: convencerla de quedarse el fin de semana conmigo, en algún lugar no planeado. —¿Todo bien? —pregunté, rompiendo el silencio mientras tomaba la carretera. —Sí —respondió ella, sin mirarme—. Solo espero que la reunión realmente valga la pena. No es común que me pidan salir de la ciudad un viernes. Continué, sin saber exactamente cómo manejar la tensión. Mientras manejaba, recordé un bonito lugar rodeado de naturaleza, perfecto para desconectar de la ciudad. Me concentré en el camino, buscando un momento para cambiar el t
En el camino, me había percatado que Katherine me llamaba con insistencia. Le escribí pidiéndole que me escribiera por mensaje si se trataba de algo urgente, porque no podía atender llamadas, pero no respondió. Llegamos al club y, cuando estábamos por registrarnos, veo la respuesta de Katherine. Era Gabrielle, se encontraba en el hospital por una infección respiratoria. Pero eso no era todo, resultaba que ella también se encontraba fuera de la ciudad. Al parecer, se habían ido a hacer una visita a mis padres, y las horas de viaje más el clima frío le había sentado mal. Ahora tendría que viajar toda la noche para ver a mi hija. Resignado, veía cómo se me escapaba de las manos una nueva oportunidad de reconectarme con Firenze. Realmente me sentía frustrado por no haber podido compensar lo de su cumpleaños, por perder terreno frente a esta decisión de vida que se le presentaba, pero no podía descuidar a Gabrielle. —Lo siento, Fire. Realmente tenía otras expectativas para este fin d
Intentando calmarme, me concentré en la siguiente reunión. El zumbido constante en mi mente no me dejaba en paz, pero me obligué a respirar profundamente y enfocarme. Había olvidado que tenía un almuerzo con dos de los representantes coreanos hasta que Grace ingresó a mi oficina con su habitual elegancia. —Disculpa, Anthony, ya queda poco para la reunión con los coreanos y no me informaron dónde sería —dijo con una leve inclinación de cabeza, que parecía una mezcla perfecta de cortesía y profesionalismo. —Grace, lo siento. De hecho, yo tampoco lo sé. Déjame consultar con Silvy, quien hizo toda la programación. —Está bien, estaré lista en recepción —respondió, siempre discreta. —Mejor vayamos saliendo. Quizá el chofer ya nos está esperando. Era la primera vez que me encontraba a solas con Grace, y no pude evitar fijarme en detalles que antes habían pasado desapercibidos. Su piel lucía impecable, como si irradiara suavidad, y su perfume ligero parecía fundirse con el aire, dej